Consejería
Cristiana es una introducción a la
consejería bíblica que el pastor puede aplicar a las necesidades de las
personas que buscan su ayuda. Se estudia el comportamiento del
hombre y los factores que forjan su carácter para comprender mejor la
condición humana. Esta matería representa una investigación del
educador cristiano y rector del Seminario Reina Valera, Gilberto
Abels.
Gente con
problemas y gente problemática
La mayor parte
de personas que trabajan en equipo se quejan de sus relaciones
interpersonales. Un equipo relativamente amplio registra
turbulencias constantes: encuentros y desencuentros, luchas de
poder, altibajos emocionales con repercusión en el conjunto del
grupo, etc...Una parte de la conflictividad entre compañeros
puede originarse en las funciones que tienen encomendadas, pero
otras veces las personas tienen rasgos de personalidad o maneras
de ser que las hacen problemáticas en prácticamente cualquier
organización.
Cuando dos personas
no tienen una jerarquía definida por un organigrama y tienen que
colaborar, se producen cuatro tipos de situaciones:
Consenso cordial Ambos profesionales tienen el mismo
nivel, están dispuestos a trabajar de manera complementaria y se
alternan de manera muy dinámica en las decisiones. Obediencia cordial
Una de las partes acepta el liderazgo de la otra y ambas sintonizan
perfectamente, estableciéndose muchas veces un "pacto secreto". Consenso forzado
Cuando dos profesionales de igual jerarquía se enfrentan, a la larga
pueden pasar dos cosas: a) uno de ellos abandona la pelea y se
estabilizan las posiciones mediante un pacto o sencillamente por mutua
evitación; o b) se hace imprescindible establecer reglas más o menos
habladas, en función de la gravedad del enfrentamiento. Obediencia forzada
Cuando hay una jerarquía establecida entre los dos profesionales y a
pesar de ello el que está en posición subordinada se niega a colaborar,
se inicia un juego de despropósitos que suele ser muy negativo para la
empresa. El mismo hecho de no compartir o esconderse la información
conduce a desaprovechar oportunidades e ideas.
RASGOS QUE
DIFICULTAN EL TRABAJO EN EQUIPO
La primera
explicación cuando alguien fracasa en un equipo es el típico
comentario: "no servía para este puesto". Con ello indicamos una causa
interna de fracaso, por ejemplo, falta de preparación técnica. Otras
veces el profesional enferma o se ve envuelto en problemas de tipo
personal que disminuyen su eficacia. Sin embargo, estos dos factores
no son, con mucho, los de mayor importancia. Por lo general, un
profesional no se adapta a un equipo por problemas de personalidad y
confrontación con la cultura de la empresa. Examinemos estos factores
internos y externos.
Causas
internas de fracaso (Por orden de
importancia)
PERSONALIDAD
Muy susceptible e
hipersensible a las críticas.
Exceso de ego:
intrusivo, invade la intimidad de los compañeros.
Egoísmo.
Inestabilidad
emocional.
Frialdad emocional.
Dogmático, rígido.
Mal comunicador.
Hiperresponsable.
DESADAPTACIÓN DE
ESTILO
Falsas
expectativas u objetivos.
Basarse en
experiencias previas que no sirven en la situación actual.
Instrucciones
incorrectas recibidas de superiores.
Percepción
incorrecta de la empresa y entorno.
Minusvaloración de
los subalternos y colaboradores.
Incapacidad para
asumir un rol transformacional.
FALTA DE PREPARACIÓN
TÉCNICA
PROBLEMAS PERSONALES
Enfermedades de
familiares
Enfermedades
somáticas o psíquicas.
Otros: divorcio,
inestabilidad familiar, etc.
Causas
externas de fracaso
MISIÓN IMPOSIBLE
Objetivos
inalcanzables por evolución mercado.
Falta de los
medios inicialmente prometidos.
PRESIÓN ÉTICA
El contexto de la
empresa obliga a despidos,..
Recibimos
instrucciones superiores "no éticas".
FALTA DE ESTÍMULO
Económicos.
Ganamos lo mismo independientemente de nuestro rendimiento.
Falta de carrera
profesional.
Faltan objetivos
estimulantes.
ESTRATEGIAS DE
DERRIBO y/o FALTA DE APOYO
De los superiores.
De los compañeros.
De los subalternos.
Lo que diferencia un
profesional normal de un profesional problemático va a ser justamente
su capacidad de adaptarse. Veamos este perfil de personas incapaces de
adaptarse, personas que vayan donde vayan acaban siendo personas
problemáticas.
PROFESIONALES PROBLEMÁTICOS
Como regla general,
podemos afirmar que cualquier rasgo excesivamente pronunciado en
nuestra manera de ser, a la larga va a reportarnos problemas, sobre
todo si ocupamos un puesto de coordinación o dirección. Ahora bien,
sin hilar tan fino algunos profesionales tienen un tipo de
personalidad que les conduce invariablemente a sucesivos fracasos e
incluso pueden provocar enfermedades en el conjunto de la organización.
Vamos a examinar tres perfiles muy típicos de profesionales con
problemas: el narcisista, el sensible y el límite o inestable. Los
tres introducen graves distorsiones en la vida de cualquier
organización.
Una buena parte de personas tienen rasgos de personalidad
problemáticos pero suelen compensarlo con inteligencia y otras
virtudes.
Profesionales con rasgos narcisistas
El narcisista es una
persona con sentimientos de grandiosidad, necesidad de despertar
admiración en los demás e incapacidad de empatizar con la gente, es
decir, incapacidad por tener aprecio genuino por otras personas.
Esta carencia de afecto genuino no va a impedir al narcisista
declararse enamorado o asegurarnos que siente un aprecio a nuestro
trabajo y a nuestra persona, pero su querencia es siempre interesada.
Lo que en verdad le motiva es sentirse admirado y atendido por los
demás.
Sobreestima sus capacidades y presupone que todos coinciden en
valorarle como él mismo se valora. Suele también fantasear sobre sus
logros, sobreestimando su aportación y despreciando la de los demás.
Cuando el profesional narcisista no tiene responsabilidades de
liderazgo ni directivas, puede intentar desplazar al líder del grupo
atrayendo hacia sí a los elementos débiles del grupo, a los que mima
para recibir sus elogios. Pero cuando tiene responsabilidades
directivas puede ser sumamente peligroso para una organización. Para
empezar va a rechazar cualquier amago de crítica e incluso puede tomar
medidas en contra de aquellos que se han atrevido a criticarle. Otro
detalle interesante para detectar a los narcisitas es esta facilidad
con la que quedan heridos por las críticas más suaves.
En ocasiones pueden
tener una gran capacidad de trabajo y sacrificio. Pero en realidad les
mueve siempre una ambición personal.
El narcisista inteligente es un manipulador exquisito de la relación
interpersonal. Va a hacernos creer que le importamos mucho, pero en
realidad somos un peón para su juego particular. Cada persona tiene
asignado un valor específico en su estrategia.
Otra pista significativa para detectar a un narcisista es justamente
el desprecio que muestra hacia la gente sencilla que "no pinta nada".
El narcisista orienta sus relaciones interpersonales de manera muy
operativa. Las amistades se hacen según el provecho que se puede sacar
de ellas, y eso es válido incluso a nivel de sus relaciones íntimas:
la pareja es un medio para reforzar su autoestima. Es más, los buenos
sentimientos (solidaridad, preocupación por la situación de un
compañero, etc.) pueden simularse para impresionar a los demás o
conseguir sus fines, pero nunca son sentidos de manera genuina.
Los
profesionales con rasgos narcisistas pueden descubrirse PORQUE:
Son envidiosos.
Son muy ambiciosos.
Reaccionan mal a
las críticas.
Son incapaces de
solidaridad emocional (empatía).
Orientan sus
relaciones interpersonales de manera que puedan sacar provecho de
ellas.
Son incapaces de
dar estima.
¿Cómo
comportarse y comunicarse con un jefe narcisista?
Guárdese de las
artes seductoras de un jefe narcisista. Puede hacerle creer que usted
es la persona imprescindible para hacer tal o cual trabajo pero en
realidad no es así. Los narcisistas atraviesan frecuentes crisis
depresivas. La más pequeña crítica puede hacerles contactar con la
realidad, y entonces se desencadenan crisis profundas. En tales casos
pueden encauzar sus sentimientos de tensión e irritabilidad en forma
de agresiones hacia los demás, tildándoles de incapaces. Estas
reacciones suelen ser totalmente desproporcionadas en relación a los
hechos que motivan su reprimenda. Algunas normas prácticas para tratar
y comunicarse con este tipo de jefes narcisistas:
No se deje
manipular.
Ponga coto a las
exigencias de su jefe narcisista. Hágale entender sus límites como
ser humano.
Evite formar parte
de aquellos que están a su alrededor aplaudiéndole porque a la larga
ese tipo de directivos caen en desgracia y junto a ellos todo aquel
que le seguía y vitoreaba.
Cuando el jefe
narcisista le pida algo imposible trate de negociar su petición de
una manera realista.
No espere un
reconocimiento de su trabajo.
Comuníquese con el
jefe narcisista tratando de ser cordial y sin destacar.
Un narcisista
difícilmente tiene solución, a menos que cambie de una manera muy
profunda. En todo caso he aquí algunos ejercicios "imposibles" para un
narcisista:
Interesarse
genuinamente por los demás.
Pensar en los
subalternos brillantes y potenciarlos.
Aprender a aceptar
las críticas e incluso provocarlas.
Mitigar el rencor.
Profesionales con rasgos sensibles/paranoicos
La característica
esencial de la persona con rasgos de hipersensibilidad o paranoides es
la desconfianza y el ver amenazas por todos lados. Suelen ser
profesionales introvertidos, voluntariosos e hiperresponsables, muy
metidos en sus cosas y poco amantes de reuniones multitudinarias.
Cuando tienen que hablar en público suelen ponerse bastante nerviosos,
sobre todo por el temor a que se burlen de ellos. Al igual que el
narcisista, comparten el rencor como un resorte defensivo.
Los rasgos más descriptivos son por tanto, la hipersensibilidad y
suspicacia pero también la falta de emotividad manifiesta. Este tipo
de persona resulta fría y distante, no tiene sentido del humor y no
manifiesta actitudes tiernas o emotivas. En realidad se ve impulsada a
esta frialdad como una defensa ante su propia fragilidad.
Los
profesionales con rasgos paranoides suelen descubrirse PORQUE:
SON DESCONFIADOS:
Suspicaces, creen
que se conspira en su contra.
Temen ser
traicionados y buscan "señales de amenazas".
Son reservados y
evitan las críticas.
Pueden tener
intensos celos profesionales y personales.
SON HIPERSENSIBLES:
Fácilmente se
sienten ofendidos y humillados.
De cualquier cosa
"hacen una montaña".
Están en
permanente tensión "por si acaso".
IMPERMEABILIZAN SUS
EMOCIONES:
Toman como virtud
ser muy objetivos y poco dados a las emociones de ternura (lo cual
creen que es una debilidad).
Aparentan frialdad
porque en el fondo son frágiles. Sin embargo, pueden aprender a ser
despiadados.
No tienen sentido
del humor.
Les cuesta
participar en grupo, a menos que ocupen una posición dominante.
Pueden ser
egoístas y distantes.
Ahora bien, no todo
es negativo:
La persona
hipersensible puede superar su tendencia desconfiada y desarrollar
la parte positiva de su manera de ser. En tal caso sus compañeros le
considerarán un observador penetrante y capacitado.
Las personas
hipersensibles que logran superar la suspicacia están dotadas de un
sexto sentido de gran valor.
La insensibilidad
que muchas veces demuestran estas personas se debe, en el fondo, a
una defensa, porque tienen pánico a las emociones. Pero cuando
tienen el valor de afrontarlas, pueden incluso desarrollar
sobreactuaciones. Cuando encauzan su frágil emocionalidad hacia una
utopía pueden desarrollar unos niveles de esfuerzo y voluntarismo
extraordinarios.
¿Cómo
comportarse y comunicarse con un jefe de rasgos paranoicos?
Cortesía
asimétrica: mostrarse cordial aunque no reciba ninguna cordialidad
del paranoico.
Sinceridad y nada
de excusas: Hay que reconocer los fallos y disculparse si fuera el
caso.
Respeto y nada de
bromas.
He aquí algunas
recomendaciones en el caso de ser paranoide:
Debe aprender a
relativizar sus sospechas y no precipitarse en sus actuaciones.
Debe aprender a
vivir ignorando la opinión de los demás y preservando su autoestima
de dicha opinión.
Debe asumir que en
un equipo siempre habrá personas que no van a quererle.
No debe dejarse
influir por una sospecha. Debe comportarse siempre en un tono
emocional cordial y abierto.
Profesionales con rasgos inestables/ personalidad límite
Estos rasgos se
observan sobre todo en profesionales jóvenes, pues en el fondo se
trata de una falta de maduración de la personalidad. Consiste
básicamente en una frágil autoimagen que conduce a no saber lo que se
quiere ni a quién se quiere, con fuertes fluctuaciones de la euforia a
la depresión.
El profesional con rasgos de personalidad inestable o limite es
impulsivo en aspectos relativos a su trabajo pero, lo que es más
frecuente, en áreas de su vida personal. Su vida interior está
presidida por impulsos pasionales breves, que se agotan como por falta
de pilas, pero tan intensos que no sabe renunciar a ellos y que además
le proporciona lo único que realmente le interesa: emociones extremas.
No toleran la soledad. Pueden lanzar proyectos irrealizables,
entusiasmar a colegas, organizar reuniones inútiles y en el fondo todo
es para sentirse rodeados haciendo cosas.
Los
profesionales con rasgos límite pueden descubrirse PORQUE:
Muestran
inestabilidad afectiva, con labilidad emocional acusada.
A veces tienen
explosiones de ira inapropiada.
Sus relaciones
interpersonales son inestables e intensas.
Son enamoradizos
pero inconstantes y suelen juntarse entre ellos.
Son impulsivos y
muestran conductas arriesgadas.
Pasan por ciclos
de euforia y depresión, incluso en pocas horas.
No toleran la
soledad ni la inacción.
Tienen muchas
explosiones de cólera.
¿Cómo
comportarse y comunicarse con un jefe inestable?
Necesitan personas
que le ordenen su actividad y suplan su falta de reflexión.
En el momento en
que se les "apagan las pilas" los colaboradores deben suplirles al
frente de la organización y deben animarles.
Hay que mantenerse
apartado de sus caprichos, evitando ser manipulado o entrar en sus
fantasías.
Evite también
creerse todos los proyectos que va a plantearle.
Lo más
importante para un profesional inestable es:
Aprender a
comprometerse en algo.
Aprender a
frustrarse, que las cosas cuestan esfuerzo y tiempo en conseguirse.
Aprender a valorar
las razones de los demás, sus motivaciones y hasta qué nivel pueden
tener razón.
Percibirse a sí
mismo como inmaduros, y necesitados de maduración. Rodearse de
buenos consejeros, personas que suplan su tendencia desorganizada y
atemperen los propios impulsos.
La Envidia
Si
la envidia fuera tiña cuántos tiñosos no habrían, reza un viejo refrán
venezolano. Y es que la envidia, al igual que el amor, es un
sentimiento que ha acompañado al hombre desde el principio de sus días.
Desde el mismo momento en que la culebra envidiosa hizo que Eva
mordiera el fruto del árbol prohibido, el hombre ha sido envidioso y
envidiado. Pero, ¿Qué es la envidia? Algunos la definen como el
sentimiento de pesar, de ira o de codicia, por el bien ajeno, que
lleva al envidioso a sentir gran cantidad de emociones negativas por
la persona envidiada. Hay quien la define como una conducta no
asertiva acompañada del miedo a la pérdida de afectos y de posesiones.
Otros la definen como una especie de ira pasiva.
Friederich Nietzsche, en su libro "La Genealogía de la Moral",
define la envidia como el instinto de la crueldad que revierte
hacia atrás cuando ya no puede seguir desahogándose hacia afuera. Con
ella el alma humana se ha vuelto profunda y malvada, es la fuente de
la nueva valoración: el resentimiento, que se vuelve creador del odio
reprimido y la venganza, del débil e impotente.
La envidia a través del tiempo
Si nos remontamos a la historia del principio de nuestros días, vemos
cómo el primer caso de envidia se presenta con Caín y Abel.
Según el Génesis IV, Caín, cegado por la ira, se dejó llevar por la
profunda envidia que sentía por su hermano Abel y lo asesinó.
Saúl, hijo de Kish, quien es considerado por algunos como el primer
Rey de Israel en el año 1.000 a.c., fue traicionado por Samuel, quien
después de ayudarlo en su gesta, se opuso al desarrollo de la
monarquía buscando limitar el poder del nuevo Rey.
En el libro "La República o el Estado", de Platón, vemos cómo este
filósofo, a través de los diálogos de Sócrates con los sofistas,
definió la envidia cuando explica que el alma se dividía en tres
partes: La primera, aquella por la que el hombre conoce (la razón o el
conocimiento). La segunda, por la que el hombre se irrita (las
emociones). Y la tercera, tenía demasiadas formas como para que
pudiera ser comprendida bajo un nombre en particular. Platón la define
como la amiga deseosa de la adquisición de gloria y de lucro.
En este mismo libro vemos cómo los sofistas, llevados por la envidia
que sentían hacia Sócrates, debido a su sabiduría y su amplia noción
del bien y el mal, de lo justo y de lo injusto, hicieron que éste
bebiera la cicuta que le causó la muerte.
Wolfang Amadeus Mozart fue altamente odiado y envidiado por la
genialidad que desde pequeño lo acompañó en la composición de música
que hacía para las cortes de Austria en el siglo XVIII, especialmente
por Antonio Salieri, quien arraigó dentro de sí un profundo
odio hacia Dios, pues creía que éste había mandado a "su criatura"
(Mozart) para desplazarlo.
En la película "Amadeus", vemos cómo a través de la narración
cinematográfica, Salieri habla con Dios diciéndole "eres injusto,
vengativo y malo. Te bloquearé, lo juro. Le haré mucho daño a tu
criatura en la tierra hasta donde pueda hacerlo y voy a arruinar tu
encarnación", refiriéndose a Mozart.
El desarrollo de la envidia
Muchos son los momentos en que la envidia puede aflorar. La llegada de
un hermanito, por ejemplo, causa en el primogénito sentimientos de
envidia, pues la atención y el afecto de los padres inevitablemente se
desviará hacia el nuevo miembro de la familia. Esta inseguridad puede
generar en el hermano mayor la necesidad destructiva de dominar al
hermano menor. El resentimiento hacia el "hermanito" no requiere
necesariamente un fundamento racional pues éste puede darse aún cuando
la atención de los padres y los recursos económicos sean abundantes
para ambos hijos.
Pero este sentimiento de ira podría surgir cuando existe un vacío de
amor de padres por lo que, en este particular, tanto el padre como la
madre tienen que estar atentos. Sin embargo, aún cuando la dominación
del hermano mayor es más frecuente no quiere decir que no suceda lo
contrario. En ocasiones el hermano menor puede ser más brillante, más
ingenioso, más locuaz o del sexo preferido de los padres y puede
utilizar estas virtudes para dominar al hermano mayor, especialmente
si la diferencia de edad es poca entre ambos.
Es aquí donde la labor de educación de la autoestima de los niños por
parte de los padres es fundamental y prioritaria para evitar estos
sentimientos de envidia entre hermanos.
La envidia en los círculos profesionales
Pero no solamente en el ámbito del hogar pueden generarse sentimientos
de envidia. Con mucha frecuencia vemos que en el campo profesional
este sentimiento es más generalizado. En los entornos políticos y
artísticos predominan las intrigas producto de las envidias. En el
mundo del fashion o el modelaje los resentimientos generados
por la envidia son el pan de cada día, pero en todos los campos
profesionales existe el deseo de sobresalir a toda costa, incluso
destruyendo a las personas sobresalientes que son las víctimas de este
sentimiento.
Eduardo Liendo, autor del libro "Los Platos del Diablo" une su
talento al cineasta Thaelman Urgelles para realizar la película
del mismo nombre en la que se presenta la envidia como una de las
posibilidades de esta obra. Liendo nos comenta que es una película
descollante, pues el sentimiento de deseo de fama y trascendencia a
cualquier precio hace que un autor modesto sienta envidia por un
escritor sobresaliente llevándolo al plagio y al asesinato. Por su
parte, Urgelles manifiesta que "la envidia es un sentimiento que
existe y que está más difundido de lo que uno pueda imaginarse".
El "mal de ojo"
Con esta denominación los venezolanos le pusimos nombre a la envidia ¿Quién
de nosotros alguna vez no utilizó la manito de azabache?
Nuestro pueblo, creyente del "mal de ojo", utiliza las llamadas
"contras" que evitan ser blanco de éste. La mano de azabache es
sólo una. También existen los lazos rojos, las bolsitas con
dientes de ajo, los collares con hilo de espina de pescado,
las calabazas o auyamas en nuestras casas y hasta las pepas de
zamuro, que impiden ser víctimas de los sentimientos negativos
unidos a la envidia. Hasta las personas religiosas usan escapularios.
Envidiosos y envidiados
Cuántas veces no hemos escuchado expresiones como ¡Qué casa tan bella
tiene fulanito... cuánto lo envidio! Y así con cosas como una
automóvil, el éxito profesional, la suerte, la belleza, etc. que
tienen algunas personas. Pero nos hemos puesto a pensar en cómo es la
persona que envidia estas cosas.
En líneas generales el envidioso es una persona con baja autoestima
que vive deseando el logro, los reconocimientos y las cosas materiales
de los demás. En la mayoría de los casos son mediocres, tienen poca
capacidad para generar ideas y muy por el contrario les gusta robar
ideas. Son amigos de ganar indulgencias con escapulario ajeno,
critican destructivamente y son propensos al fracaso. Siempre se
sienten víctimas, son desorganizados, menos inteligentes y en el mayor
de los casos son personas pasivas, retraídas y no liderizan. Les gusta
la intriga y el chisme. Es servil, adulador o jala mecate e
hipócrita. Además, la venganza es su mejor arma para destruir.
Por su parte, la persona blanco de las envidias, por lo general es
exitosa, trabajadora y con una gran capacidad de liderazgo, producto
de una autoestima elevada y de una profunda creencia en sí misma.
Los envidiados son personas talentosas, con una dosis de ingenio,
capaces de tomar decisiones, asumir retos y responsabilidades.
Generalmente fijan posición ante las cosas y la vida, pero si se
equivocan son capaces de rectificar, lo que las hace personas con
sentido autocrítico. Son sociables, con buen sentido del humor, de
buen carácter y siempre están dispuestas a colaborar. Tienen gran
amplitud de pensamiento y no ejercen la venganza.
Ahora que ya los conocen, pregúntese en qué lado quiere estar, en el
los envidiosos o en el de los envidiados. La decisión depende de usted.
El enfoque psicológico
Felícitas Kort de Rosemberg, presidenta de la Asociación
venezolana para el Avance de las Ciencias del Comportamiento, AVAC, y
miembro del Consejo Consultivo de nuestro programa "Cita con los
Psicólogos", explica que en la psicología contemporánea existen varios
puntos de vista que explican el fenómeno de la envidia. El enfoque
conductual parte de la base de que existen cuatro emociones básicas
como son el placer, la ira, el amor y el miedo. Para un especialista
en psicología conductual, la envidia es una de las variaciones de la
ira.
En este sentido, la persona envidiosa tiene una serie de
características que la incorporan dentro de las personas no asertivas.
Los no asertivos son personas que no se expresan adecuadamente y no
saben confrontar sus problemas a tiempo, sino que los tienen
capsulados y cuando quieren algo no son claros en sus peticiones y
negociaciones, hacen sus quejas solapadamente, hablan en líneas
generales y no son específicos en su forma de hablar. En su voz se
puede apreciar un tono de súplica y cuando entablan una conversación,
no mantienen contacto visual con su interlocutor. Viven en una
permanente tensión corporal y tienen poco poder personal.
Para la psicología conductual, cada caso es único y particular y la
persona envidiosa es tratada con encuestas que miden el grado de
envidia que siente en este momento. Se estudia la persona paso a paso
sin interpretar lo que es ésta, buscando la eficacia en el tratamiento
a seguir, para incorporarla en el mundo de la asertividad, aprendiendo
a tener coherencia entre lo que piensa, siente y hace.
"La evolución del individuo tiene mucho que ver en este problema de la
envidia. En la medida que el ser humano tenga mayores destrezas,
piense mejor, domine sus emociones y sepa como comportarse en
situaciones sociales, en esa medida se planteará si el envidiar a
alguien y desear sus bienes, sus éxitos profesionales y personales,
será una prioridad en su vida. Si se convierte en una obsesión, se
convierte en un problema importante y si se trata de envidias
pasajeras, se puede decir que es característico del ser humano que
puede querer cosas y desearlas".
La Mentira
Una de las
actitudes más perniciosas y que más molesta a los seres humanos
es ser víctima de una mentira. Pero cuando se hace un análisis
más profundo de ella, podemos encontrar sorpresas sobre su
verdadera esencia y, sobre todo, en la importancia que tiene en
nuestras vidas en pareja, en familia, en comunidad, en nuestras
relaciones de trabajo. La mentira, sin duda alguna, es una parte
importante con la que nos enfrentamos cotidianamente en la vida.
El acto de mentir se define como la intención deliberada que
tiene una persona de engañar otra. La mentira viene a ser
simplemente, algo que no es verdad, que no es real.
Clasificación de las mentiras
Existen dos formas fundamentales de mentir: a través del
ocultamiento y a través del acto mismo de falsear. El mentiroso
que oculta, retiene cierta información sin decir en realidad,
algo que falte a la verdad. El que falsea da un paso adicional:
no sólo retiene información verdadera, sino que presenta
información falsa como si fuera cierta.
Para que un acto de mentira se concrete, a menudo, el mentiroso
combina ambas formas de engaño, pero en muchas ocasiones, se
conforma simplemente con el ocultamiento, pues muchos consideran
que ocultar información no es mentir.
Cuando un mentiroso está en condiciones de mentir, por lo general
prefiere ocultar y no falsear. En primer lugar, porque resulta
más fácil: no existen historias que inventar ni posibilidades de
ser descubierto. Por otra parte, el ocultamiento parece menos
censurable. Es pasivo, no activo y los mentirosos suelen sentirse
menos culpables cuando ocultan que cuando falsean, aún cuando sus
víctimas resulten igualmente perjudicadas.
Por otra parte, las mentiras por ocultamiento son mucho más
fáciles de disimular una vez descubiertas. El mentiroso no se
expone tanto y tiene muchas excusas a su alcance: su ignorancia
sobre el asunto, o su intención de revelarlo más adelante, o
simplemente "se le olvidó".
Existen mentiras que de entrada obligan al falseamiento y para
las cuales el ocultamiento simplemente no basta. Por ejemplo, si
alguien pretende obtener un empleo mintiendo acerca de su
experiencia laboral, con el ocultamiento sólo no le bastará:
deberá ocultar su falta de experiencia pero además, tendrá que
elaborarse una historia de experiencia laboral previa.
También se apela al falseamiento, por más que la mentira no lo
requiera en forma directa, cuando el mentiroso quiere encubrir
las pruebas de lo que oculta, necesario fundamentalmente cuando
lo que se quiere ocultar son emociones. Es muy difícil ocultar
una emoción actual, en especial si es intensa. El terror es menos
ocultable que la preocupación. La furia menos que el disgusto.
Cuanto más fuerte sea una emoción más probable es que se filtre
alguna señal pese a los esfuerzos del mentiroso por ocultarla.
Otra forma de mentir, es la que los expertos en el arte del
engaño llaman "medias verdades" o "verdades retorcidas", de tal
modo que la víctima no la crea. En la primera, cuando la persona
engañada emplaza al mentiroso acerca de un asunto, éste no lo
niega, por el contrario le da la razón a su víctima, pero hasta
cierta parte de la historia. La otra parte es mentira. De esta
manera, la persona engañada cree en la verdad de las palabras del
mentiroso.
En el caso de las verdades retorcidas, el mentiroso dice la
verdad de tal modo que la víctima no lo crea, es decir, dice la
verdad falsamente. Es el caso del esposo que llega tarde a la
casa y cuando su mujer el pregunta en dónde estaba, éste le
contesta: "con mi amante, como me acuesto con ella todos los días,
tenemos que estar en permanente contacto". Esta exageración de la
verdad pone en ridículo a la esposa y le dificulta proseguir con
sus sospechas. También servirá para el mismo propósito un tono de
voz o una expresión de burla.
Se puede hablar de tres clases de mentira: la racional, la
emocional y la conductual.
En la mentira racional, lo básico es que lo que se dice, se
siente o se hace, se contrapone con la verdad racional. Se falsea
la verdad por algún interés. Es más profunda, mucho más malvada,
es la mentira hecha para dañar a los demás. Es el caso de una
amiga envidiosa que le dice a otra que su marido la engaña con el
propósito deliberado de causar daños en su matrimonio.
La mentira emocional, en la que lo básico es que, lo que se dice,
se siente o se hace no concuerda con la situación emocional del
mundo afectivo. Un ejemplo de esto podría ser el caso de los
esposos que cuando llegan a la casa tratan de parecer enojados,
por alguna mala situación en el trabajo, el tráfico pesado o
cualquier otra circunstancia, cuando en realidad estaban en una
fiesta jugando dominó con sus amigos, o simplemente pasándola
bien con su amante. Tratar de parecer enojado, no es fácil, pero
ayuda mucho si además se frunce el ceño.
Y el tercer tipo de mentira, que es mucho más elaborada, es la
mentira conductual en la que se trata de actuar o dejar actuar de
forma deliberada para decir que somos lo que no somos. Es el caso
del galán vanidoso de mediana edad, que la oculta ante su novia o
amante, tiñéndose las canas y afirmando tener siete años menos.
Las mentiras... ¿Tienen patas cortas?
En más de una oportunidad hemos escuchado decir que las mentiras
tienen patas cortas, pues en ocasiones se descubren más rápido de
lo que pensamos. Las mentiras fallan por muchas razones. A veces,
la víctima del engaño descubre accidentalmente la verdad al
encontrar una carta de amor escondida, una mancha de pintura de
labios o al escuchar una conversación íntima por el teléfono
auxiliar que levantó al mismo tiempo que su pareja.
También puede ocurrir que otra persona delate al mentiroso: un
colega envidioso, una esposa abandonada, un informante que ha
sido pagado, son algunas de las fuentes básicas para descubrir un
engaño.
Sin embargo, la persona mentirosa también se delata por múltiples
pistas como un cambio en la expresión facial, un movimiento del
cuerpo, la inflexión de la voz, el hecho de tragar saliva, un
ritmo respiratorio excesivamente profundo o superficial, largas
pausas entre las palabras, un desliz verbal, una microexpresión
facial o un ademán que no corresponde.
Ahora bien, ¿Por qué los mentirosos no pueden evitar estas
conductas que los delatan? Las razones son dos: una de ellas
ligada a los pensamientos y otra a los sentimientos.
Mentiras relacionadas con los sentimientos
El hecho de no haber pensado de antemano, programado
minuciosamente y ensayado el plan falso es sólo uno de los
motivos por los cuales se cometen deslices que ofrecen pistas
sobre el engaño.
Los errores se deben a la dificultad de ocultar las emociones o
de inventar emociones falsas. No toda mentira lleva consigo una
emoción, pero las que sí, causan al mentiroso graves problemas.
Cuando se despiertan emociones, los cambios sobrevienen casi al
instante sin dar cabida a la deliberación. El pánico que siente
el mentiroso de ser descubierto produce señales visibles y
audibles, pues es algo que está más allá de su control.
Las personas no escogen deliberadamente el momento en que
sentirán una emoción. Ocultar una emoción no es fácil, pero
tampoco lo es inventar una no sentida, aunque no haya otra
emoción que disimular con ésta. En este caso, el falseamiento se
hace tanto más arduo cuanto mayor es la necesidad que existe de
él, especialmente si éste contribuye a ocultar otra emoción.
Las mentiras relacionadas con pensamientos no involucran
emociones. Son las mentiras acerca de planes, ideas, acciones,
intenciones, hechos o fantasías. Defender la verdad es mucho más
complicado que decir una mentira en este caso. Por ejemplo, el
que plagia oculta que ha tomado una obra ajena presentándola como
propia, mintiendo sin sentirse culpable.
Mentira y personalidad
Para Roberto De Vries, médico psiquiatra, quien nos
acompañó la semana pasada en el ciclo de la mentira que
realizamos en nuestro programa "Cita con los Psicólogos", los
seres humanos decimos, sentimos y hacemos mentiras en muchas
épocas de nuestras vidas.
"Así, el niño es mentiroso en la misma medida en que sus
fantasías se hagan presentes para confundirlas con realidades. El
adolescente es un mentiroso en la medida en que su encuentro con
el mundo real, cause frustraciones. El joven es mentiroso, en
tanto y en cuanto no se sienta capaz de confrontar las verdades
que le adversan. El adulto es mentiroso cuando no ha logrado
superar los obstáculos que le ha puesto la vida y por lo tanto
para sentirse el triunfador que nunca ha sido, engaña. Por último,
el anciano es mentiroso cuando no se perdona los errores que ha
cometido en su vida", apunta De Vries.
De acuerdo con esto, en la misma proporción en que el niño
aprenda a diferenciar el mundo real de sus fantasías, que sepa
enfrentar sus diferencias con los demás para irlas comprendiendo
y confrontando en la juventud y la adultez y en la misma medida
en que los ancianos se hayan sentido valiosos, triunfadores en la
vida, se podrá confrontar la posibilidad de la mentira como una
traición destructiva.
"Si esto no se hace, la mentira puede transformarse en un
instrumento de evasión ante la frustración".
Mentira y profesión
Considera De Vries que un escritor tiene que hacer creíble la
historia que cuenta a través de conocimiento racional, del manejo
emocional y de la credibilidad accional.
Un político tiene que hacer creíble su mensaje emocional de
trabajo por el grupo, a través de mensajes racionales, honestos y
de acciones acordes con lo que dice sentir.
Un actor tiene que hacer creíble -a través de sus acciones- una
realidad que le es ajena a su personalidad, a través de una gran
honestidad y de una gran sinceridad.
"Por otra parte, todos los que trabajen con las ciencias y la
tecnología tienen que ser fundamentalmente honestos".
Existen muchas clases de mentiras, entre las que se cuentan los
chismes, los rumores, las murmuraciones y las tan nombradas "mentiras
blancas o altruistas" que se dicen en casos extremos, como el del
niño que pierde sus padres en un accidente y cuando recobra la
conciencia, al preguntar por ellos, sus médicos le dicen que
están bien, pese a que habían muerto. Pero en líneas generales,
la mentira daña la relación de confianza en la familia, en la
pareja, el trabajo y en general, en todos los aspectos de nuestra
vida.
La mentira puede hacer daño a quien la recibe, pero a quien más
perjudica es al mentiroso, pues se convierte en una persona poco
seria, digna de poca confianza y credibilidad. Muestra de ello es
que políticos y empresarios, entre otros, han sido víctimas de su
falsa forma de llevar la vida y su trabajo. Recordemos aquel
famoso refrán que dice "en la persona mentirosa, la verdad se
vuelve dudosa". A eso nos lleva la mentira.
Patología del exhibicionismo
Hay adultos que no
superan nunca la fase de exhibicionismo propia de la infancia y
quieren hacer siempre de la mirada ajena un espejo de su autoimagen.
Todos saben que el colmo del exhibicionismo es un caso de policía:
mostrar, de modo agresivo, los órganos genitales en público. Es como
una forma de decir: "Yo existo y poseo el objeto permanente del deseo
ajeno". La sicología experimental considera, según los estudios de
Dollard, Miller y Sears, que toda forma de agresión presupone una
frustración. Según eso, la tendencia al exhibicionismo es un síntoma
de inmadurez.
El exhibicionista no se soporta, se cree inferiorizado y por lo tanto
necesita transformar la mirada ajena en lente de aumento capaz de
ampliar su propia imagen. Él sólo se ve en la mirada del otro, pues
ante sus propios ojos se siente emocionalmente castrado. De ahí su
miedo a la soledad, no sólo a la soledad física, sino sobre todo a la
soledad simbólica, de quien se siente como una llama apagada. El
exhibicionista necesita sentirse siempre encendido, con su luz
proyectada sobre los ojos ajenos.
En la formación de la personalidad, la fase del exhibicionismo señala
el corte del cordón umbilical; es cuando el niño toma conciencia de la
alteridad de las relaciones humanas. Quiere verse como ser
independiente, dotado de voluntad propia y, al mismo tiempo,
centralizando sus atenciones. Al darse cuenta de que no todas las
miradas imitan a la de su madre, que se centra en él, el niño exige,
por medio del exhibicionismo, que su presencia sea notada. Como alerta
Piaget, el niño se vuelve objeto de su propia atención y reacciona
como si no soportase la idea de que el mundo mira en otras direcciones.
Se podría decir que se trata de un momento de cambio copernicano en la
formación de la personalidad, en el que la autoimagen ptolemaica -la
de quien se considera el centro del universo- se rompe ante el
sorprendente descubrimiento de que hay incontables centros mirando en
diferentes direcciones. Aunque no todos logran ingresar a la fase
galileana; algunos se hacen adultos sin poder superar el universo
emocional ptolemaico.
En el niño se manifiesta el exhibicionismo por la desobediencia,
necedad, travesuras, gusto en desafiar normas y costumbres, exposición
al peligro físico. En su grito de independencia y vida, él suplica,
inconscientemente, atenciones que compensen la pérdida inconsolable
del cuidado materno, que hasta hace poco era permanente y protector.
Trata de arrancar aplausos o indignación a quienes se le acercan,
transformando el medio social -esa piscina en la que fue tirado contra
su voluntad- en su escenario. En la escuela desafía a los profesores y
hace lo indecible por conquistar la admiración de sus compañeros. En
la calle se mete en líos y peleas y enfrenta desafíos -roba frutas en
el predio del vecino, besa por la fuerza a su amiga, fuma, adopta
modas extravagantes- como reivindicando para sí el estatus de héroe
que hasta entonces fue monopolizado por las figuras materna y paterna.
Extensiones y frustraciones
En la edad adulta el exhibicionismo se caracteriza por la búsqueda
incansable de bienes compensatorios a la castración emocional. La
mansión, las joyas, el auto de lujo, las funciones profesionales o
políticas... todos ellos son adornos para tratar de encubrir una
personalidad enana que no consiguió afirmarse ante sí misma y que por
tanto siempre se mide por la opinión ajena. En la esfera afectiva el
exhibicionista da más valor a los atributos físicos que al compromiso
objetivo y a la intensidad del encuentro subjetivo con el otro. Su
contraparte es alguien que le mire, tratando de suscitar envidia ajena,
como el niño que va a la escuela con reloj nuevo, no para saber la
hora sino para que todos queden admirados de su objeto de ostentación.
En el ejercicio de un cargo de dirección, el exhibicionista siente una
necesidad compulsiva de comprobar siempre su poder, destacándose por
la arbitrariedad y transformando a sus subalternos en meros
instrumentos de su soberbia. Se complace en exhibirse incluso cuando
hace algún gesto magnánimo.
El exhibicionista no se confunde con el vanidoso, aquel que se reviste
de cualidades imaginarias y se juzga íntimamente como el centro de las
atenciones. Ni con el orgulloso, que se considera intelectual o
socialmente superior, aún cuando asume la postura de parecer un buen
oyente. El exhibicionista es, por desvío de carácter, un extrovertido,
en el sentido etimológico y etiológico del término (inversión
extroyectada). Él exporta hacia los otros su propia imagen, como si
todos se sintieran más honrados al revestirse de ella.
Carente de sí mismo, siempre quiere sorprender, ocupar todos los
espacios, contemplarse a sí mismo en el altar erigido por sus gestos
espectaculares. No quiere ser sólo contemplado y adorado por los otros.
Insiste en ser simultáneamente objeto venerado por la mirada ajena y
por la suya propia. En ese sentido, en el centro de sus sueños no
están los ideales que profesa o el amor que jura, sino su figura misma.
Todas sus motivaciones "altruistas" comienzan y terminan en su ego.
Teniéndose como autorreferente, el exhibicionista es un eterno
insatisfecho consigo mismo y, por tanto, un perfeccionista. Como si le
faltase un miembro esencial de su cuerpo y fuera necesario recurrir a
continuas artimañas para encubrir y compensar el defecto. Por eso,
está siempre tratando de completarse, en el sentido mcluhiano del
término, o sea, dotándose de aparatos - veloces, potentes, avanzados-
que ensanchen la extensión de su cuerpo. De tal modo el exhibicionista
se complace en suscitar la envidia de todos cuantos se le acercan y no
soporta convivir con quien se muestra más capaz que él. Ni admite la
indiferencia. En su universo hay lugar para un único sol, rodeado de
satélites sin luz propia.
El ostracismo es la muerte del exhibicionista. Todo, menos el
anonimato. Su infierno es la clausura, la carencia de bienes
ostentosos, la reducción de estatus o la pérdida de poder. No actúa
movido por principios. Su palabra vale hasta caer el pedestal que lo
sustenta. Entre la autoimagen y la palabra, él salva la primera, pues
su relación con el mundo es preponderantemente estética y no ética,
como un actor que sólo cree en la fuerza del personaje si la
escenografía causa impacto.
El exhibicionista nunca demuestra señales de debilidad,
condescendencia o tolerancia. Revestido de supuesta omnipotencia, se
desculpabiliza de toda acción inescrupulosa, como si le incumbiese la
misión histórica de innovar los patrones morales. Por lo mismo, no se
avergüenza de sus errores ni se duele del sufrimiento ajeno, pues está
convencido de que los demás no merecen la suerte de poseer, como él,
la estrella de la exhuberancia ilimitada.
En la vida diaria el exhibicionista no dialoga, se impone. Cuando
escucha es con la mente centrada en sí mismo y no en los argumentos
del interlocutor. Cuando habla, cree más en la fuerza simbólica del
sonido de su voz que en la lógica de su argumentación.
Lo que más teme el exhibicionista es enfrentar las situaciones- límite
de la vida. Para él el dolor, el fracaso, la necesidad y la muerte son
insoportables y, con miedo al sufrimiento derivado de la decisión de
asumirlas, se escabulle, como si el lado trágico de la vida no le
mereciera respeto. Huye sicológicamente cuando surge en su camino
alguna forma de limitación o de necesidad. Es lo que el sicoanálisis
freudiano califica como negación. Imita al avestruz, ocultando la
cabeza en su propio ego, como si la vida fuera siempre fiesta, y nunca
féretro. Pero como en la vida la culpa que se contrae por omisión es
incomparablemente mayor que la cometida por trasgresión, el
exhibicionista lucha con sus eventuales sentimientos de culpa
accionando el mecanismo de proyección de su autoimagen.
Ante la miseria ostenta riqueza; frente a la corrupción se constituye
en paradigma moral; entre tantos hambrientos malgasta salud; en una
situación de debilidad arremete como fiera. Se ofrece como referencia
catártica a todos los que viven en necesidad. En él todo es completo y
los necesitados lo miran como el niño al Superhombre que encarna sus
fantasías omnipotentes.
Karen Horney mostró que tales proyecciones alucinatorias, en las que
se pierden los límites entre sueño y realidad, son típicas de
situaciones sociales conflictivas en las que el individuo sólo
reencuentra su equilibrio síquico alienándose. Por eso, el sistema
capitalista manipula esa alineación colocando a las personas en
condiciones de perpetua frustración -riquezas inaccesibles, etc.- y,
al mismo tiempo, ofreciéndoles satisfacciones ficticias, como en la
publicidad y en las telenovelas.
El exhibicionista es, por carácter, detallista. Desde la hebra de pelo
fuera de lugar hasta el cuadro torcido en la pared, todo le irrita
cuando no corresponde a su gusto, pues él quiere verse en el orden
circundante. El mundo es extensión de su figura. Y el caos es su
infierno, porque estropea el escenario cuyo centro ocupa él.
En suma, el exhibicionista no se admite como uno entre los demás.
Todos, quiéranlo o no, están obligados a contemplar su venerable
figura -fuente de vida y de placer... de él-, corriente aprisionadora
para quienes se dejan subyugar, espada mortal para quienes se atreven
a mirar en otras direcciones.
El
Perfeccionismo
Buena parte de las personas inmaduras e inseguras
que tienen verdadero pánico al fracaso, aunque suelen aparecer como
personas de éxito y que jamás se sienten satisfechas por nada, son
perfeccionistas. Valoran las cualidades personales a partir de
categorías absolutas y padecen de verdadera adicción a la perfección,
porque son esclavas del pensamiento distorsionado y dicotómico todo-nada.
Para decirlo de manera más clara, el
perfeccionista no soporta la idea de cometer errores, cree que todo
debe hacer1o a la perfección y si un trabajo no le sale
p1uscuamperfecto, queda sumido en un estado de tensión y de
nerviosismo que le lleva a considerarse un fracasado o un inútil. Si
comete un error, si cuanto emprende no le sale completamente bien, si
no es el mejor en su trabajo, se viene abajo, se desmorona y piensa
que todo cuanto ha hecho hasta ese momento, por bueno y meritorio que
sea, no cuenta, no sirve para nada.
A mi entender, el gran error de todo
perfeccionista tiene su origen en la falta de humildad y en
interpretar los errores como un fracaso y no como una extraordinaria
posibilidad para aprender y para ir mejorando.
El perfeccionista no consigue aceptar una
rea1idad que asume y que ve con claridad meridiana toda persona con un
mínimo sentido común: Que es imposible que todo, absolutamente todo,
sa1ga bien; lo mismo que es imposible que todo salga mal,
rematadamente mal. Comprenderá el lector que cualquiera que pretenda
alcanzar siempre el absoluto, necesariamente se sentirá insatisfecho y
desilusionado porque nunca considera suficientes los éxitos obtenidos.
Los mayores logros tienen a1gún fallo o deficiencia y difícilmente la
realidad de cada ida se acerca ni de lejos a lo que espera o imagina
el perfeccionista.
Decía al principio que el pensamiento dicotómico
todo-nada del perfeccionista infunde en el ánimo gran ansiedad y la
sensación de un constante fracaso y, en consecuencia, es paralizante y
desmotivador. Para salir de1 laberinto autodestructivo del
perfeccionismo es imprescindible aprender a situarse en un sano y
equilibrador término medio, lo cual significa aceptar que la vida del
ser humano está llena de pequeñas imperfecciones y que no existe nada
absolutamente perfecto, pero no por ello merece menos la pena vivir la
vida con ilusión.
El gran error del perfeccionista es interpretar
los fallos y equivocaciones como fracaso, pero comete además otros dos
errores que le impiden salir de ese paralizante y desmotivador estado.
Uno es que en lugar de adaptarse a la realidad, pretende en vano que
la realidad se adapte a él, a su modelo ideal. Otro, considerar que
optar por un término medio es tanto como condenarse a la resignación,
a la tibieza y a la mediocridad, lo que le parece cobarde y humillante.
El perfeccionista tiene que llegar a ver con
claridad que la aceptación de la realidad y la conformidad de quien
espera de la vida lo que pueda ofrecerle, superándose en lo posible,
pero sin perder la alegría y el disfrute de lo que se es y de lo que
se tiene, es la manera más sensata, sana e inteligente de vivir.
Detallo a continuación algunas consideraciones
que llevan a optar por la excelencia (hacer lo que se pueda) en lugar
de habituarse al perfeccionismo.
A cambio de hacerlo todo bien, el perfeccionista
vive en continua insatisfacción, tensión y preocupación y, por
desgracia, ni es más productivo, ni el posible trabajo perfecto le
produce más felicidad o alegría. Se convierte en su peor enemigo por
la ansiedad que produce pretender un imposible. Además, se priva
estúpidamente de aprender las sabias lecciones de los fracasos. El
perfeccionista crónico no sólo mantiene una actitud autocrítica
consigo mismo sino con los demás, a los que difícilmente perdona sus
fallos y errores; por eso acaba por ganarse a pulso la antipatía de
mucha gente.
Seguramente en lo más profundo de esa falta de
humildad del perfeccionista se encuentra un ser humano especialmente
temeroso e inseguro que necesita desesperadamente aparecer como el
mejor para llenar el vacío inferior de la verdadera confianza en sí
mismo y del auto amor.