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6. Voz y Lenguaje![]() Oratoria es el arte de hablar en público con elegancia para persuadir, convencer, educar o informar a un auditorio. Se dan principios básicos de la comunicación, la pedagogía y la homilética para presentar discursos, conferencias, seminarios y sermones. 16.
Intervención
El discurso no consiste simplemente en leer un texto (para
eso sería más fácil repartir fotocopias a los asistentes), sino
en exponer de manera convincente unas ideas. El discurso hay que interpretarlo, hay que sacarle todo
su "jugo", hay que enfatizar, entusiasmar, motivar,
convencer, persuadir, etc. La intervención tiene que ir encaminada a captar (y
mantener) la atención del público y a facilitar la comprensión
del mensaje. No se trata de asombrar al público con lo que uno sabe,
con la riqueza del vocabulario que emplea, con la originalidad del
estilo que utiliza. Lo que hay que tratar es de llegar al público de la
manera más directa, más fácil y, a la vez, más sugerente. El orador tiene que cuidar el ritmo de su intervención,
tratando de mantener la emoción y la atención del público durante
toda la intervención, evitando atravesar por momentos de gran
intensidad, seguidos por momentos de escaso intereses (se arriesgaría
a perder la atención de la audiencia). La persona que interviene tiene que ser muy consciente
de que además de utilizar un leguaje verbal (lo que dice, cómo lo
dice, vocabulario empleado, entonación, volumen de voz, énfasis,
etc.), utiliza también un lenguaje corporal que el público capta
con igual claridad (gestos, movimientos, expresiones, posturas,
posición en el estrado, etc). La mayoría de las veces uno no es consciente de este
lenguaje corporal por lo que resulta muy difícil controlarlo. No
obstante, dada su importancia es un aspecto que hay que trabajar en
los ensayos. Desde el momento en el que el orador sube al estrado el
público comienza a fijarse y a analizar multitud de factores (como
se mueve, su grado de nerviosismo, como va vestido, su tono y
volumen de voz, sus gestos, seriedad o sonrisa, etc.) y con todo
ello se va formando una imagen del orador que puede considerar
interesante, aburrida, sugerente, intrascendente, atractiva, patética,
ridícula, etc. Esta imagen que el público se forma influye
decisivamente en el interés que va a prestar a la intervención, así
como en su predisposición a aceptar o no las ideas presentadas. Si esta imagen es positiva, el público será mucho más
proclive a aceptar los argumentos presentados, mientras que si es
negativa tenderá a rechazarlos o a no prestarles atención. El orador debe proyectar una imagen de profesionalidad,
de desenvoltura, de dominio de la materia, etc. El orador debe mostrar entusiasmo: es una manera de
reforzar sus ideas, además el entusiasmo es contagioso y dispone al
público a favor. Hay que mostrar un rostro amable, una sonrisa (ayuda a
ganarse al público) y evitar gestos antipáticos (provocan rechazos).
En la valoración global del discurso el público no sólo
tendrá en cuenta las ideas expuestas y la solidez de los argumentos,
sino también la imagen del orador. Por ello, no resulta lógico trabajar intensamente en
el texto del discurso y al mismo tiempo descuidar otros detalles
igualmente importantes. Dentro de la comunicación verbal hay que destacar la
importancia de los silencios: El silencio juega un papel fundamental en toda
comunicación verbal, por lo que hay que saber utilizarlo de forma
adecuada. El silencio se debe utilizar de forma consciente (para
establecer pausas, destacar ideas, dar tiempo a la audiencia a
asimilar un concepto, romper la monotonía de la exposición, etc.).
El silencio no se puede utilizar aleatoriamente, sin un
fin determinado, ya que lo único que haría sería interferir en la
comunicación, dificultándola. Hay que vencer el miedo que sienten muchos oradores que
evitan el silencio a toda costa (piensan que rompen la comunicación).
Una regla que debe presidir toda intervención es la de
la naturalidad. Al público le gusta ver en el orador a una persona
normal, cercana. El público se suele mostrar muy tolerante con los
errores normales que se puedan cometer (los atribuirá a los nervios
típicos del momento), pero si hay algo que rechaza es la
artificialidad, la pomposidad, la antipatía y el aburrimiento. Por último, señalar algunas cosas que el orador debe
tener disponible cuando sube al escenario: Vaso de agua (para aclarar la voz) Reloj (para controlar el tiempo; lo situará en un
sitio visible donde pueda consultarlo de forma discreta). Pañuelo (para secarse los labios después de beber o
por si se estornuda -imagínese un ataque de tos, una nariz que
comienza a gotear... y el orador sin pañuelo-). 17.
Voz Durante la intervención hay que cuidar la voz: Una voz monótona, desagradable, un volumen bajo, etc.
lleva a la audiencia a desconectar. Normalmente uno no conoce su propia voz, de ahí que se
sorprenda cuando se escucha en una grabación. Oírse en una grabación es muy útil ya que permite
familiarizarse con la voz, oírla como la oyen los demás. Es la
manera de conocer como suena, como resulta, que defectos hay que
corregir. Dominar la voz sólo se consigue con ensayo: Grabando el discurso y oyéndolo, lo que permite
detectar fallos (se habla muy rápido, no se vocaliza
suficientemente, se habla muy bajo, se tiende a unir palabras, etc.)
y poder tratar de corregirlos. También es interesante preguntarle a alguien su opinión.
Una vez detectados los fallos se trabajará sobre ellos
con vistas a mejorar la calidad de la voz. Aunque la voz sea difícil de cambiar, si se pueden
mejorar algunos defectos que dificultan su comprensión o que la
hacen poco atractiva (una voz nasal, una voz excesivamente fina o
ronca, etc.). Hay que saber modular la voz: subir y bajar el volumen,
cambiar el ritmo, acentuar las palabras; todo ello ayuda a captar la
atención del público. Hay que jugar con la voz para enfatizar los puntos
importantes del discurso, destacar ideas, introducir nuevos
argumentos, contar anécdotas, resaltar las conclusiones, etc. Por ejemplo, si se realiza una afirmación hay que
hablar con determinación (voz firme, alta, sin titubeos); en otras
partes del discurso (una explicación, una anécdota, etc.) se puede
utilizar un tono más distendido, más relajado. Hay que hablar claro, esforzarse en vocalizar con mayor
precisión que de costumbre, remarcar los finales de palabra, etc. Un aspecto que hay que cuidar especialmente es el
volumen: En la vida ordinaria uno suele hablar con personas muy
próximas, lo que determina que uno se acostumbre a hablar bajo. Cuando se habla en público hay que hacer un esfuerzo
por hablar más alto (aspecto que hay que cuidar en los ensayos). Hay que conseguir que la voz llegue con claridad a toda
la sala. Un fallo que se suele cometer es empezar las frases con
un volumen elevado e ir disminuyéndolo a medida que se avanza, de
modo que el final de la frase parece como si careciese de
importancia. En los ensayos hay que vigilar este problema y tratar
de corregirlo. También es muy frecuente hablar demasiado rápido,
tendencia que se intensifica cuando se habla en público (debido a
los nervios). Dificulta la comprensión y proyecta una imagen de
nerviosismo. En los ensayos hay que vigilar este aspecto. Hablar
lento facilita la comprensión, proyecta una imagen de seguridad y
ayuda a calmar los nervios. Hay que estar muy atento al comienzo de la intervención:
si se empieza hablando pausadamente es posible que se consiga
mantener esta línea a lo largo de toda la intervención. Cuando la audiencia es medianamente numerosa (más de
50 personas) es conveniente utilizar micrófono, lo que exige una
cierta práctica: El micrófono hay que mantenerlo siempre a la misma
distancia de la boca (si se acerca y se aleja el volumen presentará
oscilaciones). Hay que cerciorase de que el volumen del micrófono es
el adecuado y que la voz llega con claridad a toda la sala (lo mejor
es preguntarle al público al comienzo de la intervención si se oye
con claridad). Si uno habla bajo no debe recurrir a elevar el volumen
del micrófono, sino que tendrá que esforzarse en hablar más alto.
Una regla de oro cuando se habla en público es la
naturalidad: El público agradece la naturalidad y aborrece la
afectación. Si uno tiene acento no tiene por qué ocultarlo (espontaneidad),
pero tampoco exagerarlo (dificultaría la comprensión). 18.
Lenguaje Hay que utilizar un lenguaje apropiado para el público
al que uno se dirige, ya que lo primero que uno debe procurar es ser
entendido. De ahí la importancia de tener una cierta idea del tipo
de público que se espera que asista al acto. Por ello, no se deben utilizar términos y expresiones
que parte del público pueda no entender. Unicamente se emplearán términos técnicos si la
audiencia conoce su significado. Si se utilizan abreviaturas o acrónimos hay que estar
seguro de que el público sabe lo que significan, si no habrá que
explicarlos. No se deben utilizar palabras extranjeras salvo que no
hubiera un equivalente en castellano, en cuyo caso hay que saber
pronunciarlas correctamente. Hay que evitar a toda costa resultar pedante (molesta
al público). El objetivo del discurso es ganarse al público con las
ideas, no tratar de asombrarlo con nuestro vasto dominio del idioma.
Hay que huir de un lenguaje rebuscado o frases complicadas. Hay que evitar emplear "coletillas" que a
veces se intercalan continuamente en la conversación sin que uno
sea consciente (ya ves, entiendes, me sigues, etc.). El efecto que producen es terrible (bastaría que uno
se oyese en una grabación para darse cuenta de esto). La regla que debe presidir todo discurso es la de la
sencillez. Mientras que en un texto escrito el lector puede volver
sobre un párrafo que no haya entendido, en un discurso no existe
tal posibilidad, por lo que hay que facilitarle a la audiencia su
comprensión. El lenguaje debe ser preciso y directo, con frases
sencillas y cortas, utilizando tiempos verbales simples. En definitiva, el público aprecia la sencillez y
aborrece la pedantería. |
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