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4. Hechos 6, 7 Hechos Apostólicos es un estudio de la Edad Apostólica de la iglesia cristiana temprana. Es la continuación milagrosa de la obra de Jesús en el primer siglo, a través de la obra del Espíritu Santo y su iglesia. Presenta el ministerio de Pedro, de los doce apóstoles y de Pablo de Tarso, en su cumplimiento de la Gran Comisión desde el Día de Pentecostés hasta llevar el evangelio a Roma, el capital del mundo. 7. Capítulo
06
El
capítulo 4 de los Hechos relata el primer ataque que recibió la
Iglesia desde el exterior. El capítulo 5 describe un ataque
procedente del interior. En ambos casos, la Iglesia siguió
creciendo. Ahora vemos en el capítulo 6, que el número de
los discípulos (aprendices, los creyentes que deseaban aprender más
sobre Jesús y el Evangelio) seguía creciendo aún. Los
Siete Escogidos (6:1-7) En
aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo
murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de
aquellos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los
doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es
justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las
mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de
buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a
quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la
oración y en el ministerio de la palabra. ¿Qué
sucede cuando crece una comunidad de personas? Todos los recién
llegados que se aglomeran, causan problemas. En este caso, la
Iglesia creciente tenía representación de todos los estratos
sociales de aquel momento en Jerusalén y en Judea. Algunos de ellos
habían nacido allí y hablaban hebreo en sus hogares; conocían el
griego como segundo idioma, puesto que el griego había sido el
idioma del tráfico mercantil, el comercio y el gobierno desde los días
de Alejandro Magno. En cambio, los judíos nacidos fuera de
Palestina no sabían hebreo bien, y normalmente hablaban en griego.
Puesto que representaban a muchos países, el griego era la única
lengua que todos ellos comprendían. En
los capítulos anteriores vimos que los creyentes contribuían a un
fondo común para beneficio de los necesitados. A medida que el
tiempo fue pasando, la mayoría encontraron trabajos, por lo que ya
no necesitaron esta ayuda. Sin embargo, las viudas no podían salir
a buscar trabajo. No era nada extraño en aquellos días,
especialmente entre los gentiles, que las viudas murieran de hambre.
Así es como, en el momento en que comienza este capítulo, las
viudas eran las únicas que seguían necesitando la ayuda de este
fondo. Es evidente que aquellos creyentes que podían, todavía les
traían dinero a los apóstoles para dicho fondo; los apóstoles
eran los responsables de que las necesidades de las viudas fueran
satisfechas. Es
probable que fuera aumentando la tensión durante algún tiempo
entre los creyentes que hablaban griego y los que hablaban hebreo,
antes de aflorar a la superficie. El idioma siempre es una seria
barrera entre las personas. Es fácil que un grupo minoritario se
sienta abandonado, especialmente si no entiende el idioma. De hecho,
el que no pudieran comprender es posible que haya causado que las
viudas que hablaban griego se retrajeran, de tal manera que fueran
pasadas por alto con facilidad. Finalmente,
la murmuración (descontento a media voz) se levantó entre los
creyentes de habla griega contra los de habla hebrea, porque sus
viudas eran desatendidas (pasadas por alto) en la distribución
diaria. Entonces,
los Doce (los apóstoles, entre ellos Matías) llamaron a la
multitud (todo el conjunto) de los discípulos y les dijeron que no
era justo (agradable, satisfactorio, aceptable) que ellos dejaran (abandonaran)
la Palabra de Dios (su enseñanza y predicación) para servir a las
mesas (mesas de dinero). Les
dijeron a los creyentes que buscaran de entre ellos siete hombres
llenos del Espíritu Santo y de sabiduría práctica. A éstos, los
apóstoles los encargarían de (pondrían al frente de) este trabajo.
En otras palabras, los apóstoles especificaron las cualidades
necesarias, y los demás miraron en la congregación para ver quiénes
tenían estas cualidades en alto grado. Entonces escogieron a los
siete a través de alguna forma de elección. "Encargar"
significa simplemente "poner al frente de un cargo". Estos
nombramientos no fueron arbitrarios. Fue la congregación la que
escogió, y no los apóstoles. Aquí
no se les llama "diáconos" a los siete, aunque el verbo
es una forma de diakonéo, del cual se deriva la palabra. Lo
mas probable es que esta elección sirviera de precedente para lo
que en la Iglesia posterior encontraremos como un oficio. (Vea 1
Timoteo 3:8-12; Romanos 16:1, donde Febe es llamada diácono,
y no diaconisa.) Algunos
ven un significado especial en el número siete. Podría simbolizar
un número "completo". Parece más probable que la única
razón para tener siete era porque hacían falta siete para mantener
la contabilidad y darles el dinero a las viudas. (La palabra griega
usada para mesas en este pasaje, significa mesas de dinero.) La
selección de aquellos siete hombres les permitió a los apóstoles
dedicarse a la oración y el ministerio (la ministración) de la
Palabra. Es decir: los apóstoles servían la Palabra, ponían la
mesa de la Palabra, mientras que los siete servían el dinero. No
hubo disensiones ante esta propuesta (palabra, logas), porque
agradó a la multitud (de los creyentes). A continuación
seleccionaron a Esteban (en griego, "corona o diadema de
vencedor"), un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo; Felipe
(en griego, "aficionado a los caballos"); Prócero;
Nicanor; Timón; Parmenas y Nicolás, prosélito (gentil convertido
al judaísmo) de Antioquía (de Siria). Todos
ellos tienen nombres griegos, y sin duda alguna, procedían del
grupo de creyentes de habla griega. Con toda certeza, esto muestra
la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo en los corazones de
los creyentes de habla hebrea. Ellos eran mayoría, pero escogieron
todos los "diáconos" del grupo de la minoría. Estos
siete estarían a cargo de la administración de los fondos para los
necesitados de ambos grupos. Así, no había posibilidad de que los
creyentes de habla griega tuvieran más quejas. Esto
fue sabio. También muestra cómo el Espíritu Santo derribó la
primera barrera que se alzó en la Iglesia. La muchedumbre puso a
los siete ante los apóstoles, quienes les impusieron las manos.
Esta imposición de manos fue probablemente algo similar al
reconocimiento público de Josué en Números 27:18, 19. No le
transmitía nada espiritual, puesto que ya era un hombre "en el
cual se halla el Espíritu". Pero inauguraba un nuevo nivel de
servicio. Esteban y los demás estaban llenos del Espíritu todos
antes de esto. La imposición de manos también simbolizaba que pedían
la bendición de Dios sobre ellos. Probablemente también orarían
para que el Espíritu les concediera todos los dones y las gracias
que fueran necesarios para llevar adelante este ministerio. Lucas
termina este incidente con otra declaración sumaria, en la que dice
que la Palabra del Señor crecía (seguía creciendo). Es decir, la
proclamación de la Palabra crecía, lo cual indica que no sólo
eran los apóstoles los que estaban comprometidos en su
esparcimiento. El número de los discípulos seguía multiplicándose
(aumentando) en Jerusalén, y un gran número de sacerdotes obedecían
a la fe también. Era un gran logro el que ellos hubieran
aceptado el Evangelio y la obediencia a las enseñanzas de los apóstoles,
puesto que la mayoría de los sacerdotes eran saduceos que no creían
en la resurrección. Es probable que estos sacerdotes continuaran
ejerciendo su oficio sacerdotal, puesto que los cristianos judíos
eran fieles todos al culto del Templo. Esteban
Es Acusado (6:8-15) Y
Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales
entre el pueblo. Entonces se levantaron unos de la sinagoga llamada
de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de
Asia, disputando con Esteban. Pero no podían resistir a la sabiduría
y al Espíritu con que hablaba. " Entonces sobornaron a unos
para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas
contra Moisés y contra Dios. Y soliviantaron al pueblo, a los
ancianos y los escribas; y arremetiendo, le arrebataron, y le
trajeron al concilio. Y pusieron testigos falsos que decían: Este
hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar santo
y contra la ley; pues le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret
destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que nos dio Moisés.
Entonces todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los
ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel. El
hecho de que los siete (diáconos) fueran escogidos para realizar un
servicio más bien rutinario, no limitó su ministerio. Esteban,
lleno de gracia y de gran poder, comenzó a hacer (y siguió
haciendo) grandes prodigios y señales entre el pueblo. El pueblo no
era un simple grupo de espectadores, sino que experimentaba los
milagros como dones de Dios que satisfacían sus necesidades. Esta
es la primera vez que leemos algo sobre milagros que son hechos por
alguien que no es apóstol. Sin embargo, lo importante es que el Espíritu
Santo obraba a través de Esteban. El poder sobrenatural del Espíritu
era el que hacía la obra. Pronto
surgió la oposición. Esta vez vino de judíos de habla griega,
quienes, como Esteban, habían regresado para vivir en Jerusalén.
Tenían su propia sinagoga (o sinagogas)," en la cual había
judíos que eran libertos (hombres liberados, probablemente tomados
como esclavos y llevados a Roma, puestos en libertad posteriormente
por sus amos romanos). Algunos eran cireneos (de Cirene, al oeste de
Egipto en la costa del Mediterráneo) y alejandrinos (de Alejandría,
en Egipto). Otros eran de Cilicia (la provincia de donde era oriundo
Pablo, en el sureste del Asia Menor) y de la provincia de Asia (en
el oeste del Asia Menor). La
mayoría de estos judíos de la dispersión tenían que enfrentarse
con muchos peligros en sus enseñanzas, puesto que vivían rodeados
por gentiles. Por esto, se defendían con más rapidez de todo lo
que fuera diferente a lo que sus rabinos les habían enseñado. Pero,
aunque trataron de disputar (o debatir) con Esteban, no tenían ni
la fuerza ni el poder necesarios para enfrentarse a la sabiduría y
al Espíritu con que hablaba. En otras palabras, Esteban no dependía
de su propia sabiduría, sino de la unción y de los dones del Espíritu
Santo. ¡No es de extrañar que todos sus argumentos cayeran por
tierra! A
pesar de esto, todavía se siguieron negando a creer, y estaban
decididos a detener a Esteban. Por tanto, sobornaron a unos hombres
(los convencieron de alguna forma incorrecta) para que dijeran que
lo habían oído hablar palabras blasfemas (abusivas, injuriosas)
contra Moisés y contra Dios. Es probable que lo que hicieran fuera
torcer y malinterpretar las enseñanzas de Jesús que Esteban repetía.
Jesús había sido acusado de blasfemia también. Después,
soliviantaron al pueblo y también a los ancianos y a los escribas (expertos
en la Ley). Con todo este apoyo, arremetieron contra Esteban (de
forma súbita e inesperada), lo arrebataron (lo atraparon
violentamente y lo mantuvieron firmemente asido), y lo trajeron al
concilio (el Sanedrín, o el lugar donde se estaban reuniendo). Entonces
presentaron testigos falsos, que presentaban las palabras de Esteban
de una forma falsa y engañosa, con la peor interpretación posible.
Estos tomaron la palabra para decir que aquel hombre no había
cesado de hablar palabras blasfemas contra aquel lugar santo (el
Templo) y contra la Ley (de Moisés). También aseguraban haber oído
a Esteban decir que Jesús el Nazareno destruiría aquel lugar y
cambiaría las costumbres (los ritos e instituciones) que Moisés
les había dado. Esto, por supuesto, es una referencia a Mateo
26:61, Marcos 14:58 y Juan 2:19-21, donde Jesús había hablado en
realidad del templo de su cuerpo y de su muerte y resurrección. (Vea
también Mateo 12:42, donde Jesús afirma: "He aquí más que
Salomón en este lugar.") En
aquel momento, todos los que se hallaban sentados en el Sanedrín,
fijaron sus ojos en él, y vieron su rostro como si fuera el de un
ángel. Es probable que esto signifique que tenía un resplandor o
brillo que era más que humano y procedía del cielo. Posiblemente
era similar al de Moisés cuando descendió de la presencia de Dios
en la montaña, o quizá como Jesús cuando se transfiguró y su
gloria interior se puso de manifiesto. Autor:
Stanley M. Horton -Editorial vida- ISBN 0-8297-1305-0
8. Comentario
a Hechos de los Apóstoles El
sumo sacerdote (probablemente Caifás) le dio a Esteban la
oportunidad de responder a los cargos al preguntarle si aquellas
cosas eran así. El
rechazo de José (7:1-16) "El
sumo sacerdote dijo entonces: ¿Es esto así? Y él dijo- Varones
hermanos y padres, oíd: El Dios de la gloria apareció a nuestro
padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y
le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que
yo te mostraré. Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó
en Harán; y de allí, muerto su padre. Dios le trasladó a esta
tierra, en la cual vosotros habitáis ahora. Y no le dio herencia en
ella, ni aun para asentar un pie; pero le prometió que se la daría
en posesión, y a su descendencia después de él, cuando él aún
no tenía hijo. Y le dijo Dios así: Que su descendencia sería
extranjera en tierra ajena, y que los reducirían a servidumbre y
los maltratarían, por cuatrocientos años. Mas yo juzgaré, dijo
Dios, a la nación de la cual serán siervos; y después de esto
saldrán y me servirán en este lugar. Y le dio el pacto de la
circuncisión; y así Abraham engendró a Isaac, y le circuncidó al
octavo día; Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas. Después
de dirigirse cortésmente al Sanedrín, Esteban comenzó a hacer un
repaso de la historia de Israel (una historia que todos ellos conocían
bien). Su propósito era defender el Evangelio contra las falsas
acusaciones y mostrar el paralelo que había entre la forma en que
los judíos del Antiguo Testamento trataban a sus profetas y la
forma en que los dirigentes de los judíos habían tratado a Jesús. Les
recuerda cómo el Dios de la gloria (el Dios que se había revelado
en gloria) apareció a Abraham estando éste en Mesopotamia (en Ur
de los caldeos) antes que él viviera en Harán (Jarran estaría
más cerca de la pronunciación hebrea). El Génesis no menciona
esta aparición a Abraham en Ur, pero Nehemías 9:7 confirma que
tuvo lugar. Dios
le ordenó salir de su tierra y de su parentela (sus familiares y
paisanos) para ir a la tierra (cualquier tierra) que Él le mostrara.
Después de detenerse en Harán hasta que murió su padre, se
trasladó a la tierra que después sería de Israel. Pero Dios no le
dio herencia en ella, ni siquiera el espacio que cubre un pie. Sin
embargo, le prometió dársela a él y a sus descendientes en posesión
(permanente), aunque todavía no tenía hijo. Abraham aceptó la
promesa y puso su vida en la mano de Dios. Dios
también habló de que los descendientes de Abraham vivirían
temporalmente como extranjeros en una tierra que les pertenecería a
otros, que los harían esclavos y los tratarían mal durante
cuatrocientos años. Pero también prometió juzgar a la nación que
los haría esclavos. Después de aquello, podrían salir y lo servirían
(adorarían) en aquel lugar (la tierra prometida). Otra
cosa que Dios le dio a Abraham fue el pacto de la circuncisión;
Isaac fue circuncidado al octavo día después de su nacimiento.
Después vinieron Jacob y los doce patriarcas (cabezas de tribu o
gobernantes tribales).Estos, movidos por la envidia, vendieron a José
para Egipto. Pero Dios estaba con él. Lo libró de todas sus
tribulaciones (circunstancias aflictivas) y le dio gracia y sabiduría
delante del Faraón, el cual lo hizo gobernador (dirigente, primer
hombre) sobre Egipto y sobre toda su casa (incluso sus asuntos de
negocios). (Aquí Esteban estaba haciendo un fuerte contraste entre
la forma en que los hermanos de José lo habían tratado, y la forma
en que Dios lo había ayudado.) Cuando
vino el hambre y gran tribulación (angustia), los patriarcas (identificados
ahora como "nuestros padres"), no hallaban alimentos.
Jacob, oyendo que había trigo (o pan) en Egipto, los envió allí.
La segunda vez que llegaron, José se dio a conocer y le reveló su
raza al Faraón. Después envió a buscar a Jacob y a todos sus
parientes, 75 personas. Jacob descendió y murió allí, y también
los padres (los hijos de Jacob), los cuales fueron trasladados a
Siquem y colocados en la tumba comprada a precio de dinero de los
hijos de Hamor (Emor), el padre de Siquem (Génesis 33:19). En
todo este relato hay un sutil énfasis en la forma en que José fue
vendido por sus hermanos celosos, y sin embargo fue usado por Dios
para salvarles la vida. También hace énfasis en la fe de Abraham,
quien creyó la promesa de Dios, aun cuando no veía evidencia
alguna de que fuera cumplida. Estos
miembros del Sanedrín se negaban a creer a Dios, aun cuando Él había
proporcionado evidencias de que había cumplido su promesa a través
de la resurrección de Jesús. La forma en que sus hermanos trataron
a José y el contraste con la forma en que Dios lo trató, también
es un paralelo con la forma en que los dirigentes judíos habían
tratado a Jesús. El
rechazo de Moisés (7:17-37) "Pero
cuando se acercaba el tiempo de la promesa, que Dios había jurado a
Abraham, el pueblo credo y se multiplicó en Egipto, hasta que se
levantó en Egipto otro rey que no conocía a José- Este rey,
usando de astucia con nuestro pueblo, maltrató a nuestros padres, a
fin de que expusiesen a la muerte a sus niños, para que no se
propagasen. En aquel mismo tiempo nació Moisés, y fue agradable a
Dios; y fue criado tres meses en casa de su padre. Pero siendo
expuesto a la muerte, la hija de Faraón le recogió y le crió como
a hijo suyo. Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los
egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras. A
continuación Esteban relata la forma en que los israelitas
crecieron y se multiplicaron en Egipto cuando se aproximaba el
tiempo del cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho a
Abraham (la promesa de que sus descendientes poseerían la tierra de
Canaán). Este
crecimiento continuó hasta que se levantó un rey (que pertenecía
a una nueva dinastía) que no conocía a José. Este maltrató a
Israel con astucia y malos tratos. Hasta llegó a exigir que se
expusiera a los niños para que no pudieran vivir. ("Exponer"
es aquí un término usado para expresar la idea de poner al recién
nacido en algún lugar donde los elementos o los animales salvajes
le dieran muerte.) En
aquel mismo tiempo nació Moisés, que fue muy agradable a Dios (amado
por Él). Esto puede significar que fue hecho agradable por Dios, o
considerado así por Él. Pero sabemos que Dios estaba con Moisés
desde su nacimiento. El cuidado de Dios se manifestó cuando Moisés
fue expuesto después de tres meses en la casa de su padre. La hija
del Faraón lo recogió y lo crió como a hijo suyo. Así fue como
Moisés fue enseñado (entrenado, instruido) en toda la sabiduría
de Egipto, y era poderoso en sus palabras y obras. Esto es
significativo, porque ya los egipcios habían hecho grandes
adelantos en ciencia, ingeniería, matemáticas, astronomía y
medicina. A
los cuarenta años Moisés quiso visitar (cuidar, aliviar, proteger)
a sus hermanos israelitas. Viendo a uno de ellos que era maltratado
injustamente, lo defendió, vengó (hizo justicia) al oprimido, e
hirió al egipcio. Este
era el punto importante para Esteban en esta parte del relato. Moisés
hizo esto porque suponía que sus hermanos israelitas comprenderían
que Dios, por su mano, les daría libertad, pero no fue así.
Esteban veía un claro paralelo aquí con la forma en que los
dirigentes judíos no eran capaces de comprender lo que Dios había
hecho por medio de Jesús para proporcionarles la salvación. Cuando
rechazaban a Jesús en realidad no era nada en contra de Él tampoco,
puesto que sus padres durante un tiempo rechazaron a Moisés. Continuando
con la historia, Esteban les recordó cómo Moisés había querido
reconciliar a unos israelitas que reñían, y ponerlos en paz,
diciendo; "Varones, hermanos sois, ¿por qué os maltratáis el
uno al otro?" Pero el que estaba maltratando a su prójimo lo
rechazó, diciendo: "¿Quién te ha puesto por gobernante y
juez sobre nosotros? ¿Quieres tú matarme, como mataste ayer al
egipcio?" Ante
esto. Moisés huyó, y vivió como extranjero en Madián, donde
nacieron sus dos hijos varones. Cuando habían pasado cuarenta años,
un ángel del Señor se le apareció en el desierto del monte Sinaí
en la llama de fuego de una zarza. Moisés estaba asombrado ante lo
que veía. Cuando se acercó (por curiosidad) para observar, Dios le
habló, declarándole que era el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
Entonces Moisés tembló y no se atrevía a mirar (observar). El Señor
le dijo que se quitara el calzado de los pies, porque el lugar en
que estaba era tierra santa (aunque estuviera lejos de la tierra
prometida). Dios había visto ciertamente la aflicción de su pueblo
en Egipto y había oído su gemido. Había descendido ahora para
librarlo: enviaría a Moisés a Egipto. En
este momento, Esteban hace resaltar su argumento principal en esta
parte del relato. Este Moisés, a quien habían rechazado (negado,
desechado), fue el que Dios envió por mano (con poder) del Ángel
que se le había aparecido en la zarza, para que fuera gobernante y
libertador (rescatador, término usado originalmente para hablar de
quienes pagaban un rescate para redimir o liberar esclavos o
prisioneros). Después
de manifestar prodigios y señales en Egipto y en el desierto, los
sacó. Entonces, como punto culminante de esta sección, Esteban les
recuerda que este era el mismo Moisés (el Moisés que ellos habían
rechazado y Dios había usado para salvarlos y sacarlos de Egipto)
que les había dicho a los israelitas que Dios levantaría un
profeta para ellos que seria como él. A éste deberían oír (escuchar
y obedecer). Los
dirigentes judíos sabían cómo los apóstoles aplicaban este
pasaje sobre el profeta semejante a Moisés: todos los judíos
creyentes se lo aplicaban a Jesús. Esteban les estaba diciendo que
al no escuchar a Jesús, estaban desobedeciendo a Dios, y tratando a
Moisés con desprecio. El
rechazo de Dios (7:38-43) Este
es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con
el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres,
y que recibió palabras de vida que darnos; al cual nuestros padres
no quisieron obedecer, sino que le desecharon, y en sus corazones se
volvieron a Egipto, cuando dijeron a Aarón: Haznos dioses que vayan
delante de nosotros; porque a este Moisés, que nos sacó de la
tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Entonces
hicieron un becerro, y ofrecieron sacrificio al ídolo, y en las
obras de sus manos se regocijaron. Esteban
pasa esta vez a un rechazo mucho peor, el de Dios. Habla nuevamente
de Moisés. El estaba en la congregación (asamblea, en griego ekklesía)
en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí y con
todos los padres. Recibió (de buen grado) palabras de vida (manifestaciones
divinas) que darle a Israel. Pero los padres, negándose a
obedecerlo, lo rechazaron y en sus corazones se volvieron a Egipto.
Así lo demostraron al pedirle a Aarón que les hiciera dioses que
fueran delante de ellos. Despreciaron a Moisés al decir en forma
derogatoria que a este Moisés que los había sacado de
Egipto, no sabían qué le había acontecido (Éxodo 32:1). Entonces
hicieron (la imagen de) un becerro y sacrificaron al ídolo (imagen)
y se regocijaron (hicieron fiesta, armaron algazara) en las obras de
sus manos. Puesto
que se trataba de un rechazo no sólo de Moisés, sino también de
Dios, Él se apartó y los entregó a que rindiesen culto (sirviesen)
al ejército del cielo. Recibieron las consecuencias que se habían
merecido con su acción. Esteban veía esto confirmado en Amos
5:25-27. Esta cita muestra que los israelitas en el desierto, en
realidad no le ofrecieron sus sacrificios al Señor durante los
cuarenta años restantes. Por supuesto que guardaron todas las
formas, pero la idolatría que comenzó entonces, siguió tentando a
Israel (y así fue hasta que fueron exiliados a Babilonia). Así,
hasta en el desierto, después de ver la gloria de Dios, llevaron el
tabernáculo (la tienda) de Moloc (un dios lujurioso como Venus,
adorado por los amonitas y algunos pueblos semitas más). ¡Qué
contraste con el tabernáculo del testimonio mencionado en el versículo
44! También adoraron la estrella del dios Renfán (probablemente el
nombre asirio del planeta Saturno, llamado Quilín en Amos 5:26).
Ambos eran figuras (imágenes) que se habían hecho ellos mismos
para adorarlas. (Probablemente estas imágenes fueran pequeños ídolos
llevados en secreto por estos israelitas.) Como consecuencia. Dios
le dijo a Israel que lo transportaría más allá de Babilonia. En
esto vemos también que Esteban está diciendo que habían sido sus
padres los que habían rechazado a Moisés y a la Ley, con lo cual
se estaban rebelando contra el Dios que había dado la Ley. Aunque
Esteban no lo dice, ellos sabían que Jesús no era así. Eran los
padres de Israel, y no Jesús, los que habían querido cambiar las
leyes, las costumbres y las enseñanzas que Moisés les había dado. El
Templo no es suficiente (7:44-50) Tuvieron
nuestros padres el tabernáculo del testimonio en el desierto, como
había ordenado Dios cuando dijo a Moisés que lo hiciese conforme
al modelo que había visto. El cual, recibido a su vez por nuestros
padres, lo introdujeron con Josué al tomar posesión de la tierra
de los gentiles, a los cuales Dios arrojó de la presencia de
nuestros padres, hasta los días de David. Este halló gracia
delante de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de
Jacob. Mas Salomón le edificó casa; si bien el Altísimo no habita
en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi
trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis?
dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi
mano todas estas cosas? Esteban
pasa ahora a responder su acusación sobre lo que él había dicho
del Templo. No trata de explicar lo que Jesús quería decir
realmente al hablar de "destruir este templo". En cambio,
les recuerda que los Padres tenían el tabernáculo (tienda) del
testimonio, llamado así porque contenía el arca del pacto con las
dos tablas (tablillas) de piedra que eran testimonio (o testigos)
del pacto entre Dios y su pueblo. Dios había ordenado construir
esta tienda, diciéndole a Moisés que la hiciera conforme al modelo
que había visto (Éxodo 25:9, 40; 26:30; 27:8). La
siguiente generación de los padres recibió el tabernáculo y lo
introdujo con Josué (Jesús es la forma griega de Josué,
como aparece en el original en Hebreos 4:8) en la tierra que antes
había sido posesión de las naciones a las que Dios expulsó
delante de los padres hasta los días de David. Es decir, el tabernáculo
duró hasta los días de David. David
encontró favor delante de Dios, y deseaba personalmente proveer
tabernáculo (lugar permanente de habitación) para el Dios de
Jacob. Pero fue Salomón quien le construyó una casa. En este
momento, Esteban declaró que el Altísimo no habita (permanentemente)
en lo que es hecho de mano. Para
probar esto, citó a Isaías 66:1 y parte del versículo 2. En este
lugar de las Escrituras, Dios le dice a Isaías que el cielo es su
trono y la tierra el estrado de sus pies. ¿Qué casa podrían
edificarle, o cuál seria el lugar de su reposo? O, ¿en qué lugar
podría Dios establecerse para convertirlo en su morada permanente?
¿No era El quien había hecho todas aquellas cosas? Esteban
no estaba negando que Dios hubiera manifestado su presencia en el
Templo. Pero, al igual que los profetas, veía que el Dios que había
creado los cielos y la tierra no puede quedar limitado a ningún
edificio ni templo de la tierra. De hecho. Salomón estaba de
acuerdo con esto. (Vea 1 Reyes 8:27; 2 Crónicas 6:1, 2,18. Vea
también Isaías 57:15.) El
rechazo al Espíritu Santo (7:51-60) "¡Duros
de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís
siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también
vosotros, ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?
Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de
quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; vosotros
que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la
guardasteis. Es
evidente que Esteban notó que no aceptaban su mensaje. Posiblemente
entre sus oyentes se produjeran murmullos de ira. Por esto los
reprendió. Eran duros de cerviz (testarudos) e incircuncisos de
corazón y oídos. (Vea Levítico 26:41; Deuteronomio 10:16; 30:6;
Jeremías 6:10; 9:26; Ezequiel 44:7.) Es decir, su actitud y su
negación a escuchar el Evangelio los ponía al mismo nivel de los
gentiles que estaban fuera del pacto con Dios y lo rechazaban.
Estaban oyendo, pensando y tramando en la forma en que lo hacían
los gentiles sin fe. En
realidad, aquellos dirigentes judíos estaban resistiéndose
activamente al Espíritu Santo, tal como lo habían hecho sus
padres. (Vea Mateo 5:11, 12; 23:30, 31.) Mataron a los que
anunciaron de antemano la venida del Justo. Ahora había sido El a
quien habían traicionado y matado. Ciertamente, su culpa era mayor
que la de quienes habían matado a los profetas. Estos dirigentes
judíos que habían rechazado a Jesús, habían recibido la Ley, que
había sido dada por disposición (reglamento, estatuto) de ángeles.
Pero no la guardaron (no la observaron). O sea, que eran los
dirigentes judíos, y no Jesús ni los cristianos, quienes habían
desechado la Ley al matar a Jesús. Esta
reprensión los hizo enfurecerse en sus corazones (cortó hasta
llegar a sus corazones), y aquellos miembros tan dignos del Sanedrín
crujieron los dientes contra Esteban. Con esta expresión de ira y
exasperación sólo probaban que era cierto que estaban resistiendo
al Espíritu Santo. Al contrario de lo que les sucedía a ellos,
Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo,
vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba (de pie, según el
texto griego) a la derecha de Dios (en el lugar de autoridad). Otros
pasajes hablan de Jesús sentado a la derecha de Dios (Marcos 14:62;
Lucas 22:69). Esto parece indicar que Jesús se levantó para darle
la bienvenida al primer mártir que daría testimonio a cambio de su
vida. Notemos también que Esteban usó el término que el Sanedrín
había oído usar a Jesús con frecuencia al hablar de sí mismo:
"el Hijo del Hombre". AI
oír esto, el Sanedrín dio grandes voces (chillaron). Se pusieron
las manos en los oídos para no escuchar las palabras de Esteban, y
a una (con un mismo impulso espontáneo y los mismos propósitos),
arremetieron contra él, lo echaron fuera de la ciudad (Números
15:35) y comenzaron a apedrearlo. La ley romana no les permitía a
los judíos llevar a cabo ejecuciones (Juan 18:31). No obstante, es
probable que esto sucediera cerca del final del gobierno de Pilato,
cuando éste había caído en desgracia con las autoridades de Roma,
y aquellos judíos se aprovecharon de su debilidad. También hay
evidencias de que Vitelo (35-37 d.C.), legado imperial, estaba en
aquellos momentos tratando de ganarse el favor de los judíos, y
hubiera estado inclinado a pasar por alto todo cuanto hicieran. Sin
embargo, el Sanedrín sí siguió los procedimientos legales,
haciendo que los testigos tiraran la primera piedra (Deuteronomio
17:7). En efecto, estos se quitaron los ropajes exteriores para
estar más libres al tirar las piedras, y los depositaron a los pies
de un joven llamado Saulo. De esta manera vemos que Saulo fue
testigo ocular de la muerte de Esteban, y probablemente de su
predicación. Esta es la primera mención de Saulo, y nos prepara
para lo que se dirá más adelante. Mientras
apedreaban a Esteban, él invocaba a Dios diciendo: "Señor Jesús,
recibe mi espíritu." Entonces, puesto de rodillas, clamó a
gran voz: "Señor, no les tomes en cuenta este pecado."
("No pongas este pecado en su cuenta", sería una buena
paráfrasis que expresaría el sentido de su exclamación.) ¡Cuánto
se parecía a Jesús! (Vea Lucas 23:34.) Después
de haber dicho esto, Esteban durmió. Es decir, murió. (Compare con
1 Tesalonicenses 4:15; 2 Corintios 5:8; Filipenses 1:23.) Hubo algo
especialmente pacífico en esta muerte, a pesar de su naturaleza
violenta. De esta forma, Esteban se fue a estar con Jesús y se
convirtió en el primer mártir de la Iglesia primitiva el primero
en una larga lista de creyentes que darían su vida por Jesús y por
el Evangelio. Autor:
Stanley M. Horton -Editorial vida- ISBN 0-8297-1305-0
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