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  13. Un Vistazo

Consejería Pastoral presenta los elementos básicos del arte de aconsejar  y define el lugar que esta actividad tiene dentro del ministerio pastoral. Considera los principios bíblicos y las bases psicológicas que sostienen a la consultoría pastoral. Examina casos reales tomados de la experiencia profesional  de  personas que pasan por dificultades vitales. Ofrece una guía de cómo dar orientación  de manera sencilla y eficaz.

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4. A vista de pájaro

            Los psicólogos se dan una maña estupenda para complicar lo sencillo. Pero los creyentes son a veces culpables de simplificar demasiado las ma­terias que realmente son complicadas. Un análisis provechoso de la naturaleza de la gente, por qué arrastran a menudo una vida renqueante, cómo surgen y se complican los problemas, y el sende­ro cristiano que conduce desde una vida sin pro­vecho a una vida abundante, debe necesariamen­te implicar cierta complejidad, menos de lo que los freudianos piensan, pero quizás algo más que el trillado tópico del «lea, ore y confíe» que mu­chos creyentes emplean. En un esfuerzo por hacer más inteligible la inevitable complejidad del tema, voy a esbozar aquí los principios generales que pienso desarrollar en detalle en el resto del libro.

La gente que tiene problemas suele quejarse de sus sentimientos: «Me siento deprimido»; «Mi esposa me saca de quicio»; «Me siento tan ofen­dida cuando mi marido no hace caso de mí»; Siempre estoy preocupado; no me puedo quitar de encima esta molestia». A veces los consejeros animan al paciente a desembuchar todos sus sen­timientos, abrigando la ilusión optimista de que, cuantos más sentimientos negativos vomite la persona, más libre se verá de sus problemas emocionales. Una vez oí a un consejero animar a una atormentada cliente a que expresase con toda li­bertad el odio que abrigaba contra sus padres, para que «arrojase el veneno que llevaba den­tro». Otros consejeros tratan de hallar la causa de dichos sentimientos en alguna circunstancia externa, sobre la que recaiga la responsabilidad de producir y fomentar una emoción negativa. Un consejero puede decirle a su cliente: «Usted está con ese enfado, porque su esposa se niega a estar de acuerdo con la decisión de usted» o «Sus sentimientos hostiles hacia las mujeres se deben al carácter frío, de rechazo, de su madre».

Ninguno de los dos métodos me parece ajustado a la Palabra de Dios. Pablo asegura que nuestra transformación se realiza mediante la re­novación, no de los sentimientos ni de las circuns­tancias, sino de nuestro entendimiento. Recomen­dar la catarsis como un objetivo que cura por sí mismo, equivale a desconocer la realidad de nues­tra naturaleza pecaminosa, que posee ilimitados recursos de sentimientos negativos. El buscar en una circunstancia externa la causa de un proble­ma emocional interno, despoja al individuo de su propia responsabilidad ante sus problemas y contradice abiertamente la enseñanza del Señor de que no es lo que entra dentro del hombre lo que le mancha, sino lo que sale de su interior.

Cuando una persona experimenta el fruto del Espíritu Santo, seguramente que no siente amar­gura, rebeldía, disgusto ni celos. Pablo enseña que dichos sentimientos se cuentan, en realidad, entre las obras de la carne. El consejero bíblico debe reaccionar ante los problemas de sentimien­tos, investigando las situaciones en que dichos sentimientos se muestran con mayor fuerza y lue­go estudiando atentamente la conducta del clien­te en tales situaciones. Es de esperar que encuen­tre pautas de conducta que reflejen la obra de la carne. Por ejemplo, si su marido se queja de sentir enfado hacia su esposa, el consejero debe exhortarle a que especifique cuándo se siente más enfadado. Puede ser que su esposa le obsequie a menudo con una cena cicatera, rutinaria y hecha aprisa y corriendo a última hora. Sin excusar la conducta de la esposa, no debe dirigir la atención a la conducta de la esposa ni a la subsiguiente reacción emocional del marido, sino enfocarla en la precisa actitud que el marido adopta cuando se sienta a la mesa ante aquella insulsa cena. Quizás él expresa su irritación agriamente en los siguien­tes términos: «¿Por qué no tratas de comportarte como una esposa de verdad, siquiera por una vez? ¿Voy a dar gracias? ¡No hay de qué!». O tal vez es el tipo de persona que prefiere mante­nerse en silencio, requemándose en su interior y se desentiende fríamente de su mujer durante el resto de la velada. En la mayoría de los casos, no será difícil cazar al vuelo algún gesto carac­terístico a propósito para producir fricción y reducir la armonía.

Muchos creyentes que se dedican a dar conse­jos, piensan que en estos casos, tanto los sentimientos como las actitudes deben ser forzosamen­te calificados de pecaminosos. El cliente debe reco­nocer que está violando el principio bíblico de «amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia» (En otras palabras, por muy mal que le trate a usted, debe amarla: «Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores —es decir, sin motivo alguno para amarnos—, Cristo murió por nosotros»). Según este punto de vista, el arte de aconsejar se redu­ce a una exhortación a confesar su pecado, arre­pentirse de él, y prometer enmendarse. Se supo­ne que la transformación de la persona depende enteramente de un cambio de conducta.

Este punto de vista tan cerrado comporta una dificultad. Es cierto que los clientes pueden con­fesar su culpa, arrepentirse y cambiar responsa­blemente de conducta. Y, ante el Señor, están obligados a hacerlo. Pero la dificultad con este modo de encarar el problema, surge cuando uno se percata de que el sentimiento y la conducta pecaminosos de una persona revelan algo totalmente específico acerca de su naturaleza pecami­nosa, lo cual, si no se tiene en cuenta debidamen­te, podría causar ulteriores problemas más ade­lante. En el capítulo 7, desarrollaré la idea de que la raíz de nuestra pecaminosidad congénita se halla en nuestra mentalidad. Otra forma de expresar esta misma realidad es decir que el pecado comienza en el mundo del pensamiento. Por debajo de los sentimientos y de la conducta, es­tán las creencias. Si los sentimientos y la con­ducta son pecaminosos, las creencias que anidan tras ellos, forzosamente han de ser malas.

El marido de nuestro caso anterior, quizá man­tenga implícitamente la errónea creencia de que «Yo puedo realizarme en mi matrimonio, sólo si mi esposa me muestra afecto respetuoso, y de este modo me hace sentirme importante». En este caso, estaría depositando en su esposa el po­der de hacerle a él feliz o desgraciado. Puesto que probablemente está también convencido (como lo estamos la mayoría) de que tiene derecho a ser feliz, considerará la conducta negligente de su esposa como una violación de sus derechos. De tal mentalidad brotan naturalmente sentimientos y palabras de enfado. Aun cuando tal marido llegue a ser persuadido a confesar que su cólera es un pecado y al realizar esfuerzos para cambiar de conducta, mientras sus convicciones queden sin corregir, existe un porcentaje de probabili­dades peligrosamente alto de que volverá a en­colerizarse la próxima semana y así sucesivamen­te. Estoy convencido de que los fallos en descu­brir y corregir los errores mentales, son los que tienen la culpa de gran parte de los repetidos fracasos de gentes que tratan sinceramente de vivir una vida cristiana.

En todos y cada uno de los casos, la mentali­dad equivocada implicará la creencia pecamino­sa de que, para resolver los propios problemas, se necesita algo más que el apoyo que Dios puede prestar con su providencia. Una mente renova­da renueva en cada instante la creencia a la que uno se agarró con firmeza en el momento de la conversión: Dios es totalmente suficiente para mí. Pero con frecuencia decimos: «Para ser feliz, yo necesito seguir mis planes». Mientras una perso­na abrigue tal creencia, será incapaz de aceptar con gratitud las circunstancias que obstaculizan sus planes; más bien, las mirará con resentimien­to (se pondrá furioso con ella), dará coces contra el aguijón que para él suponen (se quejará de ello a su esposa), y se lamentará depresivamente de su mala suerte («estoy atado a ella de por vida»).  Después  que  el  consejero bíblico haya descubierto la maldad de la mentalidad errónea responsable de la conducta antipática y del sen­timiento molesto, debe estimular a una nueva conducta consecuente con un recto pensar. Pue­de decirle al marido: «Mire, Dios dice que Él es suficiente para usted. La necesidad que usted tie­ne de sentirse importante, no depende del efecto que su esposa le profese, sino de que usted ejer­cite los dones espirituales que posee. ¿Lo está haciendo usted así?» Una nueva conducta que in­cluyese alguna forma de ministerio en la iglesia, una mayor responsabilidad en el ejercicio de su profesión, y una conducta cariñosa hacia la espo­sa,  producirían  entonces  el  fruto  del  Espíritu Santo, la maravillosa experiencia del amor, del gozo y de la paz.

Todo el proceso puede resumirse en un sencillo diagrama que bosqueje los seis pasos del arte de aconsejar de la manera siguiente:

DESCUBRIR EL PROBLEMA

1.                           Descubrir los sentimientos negativos y pecaminosos que dan como resultado una conducta negativa.

2.                   Descubrir los sentimientos negativos y pecaminosos que, junto con los sentimientos negativos, es causada por el pensar erroneo.

3.                              Descubrir la mentalidad erronea y pecaminosa.

REALIZAR EL CAMBIO MEDIANTE LA ENSEÑANZA

4.                                Promover un pensar correcto.

5.                             Planear una conducta correcta producida por un pensar recto.

6.                              Descubrir los sentimientos que satisfagan a la persona, producidas por una conducta y una mentalidad también correcta.

           En este esbozo, el paso crucial implica el cam­bio de mentalidad del cliente, renovando su men­talidad. Si es cierto que los procesos de nuestro pensar (aquello con que llenamos nuestra mente) determinan en gran medida el talante de nuestra conducta y el tono de nuestros sentimientos, enton­ces debemos dedicar una atención considerable a todo este asunto del pensar erróneo. El pensar tiene siempre un contenido; siempre estamos pensando en algo. Por tanto, a fin de entender el pensar incorrecto, debemos antes considerar la temática sobre la que la gente piensa de un modo falso. Esta sera la materia que vamos a tratar en los dos capítulos siguientes.

            Crabb, L. J., Principios Bíblicos del Arte de Aconsejar, graciasoberana.com

 
1. Naturaleza
2. Límites
3. Factores
4. Función
5. Técnicas
6. Entrevista
7. Pre-Matrimonial
8. Matrimonial
9. Juventud
10. Referencias
11. Aconsejamiento
12. Sin Bases
13. Un Vistazo
14. Anhelos 1
15. Anhelos 2
16. Problema
17. Telarañas
18. Modos/Metas
19. Expresiones 1
20. Expresiones 2
21. Expresiones 3
22. Expresiones 4
23. Expresiones 5
24. Expresiones 6
25. Expresiones 7
26. Expresiones 8
27. Consejos 1
28. Consejos 2
29 Consejos 3
30. Consejos4
31. Consejos 5
32. Consejos 6
33. Suicidio 1
34. Suicidio 2
35. Relaciones
36. Personalidad
37. Sentimientos
38. Escuchar
39. Madurez
40. Sanidad Interior
41. Obstáculos
42. Ocultismo
43. Textos 1
44. Textos 2
45. Textos 3
 

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