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2. Hechos 2, 3 Hechos Apostólicos es un estudio de la Edad Apostólica de la iglesia cristiana temprana. Es la continuación milagrosa de la obra de Jesús en el primer siglo, a través de la obra del Espíritu Santo y su iglesia. Presenta el ministerio de Pedro, de los doce apóstoles y de Pablo de Tarso, en su cumplimiento de la Gran Comisión desde el Día de Pentecostés hasta llevar el evangelio a Roma, el capital del mundo. 3. Comentario
a Hechos de los Apóstoles
Los
ciento veinte perseveraron en la oración y la alabanza por diez días
después de la ascensión de Jesús, hasta el día de Pentecostés.
Este era el festival de la cosecha para los judíos. En el Antiguo
Testamento era llamado también la Fiesta de las Semanas (Éxodo
34:22; Deuteronomio 16:16), porque había una semana de semanas (siete
semanas) entre Pascua y este día. Pentecostés significa "quincuagésimo",
y recibía este nombre porque en el quincuagésimo día después de
haber sido mecida la gavilla de los primeros frutos (Levítico
23:15) se mecían dos panes de primicias (Levítico 23:17). Cuando llegó el día (2:1) "Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes
juntos." Ahora
se estaba completando Pentecostés, lo que llama nuestra atención
hacia el hecho de que el período de espera estaba llegando a su
fin, y las profecías del Antiguo Testamento estaban a punto de ser
cumplidas. Los ciento veinte estaban aún unánimes y juntos en el
mismo lugar. No faltaba ninguno. No se nos dice dónde se hallaba
ese lugar, pero generalmente se considera que fuera el Aposento Alto
que era su lugar de reunión (Hechos 1:13). Hay quienes, en vista de
la declaración de Pedro de que era la hora tercera del día (9
a.m.), creen que estaban en el Templo, probablemente en el patio de
las mujeres. Ya hemos visto que los creyentes se hallaban de
ordinario en el Templo a las horas de oración. Uno de los pórticos
o columnatas cubiertas que se hallaban en los extremos del patio,
hubiera proporcionado un buen lugar para que se reunieran y oraran
en común. Esto ayudaría a explicar la multitud que se reunió
después del derramamiento del Espíritu. Viento y fuego (2:2, 3) "Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio
que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y
se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose
sobre cada uno de ellos." De
repente, sin advertencia alguna, llegó del cielo un sonido como el
de un viento recio y poderoso (violento) o un tornado. Pero fue el
sonido el que llenó la casa y los hizo sobrecogerse, y no un viento
real. El
viento les recordaría las manifestaciones divinas del Antiguo
Testamento. Dios le habló a Job desde un torbellino (Job 38:1;
40:6); un poderoso viento del este secó el camino a través del mar
Rojo, permitiéndoles a los israelitas escapar de Egipto sobre suelo
seco (Éxodo 14:21). El viento fue también un símbolo frecuente
del Espíritu en el Antiguo Testamento (Ezequiel 37:9, 10, 14, por
ejemplo). Jesús mismo usó el viento para hablar del Espíritu
(Juan 3:8). El
sonido del viento les indicaba a los presentes que Dios estaba a
punto de manifestarse a sí mismo y a su Espíritu de una manera
especial. El hecho de que fuera el sonido de un viento poderoso
también les recordaba el poder prometido por Jesús en Hechos 1:8,
un poder destinado a servir. De
forma igualmente súbita, unas lenguas repartidas como lenguas de
llamas o de fuego, aparecieron. Esto es, algo que parecía una masa
de llamas apareció sobre todo el grupo. Entonces se dispersó, y
cada una de las llamas, que parecían como lenguas de fuego, se fue
a colocar sobre la cabeza de cada uno de ellos, tanto hombres como
mujeres. Por supuesto, no había ningún fuego real, y nadie se quemó.
Pero el fuego y la luz eran símbolos comunes de la presencia divina,
como en el caso de la zarza ardiente (Éxodo 3:2), y también la
aparición del Señor en medio del fuego en el Monte Sinaí después
de que el pueblo de Israel aceptara el Pacto Antiguo (Éxodo 19:18). Algunos
suponen que estas lenguas constituyeron un bautismo de fuego que traía
consigo purificación. Sin embargo, la mente y el corazón de los
ciento veinte ya estaban abiertos al Cristo resucitado, ya estaban
purificados, y estaban llenos de alabanza y gozo (Lucas 24:52, 53);
ya respondían a la Palabra inspirada por el Espíritu (Hechos
1:16), y ya se hallaban unánimes. Más que purificación o juicio,
aquí el fuego significaba que Dios aceptaba el Cuerpo de la Iglesia
como templo del Espíritu Santo (Efesios 2:21, 22; 1 Corintios
3:16), y después, que aceptaba a cada uno de los creyentes como
templo del Espíritu también (1 Corintios 6:19). Con esto, la
Biblia aclara que la Iglesia ya existía antes del bautismo
pentecostal. En Hebreos 9:15, 17 se nos muestra que fue la muerte
de Cristo la que instauró el Nuevo Pacto. Desde el día de la
resurrección, cuando Jesús sooló sobre los discípulos, la
Iglesia quedó constituida como Cuerpo de un nuevo pacto. Es
importante notar que estos signos precedieron al bautismo
pentecostal o dones del Espíritu. No fueron parte de él, ni se
repitieron en otras ocasiones en que el Espíritu se derramó. Por
ejemplo, Pedro identificó el derramamiento sobre los creyentes en
la casa de Cornelio con la promesa de Jesús de que serían
bautizados en el Espíritu, diciéndoles que era el mismo don (Hechos
10:44-47; 11:17). Pero el viento y el fuego no estuvieron presentes.
Parece que sólo fueron necesarios en una ocasión. Llenos del espíritu santo (2:4) "Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en
otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen." Después
de reconocer a la Iglesia como el nuevo Templo, Dios derramó su Espíritu
sobre ella. Jesús habló de bautismo; ahora se habla de plenitud,
es decir, experiencia plena. La Biblia usa diversos términos para
expresar esta realidad. Es derramamiento del Espíritu, tal como
profetizara Joel (Hechos 2:17, 18, 33); recepción activa de un don
(Hechos 2:38) y descendimiento del Espíritu (Hechos 8:16; 10:44;
11:15). En Hechos 10:45 es de nuevo derramamiento del don, y venida
del Espíritu sobre los creyentes. Son tantos los términos usados,
que no hay por qué suponer que el bautismo sea algo distinto de la
plenitud. El Espíritu es una persona. Por tanto, se trata de una
experiencia que crea una relación. Cada uno de los términos lo que
hace es revelar alguno de sus aspectos. Puesto
que estaban reunidos todos unánimes, cuando se dice que fueron
llenados "todos", se está hablando de los ciento veinte.
Hay quienes suponen que sólo fueron llenos los doce apóstoles. Sin
embargo, fueron más de doce las lenguas que se hablaron. Más tarde,
Pedro diría que Dios les había concedido a los gentiles "el
mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo".
Esto nos sugiere que el Espíritu descendió de la misma forma, no sólo
sobre los doce, sino sobre los ciento veinte y también sobre los
tres mil que creyeron aquel día. Fue y es una experiencia para
todos, aunque en el Antiguo Testamento sólo había sido para
algunos. Tan
pronto como fueron llenos, los ciento veinte comenzaron a hablar en
otras lenguas. Como en Hechos 1:1, la palabra "comenzaron"
muestra que continuaron haciéndolo después, lo que indica que las
lenguas eran el acompañamiento normal del bautismo en el Espíritu
Santo. Era el Espíritu quien les daba que hablasen (les seguía
dando a hablar). Esto es, ellos eran quienes hablaban, pero las
palabras no venían de su mente. El Espíritu se las daba y ellos
las decían valientemente en voz alta, y con una unción llena de
poder. Esta es la única señal del bautismo en el Espíritu que se
repetiría. Atónitos Y Maravillados
(2:5-13) "Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas
las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la
multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su
propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad,
¿no son galileos todos estos que hablan? Cómo, pues, les oímos
nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?
Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en
Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en
Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos
aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, " cretenses y
árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de
Dios. Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a
otros: ¿Qué quiere decir esto? " Mas otros, burlándose, decían:
Están llenos de mosto." Jerusalén
era un centro cosmopolita al cual volvían muchos judíos de la
dispersión para establecerse en él. "Moraban" (versículo
5) generalmente quiere decir algo más que una visita o una
permanencia temporal. Sin embargo, puesto que era la fiesta de
Pentecostés, podemos estar seguros de que había muchos judíos
procedentes de todos los rincones del mundo conocido en Jerusalén
en aquel momento. Estos eran personas devotas y temerosas de Dios,
sinceras en su adoración a Dios. En realidad, es probable que
hubiera mayor número de ellos en Jerusalén en aquel momento, que
durante la Pascua, puesto que la travesía del mar Mediterráneo era
más segura en esta estación que en los meses anteriores. A
medida que el sonido de los ciento veinte que hablaban en lenguas se
hizo más alto y audible, se fue formando una multitud de personas
que llegaban de todas las direcciones. Todos se sentían confundidos,
porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. La palabra "propia"
es enfática aquí, y significa su propio lenguaje, el que usaba de
niño. Lengua significa aquí un lenguaje diferente. No estaban
hablando simplemente en una variedad de dialectos galileos o arameos,
sino en diversos idiomas totalmente diferentes. El
resultado fue que se sintieron maravillados. Estaban confusos. Se
sentían llenos de asombro y de temor, porque reconocían,
probablemente por la forma en que vestían, que aquellos ciento
veinte eran galileos. No podían comprender cómo cada uno de ellos
los oía hablar su propio lenguaje, aquél en el que había nacido. Hay
quienes consideran que el versículo 8 significa que los ciento
veinte hablaban todos el mismo lenguaje en realidad, y que gracias a
un milagro en la audición, los que componían la multitud oían
aquello en su lengua materna. Pero los versículos 6 y 7 son
demasiado específicos para aceptar esto. Cada uno los oía hablar
en su propio dialecto, sin acento galileo alguno. No se hubieran
sorprendido si los ciento veinte hubieran hablado en arameo o en
griego. Otros
han supuesto que los ciento veinte hablaron en lenguas en realidad,
pero que nadie los entendió. Proponen que el Espíritu interpretó
las lenguas desconocidas en los oídos de quienes los escuchaban,
para que entendieran su propio idioma. Pero los versículos 6 y 7
desechan esta suposición también. Hablaron idiomas reales, y estos
fueron comprendidos realmente por una serie de personas procedentes
de lugares distintos. Esto serviría de testimonio sobre la
universalidad del Don y la universalidad y unidad de la Iglesia. Los
lugares nombrados aquí como lugares natales de estos judíos
devotos, se hallaban en todas las direcciones, pero también siguen
un orden general (con algunas excepciones), comenzando en el
nordeste. Partía se hallaba al este del Imperio Romano, entre el
mar Carpio y el golfo Pérsico; Media estaba al este de Asiria;
Elam, al norte del golfo Pérsico en la parte sur de Persia;
Mesopotamia era la antigua Babilonia, casi totalmente fuera del
Imperio Romano. Babilonia tenía una gran población judía en la época
del Nuevo Testamento, y más tarde se convirtió en centro del judaísmo
ortodoxo (1 Pedro 5:13). Se
menciona la Judea porque los judíos de allí hablaban hebreo aún,
y deben haber estado asombrados con la falta de acento galileo.
También es posible que Lucas incluya con la Judea toda Siria, de
hecho, todo el territorio de David y Salomón, desde el río
Eufrates hasta el río de Egipto (Génesis 15:18). Capadocia era una
gran provincia romana en la parte central del Asia Menor; el Ponto
era otra provincia romana en el norte de Asia Menor, sobre el mar
Negro; Asia era la provincia romana que comprendía el tercio
occidental de Asia Menor; la Frigia era un distrito étnico, parte
del cual se hallaba en la provincia de Asia, y parte en la Galacia.
Años después. Pablo fundaría muchas iglesias en esta región. La
Panfilia era una provincia romana situada en la costa sur del Asia
Menor; Egipto, al sur, tenía una abundante población judía. El
filósofo judío Filón afirmó en el año 38 d.C. que había cerca
de un millón de judíos allí, la mayoría en Alejandría. Cirene
era un distrito de África al oeste de Egipto, junto a la costa
mediterránea (Hechos 6:9; 11:20; 13:1). Había
otros presentes en Jerusalén que eran extranjeros (de paso,
residentes temporales) en la ciudad, ciudadanos de Roma, tanto judíos
como prosélitos (gentiles convertidos al judaísmo). Había también
otros procedentes de la isla de Creta y de la Arabia, el distrito
situado al este y sureste de Palestina. Todos
ellos estuvieron oyendo en sus propios idiomas las maravillosas
obras (los actos poderosos, magníficos y sublimes) de Dios. Esto
puede haber sido en forma de expresiones de alabanza a Dios por
estas obras maravillosas. No se señala aquí que hubiera discursos
o predicación, aunque con toda seguridad la predicación hubiera
causado la salvación de algunos (1 Corintios 1:21). Sin embargo, no
hay memoria ahora ni en ningún otro momento, de que el don de
lenguas haya sido usado como medio para predicar o enseñar el
Evangelio. En
cambio, los oyentes estaban maravillados (asombrados) y atónitos (perplejos,
sorprendidos, completamente incapaces de comprender) sobre lo que
significaba todo aquello. "¿Qué quiere decir esto?" sería
literalmente "¿Qué será todo esto?" Su pregunta expresa
una confusión total, así como un asombro extremo. Comprendían el
significado de las palabras, pero no su propósito. Por esto se
hallaban confundidos con lo que oían. Había
otros en la multitud que evidentemente no comprendían ninguno de
aquellos lenguajes, y tomaron todo aquello como algo ininteligible.
Entonces, como no podían comprender su significado, se apresuraron
a deducir que aquello no tenía sentido alguno. Por consiguiente, se
dedicaron a burlarse y a expresar gran mofa, diciendo que estos
hombres (esta gente; aquí se incluían hombres y mujeres) estaban
llenos (repletos, saturados) de mosto (vino dulce, vino nuevo). La
palabra "mosto" traduce el griego gléukous, del
que derivamos nuestra palabra "glucosa" o azúcar de uva.
No es la palabra ordinaria para nombrar al vino nuevo, y
probablemente represente a un vino embriagante hecho de una uva muy
dulce. Pasaría algún tiempo hasta que comenzara la cosecha de la
uva en agosto, y el jugo de uva estuviera disponible de nuevo. El
texto griego indica que estaban haciendo gestos de burla, además de
proferir palabras. Algunos bebedores se ponen escandalosos, y es
posible que esto fuera lo que pensaban quienes se burlaban de ellos.
No debemos suponer que hubiera señal alguna de las que marcaban las
licenciosas borracheras de los paganos. Su emoción principal seguía
siendo el gozo. Habían estado dándole gracias a Dios y alabándolo
en su propio idioma (Lucas 24:53), y ahora el Espíritu Santo les
acababa de dar nuevos idiomas con los cuales alabarlo. Estamos
seguros de que su corazón seguía dirigiéndose a Dios en alabanza,
aunque no comprendieran lo que estaban diciendo. La Explicación De Pedro (2:14-21) "Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les
habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en
Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos
no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora
tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los
postreros días, dice Dios, derramaré de mi espíritu sobre toda
carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes
verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto
sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré
de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el
cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo;
el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que
venga el día del Señor, grande y manifiesto; y todo aquel que
invocare el nombre del Señor, será salvo." Cuando
Pedro y los otros once apóstoles (entre ellos Matías) se pusieron
de pie, los ciento veinte cesaron de hablar en lenguas
inmediatamente. Entonces, toda la multitud se dispuso a escucharlo.
Todavía bajo la unción del Espíritu, alzó la voz y les habló.
La palabra usada para el gesto de querer hablar de Pedro en este
momento es la misma usada para la manifestación en lenguas en
Hechos 2:4. Con esto sugiere que Pedro habló en su propio idioma (arameo)
según el Espíritu le daba que hablase. En otras palabras, lo que
sigue no es un sermón, en sentido ordinario de la palabra. Por
supuesto que Pedro no se sentó a estudiar los tres puntos del sermón.
Al contrario; su prédica es una manifestación espontánea del don
de profecía (1 Corintios 12:10; 14:3). El
discurso de Pedro iba dirigido a los judíos y a los que habitaban
en Jerusalén. Esta era una forma educada de comenzar, que seguía
sus costumbres, pero no echaba a un lado a la mujeres. Igual sucedería
en los versículos 22 y 29. Se
puede notar que, a medida que los ciento veinte continuaban hablando
en lenguas, las burlas iban aumentando, hasta que la mayoría se
estaban mofando de ellos. Hasta es posible que algunos de los que
comprendían los idiomas se les hayan unido. Pedro no llamó la
atención al hecho de que algunos los comprendieran. Sólo les
respondió a los que se burlaban. No
estaban ebrios, como suponía la multitud, porque sólo era la hora
tercera del día, esto es, alrededor de las nueve de la mañana. En
realidad, ni el mismo mosto era muy fuerte. En aquellos tiempos, no
había formas de destilar alcohol o de hacer más fuertes las
bebidas. Sus bebidas más fuertes eran el vino y la cerveza, y tenían
la costumbre de diluir el vino con varias partes de agua. Hubiera
hecho falta gran cantidad para que se embriagaran a horas tan
tempranas. También podemos estar seguros de que cualquiera que
estuviera bebiendo no estaría en un lugar público a esa hora. Así
fue como demostró que las palabras de los que se burlaban eran
absurdas. Entonces
Pedro declaró que lo que ellos veían y oían (2:33) era el
cumplimiento de Joel 2:28-32 (Joel 3:1-5 en la biblia hebrea). Como
el contexto de Joel sigue hablando sobre el juicio por venir y el
final de los tiempos, algunos creen hoy que la profecía de Joel no
se cumplió en el día de Pentecostés. Un escritor llega a decir
que Pedro no quiso decir "Esto es lo dicho", sino más
bien "Esto se parece a lo dicho". En otras palabras, el
derramamiento pentecostal sólo se parecía a lo que sucederá
cuando Israel sea restaurada al final de los tiempos. Sin
embargo, lo que Pedro dijo fue: "Esto es lo dicho". Joel,
como los demás profetas del Antiguo Testamento, no vio el tiempo
que transcurriría entre la primera venida de Cristo y la segunda.
Hasta es probable que el mismo Pedro no viera el tiempo que habría
de transcurrir. Sin embargo, sí vio que se acercaba la era mesiánica,
y probablemente tuviera la esperanza de que llegaría muy pronto. Pedro
hace un cambio evidente en la profecía. Bajo la inspiración del
Espíritu, especifica que la palabra "después" de Joel
2:28 significa que el derramamiento tendrá lugar "en los
postreros días". Con esto reconocía que los últimos días
habían comenzado con la ascensión de Jesús (Hechos 3:19-21). Con
esto podemos ver que el Espíritu Santo reconoce que toda la época
de la Iglesia comprende los "postreros días". Estamos en
la última época antes del rapto de la Iglesia, la restauración de
Israel y el reino milenario de Cristo sobre la tierra; la última época
antes de que Jesús venga en fuego a tomar venganza en aquellos que
no conocen a Dios y rechazan el Evangelio (2 Tesalonicenses 1:7-10). La
primera parte de la cita de Joel tiene una aplicación obvia a los
ciento veinte. Los muchos idiomas señalan con claridad la intención
de Dios de derramar su Espíritu sobre toda carne. En hebreo, "toda
carne" significa de ordinario toda la humanidad, como vemos en
Génesis 6:12."Carne" nos puede hablar también de
fragilidad, y esto se encuadra dentro de la realidad de que el
bautismo en el Espíritu es una experiencia que da poder. El Espíritu
quiere darnos poder y hacernos fuertes. No
sabemos si hubo sueños o visiones mientras ellos hablaban en
lenguas. Es posible que los hubiera. Pero en lo que se insiste
repetidamente (versículos 17 y 18) es en que el Espíritu se
derramaba para que aquellos que quedaran llenos de él pudieran
profetizar. Evidentemente, Pedro, por medio del Espíritu, vio que
las lenguas cuando son comprendidas, equivalen a la profecía (1
Corintios 14:5, 6). En la Biblia, profetizar significa hablar a
nombre de Dios, como vocero o "boca" suya. (Compare con Éxodo
7:1 y Éxodo 4:15, 16.) "Toda
carne" se especifica ahora mencionando "vuestros hijos y
vuestras hijas". No habría distinción en la experiencia
pentecostal con respecto al sexo. Esto es otra indicación de que
los ciento veinte fueron bautizados en el Espíritu, tanto hombres
como mujeres. Los
jóvenes verían visiones y los ancianos soñarían sueños. No
existiría división con respecto a la edad. Tampoco parece haber
distinción real alguna entre los sueños y las visiones. La Biblia
usa indistintamente ambas palabras con frecuencia. Son por lo menos
paralelas. (Vea Hechos 10:17; 16:9, 10; y 18:9, como ejemplos de
visiones). Hasta
sobre los esclavos, tanto hombres como mujeres (que es lo que
significan realmente las palabras "siervos" y "siervas")
Dios derramaría su Espíritu. En otras palabras, el Espíritu no
tendría en cuenta las distinciones sociales. Aunque probablemente
no hubiera esclavos entre los ciento veinte, en el Imperio Romano
había muchas regiones donde los esclavos componían hasta el
ochenta por ciento de la población. Ya llegaría el cumplimiento de
esta parte de la profecía. También
es posible tomar el versículo 18 como una declaración resumida:
"Sobre mi iglesia de esclavos", paralela a los esclavos
israelitas librados de Egipto por el grandioso poder de Dios. Todas
las epístolas se refieren a los creyentes llamándolos siervos (literalmente,
esclavos), más que discípulos. No pedían nada para sí mismos, no
reclamaban derecho alguno, y lo daban todo al servicio de su Amo y
Señor. Hasta los hermanos de Jesús, Jacobo (o Santiago) y Judas,
se llaman a sí mismos siervos (esclavos) del Señor Jesús
(Santiago 1:1; Judas 1). Muchos
interpretan simbólicamente los versículos 18 y 19. Otros suponen
que de alguna forma fueron cumplidos durante las tres horas de
tinieblas que tuvieron lugar mientras Jesús colgaba de la cruz. Más
bien parece que la mención de las señales indica que el
derramamiento y las profecías continuarían hasta que estas señales
llegaran, al final de la era. Pedro también quiere decir que se
pueden esperar estas señales con igual confianza que las ya
cumplidas. Podemos
ver también el don del Espíritu como las primicias de la era
futura (Romanos 8:23). El corazón y la mente sin regenerar del
hombre, no pueden concebir las cosas que Dios ha preparado para
aquellos que lo aman. Pero "Dios nos las reveló a nosotros por
el Espíritu" (1 Corintios 2:9, 10). La herencia que será
totalmente nuestra cuando Jesús venga, no es ningún misterio para
nosotros. Ya la hemos experimentado; al menos, en cierta medida.
Como señala Hebreos 6:4, 5, todos los que han probado (experimentado
realmente) el don celestial y han sido hechos partícipes del Espíritu
Santo, ya han gustado de la buena palabra (promesa) de Dios y los
poderes (poderes extraordinarios, milagros) del siglo (la época)
por venir. Algunos
ven también en el fuego y el humo una referencia a las señales de
la presencia de Dios en el monte Sinaí, como lo relata Éxodo
19:16-18; 20:18 y miran al día de Pentecostés como el momento en
que fue dada una nueva ley o fue renovado el nuevo pacto. Sin
embargo, como lo indica Hebreos 9:15-18, 26, 28, la muerte de Cristo
fue la que hizo efectivo el nuevo pacto, y no hay necesidad de nada
más. Entre
las señales se incluye aquí la sangre (versículo 19), lo que hace
referencia al aumento en el derramamiento de sangre, las guerras y
el humo de las guerras que cubrirá el sol y hará que la luna se
vea roja. Estas cosas tendrán lugar antes del día grande y notable
(manifestó) del Señor. Forman parte de la época presente. En el
Antiguo Testamento, el día del Señor incluye tanto los juicios
sobre las naciones del presente, como la restauración de Israel con
el establecimiento del reino mesiánico. Pero a Pedro no le
interesan estas profecías como tales en este momento. Lo que él
quiere es que sus oyentes comprendan que el poder pentecostal del
Espíritu continuará derramándose a través de toda esta época.
La época de la iglesia es la época del Espíritu Santo; el don del
Espíritu seguirá disponible aun en medio de las guerras y el
derramamiento de sangre que tendrán lugar. El
versículo 21 señala el motivo del derramamiento. A través del
poder que traerá consigo, la labor de convicción del Espíritu será
hecha en el mundo, no solamente al final, sino durante toda la época,
hasta el mismo momento en que llegue el gran día del Señor.
Durante este período, todo el que invocare (pida ayuda para su
necesidad, esto es, pida salvación) el nombre del Señor, será
salvo. La expresión griega es fuerte: "todo aquel". Pase
lo que pase; sean cuales sean las fuerzas que se opongan a la
Iglesia, la puerta de la salvación seguirá abierta. El texto
griego también indica que podemos tener la esperanza de que muchos
responderán y serán salvos. La exaltación de Jesús (2:22-36) "Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús Nazareno, varón
aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales
que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos
sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado
conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos,
crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la
muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella. Porque
David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; porque
está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se
alegró, y se gozó mi lengua, y aun mi carne descansará en
esperanza; porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás
que tu Santo vea corrupción. Me hiciste conocer los caminos de la
vida; me llenarás de gozo con tu presencia. El
cuerpo del mensaje de Pedro se centra, no en el Espíritu Santo,
sino en Jesús. El derramamiento pentecostal llevaba en sí la
intención de dar un testimonio poderoso de Jesús (Hechos 1:8; Juan
15:26, 27; 16:14). Pedro
llamó primero la atención sobre el hecho de que los habitantes de
Jerusalén conocían a Jesús, el hombre de Nazaret, y sabían
cómo Dios lo había aprobado a beneficio de ellos con milagros (obras
poderosas) y prodigios, y señales. Estas son las tres palabras
usadas en la Biblia para referirse a los milagros sobrenaturales. Se
refirieron a los diversos milagros que hizo Jesús, especialmente en
el Templo en las fiestas (Juan 2:23; 4:45; 11:47). Este
Jesús, continuó diciendo Pedro, vosotros lo prendisteis y
matasteis por manos de inicuos (manos de hombres sin ley, hombres
fuera de la Ley; esto es, los soldados romanos). Pedro no dudó en
hacer responsable de la muerte de Jesús a la población de Jerusalén,
aunque también dejó en claro que Jesús había sido entregado a
ellos por el determinado consejo (la voluntad específica) y
anticipado conocimiento de Dios. Compare con Lucas 24:26, 27, 46. Si
habían entendido a los profetas, deberían haber sabido que el Mesías
tendría que sufrir. No obstante, Pedro no está tratando de hacer
menor su culpa al decir esto. Se
debe señalar también que Pedro estaba habiéndoles ahora a judíos
de Jerusalén, muchos de los cuales habían gritado también: "¡Crucifícale!"
La Biblia nunca lanza este tipo de responsabilidad sobre los judíos
en general. Por ejemplo, en Hechos 13:27-29, Pablo, al hablarles a
los judíos de Antioquía de Pisidia, les atribuye cuidadosamente la
crucifixión a los que habitaban en Jerusalén, y dice "ellos"
en lugar de decir "vosotros". Pedro
añade rápidamente: "Al cual Dios levantó". La
resurrección hizo desaparecer el estigma de la cruz y anuló la
decisión de los líderes de Jerusalén, al mismo tiempo que era
también una indicación de que Dios había aceptado el sacrificio
de Jesús. También por la resurrección. Dios liberó a Jesús de
los sufrimientos (dolores) de la muerte, porque no era posible que
ella lo pudiera contener. "Dolores" significa generalmente
"dolores de parto", de manera que la muerte es vista aquí
como el acto de dar a luz. Así como se alivian los dolores del
parto al nacer el niño, también la resurrección hizo llegar el
fin de los dolores de muerte. Puesto
que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23), algunos dicen que
la razón por la que la muerte no pudo retenerlo, era porque no tenía
pecado propio que pudiera reclamar la muerte. Sin embargo, Pedro no
razona así en este punto. Todo su razonamiento está fundamentado
en la Palabra de Dios, en las Escrituras proféticas. Bajo la
inspiración del Espíritu, dice que David hablaba de Jesús en el
Salmo 16:8-11. La tradición judaica de aquellos tiempos también
aplicaba estas palabras al Mesías. El
punto central es la promesa de que Dios no dejaría (abandonaría)
su alma en el infierno (en griego, hades, el lugar más allá
de la vida, traducción de la palabra hebrea sheol), y no
permitiría que su Santo viera corrupción (putrefacción). Pedro
declara que era correcto que él dijera libremente (libre y
abiertamente) del patriarca (padre y jefe o gobernante ancestral)
David que el salmo no se le podía aplicar a él. No sólo estaba
muerto y enterrado, sino que su tumba se hallaba allí, en Jerusalén.
Era evidente que la carne de David sí había visto corrupción.
Pero la de Jesús no. Aunque Pedro no lo dijo, estaba declarando
implícitamente que la tumba de Jesús estaba vacía. Puesto
que David era profeta (vocero de Dios), y puesto que sabía que Dios
había jurado que Uno del fruto de sus lomos se sentaría en su
trono, pudo prever la resurrección del Cristo (el Mesías, el
Ungido de Dios) y hablar de ella. Aquí se está haciendo referencia
al pacto davídico. En él, Dios le prometió a David que siempre
habría un hombre de su simiente para el trono. Esto fue dicho
primeramente con respecto a Salomón (2 Samuel 7:11-16). Pero
reconocía que si los descendientes de David pecaban, tendrían que
ser castigados como cualquier otro. Sin embargo. Dios nunca le
volvería la espalda al linaje de David para sustituirlo, como había
hecho en el caso del rey Saúl. Este pacto fue confirmado nuevamente
en los Salmos 89:3, 4; 132:11, 12. Como
los reyes del linaje de David no siguieron al Señor, al final Él
tuvo que hacer terminar su reinado y enviarlos al exilio de
Babilonia. Su propósito al hacerlo fue librar a Israel de la
idolatría. Pero la promesa hecha a David seguía en pie. Todavía
habría Uno que se sentaría en el trono de David y lo haría eterno. Con
esto, Pedro declara que Jesús es el Rey mesiánico. Porque Dios lo
levantó, no fue dejado (abandonado) en el hades, y su carne no vio
corrupción. Además de esto, tanto Pedro como los ciento veinte
eran testigos todos de su resurrección. Sin
embargo, la resurrección de Cristo sólo era parte de un proceso
mediante el cual Dios, por su poderosa diestra, alzó a Jesús a una
exaltada posición de poder y autoridad a su derecha. (Habla de las
dos formas: "por la diestra de Dios" y "a la diestra
de Dios".) Este es también el lugar del triunfo y la victoria.
Al pagar todo el precio. Jesús ganó para nosotros la batalla
contra el pecado y la muerte. Por esto permanece a la derecha de
Dios durante toda esta época. (Vea Marcos 16:19; Romanos 8:34;
Efesios 1:20, 21; Colosenses 3:1; Hebreos 1:3; 8:1; 10:12; 12:2; 1
Pedro 3:22.) En
Cristo, nosotros también nos hallamos sentados a la derecha de Dios
(Efesios 2:6). Puesto que ésta es nuestra posición en Cristo, no
necesitamos nuestras propias obras de justicia para reclamar su
promesa. Nada que podamos hacer nos daría una posición más alta
de la que ya tenemos en Cristo. A
continuación, Pedro usa la exaltada posición de Cristo para
explicar la experiencia pentecostal. Al estar ahora a la derecha del
Padre, Él recibió del Padre la promesa del Espíritu Santo y
derramó a su vez ese Espíritu; la multitud podía ver y oír el
resultado de su acción: los ciento veinte hablando en otras lenguas. Jesús
había dicho que le era necesario irse para que el Consolador
pudiera venir (Juan 16:7). Así, aunque el bautismo en el Espíritu
Santo es la promesa del Padre, Jesús es el que lo derrama. El Padre
es el Dador, pero Jesús es el Bautizador. El
derramamiento del Espíritu también era evidencia de que Jesús había
sido exaltado realmente a la derecha del Padre. Esto significa algo
para nosotros, los que ahora creemos y recibimos el bautismo en el
Espíritu. Este bautismo se convierte para nosotros personalmente en
evidencia de que Jesús está allí, a la mano derecha del Padre, aún
hoy, para interceder por nosotros. De esta forma podemos ser
testigos directos sobre el lugar donde está Jesús, y lo que está
haciendo. Con
otra cita de las Escrituras, se evidencia más aún que nada de esto
era aplicable a David. David no ascendió a los cielos, como lo había
hecho Jesús, pero había profetizado esa exaltación en el Salmo
110:1. Una vez más, no podía estar hablando de sí mismo, porque
dice: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra,
hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies (con lo que
indicaba una victoria completa y definitiva, como en Josué
10:24)." Jesús hizo referencia a esto también en Lucas
20:41-44, reconociendo que David llama Señor a su hijo más
importante. (Vea también Mateo 22:42-45; Marcos 12:36, 37). La
conclusión que Pedro saca de esto es que toda la casa de Israel
necesitaba saber ciertísimamente que Dios había hecho a este Jesús,
al que los habitantes de Jerusalén habían crucificado. Señor y
Cristo (Mesías). De
esto deducimos que, en cumplimiento de la profecía de Joel, Jesús
es el Señor al cual todos debemos acudir en busca de salvación.
Pablo reconoce también que Dios lo ha exaltado grandemente y le ha
dado un nombre que está por sobre todo otro nombre (Filipenses
2:9). "El Nombre" en el Antiguo Testamento hebreo siempre
es una expresión usada para hablar del Nombre de Dios. (El hebreo
tiene otras maneras de referirse al nombre de un ser humano sin usar
la palabra "el".) La expresión El Nombre representa la
autoridad, persona, y especialmente la personalidad de Dios en su
justicia, santidad, fidelidad, bondad, amor y poder. "Señor"
fue la expresión que el Nuevo Testamento usó para el Nombre de
Dios. La misericordia, la gracia y el amor son partes de la santidad,
el nombre santo por el cual Jesús es reconocido como Señor, la
revelación plena de Dios al hombre. Aquí hallamos también la
seguridad de que Jesús está en el cielo, y en pleno dominio de
todo. Dios cuidará que su plan sea realizado, pase lo que pase en
este mundo. Se añadieron tres mil a la iglesia (2:37-42) "Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a
los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les
dijo: Arrepentios, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu
Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y
para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios
llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba,
diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que
recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día
como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles,
en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan yen las
oraciones." La
reacción ante estas palabras proféticas fue inmediata. Se
compungieron de corazón (fue perforado su corazón). Ya no
siguieron diciendo: "¿Qué significa esto?" Las palabras
de Pedro, inspiradas por el Espíritu Santo, se clavaron en su
conciencia. Clamaron a él y a los otros apóstoles (que
evidentemente, todavía estaban de pie junto a él): Varones
hermanos, ¿qué haremos? Sin
embargo, no se sentían totalmente desechados. Pedro los había
llamado hermanos, y ellos respondieron llamando hermanos a los apóstoles.
Su pecado al rechazar y crucificar a Cristo era grande, pero su
clamor mismo demuestra que creían que había esperanza, que podrían
hacer algo. Pedro
les respondió con un llamado al arrepentimiento, esto es, a cambiar
su pensamiento y sus actitudes fundamentales aceptando la voluntad
de Dios revelada en Cristo. Como en Romanos 12:1, 2, este cambio
exigía una renovación de la mente acompañada de un cambio de
actitud con respecto al pecado y a sí mismo. La persona que se
arrepiente de veras, aborrece el pecado (Salmo 51). Se humilla,
reconoce que necesita a Cristo, y se da cuenta que no hay en él
bondad alguna que le permita permanecer delante de Dios. Después,
los que se arrepintieran podrían declarar ese cambio de mente y
corazón haciéndose bautizar en el nombre (en griego, por el nombre)
de Jesucristo, esto es, por la autoridad de Jesús. Lucas no da más
explicaciones, pero con frecuencia no explica lo que en algún otro
lugar aparece con claridad. La autoridad de Jesús señala hacia su
propio mandato que aparece en Mateo 28:19. O sea, que el acto mismo
de bautizar era hecho en el nombre (para la adoración y el servicio)
del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Este
bautismo sería también "para" la remisión (el perdón)
de sus pecados. ¡Qué maravilloso! ¿Qué rey de la tierra ha
perdonado a un traidor? Sin embargo Cristo lo hizo y aún lo hace.
Esto es gracia pura y amor sin igual. (Vea Romanos 5:8, 10.)
"Para perdón de los pecados" estaría mejor traducido
"debido a la liberación de vuestros pecados y el perdón de
ellos". Nuestro pecado y nuestra culpa son apartados de
nosotros tan lejos como el este lo está del oeste (Salmo 103:12).
No sólo están perdonados, sino que se han ido realmente; se han
ido de nuestra existencia para nunca más ser alzados contra
nosotros. "Debido
a" es mejor que "para", puesto que es el mismo tipo
de construcción griega usado cuando Juan bautizaba en agua
"para" arrepentimiento (Mateo 3:11). Está claro que Juan
no bautizaba a nadie para producir arrepentimiento. Cuando los
fariseos y saduceos venían a él, les exigía que produjeran fruto
digno de arrepentimiento (que demostrara un verdadero
arrepentimiento). Esto es, tenían que arrepentirse primero, y
entonces él los bautizaría. Somos salvos por gracia por medio de
la fe, no por medio del bautismo (Efesios 2:8). Después del
arrepentimiento, el bautismo en agua se convierte en la respuesta o
testimonio de una buena conciencia que ya ha sido purificada por la
sangre y por la aplicación de la Palabra relativa a la resurrección
de Cristo por el Espíritu (1 Pedro 3:21; Romanos 10:9, 10). Hay
quienes alegan equivocadamente que no había agua suficiente en
Jerusalén para bautizar a tres mil por inmersión. Sin embargo, la
piscina de Betesda sola era una gran piscina doble, y se han
excavado los restos de otras piscinas. En realidad, las
posibilidades de bautismo por inmersión eran mucho mayores en
Jerusalén entonces que ahora. Después,
Pedro habló de la Promesa. Los creyentes recibirían también al
Espíritu Santo, como un don diferente después del perdón de sus
pecados. Este don del Espíritu Santo es, por supuesto, el bautismo
en el Espíritu Santo. Debe ser distinguido de los dones del Espíritu,
que son dados por el Espíritu (1 Corintios capítulos
12:14). El don del Espíritu es entregado por Jesús, el
poderoso Bautizador. A
continuación, Pedro sigue insistiendo en que esta promesa del
bautismo en el Espíritu no se limitaba a los ciento veinte. Seguiría
estando a disposición, no sólo de ellos, sino también de sus
hijos (incluyendo todos sus descendientes), y de todos los que
estuvieran lejos, y todos cuanto el Señor nuestro Dios llamara a sí.
O sea que la única condición para recibir la Promesa del Padre es
el arrepentimiento y la fe. Por tanto, sigue estando hoy a nuestra
disposición. El
"llamado" podría referirse a Joel 2:32, pero no puede
limitarse a los judíos. En Isaías 57:19, Dios habla paz al que está
lejos, y Efesios 2:17 aplica esto a la predicación del Evangelio a
los gentiles. Hechos 1:8 habla también de los confines de la
tierra. Aunque es posible que Pedro no haya comprendido esto
completamente hasta su experiencia en casa de Cornelio, se ve
claramente que quedan incluidos los gentiles. También queda en
claro que mientras Dios esté llamando seres humanos hacia sí, el
bautismo en el Espíritu prometido seguirá a disposición de todos
los que vengan a Él. Lucas
no recoge el resto del testimonio y la exhortación de Pedro. Pero
en esta exhortación, es posible que Pedro haya estado ejercitando
otro de los dones del Espíritu (Romanos 12:8). Pedro se convirtió
en el instrumento a través del cual el Espíritu Santo llevó a
cabo la labor predicha por Jesús en Juan 16:8. La
esencia de la exhortación de Pedro era que debían salvarse a sí
mismos (o mejor, ser salvos) de esta perversa (malvada) generación.
Es decir, debían apartarse de la perversidad y la corrupción de
los que los rodeaban y rechazaban la verdad sobre Jesús. (Vea las
palabras de Jesús en Lucas 9:41; 11:29 y 17:25.) No hay ningún
otro antídoto a la perversidad y la corrupción de la sociedad
contemporánea. Los
que recibieron (le dieron la bienvenida) a la palabra (el mensaje)
de Pedro, testificaron entonces de su fe haciéndose bautizar en
agua. Por
el Espíritu, también habían sido bautizados en el Cuerpo de
Cristo (1 Corintios 12:13). Dios nunca nos salva para que andemos
solos y errantes. Por esto, los tres mil no se esparcieron, sino que
permanecieron juntos, y perseveraban en la doctrina de los apóstoles
(su enseñanza), en la comunión, en el partimiento del pan y en las
oraciones. Con
esto vemos que la nueva evidencia de su fe era este deseo
persistente de recibir enseñanza. Al aceptar a Cristo y el don del
Espíritu, se abrió para ellos una comprensión totalmente nueva
del plan y los propósitos de Dios. Llenos de gozo, se sentían
hambrientos y querían aprender más. Esto nos muestra también que
los apóstoles estaban obedeciendo a Jesús al enseñar (hacer discípulos),
tal como El había ordenado en Mateo 28:19. También nos muestra que
el discipulado incluye esta especie de deseo ferviente por aprender
más sobre Jesús y sobre la Palabra de Dios. Había
comunión en la enseñanza. No era simplemente el hecho de reunirse.
Era compartir los propósitos de la Iglesia, su mensaje y su obra.
Como en 1 Juan 1:3, la Palabra, tal como había sido testificada por
la enseñanza de los apóstoles, creó esta comunión, una comunión
que no sólo era con los apóstoles, sino también con el Padre y
con el Hijo. Algunos
creen que la partición del pan sólo significa la Cena del Señor,
pero también incluye la comunión en la mesa. No podían observar
la Cena del Señor en el Templo, de manera que lo hacían en las
casas, primeramente en relación con una comida (puesto que Jesús
la había instituido al final de la cena de Pascua). Seguramente
se reunirían a diario en el Templo a las horas de oración,
costumbre que todos seguían practicando, además de tener reuniones
de oración en las casas. La iglesia crece (2:43-47) "Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y seriales
eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído
estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus
propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la
necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el
templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría
y sencillez de corazón, " alabando a Dios, y teniendo favor
con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los
que habían de ser salvos." El
testimonio constante de los apóstoles sobre la resurrección de
Cristo produjo un temor reverencial (que incluía un sentido de
pavor en presencia de lo sobrenatural) en toda persona que oía.
Esto se puso más de relieve aún por los numerosos prodigios y señales
hechos por los apóstoles. (Esto es, hechos por Dios a través de
los apóstoles.) El griego indica que eran agentes secundarios. El
que hacía la obra realmente era Dios. (Compare con 1 Corintios
3:6.) Más
tarde, Dios haría milagros a través de muchos otros. Pero ahora,
los apóstoles tenían la enseñanza de Jesús y el respaldo de que
su fe había sido alentada por Él. Los milagros no eran para
exhibición, sino más bien para confirmar la Palabra, la enseñanza.
(Vea Marcos 16:20.) También ayudaron para que la fe de los nuevos
miembros de la iglesia de Pentecostés se afirmara en la Palabra y
en el poder de Dios. (Vea
1 Corintios 2:4, 5.) Los
creyentes permanecieron juntos y tenían todas las cosas en común
(las compartían). Muchos vendían tierras suyas y propiedades
personales; el dinero era distribuido a todos aquellos que tuvieran
necesidades. "Según la necesidad de cada uno" es una
declaración clave: no vendían las propiedades mientras no hubiera
una necesidad. Esto
no era comunismo, en el sentido moderno de la palabra, ni siquiera
vida comunal. Simplemente era el compartir cristiano. Todos se daban
cuenta de la importancia de fundamentarse en la enseñanza de los apóstoles
(que nosotros tenemos hoy en la Palabra escrita). Algunos de los que
eran de fuera de Jerusalén se quedaron sin dinero pronto, así que
los que pudieron, simplemente vendieron lo necesario para que se
pudieran quedar. Más tarde Pedro aclararía que nadie estaba
obligado a vender nada ni a dar nada (Hechos 5:4). Pero la comunión,
el gozo y el amor hacían fácil compartir cuanto tenían. De
manera que el cuadro es el de un amoroso cuerpo de creyentes que se
reunían unánimes a diario en el Templo con un mismo pensar, un
mismo propósito, y compartían la comunión de la mesa en sus casas
("de casa en casa", por familias). Cada casa se convirtió
en un centro de comunión y adoración cristiana. El hogar de la
madre de Marcos era uno de dichos centros. Sin duda alguna, el hogar
de María y Marta en Betania era otro. Jerusalén no tenía
capacidad para una multitud así, y seguramente muchos se quedaban
en los poblados de los alrededores. La
comunión en la mesa era muy importante también. Comían con
regocijo (deleite y gran gozo) y con sencillez de corazón. No había
celo, ni críticas, ni contiendas; sólo gozo y corazones llenos de
alabanza a Dios. Podemos estar seguros de que la alabanza encontraría
su expresión también en salmos, himnos y cánticos espirituales
que salían de sus corazones (Colosenses 3:16). La
consecuencia fue que encontraron favor con todo el pueblo (de
Jerusalén). Así el Señor seguía añadiendo día tras día a
aquellos que habían de ser salvos. Podemos estar seguros también
de que la Iglesia los aceptaría llena de gozo. Debemos
notar aquí que la última parte del versículo 47 no pretende
hablar de la predestinación de las personas. La expresión griega
es una simple declaración de que cada día eran salvos algunos, y
de que los salvos eran añadidos a la Iglesia. Note también que no
se presionaba fuertemente sobre los demás. Las personas veían el
gozo y el poder y abrían el corazón a la Palabra, a la verdad
sobre Jesús. Autor:
Stanley M. Horton -Editorial vida- ISBN 0-8297-1305-0
4 Capítulo
03 Es
frecuente que Lucas haga una afirmación general para dar después
un ejemplo específico. En Hechos 2:43, declara que muchas
maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Ahora procede
a dar un ejemplo para ilustrar lo dicho y al mismo tiempo mostrar cómo
esto ocasionó un crecimiento mayor en la Iglesia. En
esta ocasión, Pedro y Juan subían la colina del Templo para entrar
en él y unirse a los demás en la hora de oración vespertina, la
hora nona (alrededor de las 3 p.m.). Al mismo tiempo, los sacerdotes
ofrecían sacrificios e incienso. Un regalo de sanidad (3:1-10) "Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la
oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían
cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que
pidiese limosna de los que entraban en el templo. Entre
el patio de los gentiles y el patio de las mujeres había una bella
puerta de bronce labrado, de estilo corintio, con incrustaciones de
oro y plata. Era más valiosa que si hubiera sido hecha de oro puro. En
la Puerta Hermosa, Pedro y Juan se encontraron con un hombre cojo de
nacimiento al que llevaban a diario y dejaban fuera de ella para que
pidiera limosnas (regalos de caridad). Más tarde leemos que el
hombre tenía más de cuarenta años. Jesús pasó por allí muchas
veces, pero es evidente que el hombre nunca le pidió sanidad. También
es posible que Jesús en la providencia divina y sabiendo los
tiempos perfectos, dejó a este hombre para que se pudiera convertir
en un testigo mayor aún cuando fuera sanado más tarde. Cuando
este hombre les pidió una limosna, Pedro, junto con Juan, fijó sus
ojos en él. Qué contraste este momento con los celos que los discípulos
se mostraban mutuamente antes (Mateo 20:24). Ahora actúan en
conjunto, en completa unidad de fe y de propósito. Entonces Pedro,
como vocero, le dijo: "Míranos". Esto hizo que el hombre
pusiera toda su atención en ellos, y suscitó en él la esperanza
de recibir algo. Sin
embargo, Pedro no hizo lo que él esperaba. El dinero que tenía,
muy probablemente ya se lo había dado a los creyentes necesitados.
Pero sí tenía algo mejor que darle. Su declaración: "No
tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy", exigió fe de su
parte. No hay duda de que lo dijo bajo el impulso del Espíritu
Santo, que le había dado un regalo (un don) de sanidad para este
hombre (1 Corintios 12:9, 11). Entonces
Pedro, en forma de mandato, le dijo: "En el nombre de
Jesucristo de Nazaret, levántate y anda". Al mismo tiempo,
puso su fe en acción, al tomar al hombre por la mano derecha y
levantarlo. Inmediatamente, los pies y los tobillos de aquel hombre
recibieron fortaleza (se le afirmaron). Es muy posible también que
la fe de aquel hombre recibiera una sacudida al ser mencionado el
nombre de Jesús, Mesías de Nazaret. Quizá alguno de los tres mil
que fueron salvos en Pentecostés ya le había testificado. Con
seguridad habría oído de otros que habían sido sanados por Jesús. Cuando
los pies y los tobillos de aquel hombre se llenaron de fortaleza,
Pedro no tuvo que seguirlo levantando. El hombre saltó, se puso en
pie por un instante y comenzó a caminar. Puesto que era cojo de
nacimiento, nunca había aprendido a caminar. No hay sacudida psicológica
capaz de realizar esto. Ahora
que el hombre estaba sanado, podía entrar al Templo. Puesto que no
se les permitía a los impedidos entrar, ésta sería la primera vez
en su vida. Entró caminando normalmente con Pedro y Juan, daba unos
cuantos pasos y saltaba de puro gozo, gritando continuamente las
alabanzas de Dios. Dios lo había tocado y no podía contener el
gozo y la alabanza. El
versículo 11 indica que todavía sostenía la mano de Pedro, y
también tomó la de Juan. Qué escena tan maravillosa debe haber
sido la del hombre aquel que entraba caminando y saltando en el
patio del Templo, y arrastrando a Pedro y a Juan consigo. Toda
la gente que lo veía, lo reconocía como el hombre que había
nacido cojo y estaba siempre sentado pidiendo limosna en la Puerta
Hermosa. Por consiguiente, su sanidad los llenó de asombro (no la
palabra ordinaria, sino otra que está relacionada con el terror) y
de espanto (implica también perplejidad). Estaban atónitos y
sobrecogidos. El autor de la vida (3:11-21) "Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado,
todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se
llama de Salomón. Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones
israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿por qué ponéis
los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos
hecho andar a éste? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el
Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien
vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste
había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros negasteis al Santo
y Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al
Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo
cual nosotros somos testigos. Y por la fe en su nombre, a éste, que
vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que
es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de
todos vosotros. Ya
en este momento, el inválido sanado, todavía tomado de las manos
con Pedro y Juan, se hallaba en el Pórtico de Salomón, un pórtico
techado que se hallaba a un lado del patio del Templo. Desde todos
los patios del Templo, la gente corría y se aglomeraba para verlos.
Fácilmente pueden haberse reunido diez mil personas en el Templo a
la hora de la oración. Esta
era la oportunidad que esperaba Pedro, y respondió con prontitud a
las preguntas sin formular que se veían en sus caras maravilladas.
Su mensaje sigue el mismo esquema general dado por el Espíritu en
el día de Pentecostés, pero adaptado a esta nueva situación. Dirigiéndose
a ellos como a "varones israelitas" (era la costumbre,
aunque había mujeres en la multitud), les preguntó por qué se
maravillaban de esto y por qué ponían sus ojos en él y en Juan,
como si la capacidad de aquel hombre para caminar tuviera su fuente
en el poder o la piedad (santidad) de ellos. A
continuación, Pedro dio testimonio de Jesús. Aquel a quien las
Escrituras describen como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios
de sus padres (Éxodo 3:6, 15), había glorificado a su Hijo
(Siervo) Jesús. Nuevamente
les recuerda que eran responsablesb por el arresto de Jesús y por
haberlo negado ante Pilato, aun cuando éste había decidido ponerlo
en libertad. Aquel a quien habían negado era el Santo y Justo.
Nuevamente, está haciendo una referencia al Siervo sufriente de Isaías
(Isaías 53:11; cf. Zacarías 9:9). Pero se habían apartado de El
tan completamente, que habían pedido que se les liberara a un
homicida en su lugar. (Vea Lucas 23:18, 19, 25.) Eran
culpables de la muerte del Autor de la vida. ¡Qué contraste! Le
habían dado muerte a Aquél que les había dado vida a ellos. La
palabra griega traducida Autor es arjegón, una
palabra que generalmente significa originador, fundador. En Hebreos
2:10 y 12:2 también está traducida como autor. Se refiere a
la participación de Jesús en la creación Juan 1:3 dice de Jesús,
la Palabra viva: "Todas las cosas por él fueron hechas, y sin
él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho." En otras
palabras, el Jesús preencarnado era la Palabra viviente que
pronunció los mundos y existieron, y por medio de El, Dios inspiró
la vida en el hombre que había formado (Génesis 2:7). Este Jesús,
la fuente misma de la vida, y por tanto, de la sanidad, era el que
ellos habían matado. Pero Dios lo había levantado de entre los
muertos. Pedro y Juan habían sido testigos. La sanidad de aquel
hombre también era testimonio de que Jesús estaba vivo. Note
la repetición del Nombre en el versículo 16. Por la fe (fundado en
la fe, con base en la fe) en su Nombre, este hombre que ustedes ven
y conocen, su Nombre lo ha hecho fuerte. Y la fe que es por (a través
de) Él (Jesús) le ha liberado de su defecto corporal en presencia
de todos ustedes. El
Nombre, por supuesto, se refiere a la personalidad y naturaleza de
Jesús como el Sanador, el gran Médico. La sanidad apareció al
haber fe en Jesús y en lo que El es. Pero no era la fe de ellos en
sí misma la que había obrado la sanidad. Era el Nombre, esto es,
el hecho de que Jesús es fiel a su naturaleza y personalidad. Él
es el Sanador. Claro que la fe había tenido una gran participación,
pero era la fe por medio de Jesús. La fe que el mismo Jesús les
había impartido (no sólo a Pedro y a Juan, sino también al
hombre) le dio libertad completa de su defecto a este hombre lisiado
delante de sus propios ojos. Jesús había sanado al cojo; todavía
estaba sanando a los lisiados a través de sus discípulos. Pedro
añade que sabía que por ignorancia, ellos y sus gobernantes habían
matado a Jesús. Pablo confesaría más tarde que él perseguía a
la Iglesia por ignorancia y en incredulidad (1 Timoteo 1:13). Esto
quiere decir que ellos no sabían en realidad que Jesús fuera el
Mesías, ni tampoco que fuera el Hijo de Dios. Esta ignorancia no
hacía menor su culpa. Hasta en el Antiguo Testamento siempre había
perdón disponible para los pecados hechos en ignorancia. Jesús
mismo exclamaría: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen" (Lucas 23:34). Los
sufrimientos y la muerte de Jesús fueron también el cumplimiento
de profecías que Dios había revelado por la boca de todos sus
profetas; esto es, por el cuerpo de profetas en pleno. Su mensaje
total, tenía uno de sus focos en la muerte de Cristo. Así y todo,
esto no hacía menor la culpa de los jerosolimitanos tampoco. Como
en el día de Pentecostés, Pedro los exhortó entonces al
arrepentimiento, al cambio de pensamiento y de actitudes con
respecto a Jesús. Que se convirtieran (se volvieran hada Dios) para
que sus pecados (incluso el pecado de rechazar y matar a Jesús)
fueran borrados (limpiados, tachados, destruidos) y para que
vinieran de la presencia (faz) del Señor tiempos (estaciones,
ocasiones) de refrigerio. A quienes se arrepintieran. El les enviaría
el Mesías Jesús designado para ellos, que los cielos debían
recibir hasta los tiempos de la restauración (restablecimiento) de
todas las cosas, de las que habló Dios por la boca de sus santos
profetas desde tiempo antiguo (desde el comienzo de la edad). Esta
última expresión es una paráfrasis que podría significar
"desde la eternidad" o "desde el principio de los
tiempos". El sentido es "todos los profetas que han
existido". Gracias
a este pasaje vemos que el arrepentimiento y la conversión hacia
Dios, no sólo traen consigo que los pecados son borrados, sino
también tiempos de refrigerio que nos da el Señor. No tenemos que
esperar hasta que Jesús regrese para poder disfrutar de estos
tiempos. El pasaje indica, especialmente en el texto griego, que
podemos tenerlos ahora, y hasta el momento en que Jesús venga. Son
demasiados los que ponen toda su energía en advertencias sobre los
peligrosos tiempos que se avecinan y en la declaración de que habrá
caídas (2 Timoteo 3:1; 2 Tesalonicenses 2:3). Estas cosas llegarán.
Las caídas, por supuesto, pueden ser caídas espirituales, aunque
la palabra griega significa de ordinario revueltas, revolución y
guerra. Aunque las advertencias son necesarias, el cristiano no
tiene por qué hacer de esto el punto central de su atención. El
arrepentimiento (cambio de pensamiento y de actitud) y la conversión
hacia Dios, seguirá trayéndonos tiempos de refrigerio desde la
presencia misma de Dios. El día de la bendición espiritual, el día
de los milagros y del avivamiento no ha pasado. En medio de tiempos
peligrosos, aún podemos poner nuestros ojos en el Señor, y recibir
derramamientos refrescantes y poderosos de su Espíritu. Los
tiempos de restauración son una referencia a la edad por venir, el
Milenio. Entonces Dios restaurará y renovará, y Jesús reinará
personalmente sobre la tierra. La restauración profetizada incluye
un nuevo derramamiento del Espíritu en el reino restaurado. Algunos
sacan de contexto la restauración de todas las cosas, y tratan de
hacer que incluya hasta la salvación de Satanás. Pero "todas
las cosas" es una expresión que debe ser tomada junto con
otra: "que habló Dios". Sólo aquellas cosas que ha sido
profetizado que serán restauradas, lo serán realmente. Los
profetas también señalan que el reino llegará a través del
juicio. Daniel 2:35, 44, 45 presenta la imagen de Babilonia, que
representa todo el sistema mundano desde Babilonia hasta el final de
los tiempos. Hasta que no sea golpeada en el pie (en los últimos días
de esta época), el presente sistema mundial no será destruido y
reducido a polvo. Hasta lo bueno que haya en el sistema mundial
actual tendrá que ser destruido para dar paso a las cosas mejores
del reino futuro, que llenará la tierra después de que Jesús
venga de nuevo. No
sabemos cuándo sucederá. Pero lo importante es que no tenemos que
esperar a que venga el Reino para experimentar las bendiciones y el
poder de Dios. El Espíritu Santo nos trae las arras, un primer
anticipo de las cosas por venir. Y podemos tener estos tiempos de
refrigerio prometidos aun ahora, si cumplimos con las condiciones
del arrepentimiento y la conversión hacia Dios. Un profeta como Moisés (3:22-26) "Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os
levantará profeta de entre vuestros hermanos, corno a mí; a él
oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a
aquel profeta, será desarraigada del pueblo. Y todos los profetas
desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han
anunciado estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, y
del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En
tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. A
vosotros primeramente. Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió
para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su
maldad." Ahora
Pedro regresa a Moisés y cita Deuteronomio 18:18,19, donde Dios
promete levantar un profeta como él. (Vea también Levítico 26:12;
Deuteronomio 18:15; Hechos 7:37.) Esta era la promesa en la que
pensaban también los que le preguntaron a Juan el Bautista si él
era "el profeta" (Juan 1:21, 25). Algunos opinan que
Deuteronomio tiene un cumplimiento parcial en Josué (un hombre en
el que está el Espíritu; Números 27:18), Samuel y la línea de
profetas del Antiguo Testamento. Pero tuvo su cumplimiento total en
Jesús. ¿En
qué aspectos era Jesús como Moisés? Dios usó a Moisés para
instaurar el Pacto Antiguo; Jesús trajo el Nuevo. Moisés sacó a
la nación de Israel de tierras de Egipto y la llevó a Sinaí,
donde Dios la atrajo a sí mismo (la hizo entrar en una relación de
pacto con El). (Vea Éxodo 19:4.) Jesús se convirtió en el camino
nuevo y viviente por el cual podemos entrar en lo más santo de la
presencia misma de Dios. Moisés le dio a Israel el mandato de
sacrificar un cordero; Jesús es el Cordero de Dios. Moisés fue
usado por Dios para realizar grandes milagros y señales; Jesús
realizó muchos milagros y señales; más, pero la mayoría eran señales
de amor, más que de juicio. (Vea Hebreos 3:3-6, donde se proclama
la superioridad de Cristo con respecto a Moisés.) Moisés
le advirtió al pueblo que sería desarraigado todo aquel, que no
recibiese y obedeciese a este Profeta. O sea que, aunque Dios es
bueno, hay un castigo para aquellos que no se arrepientan. Pedro
hizo hincapié en el significado de la advertencia de Moisés. Serían
desarraigados del pueblo. Esto es. Dios no destruiría a su pueblo
como tal sino que serían los individuos los que se podrían perder. Samuel
fue el más grande de los profetas después de Moisés (1 Samuel
3:20). Desde aquel momento, todos los profetas hablaron de estos días,
o sea, de los días de la obra que Dios realizaría a través de
Cristo. Aunque algunos no hayan dado profecías específicas en sus
escritos, todos dieron profecías que señalaban hada estos días, o
preparaban para ellos. Los
judíos a los que Pedro se estaba dirigiendo, eran los descendientes
verdaderos de los profetas, herederos también del pacto abrahámico
con su promesa de que en la simiente de Abraham (Cristo) todas las
familias de la tierra serían bendecidas (Génesis 22:18; Calatas
3:16). Esa
bendición prometida a todas las familias de la tierra, llegó en
primer lugar a estos judíos de Jerusalén. ¡Qué privilegio! Sin
embargo, no se trataba de un favoritismo por parte de Dios. Era su
oportunidad para recibir la bendición arrepintiéndose y apartándose
de sus pecados (obras malas o perniciosas). También era una
oportunidad de poder servir. En
realidad, alguien tenía que ser el primero en llevar el mensaje.
(Compare con Romanos 1:16; 2:9, 10; 3:1, 2.) Pablo siempre iba a los
judíos primero, porque ellos tenían las Escrituras y la cultura, y
conocían la Promesa. Pero no podían llevar el mensaje y la bendición
a los demás, sin arrepentirse primero y experimentar la bendición
en ellos mismos. Dios había preparado a los judíos para esto.
Todos los primeros evangelistas (esparcidores de las Buenas Nuevas)
eran judíos. Autor:
Stanley M. Horton -Editorial vida- ISBN 0-8297-1305-0
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