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1. Hechos 1 Hechos Apostólicos es un estudio de la Edad Apostólica de la iglesia cristiana temprana. Es la continuación milagrosa de la obra de Jesús en el primer siglo, a través de la obra del Espíritu Santo y su iglesia. Presenta el ministerio de Pedro, de los doce apóstoles y de Pablo de Tarso, en su cumplimiento de la Gran Comisión desde el Día de Pentecostés hasta llevar el evangelio a Roma, el capital del mundo. 1. Comentario
a Hechos de los Apóstoles
El
libro de los Hechos es especial. No hay ningún otro libro semejante
en toda la Biblia. Ciertamente, tenemos otros libros históricos en
el Antiguo Testamento. Sin embargo, estos ponen de relieve los
fracasos, los pecados y la idolatría que impedían que el pueblo de
Dios recibiera la plenitud de sus bendiciones. En
el libro de los Hechos, esos fallos se hallan en el pasado. Israel
ha aprendido la lección, y la idolatría ya no es problema. Más
importante aún es que Jesús ya ha venido. Su muerte en el Calvario
ha puesto en vigencia el nuevo pacto (Hebreos 9:15). Con su
resurrección les ha traído bendición y gran gozo a sus seguidores
(Lucas 24:51, 52). Hay una sensación de plenitud y al mismo tiempo
de entusiasmo provocado por una jubilosa esperanza que invade todo
el libro. Originalmente,
el libro carecía de título. Sin embargo, desde mediados del siglo
segundo D.C., ha sido conocido como Los Hechos de los Apóstoles.
Es probable que este título surgiera porque en el primer capítulo
se dan los nombres de los apóstoles (1:13). A pesar de esto, a
medida que recorremos el libro, vemos que no se vuelve a nombrar a
la mayoría de ellos, y algunos sólo son mencionados de paso. El único
que sobresale en la primera parte del libro es Pedro, y el único
que sobresale en la segunda es Pablo. En
realidad, el Espíritu Santo se destaca más que los apóstoles. El
libro presenta la forma en que el mismo Jesús enfocó la atención
sobre Él (1:4, 5). Después, es el derramamiento del Espíritu
(2:4) el que pone en movimiento la acción del libro. Se menciona al
Espíritu, o se hace referencia a Él un total de cincuenta y una
veces. Por este motivo, muchos han sugerido que estaría más
acertado un título como Los Hechos del Espíritu Santo. No
obstante. Hechos 1:1 sugiere que podríamos agrandar ese título un
poco. Observe la palabra "comenzó". El tratado anterior
(el evangelio según Lucas) recogía lo que Jesús había comenzado
a hacer y enseñar. Por tanto, el libro de los Hechos recoge a su
vez lo que Jesús continuó haciendo y enseñando a través del Espíritu
Santo en una Iglesia que crecía y se esparcía. Aunque Jesús se
halla ahora en la gloria, a la derecha del trono del Padre, todavía
está realizando su obra en el mundo actual. Así, muy bien podríamos
ponerle al libro de los Hechos un título un poco alargado que diría:
Los Hechos del Señor Resucitado por el Espíritu Santo en la
Iglesia y a través de ella. Sin
embargo, debemos reconocer que así como el ibro de los Hechos no
nos da detalles sobre todos los apóstoles, tampoco nos relata toda
la historia del crecimiento de la Iglesia. En muchos casos sólo nos
da breves resúmenes de lo acontecido. A las iglesias de Galilea y
Samaria les presta muy poca atención (9:31). Hay sucesos
importantes, como el crecimiento de una vigorosa iglesia en Egipto
durante el siglo primero, que no son mencionados en absoluto. Por
otra parte, hay algunos sucesos que son presentados en forma muy
detallada. (Vea los capítulos 8, 10, 11 y 28) Es
probable que los discursos y sermones que se destacan tanto en el
libro sean también resúmenes. Por ejemplo. Pablo predicaba algunas
veces hasta la medianoche (20:7). También hay otras ocasiones que
evidentemente requerían todo un culto en la sinagoga, y sin embargo
lo que está escrito se puede leer en pocos minutos. Sin embargo, se
ve claramente que estos discursos reflejan el estilo y los puntos
clave de la predicación de los apóstoles, y también sus propias
palabras. Los relatos condensados fueron necesarios. Debido a la
cantidad limitada de espacio disponible en los antiguos libros o
rollos de papiro. Si se hubiera contado toda la historia del
crecimiento y el desarrollo de la Iglesia primitiva, con todos los
milagros y señales relatados en sus pormenores, hubiera llenado
varias series de libros del tamaño de la Enciclopedia Británica.
(Compare con Juan 20:30, 31; 21:25.) También
hay otro factor más que no tiene que ver con las limitaciones de
espacio. Hoy día, nadie podría escribir una narración reuniendo
simplemente todo lo que aparece impreso en los diarios. El
historiador debe seleccionar los sucesos que le parecen
significativos, los que señalan tendencias, cambios y relaciones.
Por esto Lucas sigue un tema sugerido por las palabras de Jesús:
"Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en
Samaria, y hasta lo último de la tierra." (1:8). Los siete
primeros capítulos se centran en los sucesos de Jerusalén, y
describen el crecimiento y las pruebas iniciales de la Iglesia.
Entre el capítulo 8 y 12 se revela cómo el Espíritu rompió
barreras en Judea y Samaria. Finalmente, del 13 al 28 presentan la
forma en que el Evangelio comenzó a moverse hasta lo último de la
tierra. En ellos se destaca la existencia de nuevos centros para el
esparcimiento del Evangelio en Antioquía, Efeso y Roma. La claridad
y la progresión lógica de Lucas hacen que la mayoría de los
eruditos que creen en la Biblia estén de acuerdo en que Lucas es un
historiador de primera clase, no sólo por lo que incluyó en los
Hechos, sino también por lo que no incluyó. (Por supuesto, los
eruditos que creen en la Biblia están de acuerdo en que el Espíritu
Santo dirigió la redacción de sus libros.) Los
sucesos que Lucas sí incluye fueron a la vez significativos y típicos.
En el momento en que él escribió, las iglesias de los distintos
lugares estaban en comunicación las unas con las otras y estaban
familiarizadas con muchos de los sucesos descritos en el libro. De
esta manera, las personas que leyeron primero los Hechos, no tendrían
dificultad alguna en ver la relación de su propia iglesia local con
la sucesión de los hechos descritos en el libro. Aunque
el libro de los Hechos no menciona el nombre de su autor, es
evidente que Hechos 1:1 se refiere al mismo Teófilo que aparece en
Lucas 1:1-4. Lo que encontramos en los Hechos es la continuación
del evangelio según Lucas, aunque este evangelio tampoco nombre a
su autor. Sin embargo, hay suficientes evidencias para poder
relacionar tanto el evangelio como los Hechos, con la persona a la
que Pablo llama "el médico amado" (Colosenses 4:14). Una
evidencia importante sobre la paternidad literaria de Lucas son los
pasajes en "nosotros" de Hechos 16:10-17; 20:5 a 21:18 y
27:1 a 28:16. En estos pasajes el autor indica que se hallaba con
Pablo en algunos momentos del segundo y el tercer viaje misionero, y
también en el viaje a Roma. 4 Por tanto, hay partes del
libro de los Hechos, de las cuales Lucas fue testigo ocular. El
hecho de que Lucas estuviera con Pablo en su última visita a
Jerusalén y también lo acompañara en el viaje a Roma, quiere
decir que Lucas se hallaba en Palestina durante los dos años que
Pablo estuvo en prisión en Cesarea. Es evidente que Lucas comprobó
los datos muy cuidadosamente. Aunque los títulos y la clasificación
de los funcionarios romanos cambiaron con frecuencia durante el
siglo primero. Lucas nunca cometió un error. La arqueología ha
ayudado grandemente a confirmar lo que él dice con respecto a
geografía e historia. Por tanto, no sería errado suponer que Lucas
pasó esos dos años comprobando datos y hablando con los testigos
oculares de los sucesos del Evangelio y de la primera parte de los
Hechos. Por
ejemplo, vemos que en su evangelio. Lucas narra la historia del
nacimiento de Jesús desde el punto de vista de María, mientras que
Mateo presenta el punto de vista de José. Lo más probable es que
José hubiera muerto antes de llegar Lucas a Jerusalén, pero María
vivía aún. Lucas dice que María guardaba los sucesos que rodearon
al nacimiento de Cristo en su corazón (Lucas 2:51). Esto quiere
decir que los recordaba con cuidado. También dice que María se
hallaba presente en el Aposento Alto en el día de Pentecostés.
Pablo confirmó que muchos de los que habían visto al Cristo
resucitado todavía vivían cuando él escribió (1 Corintios 15:6).
De esta manera. Lucas pudo confirmar los sucesos que incluyó en los
Hechos, bajo la orientación y la inspiración del Espíritu. 5 El
hecho de que Pablo lo llame "el médico amado" también
concuerda con lo que hallamos en su evangelio y en los Hechos. Lucas
presta una atención especial a las sanidades y con frecuencia da
detalles adicionales o hace un diagnóstico más específico. Cuando
Jesús dijo que era más fácil que un camello pasara por el ojo de
una aguja, que un rico entrara al reino de los cielos, los otros
evangelios usan la palabra corriente que identifica a una aguja de
coser, pero Lucas usa una palabra griega más clásica que se
utilizaba para designar a la aguja del cirujano. Algunos han tratado
de ir más allá encontrando términos médicos en el Evangelio de
Lucas y en los Hechos. Sin embargo, ha sido demostrado que los médicos
de los tiempos neotestamentarios usaban el lenguaje corriente. No
existía ningún "lenguaje médico". No obstante, prácticamente
todos los eruditos bíblicos de hoy reconocen a Lucas como el autor
de su evangelio y de los Hechos. Puesto
que los Hechos nos llevan hasta la primera prisión de Pablo en
Roma, en los años 60 y 61 d.C., esta es la fecha más temprana en
que el libro pudo ser escrito. En el año 64 d.C., tuvo lugar el
incendio de Roma y Nerón comenzó a perseguir a los cristianos.
Esto obró un cambio completo en las relaciones entre los cristianos
y el Imperio. Por este motivo, la fecha más tardía en que pueden
haber sido escritos los Hechos, es alrededor del 63 d.C. Tenemos en
este libro un relato sobre la primera generación de creyentes, los
primeros treinta años de crecimiento de la Iglesia que comenzó en
Pentecostés. A
partir de Pentecostés, se le da gran importancia al crecimiento de
la Iglesia. Los ciento veinte se convierten de inmediato en tres
mil; poco después leemos que son cinco mil. A continuación se
habla de grupos de sacerdotes y hasta de fariseos, a medida que el
Señor seguía añadiendo creyentes a la Iglesia. A medida que la
Iglesia se esparce, surgen nuevos centros y nuevas multitudes. En
todo esto hay una clara evidencia de la orientación del Espíritu y
de un crecimiento que es tanto espiritual como numérico. Aunque
surgieron problemas, el Espíritu Santo supo resolver todas las
situaciones. Lucas
le presta atención también a la forma en que el Espíritu promovía
la unidad del Cuerpo a medida que iba creciendo. Observe con cuánta
frecuencia los creyentes permanecían unánimes. Más de una vez, la
Iglesia estuvo en peligro de dividirse, pero el Espíritu la mantuvo
unida. El mundo tiende a romper, dividir y construir barreras. El
Espíritu Santo derrumbaba esas barreras a medida que la Iglesia
oraba unánime, trabajaba unida y sufría también unida. La
naturaleza tiende a dispersar, separar y destrozar. Se necesita más
energía para unir, más sabiduría y poder para construir que para
derrumbar. Por esto, uno de los temas importantes de Los Hechos
del Señor Resucitado a través del Espíritu Santo es la
edificación de la Iglesia. Con
toda claridad vemos que el libro de los Hechos es un libro de la
Iglesia, que nos da importantes enseñanzas sobre su naturaleza,
crecimiento, vida y razón de ser. Hoy en día algunos niegan que
los Hechos tengan nada que enseñarnos. Afirman que debemos ir a las
epístolas en busca de doctrina, porque los Hechos sólo son
historia y no enseñanza doctrinal. No obstante, pasan por alto el
hecho de que la Biblia no nos presenta la historia para satisfacer
nuestra curiosidad histórica, sino más bien para enseñarnos
verdades. Hasta las mismas epístolas hacen referencia a la historia
del Antiguo Testamento y del Nuevo para enseñarnos su doctrina.
Cuando Pablo quiso explicar la justificación por la fe en el capítulo
4 de Romanos, regresó a la historia de Abraham, en el Génesis.
Cuando quiso mostrarnos lo que puede hacer la gracia de Dios, regresó
a la historia de David. Los Hechos hacen más que darnos una simple
transición o "cambio de velocidades" entre los evangelios
y las epístolas. Nos proporcionan el ambiente de las Epístolas, y
son necesarios para comprender mejor cada una de las verdades que
ellas enseñan. Jesús
es la figura central del libro de los Hechos, como lo es también en
los evangelios y las epístolas. Los libros se complementan
mutuamente y lo exaltan a Él. Hechos muestra que toda la vida de la
Iglesia continuaba girando en torno al Cristo viviente, el que había
resucitado, ascendido y se había sentado a la derecha del Padre
para interceder. Pablo en los capítulos 12 a 14 de la Primera
Corintios, dice algo importante sobre el Espíritu Santo, pero en el
capítulo 15 vuelve a centrar la atención en el Cristo resucitado.
Igualmente, aunque Hechos da enseñanza sobre la obra del Espíritu,
y nos enseña buena parte de ella, en primer lugar centra su atención
en Jesús. El es el Príncipe de la Vida, el que vino, el que se
halla presente por medio del Espíritu, y el que ha de regresar. La
vida y el poder de su resurrección fluyen por todo el libro. Los
evangelios, los Hechos, las epístolas y el Apocalipsis son toda la
misma revelación de la Palabra de Dios. ¡Qué trágico sería
darle poca importancia a alguna de sus partes! Algo
más que debemos tener en cuenta. A diferencia de muchos otros
libros del Nuevo Testamento, el libro de los Hechos no tiene una
conclusión formal. Simplemente se termina sin más. Algunos suponen
que esto sucedió porque Lucas fue martirizado poco después que el
apóstol Pablo. Sin embargo, hay varias tradiciones antiguas que
afirman que vivió más tiempo. Más bien parece que el abrupto
final es algo intencional. El libro tenía que llegar a su fin, como
también aquella primera generación había llegado al suyo. Pero
los Hechos del Señor Resucitado a través del Espíritu Santo no
terminarían entonces. Continuarían en el siglo segundo y en el
tercero con los mismos dones y las mismas manifestaciones
sobrenaturales. Más aún: continúan hoy mismo dondequiera que el
pueblo de Dios se reúna unánime con el ardiente anhelo de escudriñar
su Palabra, buscar sus dones y realizar su obra. Autor: Stanley M. Horton -Editorial vida- ISBN 0-8297-1305-0
2. Comentario
a Hechos de los Apóstoles ¿Tendría
Lucas pensado escribir un tercer volumen? Algunos afirman que la
forma abrupta en que termina el libro de los Hechos así lo exige.
Es posible que Lucas haya pensado en esto. Sin embargo, también
puede ser que su ministerio haya sido detenido por el martirio, como
afirma Gregorio Nacianceno. Al menos, permaneció junto a Pablo
durante su segunda prisión mientras que otros lo abandonaron para
salvar su propia vida. Pero la palabra "primero" no
implica necesariamente que sea otro volumen. Lo que tenemos en el
evangelio de Lucas y el contenido del libro de los Hechos se
complementan de manera perfecta. El evangelio de Lucas nos da las
buenas nuevas de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Los
Hechos nos muestran la continuación de la obra del Evangelio en la
primera generación de la Iglesia. Esta obra del Espíritu Santo
nunca llegaría a término durante esta época. Teófilo
«"amante de Dios; amado por Dios"» fue el que primero
recibió este libro, como lo fue también con el Evangelio de Lucas.
La Biblia no nos dice prácticamente nada sobre él, por lo que ha
estado sujeto a mucha especulación. ¿Era el abogado que debía
atender el caso de Pablo en Roma? No parece que sea así. En todos
sus juicios anteriores, Pablo se había levantado para hacer su
propia defensa. ¿Era un noble griego convertido bajo el ministerio
de Lucas? ¿Era un filósofo en busca de la verdad? ¿Era Teófilo
un título, o un nombre de persona? No sabemos nada con seguridad,
aunque este nombre era muy corriente. Lo más probable es que fuera
un amigo personal en quien Lucas podía confiar, porque leería el
libro, haría copias y las haría circular. Las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar (1:1) "En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas
que Jesús comenzó a hacer y a enseñar". El
hecho de que el evangelio de Lucas tratara sobre lo que Jesús
"comenzó a hacer y a enseñar" nos muestra dos cosas. La
primera, que la Iglesia tuvo sus comienzos en el Evangelio. El
evangelio de Lucas termina con un grupo de creyentes convencidos.
Jesús "les abrió el entendimiento, para que comprendiesen
las Escrituras" (Lucas 24:25). Ya no era un grupo de discípulos
fácil de dispersar, sino un cuerpo unido de adoradores que habían
recibido un mandato y se hallaban esperando a ser investidos con
poder de lo alto (Lucas 24:46-53). En otras palabras, ya eran la
Iglesia. Como afirma con claridad Hebreos 9:15-17, la muerte y el
derramamiento de la sangre de Cristo fueron los que hicieron
efectivo el Nuevo Pacto. De esta manera, los creyentes que se
hallaban a diario en el templo, especialmente en las horas de oración
(Hechos 3:1), bendiciendo (dándole gracias) a Dios, ya eran el
Cuerpo del Nuevo Pacto. Lo
segundo que nos muestra es que la obra de Jesús no terminó cuando
Él ascendió. Como ya se ha hecho notar, el libro de los Hechos nos
presenta las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar por el
Espíritu Santo a través de la Iglesia. Las instrucciones finales (1:2, 3) "... hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber
dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había
escogido; a quienes también, después de haber padecido, se presentó
vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante
cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios" Se
ve con claridad también que Jesús no ascendió hasta haberles dado
mandamientos (mandatos, instrucciones) por el Espíritu Santo a los
apóstoles que había escogido (los escogidos para Él, para que
siguieran adelante con su obra). Aquí la palabra "apóstoles"
podría no estar limitada a los Doce, sino incluir también a otros
"enviados", comisionados por Jesús (como lo fueron los
setenta en Lucas 10:1). Es evidente que incluye a aquellos a quienes
Jesús se mostró (se presentó) a sí mismo (en formas definidas y
en momentos determinados) después de sus sufrimientos, dándoles
muchas pruebas infalibles (pruebas positivas, señales seguras,
evidencia inequívoca y convincente) de que estaba vivo. En
estas apariciones demostró con claridad que no era un espíritu, ni
un fantasma. Ellos lo tocaron. Les enseñó sus manos y sus pies
diciéndoles: "Yo mismo soy" (Lucas 24:28-43). Durante un
período de cuarenta días, estuvo con ellos una y otra vez. No
fueron visiones. Fueron apariciones personales, reales y objetivas
de Jesús. Ellos lo reconocieron y aprendieron de El con una
comprensión real las verdades relacionadas con el Reino (Gobierno,
poder real y autoridad) de Dios. Ahora entendían por qué tanto la
cruz como la resurrección eran necesarias para nuestra salvación.
Ambas eran revelaciones del grandioso poder y el amor de Dios. Algunos
eruditos bíblicos ven un paralelo entre estos cuarenta días y los
cuarenta días durante los cuales Dios estuvo con Moisés en el
monte Sinaí, entregándole la Ley. Ciertamente que la enseñanza de
Jesús era una "ley" mejor (torah, instrucción).
Pero ahora la enseñanza era para todos, no en un lugar restringido
como el monte Sinaí, sino en muchos lugares, y hasta a quinientos a
la vez (1 Corintios 15:6). Hasta en el día de la resurrección, había
otras personas con los apóstoles en el aposento alto (Lucas 24:33)
y recibieron su instrucción. Poco después vemos que había ciento
veinte presentes (Hechos 1:15). Por tanto, las instrucciones
definitivas de Jesús nunca estuvieron limitadas a los once apóstoles. La promesa del padre (1:4, 5) "Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino
que esperasen la promesa del padre, la cual, les dijo, oísteis de mí.
Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis
bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días." El
evangelio de Lucas condensa los cuarenta días posteriores a la
resurrección y salta hasta la exhortación final a los ciento
veinte para que se quedaran (esperaran, se sentaran) en Jerusalén
hasta recibir la promesa del Padre, que Jesús mismo les había
hecho (Lucas 24:49; Juan 14:16; 15:26; 16:7, 13). En
Hechos 1:4, Lucas va de nuevo al tiempo inmediatamente anterior a la
ascensión. Jesús los había reunido. El griego indica que estaba
compartiendo una comida con ellos. 3 En aquel momento,
repitió el mandato, insistiéndoles en que no debían salir de
Jerusalén. Esto era muy importante. El día de Pentecostés hubiera
tenido poco efecto si sólo dos o tres de ellos se hubieran quedado
en la ciudad. No
existe conflicto aquí entre este mandato y el dado el día de la
resurrección de marcharse a Galilea (Mateo 28:10; Marcos 16:7). Al
comparar los evangelios podemos ver que inicialmente. Jesús les
ordenó a las mujeres que les dijeran a los discípulos que se
fueran a Galilea. Debido a que no habían creído en realidad, Pedro
y Juan fueron a la tumba. Dos de los otros discípulos (no de los
Doce) decidieron irse a su casa en Emaús, mientras que los demás
se quedaron donde estaban. Jesús se les apareció por la noche
aquel mismo día y les echó en cara su incredulidad. Tomás no
estaba presente cuando Jesús se les apareció, sin embargo, y se
negó a creer el relato de su aparición. Jesús se les apareció de
nuevo a la semana siguiente y llamó a Tomás para que creyera en
El. Después los discípulos, junto con Pedro, se encontraron con
Jesús en Galilea. Hubo una demora, pero Jesús necesitaba tratar
con Pedro. Todavía cargaba con la culpa de haber negado a Jesús y
le hacían falta una humillación especial y una nueva comisión
también especial (Juan 21). Es probable que hubiera otras
apariciones en Galilea (entre las cuales se hallaría la de los
quinientos), ya que Jesús había pasado mucho tiempo allí durante
su ministerio. Entonces, casi al final de los cuarenta días, los apóstoles
y los demás regresaron a Jerusalén, donde Jesús les dio su enseñanza
final. (Lucas
no menciona la visita a Galilea, posiblemente porque ya estaba
descrita en otro lugar y su propósito era centrar la atención en
el día de Pentecostés que se acercaba.) Es
especialmente significativo sobre la Promesa del Padre que Jesús
les diera sus instrucciones por el Espíritu Santo (Hechos 1:2). El
Jesús resucitado estaba lleno del Espíritu todavía, como lo había
estado durante todo su ministerio anterior. Así como el Padre dio
testimonio de su Hijo cuando el Espíritu descendió sobre El (y
entró en El) de una manera especial, también el Padre dio
testimonio de la fe de los creyentes derramando el Espíritu Santo
prometido que les dio poder para servir. El
que se llame "la promesa del Padre" al don del Espíritu,
lo relaciona también a las promesas del Antiguo Testamento. La idea
de la promesa es uno de los lazos que unen al Antiguo Testamento con
el Nuevo. La promesa hecha a Abraham no era sólo una bendición
personal y nacional, sino que en él y en su simiente todas las
familias de la tierra serían bendecidas (Génesis 12:3). Cuando
Abraham creyó (confió) en la promesa de Dios, su fe quedó
asentada como crédito a favor suyo en la cuenta de su justicia (Génesis
15:6). La
historia de las relaciones de Dios con su pueblo es una revelación
gradual, hecha paso a paso. Primeramente promete la derrota de la
serpiente antigua, el diablo, por medio de la simiente de la mujer (Génesis
3:15). Después les hace su promesa a los descendientes de Abraham,
de Isaac, de Jacob, de Judá y de David. Finalmente, Jesús aparece
como el Hijo más insigne de David, el David o Amado de Dios. (David
significa "amado".) Jesús
les había prometido ya este poderoso derramamiento del Espíritu a
sus seguidores (Juan 7:38, 39; y especialmente desde el capítulo 14
hasta el 16). También lo había hecho Juan el Bautista, cuyo
bautismo se limitaba a bautizar en agua. Ahora Jesús, el prometido
por Juan, los bautizaría en el Espíritu Santo (Marcos 1:8). Además,
Jesús prometería también que "ocurriría pocos días después"
(después de no muchos días). 5 Los tiempos y las sazones (1:6, 7) "Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor,
¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os
toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso
en su sola potestad." En
los Hechos y en las epístolas encontramos mucho más acerca del Espíritu
Santo y de la Iglesia, que acerca del Reino. Pero el Reino fue parte
importante de la enseñanza de Jesús. En Marcos 10:32-35 se habla
de los sufrimientos de Jesús, y de la solicitud de Jacobo y Juan de
sentarse a su mano derecha y a su izquierda en el Reino. Esto nos
muestra que la cruz lleva consigo la promesa del Reino. En
Lucas 12:32 también les aseguró a los discípulos que al Padre le
había placido darles el Reino. En el Nuevo Testamento, la palabra
"reino" hace referencia en primer lugar al poder y el
gobierno del Rey. La justicia, la paz y el gozo en el Espíritu
Santo son evidencias de que Dios es quien gobierna en nuestra vida,
y de que estamos en su reino (Romanos 14:17). Pero esto no elimina
la existencia de un reino futuro. Los
discípulos estaban pensando en el gobierno futuro cuando
interrogaron a Jesús sobre la restauración del reino a Israel.
Conocían la profecía de Ezequiel 36:24-27. También sabían que la
promesa de Dios a Abraham no incluía solamente a su simiente y la
bendición sobre todas las naciones, sino también la tierra. A través
de todo el Antiguo Testamento, la esperanza de la promesa de Dios a
Israel está relacionada con la tierra prometida. Ezequiel, en los
capítulos 36 y 37, vio que Dios restauraría a Israel en la tierra,
no porque lo mereciera, sino para revelar su propio nombre santo y
su personalidad. Puesto que Ezequiel vio también al Espíritu de
Dios derramado sobre un Israel restaurado y renovado, la promesa del
Espíritu les haría recordar esto también. Por
tanto, no era una simple curiosidad la que había causado que los
discípulos le hicieran preguntas a Jesús sobre aquella parte de la
promesa divina. Jesús
no negó que seguía formando parte del plan de Dios la restauración
del Reino (el gobierno de Dios, la teocracia) a Israel. Pero aquí
en la tierra, ellos nunca conocerían los tiempos (momentos específicos)
y las estaciones (ocasiones propicias) de esa restauración. El
Padre los había puesto bajo su propia autoridad. El es el único
que sabe todas las cosas y tiene la sabiduría necesaria para
tenerlas todas en cuenta. Por tanto, los tiempos y las estaciones
son un asunto de El, y no nuestro. En
los tiempos del Antiguo Testamento, Dios no reveló el tiempo que
transcurriría entre la primera venida de Cristo y la segunda.
Algunas veces, hasta los profetas saltan de una a la otra y regresan
de nuevo casi en la misma declaración. Note cómo Jesús se detuvo
en medio de Isaías 61:2 cuando lo estaba leyendo en Nazaret (Lucas
4:19). Juan el Bautista no reconoció esta diferencia de tiempos
tampoco. Como Jesús no trajo consigo los juicios que él había
previsto, se preguntaba si Jesús sería el Mesías, o si sería
otro predecesor como él mismo (Mateo 11:3). Pero Jesús hizo las
obras del Mesías y sus discípulos aceptaron la revelación de que
El es el Cristo (el Mesías), el Hijo del Dios viviente (Mateo
16:16-20). De
vez en cuando. Jesús les advertía a los discípulos que nadie
conoce el día ni la hora de su regreso (Marcos 13:32-35, por
ejemplo). Después,
cuando sus propios discípulos, durante aquella última ida a
Jerusalén, suponían que el reino de Dios aparecería de inmediato.
Jesús les relató una parábola para señalarles que pasaría largo
tiempo antes de que El regresara con poderes reales a gobernar
(Lucas 19:11, 12). En ella. Jesús habla de un noble que se marcha a
un país lejano, con lo que está hablando de un largo tiempo.
Aun así, es evidente que a los discípulos les costó mucho
entender esto, no querían aceptar la realidad de que los momentos y
las fechas no eran asunto de ellos. Poder para ser testigos
(1:8) "Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en
Samaria, y hasta lo último de la tierra". Entonces,
¿qué tendrían que hacer ellos? El versículo 8 tiene la respuesta.
Recibirían poder después de que el Espíritu Santo descendiera
sobre ellos (habiendo descendido el Espíritu Santo sobre ellos), y
deberían ser sus testigos, diciendo lo que habían visto, oído y
experimentado (1 Juan 1:1). A partir de Jerusalén, llevarían su
testimonio a través de Judea y de Samaria, y hasta los confines de
la tierra. Este programa de testimonio nos da también una verdadera
tabla de contenido del libro de los Hechos. 7 Dios
siempre quiso que los suyos fueran testigos. En Isaías 44:8 exhorta
a Israel a dejar de sentirse temeroso. Aunque había una encomienda
de ser testigos suyos, el temor lo impedía. De esta forma, la nación
de Israel en su totalidad fracasó en cuanto al testimonio que Dios
quería realmente que diera. Los
cristianos no tenemos por qué fallarle. El bautismo en el Espíritu
está a nuestra disposición como experiencia que llena de poder.
"Recibiréis poder" (en griego, dynamis, gran poder).
Aquí de nuevo se relaciona el poder con la promesa hecha a Abraham
de que todas las familias de la tierra serían bendecidas. Jesús,
en Mateo 24, insiste en que no podían esperar a que hubiera
condiciones ideales antes de esparcir el Evangelio entre las
naciones. Esta época estaría caracterizada por guerras, rumores de
guerras, hambres y terremotos. Los seguidores de Jesús deben salir
a esparcir el Evangelio a todas las naciones en medio de todas estas
calamidades naturales y todos los trastornos políticos. ¿Cómo sería
esto posible? Recibirían poder como consecuencia de haber sido
llenos del Espíritu. Este sería el secreto de su éxito en la época
de la Iglesia, hasta su consumación final, cuando Jesús regrese.
Por supuesto, esto pone la gran responsabilidad de ser testigos de
Cristo sobre todos los que están llenos del Espíritu. Este mismo Jesús (1:9-11) "Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le
recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con
los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí
se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, "
los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis
mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros
al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo". El
momento cumbre del evangelio de Lucas es la ascensión de Cristo.
Lucas 24:50 señala que Jesús llevó a sus seguidores hasta el
monte de los Olivos, frente a Betania. Mientras los bendecía, fue
levantado al cielo (esto es, tomado gradualmente, no arrebatado).
Hechos añade que esto sucedió "viéndolo ellos". No
estaban soñando; lo vieron irse realmente. Entonces, una nube —no
una nube ordinaria, sino sin duda una nube de gloria como la shekínah
del Antiguo Testamento— le recibió. El texto griego podría
significar que la nube fue a colocarse debajo de Él, y Él subió
sobre ella hasta que quedó fuera de vista. Pero no sólo dejó la
superficie de la tierra, sino que ascendió a la mano derecha del
Padre, y aún está presente en el cielo en forma corporal. Esteban
lo vio allí (Hechos 7:55). Después
de desaparecer Jesús, los discípulos seguían de pie en aquel
lugar llenos de asombro, con la vista fija en el lugar de los cielos
al cual se había ido. De pronto, dos hombres aparecieron junto a
ellos con ropas blancas. El blanco es símbolo de pureza. Aunque aquí
no se les llama ángeles, la suposición general es que lo eran. Los
ángeles son espíritus, pero por lo general aparecen en la Biblia
como hombres. Las ropas blancas nos recuerdan también a los ángeles
que aparecieron en la tumba en el día de la resurrección. Lucas
los llama "varones" (Lucas 24:4), mientras que Juan
se refiere a ellos llamándolos ángeles (Juan 20:12). Los
ángeles preguntaron por qué estos discípulos, hombres de Galilea
(sólo Judas era de Judea) estaban allí mirando al cielo. Esto
quiere decir que estaban aguzando la vista, como si esperaran ver en
el cielo dónde había ido Jesús. La primera venida de Cristo se
había consumado; su obra de redención estaba completa. Pasaría
largo tiempo antes de que volviera, pero estaría con ellos tan
realmente como lo había estado anteriormente (Mateo 28:20). Ahora,
les había dejado un encargo; una labor que realizar. Les había
dado órdenes de esperar en Jerusalén la promesa del Padre y el
poder para ser testigos. Deberían obedecer con la seguridad de que
Él regresaría. La
promesa de su regreso no podía ser más enfática. Este mismo
Jesús... así vendrá (de la misma manera) como le habéis
visto ir. Él ya les había dicho que regresaría en las nubes
(Marcos 13:26). Durante su juicio, se identificó a sí mismo con el
Hijo de hombre de Daniel 7:13, 14, de quien Daniel dice que viene
con las nubes. No es de extrañar que su segunda venida siga siendo
una de las motivaciones más importantes de la vida cristiana. (Vea
1 Juan 3:2, 3) El Aposento Alto (1:12-14) "Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del
Olivar, el cual está cerca de Jerusalén, camino de un día de
reposo. Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y
Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo
hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo. Todos éstos
perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con
María la madre de Jesús, y con sus hermanos". El
evangelio de Lucas describe que el regreso de los seguidores de Jesús
a Jerusalén se realizó "con gran gozo" (Lucas 24:53). Sólo
había el camino de un sabbath (unos novecientos metros)
desde el monte de los Olivos hasta la ciudad. (Compare con Éxodo
16:29 y Números 35:5.) Allí, en un espacioso aposento alto,
estaban parando los doce apóstoles. Este puede haber sido el mismo
aposento alto de la Ultima Cena, y de las apariciones del
resucitado. Algunos creen que era el hogar de María, la madre de
Juan Marcos, que es mencionado en Hechos 12:12, pero no hay prueba
alguna de ello. Aquí
Lucas nos llama la atención sobre cinco cosas. 1.
Los Once estaban unánimes.Se nota un gran contraste con el celo
exhibido antes de la crucifixión, cuando cada uno quería ser el
mayor (Mateo 20:24). Como
se mencionó anteriormente. Jesús trató con ellos todos después
de la resurrección, y en especial con Pedro (Juan 21). Ahora, todos
habían sido restaurados, y habían recibido un nuevo cometido; ya
no albergaban conflictos ni celos. Todos tenían una sola mente y
estaban unánimes. La expresión "unánimes" traduce la
palabra griega homothumadón, una de las palabras favoritas
de Lucas. La unanimidad es sin duda aún hoy una clave importante
para lograr la realización de la obra de Dios. 2.
Todos perseveraban en oración y ruego. Dentro de esto
quedaba incluida la fidelidad a la asistencia al templo por la mañana
y por la tarde en las horas de oración, y también la perseverancia
en el aposento alto, que era su lugar central. Se mantenían en una
atmósfera de oración, y, tal como lo muestra Lucas 24:53, durante
aquellos días, la oración y la alabanza fueron su ocupación
principal. 3.
Las mujeres se les unieron en oración con la misma
perseverancia. En realidad, aquellas mujeres estuvieron
presentes todo el tiempo. En aquellos días, si había un solo
hombre presente, se usaba el pronombre masculino para hablarle a
todo el grupo. Aun cuando Pedro los llama hermanos (versículo 16),
está incluyendo a las mujeres. Todos los judíos comprendían esto.
Pero Lucas quiere que los gentiles sepan que las mujeres estaban
presentes y orando, por lo que las menciona de forma específica.
Entre ellas estaban María Magdalena, Salomé, Juana, María y Marta
de Betania, la madre de Juan Marcos, y otras. 4. Se hace mención especial de María, la madre de Jesús. Ella se hallaba presente porque Juan estaba cumpliendo con la petición
de Jesús de que la tomara a su cargo. No estaba como dirigente,
sino que simplemente se había unido a los demás para orar y
esperar la promesa del Padre. Podemos estar seguros de que recibió
el Espíritu, aunque sea ésta la última vez que es mencionada en
los Hechos. Algunas tradiciones afirman que murió en Jerusalén.
Otras dicen que fue con Juan a Efeso y murió allí. 5.
Los hermanos de Jesús se hallaban presentes, aunque antes de la
crucifixión no habían creído en Él (Juan 7:5). A pesar de
esto. Jesús se apareció especialmente a Jacobo, el mayor de sus
hermanos (1 Corintios 15:7). Posteriormente, tanto Jacobo como Judas
se convertirían en dirigentes de la iglesia de Jerusalén. (Vea
Hechos 12:17; 15:13; 21:18; Calatas 2:9; Santiago 1:1; Judas 1.)
Ahora estos hermanos se hallaban unánimes con los demás y
esperando como ellos. La elección de Matías (1:15-26) "En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos (y los
reunidos eran como ciento veinte en número), y dijo: Varones
hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu
Santo habló antes por boca de David acerca de Judas, que fue guía
de los que prendieron a Jesús, y era contado con nosotros, y tenía
parte en este ministerio. Este, pues, con el salario de su iniquidad
adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y
todas sus entrañas se derramaron. Y fue notorio a todos los
habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo se llama en
su propia lengua, Acéldama, que quiere decir. Campo de sangre.
Porque está escrito en el libro de los Salmos: Sea hecha desierta
su habitación, y no haya quien more en ella; y: Tome otro su
oficio. Es
evidente que no todos los quinientos o más que vieron a Jesús en
Galilea lo siguieron de vuelta a Jerusalén. De manera que unos
ciento veinte entre hombres y mujeres regresaron después de la
ascención y estaban unidos en esta atmósfera de oración. Pero hacían
algo más que orar. También les prestaban atención a las
Escrituras. Lo
que Pedro vio en las Escrituras hizo que se pusiera en pie y les
hiciera ver que se había cumplido la profecía de David hablada por
el Espíritu, con respecto a Judas, que les hizo de guía a los que
arrestaron a Jesús. Pedro reconoció que el Espíritu Santo es el
verdadero autor de la Palabra de Dios y que lo que decía David
sobre sus enemigos se aplicaba a los enemigos de Jesús, puesto que
David es un tipo que señala hacia Jesús. Lo
trágico era que Judas había sido enumerado entre los apóstoles,
como uno de los Doce. Había recibido su parte en el ministerio de
ellos. Había sido enviado por Jesús con autoridad para echar fuera
espíritus inmundos y sanar toda clase de dolencias y enfermedades
(Mateo 10:1). Además, se hallaba presente cuando Jesús les prometió
a los discípulos que se sentarían en doce tronos para juzgar
(gobernar) a las doce tribus de Israel (Lucas 22:29, 30). En esta
situación, Pedro (o Lucas) añade una nota explicativa sobre la
muerte de Judas, que difiere de la descripción de los evangelios.
Mateo 27:5 dice que Judas se fue y se colgó. Puesto que Lucas había
investigado todo lo que se había escrito, él lo sabía, y
obviamente, no vio que hubiera contradicción. La
crucifixión y el empalamiento en una estaca de punta aguda eran los
dos métodos corrientes de colgar a las personas. Por supuesto que
Judas no podía crucificarse a sí mismo. Pero podía levantar una
estaca puntiaguda y tirarse sobre ella. No obstante, Pedro no pone
tanto interés en lo que hizo Judas, como en el juicio de Dios. Por
esto llama la atención a la forma en que su cuerpo se reventó y
sus entrañas se derramaron. Había
dos razones claras por las cuales el campo comenzó a ser conocido
como Acéldama, el campo de sangre. Mateo 27:6-8 dice que los
sacerdotes compraron el campo. Como fue comprado con el dinero que
le habían dado a Judas, sin duda alguna lo compraron a nombre de él.
Lo llamaron Acéldama, porque las treinta piezas de plata eran
precio de sangre, esto es, de la muerte de Cristo. También lo
llamaron campo de sangre, por la muerte violenta de Judas en él, ya
que la sangre en el Antiguo Testamento hace referencia por lo
general a la muerte violenta. Sin
embargo, la atención de Pedro se dirigió sobre todo a los salmos
69:25 y 109:8, especialmente a este último. "Tome otro su
oficio." Los Doce habían sido escogidos como testigos
fundamentales de la enseñanza de Jesús. También tendrían puestos
de autoridad en el reino por venir (Lucas 22:29, 30; Mateo 19:28).
Necesitaban alguien para reemplazar a Judas. Tenía que ser alguien
que hubiera estado con ellos todo el tiempo, desde el bautismo de
Jesús hasta su ascensión. Así sería, junto con ellos, un testigo
directo de la resurrección de Jesús. Pedro
señaló las condiciones, pero todos hicieron la selección. Había
dos hombres que las cumplían a cabalidad. Uno de ellos era José,
llamado Barsabás ("hijo del sabbath", nacido en un
día de reposo), que como muchos judíos, tenía un nombre romano,
lustus. (Nuestra Biblia lo traduce a su equivalente castellano
"Justo") El otro era Matías. Eusebio, el historiador
eclesiástico del siglo tercero, dice que era uno de los setenta
enviados por Jesús en Lucas 10:1. Para
decidir entre ambos, los apóstoles oraron primero, reconociendo que
el Señor (Jesús) sabía cuál era el que quería para que fuera el
duodécimo apóstol. Él es el que "conoce los corazones"
(Juan 2:24, 25). También reconocieron que Judas había caído por
decisión propia y había ido al lugar escogido por él mismo, esto
es, al lugar de castigo. A
continuación, usaron el método del Antiguo Testamento para
distribuir suertes, probablemente siguiendo el precedente de
Proverbios 16:33. Creyeron que Dios dominaría por encima de las
leyes del azar y mostraría su decisión por este medio. Sin
embargo, el libro de los Hechos nunca vuelve a mencionar el uso de
este medio. Después de Pentecostés, confiaban en la orientación
del Espíritu Santo. Algunos
escritores modernos ponen en duda si Pedro y los demás estarían
actuando correctamente, y dicen que se debía haber escogido a
Pablo. Pero él fue el apóstol de los gentiles, y nunca esperó
llegar a gobernar una de las tribus de Israel. Era apóstol, igual
en llamamiento y autoridad a los otros, pero nunca se incluyó a sí
mismo en el grupo de los Doce (1 Corintios 15:7, 8). Lo
cierto es que la Biblia presenta, sin comentario adverso alguno, que
Matías fue contado con los once apóstoles. En Hechos 6:2, todavía
está incluido en el número de los Doce. Aunque no se vuelve a
mencionar su nombre, lo mismo sucede con la mayoría de los demás
apóstoles. Sin
embargo, es importante tener en cuenta que el hecho de que Judas se
convirtiera en un alma perdida hizo necesario que fuera reemplazado.
Cuando Jacobo, el hermano de Juan, fue martirizado, no se escogió a
nadie para ocupar su lugar (Hechos 12:2). Jacobo resucitaría para
reinar con los Doce en el reino por venir. Autor: Stanley M. Horton -Editorial Vida- ISBN
0-8297-1305-0
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