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5. Hechos 8![]() Hechos Apostólicos es un estudio de la Edad Apostólica de la iglesia cristiana temprana. Es la continuación milagrosa de la obra de Jesús en el primer siglo, a través de la obra del Espíritu Santo y su iglesia. Presenta el ministerio de Pedro, de los doce apóstoles y de Pablo de Tarso, en su cumplimiento de la Gran Comisión desde el Día de Pentecostés hasta llevar el evangelio a Roma, el capital del mundo. 9.
CAPITULO
1: EL MUNDO ROMANO
PARTE
1 LA
TRANSICIÓN DEL MINISTERIO DE CRISTO Preguntas
de Preparación 1.
¿Cómo ayudó el Imperio Romano a la extensión del cristianismo? 2.
¿Cómo ayudó la cultura griega a la extensión del cristianismo? 3.
¿Cuál era la situación religiosa en el Imperio Romano? Introducción Jesús
dijo a sus apóstoles que habían de ser sus testigos en "Jerusalén
y en toda Judea y en Samaria y hasta lo último de la tierra".
(Hch. 1:8). Puesto que ahora nos toca estudiar el avance del
evangelio dentro del mundo romano, debemos detenernos un momento
para conocer dicho mundo, al cual iba el evangelio. 1.
El Gobierno Romano En
la época en la cual les fue dada a los apóstoles la Gran Comisión,
era Roma quien gobernaba al mundo. El Imperio Romano sometió todo
el Mar Mediterráneo; alcanzó hasta las Islas Británicas e incluyó
la mayor parte de lo que se conocía del mundo de aquel entonces. Roma
se fundó durante la época del reino dividido de Palestina. Más
o menos en la época cuando los judíos estaban restaurando
Jerusalén y el templo, Roma desarrolló una fuerte forma de gobierno republicano. Su poder se extendió rápidamente y
por la época de Cristo, Roma ya reinaba en el mundo entero. No
obstante que Roma era una república, sus gobernantes empezaron a
usar el ejército para aumentar su propio poder personal. En el año
27 a.C., Augusto llegó a ser el emperador de Roma. Desde entonces,
el gobierno permaneció en las manos del emperador. El
mero corazón del Imperio Romano era pequeño (Italia), y en su
alrededor se encontraban muchas provincias. No debemos pensar que
dichas provincias eran como nuestros estados alrededor del Distrito
Federal de México. Algunas de éstas habían sido cedidas a Roma;
la mayor parte había sido conquistada. Dichas provincias existían
simplemente para el provecho de la misma Roma. Eran gobernadas por
hombres nombrados por el emperador o por el senado romano. Tenían
que pagar impuestos a Roma, y batallones de soldados romanos estaban
destacados en ellas. El
hecho de que el mundo conocido entonces se encontrara bajo un sólo
gobierno, facilitó los viajes de los apóstoles de un lugar a otro.
No se encontraron con ejércitos hostiles ni con fronteras cerradas.
Los romanos habían construido una amplia red de buenas carreteras.
El tráfico marítimo ligaba a todos los países que bordeaban el
Mediterráneo. Y aunque a veces los viajeros tuvieron que
enfrentarse a bandidos y a piratas, por lo general tales peligros
habían sido reducidos en gran manera por el ejército romano. Los
romanos son famosos por su sistema legal, y el derecho romano se había
extendido a todas las partes del imperio. Por consiguiente, los
misioneros cristianos tenían la manera de apelar a la justicia en
dondequiera que fueran. Aquellos que, como Pablo, eran ciudadanos,
gozaban de privilegios especiales. Pablo usaba dichos privilegios
siempre que fuera necesario, aun al grado de apelar a César cuando
le fue negada la justicia en Judea. 2.
La Cultura Griega Antes
de que los romanos llegaran a ser los que gobernaban al mundo, los
griegos habían conquistado la mayoría de las tierras al oriente de
Grecia. Cada país conquistado por ellos, se influenciaba
grandemente por su cultura. El idioma griego llegó a ser el idioma
común; se produjeron dramas, todos en griego; lo que se leía era
literatura griega. Y aunque los romanos conquistaron al mundo,
ellos mismos fueron conquistados por la cultura griega. Aun en la
capital, la misma Roma, prevaleció la cultura griega. Esto explica
por qué, cuando Pablo hacía referencia a los no judíos, los llamó
"griegos". La
preponderancia de la cultura griega fue importante en la iglesia
cristiana. El uso universal del idioma griego facilitó la predicación
a todo hombre dondequiera que iban los apóstoles. Hizo posible
que los escritos del Nuevo Testamento se extendieran en forma rápida
en varias partes del mundo. La
misma cultura griega era tal que proveía una puerta abierta para el
evangelio de Cristo. Grecia había tenido grandes filósofos; mas
ninguno de ellos había podido dar una respuesta al problema del
pecado. La cultura griega entera se encontraba enferma y con
necesidad de un sanador. El mensaje que predicaban los cristianos,
llenaba esta necesidad, al presentar a Jesucristo como el Salvador
de los pecadores. 3.
La Estructura Social Dentro
del mundo pagano (no judío) había distintas clases sociales: los
aristócratas, el pueblo común, los esclavos y los hombres libertos.
Por lo general la mayor parte de los aristócratas eran los dueños
de grandes extensiones de tierra y eran muy ricos. En contraste, la
mayoría del pueblo común era pobre. Aquellos que tenían pequeñas
porciones de tierra no podían competir con los aristócratas que
usaban gente esclava para trabajar sus haciendas. Muchos de estos
hombres "del pueblo" perdieron sus terrenos a manos de la
aristocracia, y se fueron yendo a las ciudades. Expresaban su
descontento con violencia muchas veces. Quizás esto explica el por
qué juntaban las masas con tanta facilidad aquellos que se oponían
a los apóstoles. Los
esclavos formaban una clase aparte. Algunos de ellos habían sido
capturados durante las guerras de Roma; otros habían sido vendidos
como esclavos, para cobrar sus deudas. Muchos esclavos gozaban de
una buena educación. Uno de los grandes filósofos, nombrado Epíteto,
era esclavo. A algunos de los esclavos les fue concedida su libertad.
Otros la compraron; estos exesclavos formaron una clase social
especial, conocida por "libertos". 4.
La Vida Religiosa Durante
la época que estamos estudiando, existía una gran variedad de
creencias religiosas en el Imperio Romano. De manera breve veremos
las creencias más comunes. Los
griegos adoraban a muchos dioses. Los romanos aceptaron esta
creencia politeísta. Aunque los dioses griegos, se les dieron
nombres nuevos —el dios Zeus llegó a ser Júpiter, Hera llegó a
ser Juno, y así por el estilo— sin embargo, eran los mismos
dioses con semejanza de hombres, con las flaquezas y los pecados
humanos. La poca profundidad de sus dioses resultó en una religión
también sin profundidad alguna, y ya para la época de Cristo, la
adoración de dichos dioses estaba declinando. La
religión politeísta junto con el gobierno totalitario se combinó
para desarrollar el culto al emperador. Puesto que el emperador
gozaba de mucho poder, y lo usaba para bien del estado, los hombres
empezaron a adorarle. Durante la Edad Apostólica, los emperadores
mismos no buscaban que les dieran culto; pero de todos modos la
tendencia crecía. Ya para el fin del primer siglo, el culto al
emperador constituía un verdadero problema para los cristianos, los
cuales no podían rendir culto a un ser humano. Los paganos
interpretaban esto como falta de patriotismo, y en consecuencia,
persiguieron a los cristianos. Las
religiones de misterio del Lejano Oriente encontraron una buena
aceptación en el imperio porque ofrecían algo que no podían
ofrecer ni los dioses antiguos ni el culto al emperador. Los
seguidores de estas religiones estaban en contacto con un dios que
supuestamente había muerto y vuelto a vivir. Por medio de
ceremonias muy elaboradas de iniciación se les prometía la
inmortalidad a los seguidores. Además
de las religiones ya nombradas, existía una enorme cantidad de
supersticiones en el mundo romano. Las masas creían en la magia,
cosa que se demuestra en el relato acerca de Simón el Mago (Hch.
8:9-13). La creencia en los demonios estaba muy extendida, y se
publicaban las distintas maneras del exorcismo. La astrología, que
sostiene que las estrellas afectan a
las
vidas humanas, era practicada tanto por la nobleza como por el
pueblo. 5.
Las Filosofías Las
religiones del Imperio Romano ofrecían solamente: o un ritual hueco,
o una superstición burda. Como resultado, los hombres pensadores se
refugiaron en las filosofías que procuraban explicar el universo
y guiar a los hombres hacia el Sumo Bien. Algunas de estas filosofías
son importantes para nuestro estudio. El
GNOSTICISMO prometía la salvación por medio del conocimiento de
ciertos secretos. Los gnósticos creían que la materia es mala. Por
lo tanto, Dios, siendo bueno, no pudo haber creado al mundo. El
hombre tiene que renunciar al mundo material si ha de encontrar la
salvación. Y para poder renunciar al mundo, uno tenía que
conocer los secretos del gnosticismo. Algunos gnósticos enseñaban
que para renunciar al mundo era necesario el ascetismo, o sea, el
rechazar la satisfacción de cualquier deseo que no era
absolutamente indispensable. Decían: "Tales como: No manejes,
ni gustes, ni aun toques" (Col. 2:21). El
EPICUREISMO enseñaba que son los placeres las principales metas
de la vida. No se recomendaba la satisfacción de todo tipo de
placeres, sino el escoger aquellos que proporcionaran una
satisfacción más prolongada. El epicureismo era antireligioso, al
negar que los dioses tuvieran que ver algo con la vida del ser
humano. Presentó una atracción muy grande, por ofrecer al hombre
la búsqueda de lo que realmente deseaba: el placer. El
ESTOICISMO era una filosofía de la razón pura. Negaba que existe
en la vida un lugar para el sentimiento. Los estoicos buscaron el
perfecto control propio, sin dar lugar alguno a los sentimientos. El
estoicismo era un punto de vista fatalista de la vida; sostenía que
todo estaba predeterminado, y que nada podía cambiarse. Lo único
que uno puede hacer, es aceptar las cosas tal como son. El
estoicismo procuró impulsar al hombre a actuar virtuosamente;
pero nunca pudo impulsarlo a intentar reformas que cambiaran el sino
común de los hombres. Conclusión Este,
entonces, era el mundo en el cual el cristianismo hizo su aparición.
Era un mundo unido por la ley romana y la cultura griega. Era un
mundo muy religioso, mas las religiones de la época no podían
satisfacer las necesidades intelectuales, ni las morales, ni las
espirituales del hombre. Era un mundo enfermo moralmente con una
desesperada necesidad de salud divina. Precisamente con este mensaje
de salud, los apóstoles salieron al mundo romano, y llevaron a los
hombres pecadores, la salvación que Dios había provisto en
Jesucristo.
10. Comentario
a Hechos de los Apóstoles Los
versículos 1 y 3 de este capítulo mencionan a Saulo. Después, no
se le vuelve a mencionar de nuevo hasta el capítulo 9. Aquí se
dice que Saulo consentía en la muerte de Esteban. El texto griego
es algo más fuerte: Saulo aprobaba total y completamente la muerte
(el asesinato) de Esteban, y continuó actuando de acuerdo con ello.
No compartía las ideas de Gamaliel, su antiguo maestro (Hechos
5:38). Al contrario: consideraba que las ideas de Esteban eran
peligrosas y sentía que había que arrancarlas de raíz. Pero ni él
ni todo el resto del Sanedrín fueron capaces de destruir la obra
del Espíritu. La
persecución hace esparcir el Evangelio (8:1-4). Y
Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución
contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron
esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles.
Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran
llanto sobre él. Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por
casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.
Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el
evangelio. Sin
duda. Pablo fue uno de los principales instigadores de la persecución
que se levantó contra la Iglesia en Jerusalén en aquel momento (en
el mismo día en que Esteban fue asesinado). Tan intensa fue aquella
persecución, que los cristianos fueron dispersados todos a través
de Judea y Samaria. Sólo
quedaron los apóstoles en Jerusalén. El versículo 2 podría ser
una indicación del porqué. Hombres piadosos llevaron a enterrar a
Esteban e hicieron gran llanto (golpeándose el pecho) sobre él.
Esto era desusado en la tradición judía, que era opuesta a que se
manifestara este tipo de respeto o de dolor por una persona
ejecutada. "Hombres piadosos" es una referencia a hombres
como los de Hechos 2:5, donde se usa la misma expresión. Eran judíos
sinceros y devotos que todavía no habían aceptado a Cristo como su
Mesías y Salvador, pero respetaban a Esteban y rechazaban la decisión
del Sanedrín por equivocada e injusta. Por medio de ellos, la
Iglesia volvería a crecer en Jerusalén. De hecho, cuando Pablo
regresó a Jerusalén después de su conversión, había una fuerte
iglesia allí. En
marcado contraste con los hombres piadosos que se lamentaron sobre
Esteban, Saulo se volvió cada vez más furioso y más enérgico en
su persecución. Hizo verdaderos estragos en la Iglesia. La asoló y
devastó literalmente. 3 Entraba casa por casa,
arrastraba fuera de ellas a hombres y mujeres, y los entregaba en la
cárcel. Después, como veremos más adelante, cuando eran traídos
a juicio, él votaba para que fueran ejecutados (Hechos 26:10). A
pesar de todo, la persecución no detuvo el esparcimiento del
Evangelio. Tuvo el efecto exactamente opuesto. Antes de esta
persecución, habían estado recibiendo enseñanza y entrenamiento
de los apóstoles; ahora estaban listos para salir. La persecución
fue la que los obligó a hacerlo, pero la realidad es que salieron. Los
que se esparcieron no se establecieron. En cambio, se mantenían
viajando de lugar en lugar, comunicando las buenas nuevas del
Evangelio. Hechos 11:19 afirma que algunos viajaron hasta lugares
tan distantes como Chipre, Fenicia y Antioquía. Podemos estar
seguros de que viajaron hasta muchos otros lugares distantes también. Esto
no quiere decir que fueran todos predicadores en el sentido actual
de la palabra. Simplemente testificaban con gozo y libertad sobre
Jesús. Aunque sólo eran personas corrientes, conocían la Palabra
y se convirtieron en canales del amor y el poder de Jesús. Es
evidente que ninguno de ellos se quejó por la persecución. La
consideraron como otra oportunidad para ver qué haría el Señor. Felipe
va a Samaria (8:5-13) Entonces
Felipe, descendiendo a la dudad de Samaria, les predicaba a Cristo.
Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía
Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de muchos
que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces;
y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había gran
gozo en aquella ciudad. Pero
había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en
aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose
pasar por algún grande. A éste oían atentamente todos, desde el más
pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran poder de
Dios. Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había
engañado mucho tiempo. Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba
el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se
bautizaban hombres y mujeres. También creyó Simón mismo, y habiéndose
bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y
grandes milagros que se hacían, estaba atónito. Sin
embargo, hubo muchos que sí predicaron o proclamaron públicamente
el Evangelio. Después de la afirmación general del versículo 4,
Lucas nos da un ejemplo de lo que ha de haber sucedido por todas
partes. Escoge al diácono Felipe como ejemplo, no porque lo que
sucedió en Samaria fuera más grande que lo que sucedió en otras
partes, sino por las lecciones que se aprendieron allí, y porque
Samaria era el siguiente lugar en el mandato recibido en Hechos 1:8. También
era importante Samaria porque allí el Espíritu rompería otra
barrera más. Los samaritanos eran descendientes de aquellos hebreos
de las diez tribus norteñas que se mezclaron con los pueblos que
los asirlos llevaron al lugar después de capturar Samaria. Al
principio, le daban culto al Señor, junto con otros dioses (2 Reyes
17:24-41). Más tarde, también construyeron su templo en el monte
Gerizim. Pero unos cien años antes de Cristo, los judíos subieron
y destruyeron aquel templo, obligando a los samaritanos a dejar su
idolatría. En los tiempos del Nuevo Testamento, los samaritanos
seguían la Ley de Moisés en forma muy similar a los judíos, pero
decían que los sacrificios debían ser hechos en el monte Gerizim y
no en el Templo de Jerusalén. Los
judíos evitaban pasar por Samaria cuanto les fuera posible. De
manera que Felipe necesitó valor para ir allí. Pero, al igual que
los demás, era el Espíritu el que lo dirigía. Cuando llegó a la
ciudad de Samaria, unos dieciséis kilómetros al norte del lugar
donde Jesús habló con la mujer junto al pozo, comenzó a predicar
a Cristo (proclamar la verdad de que El era el Mesías y Salvador).
Podemos tener la seguridad de que el ministerio de Jesús en Samaria
(Juan 4) no había sido olvidado. Estas cosas no se hacían en lo
oculto. Los samaritanos, al igual que los judíos, esperaban un Mesías
en el que se cumpliera Deuteronomio 18:15, 18, 19. La gente (las
multitudes, en las que había toda clase de personas) unánime
escuchaba el mensaje de Felipe, oyéndolo y viendo las señales que
hacía. Aquí vemos que la promesa del Señor de confirmar la
Palabra con señales que seguirían, no se limitaba a los apóstoles
(Marcos 16:20). La gente oyó gritar a los que tenían espíritus
inmundos en alta voz, cuando éstos salían de ellos. Vio a los que
estaban paralíticos y a los cojos, recibir sanidad. La consecuencia
fue que hubo gran gozo en aquella ciudad, el gozo de la salud y la
salvación. Este
éxito del Evangelio era un milagro mucho mayor de lo que parecería
a simple vista, puesto que toda aquella gente había estado engañada
(embrujada, atónita, maravillada) a manos de un hombre llamado Simón,
que ejercía la magia (hechicería), y se hacía pasar por algún
grande (algún ser de gran poder). A éste oían atentamente todos,
desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: "Este es
el gran poder de Dios." Le habían hecho caso durante mucho
tiempo, porque los tenía asombrados con sus trucos mágicos. El
pueblo vio algo mucho más maravilloso en los milagros de Felipe, y
creyó las buenas nuevas del reino (gobierno, poder y autoridad) de
Dios y el nombre de Jesucristo. El Evangelio que Felipe predicaba,
insistía en este gobierno y poder de Dios, manifestado a través de
Jesucristo en su personalidad y naturaleza como Mesías y Salvador.
Seguramente les diría todo lo que Pedro les había dicho a sus
oyentes en el día de Pentecostés y después. El
pueblo creyó, no sólo a Felipe, sino también la verdad que él
predicaba. Creyó en lo que decía acerca del reino (gobierno) de
Dios; creyó en el nombre (poder y autoridad) de Jesús; aceptó lo
que Felipe dijo acerca de la obra de Cristo, como Salvador y Señor
crucificado y resucitado. Entonces se bautizaban tanto hombres como
mujeres. Finalmente,
hasta el mismo Simón creyó y fue bautizado. Entonces se unió en
forma persistente y constante a Felipe. Simón estaba acostumbrado a
engañar a la gente con sus trucos mágicos, y sabía que se podían
hacer cosas pasmosas con ellos. Había observado a Felipe con el ojo
profesional de un mago, y había llegado a la conclusión de que
aquellos milagros eran reales. Estaba claro que aquellas señales y
grandes obras de poder eran sobrenaturales. Por eso, él también
estaba atónito (lleno de asombro y maravillado). Aquellos milagros
no se parecían en nada a los trucos mágicos que él hacía. Hay
quienes han puesto en duda que Simón haya creído de verdad. Pero
la Biblia dice que creyó, y no hace ninguna observación sobre esta
afirmación. Además, con seguridad, Felipe, que era un hombre
dirigido por el Espíritu, no lo habría bautizado si no hubiera
presentado evidencias de ser un verdadero creyente. Pedro
y Juan en Samaria (8:14-25) Cuando
los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había
recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los
cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu
Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino
que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús.
Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo.
Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles
se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo; Dadme
también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere
las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces
Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el
don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en
este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete,
pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado
el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión
de maldad veo que estás. Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad
vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho
venga sobre mí. Y ellos, habiendo testificado y hablado la palabra
de Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas poblaciones de los
samaritanos anunciaron el evangelio. La
noticia de que Samaria había recibido (le había dado la bienvenida
a) la Palabra de Dios, llegó pronto a oídos de los apóstoles, en
Jerusalén. Estos enviaron a ellos a Pedro y a Juan (con un mensaje
y un propósito), para darles ánimo a los nuevos creyentes. Sin
embargo, en esto no hay indicación de que pensaran que el
ministerio de Felipe era inferior o deficiente de forma alguna.
Simplemente, querían ayudarlo. Cuando
llegaron los dos apóstoles, lo primero que hicieron fue orar por
los creyentes samaritanos, para que recibieran el Espíritu Santo.
Se nota claramente que los apóstoles creían en la importancia del
bautismo en el Espíritu Santo para todos. Aunque los samaritanos
habían sido bautizados en agua y en el nombre (para la adoración y
el servicio) del Señor Jesús, ninguno de ellos había recibido el
don del Espíritu con la evidencia de hablar en otras lenguas. Es
decir, que el Espíritu no había descendido sobre ninguno en la
forma en que había descendido en el día de Pentecostés. Hay
quienes suponen que la fe de los samaritanos no se centraba
realmente en Jesús hasta que Pedro y Juan llegaron y oraron. Pero
Felipe era un hombre lleno del Espíritu y de sabiduría. No habría
bautizado a nadie, si su fe no era real. Otros
suponen que Felipe no les enseñó a los samaritanos nada sobre el
bautismo en el Espíritu Santo. Pero el hecho mismo de que él fuera
a predicarles a Cristo, demuestra que creía que la promesa era para
ellos. También se ve con claridad que los creyentes no eran capaces
de ocultar parte alguna del mensaje. (Vea Hechos 4:20.) Como
ya hemos visto, los samaritanos creyeron lo que Felipe predicó
sobre el reino (gobierno) de Dios y el nombre (autoridad) de Jesús.
La predicación en los Hechos asocia estas cosas con la promesa del
Espíritu Santo. Podemos estar seguros de que Felipe, como los demás
predicadores del libro de los Hechos, incluía en su mensaje la
exaltación de Jesús a la derecha del Padre y la entrega de la
promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu Santo. El
problema parece haber estado en los mismos samaritanos. Ahora se
daban cuenta de que habían estado equivocados, no sólo con los
engaños de Simón el mago, sino también con sus doctrinas
samaritanas. Quizá, humillados, encontraban difícil expresar el
paso de fe siguiente, necesario para recibir el bautismo en el Espíritu.
Cuando Jesús hallaba fe expresada de forma sencilla, y fundada
solamente en su Palabra, la llamaba "gran fe" y sucedían
las cosas (Mateo 8:10, 13). Cuando la fe se alzaba por encima de los
obstáculos y las pruebas, Jesús la llamaba también "gran fe",
y las cosas sucedían (Mateo 15:28). Pero cuando la fe era débil.
El no destruía lo que había. La ayudaba, algunas veces haciendo
imposición de manos. No
se nos dice si Pedro y Pablo impartieron otras enseñanzas más
antes, o no. Pero cuando comparamos esta circunstancia con lo que se
hacía en otros momentos, parece muy probable que sí lo hicieran. Después
de haber orado por ellos, los dos apóstoles les impusieron las
manos. Dios confirmó la fe de los creyentes, y éstos recibieron el
Espíritu (estaban recibiendo el Espíritu públicamente; quizá uno
tras otro, a medida que los apóstoles les iban imponiendo las manos). Algo
que sucedió, llamó la atención de Simón. Lucas no nos dice qué
fue, pero como hemos visto, es frecuente que no lo explique todo,
cuando aparece con claridad en algún otro lugar. Por ejemplo, no
menciona el bautismo en agua cada vez que habla de que la gente creía
o era añadida a la Iglesia, pero se ve claro que no es
significativo el que no lo mencione. Hay otros lugares del texto
donde se muestra que todos los creyentes eran bautizados en agua.
Por esta razón podemos decir que el hecho de que Lucas no mencione
las lenguas aquí, no es significativo. Sin
embargo, es claro que Simón ya había visto los milagros hechos a
través de Felipe. La profecía no hubiera atraído su atención,
porque hubiera sido en un lenguaje conocido, y no obviamente
sobrenatural. En realidad, sólo hay una cosa que cuadra en esta
circunstancia. En el día de Pentecostés, hablaron en lenguas, según
el Espíritu les daba que se manifestasen; esto fue lo que atrajo la
atención de la muchedumbre. Cuando los creyentes samaritanos
comenzaron a hablar en lenguas, sucedió lo mismo con Simón. Pero
las lenguas no son el asunto fundamental en este pasaje. Tampoco
tuvieron el mismo efecto que en Pentecostés, porque allí no había
presente nadie que supiera lenguas extranjeras. Por este motivo.
Lucas no dice nada sobre las lenguas, para centrar la atención en
la actitud equivocada de Simón. Cuando
éste vio que se recibía el Espíritu Santo por medio de la
imposición de manos de los apóstoles, no vino él mismo a
recibirlo. En cambio, volvió a su antigua codicia y les ofreció
dinero (les trajo riquezas como ofrenda) para que le dieran el poder
(la autoridad) de imponer manos sobre las personas con los mismos
resultados. No
obstante, los versículos 17 y 18 no quieren decir que los apóstoles
tuvieran tal autoridad. Primeramente habían orado para que los
creyentes recibieran el Espíritu. Reconocían que era la promesa
del Padre, y que debía descender del cielo. La palabra "por"
del versículo 18, indica que eran agentes secundarios. Esto es, que
Jesús es el que bautiza en el Espíritu Santo (Hechos 2:33). Los apóstoles
eran tan sólo enviados de El para orar por aquellos creyentes y
avivar la fe en ellos para que recibieran el Don. Tampoco
se está señalando aquí que sea necesaria la imposición de manos
para recibir el Espíritu, aunque Simón llegara equivocadamente a
esta conclusión, como les ha sucedido a muchos maestros de la
actualidad. Hay muchos otros pasajes que demuestran que Simón no
estaba en lo cierto. No hubo imposición de manos en el día de
Pentecostés, ni en la casa de Cornelio. Tampoco estaba la imposición
de manos limitada a los apóstoles, puesto que Ananías, que era un
laico de Damasco, fue quien impuso sus manos sobre Pablo, tanto para
que sanara, como para que recibiera el Espíritu Santo. Aquí, la
imposición de manos era una forma de darles la bienvenida al cuerpo
de los creyentes, y también una forma de animar su fe para que
recibieran el Don del Espíritu como respuesta a sus oraciones. Pedro
reprendió a Simón con severidad. Lo que dijo literalmente fue:
"Tu dinero (plata) perezca contigo (vaya contigo a la destrucción,
probablemente la destrucción del lago de fuego), porque has pensado
que el don de Dios (esto es, el Don del Espíritu Santo, como en
2:38; 10:45) se obtiene con dinero (riquezas terrenas). No tienes tú
parte (porción, participación) ni suerte (porción) en este asunto,
8 porque tu corazón no es recto (correcto, derecho)
delante de Dios." Tenía un corazón torcido y una visión
distorsionada de las cosas. Algunos
suponen que el deseo que tenía Simón de comprar el don de Dios (gratuito)
con dinero significa que quería ofrecerlo en venta. Pero esto habría
sido imposible. Los apóstoles lo estaban ofreciendo de gratis, por
ser el Don gratuito de Dios. Cualquiera podía recibirlo. Es más
probable que Simón viera una oportunidad para restaurar su
prestigio y liderazgo entre el pueblo al convertirse en un "distribuidor
autorizado" del Don del Espíritu, como había deducido
precipitadamente que eran los apóstoles. En
realidad, el reproche de Pedro por pensar que el don de Dios se podía
comprar con dinero sugiere también que Simón podía haber tenido
parte o suerte en este asunto si hubiera venido en fe y recibido el
don en sí mismo, en lugar de llegar ofreciendo dinero. En otras
palabras, todo aquel que reciba el Don gratuito del Espíritu puede
orar por otros para que reciban el mismo don. Después,
Pedro demostró que el caso de Simón no era totalmente desesperado,
al exhortarlo a que se arrepintiera de su maldad y rogara a Dios (le
pidiera al Señor), si quizá le fuera perdonado el pensamiento (incluso
los propósitos) de su corazón. No hay duda alguna aquí sobre la
disposición de Dios a perdonar. Dios perdona siempre en forma
gratuita a quienes se llegan a El confesando su pecado (1 Juan 1:9).
Pedro añadió aquel "si quizás" debido al triste estado
de aquel corazón. El orgullo y la ambición de Simón habían sido
las causas de que cayera en aquel pecado. Pedro se dio cuenta de que
Simón tenía un espíritu amargado y resentido (la hiel de la
amargura) porque el pueblo había dejado de darle prominencia.
(Compare con Deuteronomio 29:18 e Isaías 58:6, para ver el uso de
estas expresiones en el Antiguo Testamento.) Un espíritu así, a
menudo rechaza la reconciliación, y con toda seguridad, entristece
al Espíritu Santo (Efesios 4:30, 31). Simón estaba también en
prisión de maldad (esto es, atrapado por la injusticia); no era
justo al desear recibir este poder para sí mismo, y al mismo tiempo,
su actitud errónea tenía tal poder sobre él, que habría sido difícil
que se liberara de ella. Sin embargo, es posible que el griego
signifique que Simón iba rumbo a la hiel de amargura y la prisión
de maldad. Esto quería decir que todavía no estaba sometido a
ellas y que tendría una esperanza mayor si quería arrepentirse de
inmediato. Simón
reaccionó pidiéndoles a Pedro y Juan que oraran por él al Señor
(expresión enfática: petición de que unieran sus oraciones a las
de él), para que ninguna de aquellas cosas que Pedro había hablado,
viniera sobre él. 9 Hay
una amplia controversia sobre lo que le sucedió a Simón. Algunos
sugieren que sólo quería orar porque tenía temor del juicio. Sin
embargo, el texto griego señala que quería que los apóstoles
oraran junto con él. Esto es indicación cierta de un cambio de
actitud, y por tanto, de un arrepentimiento. La Biblia no dice nada
más sobre él. Las tradiciones que surgieron sobre él en tiempos
posteriores no tienen fundamento bíblico.10 Pedro
y Juan siguieron en Samaria un tiempo, dando fuerte testimonio (fuertes
evidencias bíblicas) y hablando la Palabra de Dios. Es probable que
incluyeran ahora más sobre la vida, el ministerio y las enseñanzas
de Jesús. Después, predicaron el Evangelio (las buenas nuevas) en
muchas poblaciones de los samaritanos, mientras regresaban a Jerusalén. El
eunuco Etíope (8:26-40) Un
ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia
el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es
desierto. Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope,
eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba
sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar,
volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. Y el Espíritu
dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe,
le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo
que lees? El
dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe
que subiese y se sentara con él. El pasaje de la Escritura que leía
era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo
delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su
humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la
contará? Porque fue quitada de la tierra su vida. Respondiendo
el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el
profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe,
abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el
evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua,
y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?
Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo,
dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el
carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.
Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a
Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino. Pero
Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en
todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea. En
este momento, el ángel (griego, un ángel) del Señor le habló a
Felipe y le dijo que se levantara para ir rumbo al sur, al camino
que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. "Desierto"
también significa que es un lugar abandonado, desolado, sin población.
Aquí, la intención es señalar que la zona estaba prácticamente
deshabitada. Gaza era la más sureña de las cinco ciudades de los
filisteos en los tiempos del Antiguo Testamento. Se hallaba a unos
cien kilómetros de Jerusalén en dirección suroeste. La
Biblia habla de apariciones de ángeles a personas, relativamente
pocas veces. Sin embargo, están presentes con frecuencia, y
realizan labor de "espíritus ministradores, enviados para
servicio a favor de los que serán herederos de la salvación"
(Hebreos 1:14). "No obstante, puesto que son espíritus. Dios
tiene que darles una forma física temporal para que puedan
aparecerse a los hombres y hablarles. Es
posible que hubiera una razón especial para enviar un ángel.
Felipe se hallaba en medio de un gran avivamiento en Samaria. Es
probable que hiciera falta algo poco corriente para hacer que dejara
aquellas multitudes y descendiera a un desierto camino secundario
que ya casi no estaba en uso. Algunos consideran que la expresión
"el cual es desierto" se refiere a la ciudad de Gaza del
Antiguo Testamento, que había sido destruida en el año 93 a.C. En
el 57 a.C., se había construido una nueva ciudad, más cerca del
mar Mediterráneo. Quizá se le diera al camino que conducía a la
vieja Gaza el nombre de camino a la Gaza desierta (deshabitada). Cuando
habló el ángel, Felipe no dudó un instante. Se levantó y fue,
obediente. Podemos pensar también que iba lleno de fe y de
expectación. En
el momento mismo en que llegaba al camino de Gaza, se acercaba el
carro de un eunuco etíope. La mayoría de los funcionarios de
palacio en los tiempos antiguos eran eunucos. Este tenía un alto
puesto (era un potentado); era miembro de la corte de la reina etíope
Candace, y estaba sobre todos sus tesoros. Nosotros diríamos que
era miembro de su gabinete, y lo compararíamos con un ministro de
hacienda, pero con responsabilidad total por el cuidado y el uso de
fondos. Candace
era el título hereditario de las reinas de Etiopía, cuya sede de
gobierno se hallaba en la isla de Meroe, en el río Nilo. El país
de Etiopía corresponde al Sudán de hoy, aunque puede que haya
incluido también parte de la Etiopía actual. Este
eunuco había recorrido una gran distancia para adorar en Jerusalén.
Aunque probablemente fuera prosélito del judaísmo, por ser eunuco,
no podía ir más allá del patio de los gentiles. Aun así, compró
rollos del Antiguo Testamento para llevárselos consigo a la vuelta.
Estos eran manuscritos y extremadamente caros en aquellos días. Lo
normal era que toda una sinagoga se pusiera de acuerdo para comprar
una colección, que se mantenía bajo llave, excepto cuando se usaba
en el culto y en la escuela de la sinagoga. Ahora
el eunuco regresaba a su tierra, sentado en su carro y leyendo el
libro (rollo) de Isaías. En este momento, el Espíritu le habló a
Felipe, posiblemente con una voz interior. (La dirección del Espíritu
es algo prominente en los Hechos.) Felipe no necesitó que le
hablara un ángel esta vez. Sin duda, estaba esperando que el Señor
le diera a conocer qué hacer. La orden del Espíritu fue que se
acercara y se juntara al carro. Obediente,
Felipe corrió hacia él. Mientras corría junto al carro, oyó que
el eunuco leía en voz alta al profeta Isaías. (En aquellos días,
la lectura se solía hacer en voz alta.) Felipe lo interrumpió para
preguntarle si entendía lo que estaba leyendo. Su contestación fue: "¿Y
cómo podré (cómo voy a ser capaz), si alguno no me enseñare?" Entonces
le rogó que subiera a sentarse con él. Felipe
no se hizo de rogar. En la providencia de Dios, el eunuco estaba
leyendo Isaías 53:7, 8 (de la versión griega de los Setenta). Esto
ha de haber resultado emocionante para Felipe, al ver cuan
maravillosa y cuan exacta era la sincronización de Dios. Entonces,
el eunuco le pidió a Felipe que le dijera de quién hablaba el
profeta: de sí mismo, o de alguna otra persona. Isaías 53 habla
del que sufre totalmente por los pecados de los demás, y no por
ninguno propio. El sabía que nadie podía hacer aquello, y se sentía
intrigado. Esta
fue la gran oportunidad de Felipe. Comenzando con aquel mismo pasaje
de las Escrituras, le predicó a Jesús (le predicó el Evangelio,
las buenas nuevas sobre Jesús). El había sido el único que jamás
pecó, y nunca hizo nada que mereciera el sufrimiento ni la muerte.
Para quienes estén dispuestos a verlo, no hay pasaje de los
profetas que dibuje con más claridad el sufrimiento vicario, la
muerte, la resurrección y el triunfo de Jesús. Pero Felipe sólo
tomó Isaías 53 como un comienzo. Fue más adelante, explicándole
el Evangelio con sus mandatos, promesas y llamado al arrepentimiento,
tal como lo había hecho Pedro (Hechos 2:38). Yendo
ambos por el camino, llegaron a cierta agua. El eunuco le llamó la
atención a Felipe sobre ella. La expresión "aquí hay"
podría traducirse como "¡mira!", e indica algo
inesperado. La mayor parte del sur de Palestina es terreno más bien
seco. El eunuco no quería seguir de largo sin ser bautizado.
Presentó su petición en forma de pregunta: "¿Qué impide que
yo sea bautizado?" Probablemente tuviera temor de que su
condición de gentil y eunuco le impidiera ser bautizado, como había
sido para él un impedimento para gran parte del culto judío. En
este momento, Felipe le pidió una confesión de fe, y la recibió. 15
Entonces, después de ordenarle al conductor del carro que lo
detuviera, ambos descendieron de él y bajaron al agua. De hecho,
Lucas nos llama la atención al detalle de que ambos descendieron al
agua. A continuación, Felipe lo bautizó, y salieron del agua. El
lenguaje utilizado deja bien claro aquí que la palabra "bautizar"
tiene su significado corriente de "sumergir, meter dentro
de". Hay muchos otros pasajes que presentan con claridad que la
inmersión era la práctica de la Iglesia primitiva. Después
de que salieron del agua, el Espíritu arrebató a Felipe, y el
eunuco no lo volvió a ver, y siguió gozoso su camino. Hay
algunos manuscritos y versiones antiguos que añaden que el Espíritu
Santo descendió sobre el eunuco. Podemos tener la seguridad de que
ciertamente recibió el bautismo en el Espíritu, y esto aumentó su
regocijo. Indudablemente, después esparció el Evangelio en su
propia nación. Lucas
no explica cómo arrebató el Espíritu a Felipe. El verbo usado
suele significar "quitar, tomar rápidamente, apoderarse
de". En 1 Tesalonicenses es usado (4:17) para hablar del rapto
de la Iglesia. A juzgar por las apariencias el Espíritu le dio un
viaje supersónico hasta Azoto en la costa (cerca del sitio donde
había estado la antigua Asdod más de treinta kilómetros al norte
de Gaza). Desde
allí, Felipe tomó rumbo norte a lo largo de la costa mediterránea
predicando el Evangelio (evangelizando) en todas las ciudades hasta
que llegó a Cesarea. Esta Cesarea construida por Heredes el Grande
era la capital de la provincia de Judea. Tres años después Felipe
se hallaba allí todavía. Evidentemente la convirtió en su lugar
de residencia y centro de operaciones desde aquel momento. Pero aún
siguió viajando y llegó a ser conocido como Felipe el evangelista
(Hechos 21:8). Autor:
Stanley M. Horton -Editorial vida- ISBN 0-8297-1305-0
11. CAPITULO 2: FUERON ESPARCIDOS Léase
Hechos 8:1-25. Preguntas
de Preparación 1.
¿Qué produjo el extendimiento
del evangelio más allá de Judea? 2.
¿Cuál era el efecto del evangelio en Samaria? 3.
¿Qué le sucedió al mago Simón? Introducción Desde
el principio del ministerio público de Jesús, el evangelio se
había predicado casi exclusivamente a "las ovejas perdidas
de la casa de Israel" (Mt. 10:6). Aún después del Pentecostés,
la iglesia tuvo su centro en Jerusalén y sus miembros eran judíos.
Pero Cristo no pensó que su iglesia permaneciera como un grupo de
judíos solamente. El había venido no solamente para "levantar
a las tribus de Jacob y restaurar los asolamientos de Israel"
(Is. 49:6), sino también había venido para dar "luz a los
gentiles" (ídem.) En Hechos 8-12 Lucas nos describe la
transición en la iglesia, cuando el énfasis cambia de los judíos
a los gentiles. El primer paso en dicha transición fue la predicación
del evangelio a los samaritanos. 1.
La Persecución La
muerte de Esteban señaló el principio de la primera persecución
que la iglesia tuvo que soportar. Anteriormente, la ira de los
gobernadores había sido dirigida contra los apóstoles. Ahora los
otros creyentes eran los perseguidos. Puesto que esta persecución
tiene que ver con el apedreamiento de Esteban, podemos pensar que
los cristianos helenistas sufrieron el embate más fuerte. Muchos
cristianos tuvieron que huir de la ciudad, mas los apóstoles se
quedaron en Jerusalén. Saulo
de Tarso había estado en completo acuerdo con el apedreamiento de
Esteban. Después de la muerte de Esteban, Saulo se hizo líder de
aquellos que se opusieron con la fuerza a la iglesia. Su maestro
Gamaliel, los había aconsejado que tuvieran paciencia, pero Saulo
consideró los cristianos como un grupo de herejes peligrosos, que
debían ser destruidos. Sin
embargo, la persecución resultó contraproducente. Cuando por la
furia del ataque de Saulo contra ellos, los cristianos tuvieron
que huir de Jerusalén, "iban por todas partes anunciando la
palabra" (Hch. 8:4). Los esfuerzos de Saulo para destruir a
la iglesia fueron usados por Dios para su crecimiento. 2.
El Evangelio Proclamado en Samaria El
diácono Felipe estaba entre los que fueron esparcidos. El se fue a
la ciudad de Samaria y allí proclamó a Cristo. Tenemos que tener
presente lo que dice Juan 4:9, "los judíos no se tratan con
los samaritanos". Había una fuerte pared de prejuicio que
Felipe tuvo que romper para llevarles el evangelio a los samaritanos.
Pero Felipe tenía presente que Jesús había insistido, que los
discípulos tendrían que ser testigos en Samaria también. El
ministerio de Felipe en Samaria fue todo un éxito. No solamente
predicó el evangelio, sino obró muchas señales y milagros. Felipe
pudo echar fuera a los demonios y sanar a los paralíticos y a los
cojos. Como resultado, el pueblo escuchó ansiosamente su predicación
y recibió gozoso el mensaje que él traía. Samaria
era el lugar de residencia de un mago llamado Simón. Por sus artes
mágicas Simón había logrado el control de la gente de tal manera
que ellos pensaron "Esto es la gran virtud de Dios" (v.
10). Pero lo que hacía Felipe opacaba el prestigio de Simón.
Muchos que antes habían reconocido su poder, ahora creyeron al
evangelio y fueron bautizados. Finalmente aun el mismo Simón fue
convencido por los milagros de Felipe y creyó y fue bautizado.
Después de su bautismo, Simón pasó mucho tiempo con Felipe, y
quedó completamente sorprendido por el gran poder que tenía
Felipe. La
iglesia en Jerusalén, al recibir el informe del trabajo de Felipe
en Samaria, mandó a Pedro y a Juan allí. Dichos apóstoles
descubrieron que los creyentes de Samaria no habían recibido el don
del Espíritu Santo como los judíos lo habían recibido en el
Pentecostés. Así que pusieron las manos sobre ellos, orando, y los
samaritanos entonces recibieron el don que los capacitó a hablar en
lenguas y hacer otras maravillas. Este hecho de los apóstoles era
una señal clara de que los cristianos judaicos estaban dispuestos a
aceptar a los Samaritanos como iguales a ellos. Aquella antigua
pared de prejuicio cayó bajo el fuerte impacto del evangelio de
Jesucristo. Simón,
atónito por lo que vio en Felipe, quedó todavía más sorprendido
por lo que vio cuando vino el Espíritu Santo por medio de los apóstoles.
Parece que él había considerado a Felipe como un mago más
poderoso que él. Ahora veía que los apóstoles eran todavía
mayores que Felipe. El deseaba este poder de impartir el Espíritu
Santo, así que ofreció dinero a los apóstoles, como si el Espíritu
Santo fuera un truco mágico que él pudiera comprar. Pedro
inmediatamente se dio cuenta de que la actitud de Simón revelaba un
corazón que no había cambiado. Por lo tanto lo denunció y lo llamó
a un arrepentimiento de su pecado. Simón contestó (v. 24), "Rogad
vosotros por mí al Señor, que ninguna de estas cosas que habéis
dicho venga sobre mí". No podemos saber si esta petición vino
de un corazón arrepentido o no. La tradición dice que Simón llegó
a ser el líder entre los herejes y se opuso siempre a los apóstoles. Después
que los apóstoles habían terminado su trabajo en Samaria,
regresaron a Jerusalén. Durante su viaje de regreso siguieron el
ejemplo de Felipe, y predicaron el evangelio en los pueblitos
samaritanos donde pasaron. Así pudieron probar que el ministerio de
Felipe no era algo excepcional, sino que el camino de la salvación
estaba, en verdad, abierto tanto a los de Samaria como a los judíos.
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