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16. Crianza![]() Consejería Cristiana es una introducción a la consejería bíblica que el pastor puede aplicar a las necesidades de las personas que buscan su ayuda. Se estudia el comportamiento del hombre y los factores que forjan su carácter para comprender mejor la condición humana. Esta matería representa una investigación del educador cristiano y rector del Seminario Reina Valera, Gilberto Abels. Cómo ser mejores padres
Hoy en día todos sabemos que es muy difícil ser un buen padre, o tan solo un padre. Con el aumento de los divorcios, separaciones, madres solteras y las familias en las que el padre y la madre trabajan fuera de casa, el tiempo que queda para los hijos es muy escaso. Aun así, tengo el convencimiento de que, independientemente del ritmo de trabajo o de la situación vital de cada miembro de la familia, es posible ser mejor padre de lo que se es. Siempre tenemos tiempo para cambiar y mejorar. Ser mejor padre aunque no sea sencillo, puede conseguirse siguiendo unos pocos principios que hay que poner en práctica a diario, los cuales enumeraré a continuación:
LUCHAS DE PODER Las luchas de poder se producen
cuando alguien cree que ha perdido autoridad y quiere recuperar la
sensación de control. Traen como resultado sentimientos negativos y es
bastante difícil llegar a una solución satisfactoria, si no imposible.
Los padres pretenden controlar a sus hijos y luego se sienten
culpables por haber perdido la paciencia. Los niños se enfadan, se
deprimen y fantasean sobre la manera de retomar el control sobre sus
padres. 1. Haga preguntas en
lugar de órdenes. Enfrentarse a una lucha de poder de manera inteligente es el primer paso para convertirse en mejor padre. CÓMO ALABAR Y CRITICAR A LOS NIÑOS Las alabanzas y las críticas son
juicios que una persona emite sobre otra. Saber comunicar dichos
juicios mejorará la labor de los padres y su relación con sus hijos.
Decir algo agradable no es necesariamente una alabanza, pero muestra que se tiene una actitud positiva, lo cual es muy necesario para los padres. Comunica una visión positiva de la vida que se transmitirá al niño. LA IMPORTANCIA DE SER RARO La mayoría de los niños cree que
tiene algo raro. Suelen llegar a la conclusión de que son diferentes
de los otros niños cuando empiezan la escuela. Una vez que el niño se
da cuenta de que es raro, esto se convierte en un problema para él.
Algunos niños nacen raros, y otros se convierten en raros debido a su
educación. Les ocurren cosas tan extrañas e impredecibles que si sus
padres también son un poco raros, podrán soportar mejor su propia
rareza. A continuación les daremos algunas normas sobre cómo ser raros:
ENSEÑAR A LOS HIJOS A HACER LAS COSAS POR SÍ MISMOS Cuando los padres creen que deben
hacerlo todo por sus hijos, tal vez los niños no aprendan a ser
responsables por sí mismos. Los buenos padres son aquellos que hacen
menos cosas por sus hijos, dejándoles asumir responsabilidades a ellos.
Este es un ejemplo en que menos es más. LA AUTOESTIMA DEL PADRE ES MUY IMPORTANTE La mayoría de los buenos padres se
preocupa por la autoestima de sus hijos y estarán dispuestos a hacer
cualquier cosa para fomentarla. Casi siempre tendrán que aumentar
primero la suya propia. La autoestima podríamos definirla como la
experiencia de andar por la vida con un sentimiento de bienestar y
satisfacción. Por la tanto la mejor manera de aumentar la autoestima
es buscar más experiencias que produzcan bienestar y satisfacción.
Encontrar formas para experimentar más satisfacción en la vida familiar y en la labor de padres no es ningún misterio. Los buenos padres tienden a hacer cosas que la mayoría de los padres no hacen. Seguidamente les enumeraré una lista de sugerencias que han funcionado con otros padres. Si funcionan en su caso particular, su autoestima aumentará porque obtendrá más placer y satisfacción en su propia casa.
APRENDA A PEDIR DISCULPAS Los padres siempre tienen razón,
incluso cuando están equivocados. Es difícil superar este tipo de
educación, se necesitan muchos golpes psicológicos, crisis
espirituales y honestidad personal para ello. Por eso muchos de
nosotros evitamos mejorar como padres hasta que es demasiado tarde y
nuestros hijos son demasiado mayores para agradecérnoslo.
Pedir
disculpas a los niños cuando se les ha ofendido o tratado mal es el
mejor método para mostrarles que son dignos de respeto. Los buenos
padres tratan a sus hijos con más respeto que los padres normales, y
es probable que sus hijos obtengan más éxito en este mundo tan
complejo. Recuperar los valores La imparable violencia machista, los desencuentros entre padres e hijos y entre estos y sus profesores, el culto que rinden a la violencia ciertos sectores juveniles, el nuevo fenómeno de adolescentes descontrolados durante fines de semana llenos de drogas y alcohol, el creciente fracaso escolar y la consiguiente desmotivación de chicos y chicas, la competitividad inhumana en algunas empresas... son manifestaciones de una problemática que tiene muchas y complejas causas, una de las cuales podría ser la quiebra de algunos valores universales despreciados por su aroma a viejo o poco moderno, como el respeto a las personas mayores, el cuidado con las cosas que son de todos o la cultura del esfuerzo como medio para el progreso material y personal. Más de un psicólogo y psicopedagogo comienza a reivindicarlos, aun a costa de cargar con una imagen negativa de reaccionario o contrario a la moda y a los valores en boga, como el individualismo, la satisfacción inmediata de cualquier deseo o la diversión a toda costa. Parte de nuestra sociedad parece solicitar que quienes tenemos responsabilidades, entre otros padres, educadores y medios de comunicación, rescatemos esos valores "de siempre" que promueven la vida en sociedad y dotan de un sentido humano, cívico (¡qué palabra tan aparentemente arcaica y sin embargo tan plena de significado hoy mismo!) y solidario a nuestras vidas. Los valores nos hacen más humanos y más libres Tengamos presente que la escala de valores y creencias de cada persona es la que determina su forma de pensar y su comportamiento. La carencia de un sistema de valores definido y compartido por la mayoría de la población instala al sujeto, especialmente al menos maduro, en la indefinición e indefensión y en un vacío existencial que le deja dependiente de otros y de los criterios de conducta y modas más peregrinos. Por el contrario, los valores asumidos como cultura, como lo que compartimos con los seres humanos que nos rodean y con todos en general, nos ayudan a saber quiénes somos, a dónde vamos, qué queremos y qué medios o herramientas nos pueden conducir al logro fundamental de nuestra existencia: el bienestar emocional, uno de los elementos esenciales de eso que denominamos calidad de vida. Estos valores no dependen de los tiempos ni de las coyunturas, porque nada tienen que ver con el sistema económico o político vigente ni con las circunstancias concretas o modas del momento. Son intemporales, de puro humanas y potenciadoras de la sociabilidad y del equilibrio en la relación entre las personas que resultan. Están por encima de las circunstancias, por su sólida vinculación con la dignidad humana. Y porque promulgan el respeto a las opiniones y necesidades de los demás. Son valores del yo, que no puede desarrollarse si no vive en libertad y en coherencia con unos principios íntimamente relacionados con la responsabilidad de entender que todos somos seres humanos, con nuestra dignidad, nuestras necesidades, nuestros gustos y nuestra propia emotividad. Iguales en nuestra diferencia, en suma. La Declaración Universal sobre Derechos Humanos de la ONU reconoce al hombre como portador de valores eternos, que siempre han de ser respetados. Estos valores, reconocidos por todos, sientan las bases de un diálogo universal y pueden servirnos de guía: al individuo, para su autorrealización; y a la humanidad, para una convivencia en paz y armonía. Enseñar con el ejemplo
En las últimas décadas han primado, quizá como reacción a anteriores lanteamientos más coercitivos que dialogantes, unas posturas pedagógicas más permisivas y abiertas, basadas en el dejar hacer y en el principio de no coacción a la espontaneidad de la persona. Esto se ha percibido especialmente en las relaciones entre padres e hijos y entre estos y sus profesores. Hay muchas causas sociales, políticas e incluso económicas (la mujer se incorpora al trabajo remunerado y los padres apenas tienen tiempo para ver, y mucho menos para educar, a sus hijos) que explican esta evolución, pero no nos detengamos ahí. La sensación que prima en algunos padres y educadores es que la experiencia aperturista no ha sido del todo positiva. A los adolescentes les cuesta reconocer la autoridad moral de padres y educadores y los problemas de convivencia afloran en muchas familias. Y son demasiados los jóvenes (y mayores, por supuesto) que se comportan ignorando los más elementales principios de solidaridad y de respeto a los demás. De un seco y frío autoritarismo, poco proclive a las explicaciones y menos aún a escuchar al niño o joven, hemos pasado (permitámonos la exageración) a una permisividad del "todo vale" y se estima que quizá tardemos toda una generación en recuperar la autoridad dialogante, una autoridad que fija y marca límites justos, razonables y negociables, necesarios para el aprendizaje de la libertad personal y la convivencia social. Necesitamos una vuelta de tuerca. Si no se discute que es difícil educar en valores cuando se mantiene una actitud controladora y represiva, cada día está más claro que no es más sencillo conseguirlo desde la tolerancia casi sin límites que parece reinar hoy en muchos hogares. No son pocos los padres y educadores, y en general adultos, que temen contrariar a los jóvenes, aunque la razón les asista. Ahora bien, no se trata de autoculpabilizarnos, ni de culpar a nadie de por qué y cómo hemos llegado donde estamos, si no de que cada uno, como parte implicada, asumamos la cuota de responsabilidad que nos corresponde en la educación en esos valores. Pero sólo en la medida en que vivamos los valores que queremos trasmitir conseguiremos el objetivo. Porque educar es, fundamentalmente, comunicar a través del ejemplo, trasmitir actitudes y comportamientos. El testimonialismo pasó, y muy justamente, de moda. No olvidemos nunca que ante los educandos somos sus modelos. Uno a uno, diez valores muy rescatables 1) Respetar a las personas mayores: lo hemos vivido casi como una imposición "por ser el padre o madre, abuelo o abuela"; cambiemos esa obediencia ciega por el sincero respeto hacia quienes, con una vida de esfuerzos, nos han trasmitido la próspera sociedad que disfrutamos. 2) Prestigiar a los educadores: volver a revestirles de la dignidad y respeto que su profesión merece y aceptar su autoridad. Y trasmitirlo a niños, jóvenes y adultos. Es imprescindible. 3) Solidaridad con los débiles (y no sólo con los marginados) que nos rodean. 4) Respeto a los bienes y servicios públicos: educar en la máxima "esto es de todos y hemos de velar porque se encuentre en buen estado" y en la obligación de cuidar como nuestro el patrimonio común. 5) No dejarnos llevar por el consumismo. Nada tiene de malo el bienestar material, pero intentemos ser consumidores conscientes e informados, y controlar la ansiedad de comprar por comprar. Sólo conduce a la frustración, al deterioro ecológico y a otros disgustos más prosaicos 6) Aprender a escuchar: de forma incondicional (sin juicios ni prejuicios), activa y empática, comunicando de verdad con el interlocutor e intentando ponernos en su piel. 7) Aprender a esperar, a respetar el turno. Superar la ansiedad de ser el primero, de conseguirlo todo a la primera y rápidamente. Los demás también esperan. 8) Aprender a perder, a fallar, a asumir el fracaso como proceso básico de todo aprendizaje de crecimiento personal. Un "no" hay que saber asumirlo sin dramas. Tendremos que oír muchos en nuestra vida. 9) Desarrollar el sentido de responsabilidad, potenciar la cultura del esfuerzo. Organización, puntualidad, empeño por hacer bien las cosas... son planteamientos muy positivos. 10) Potenciar la autoestima, cuidar de nosotros mismos. Aceptación, valoración y mimo hacia uno mismo. La responsabilidad en el niño Enseñar a los niños a ser responsables requiere un ambiente especial en el hogar y en la escuela. Se trata de conseguir un ambiente que les ofrezca información sobre las opciones entre las que deben escoger y las consecuencias de cada una de ellas, y que les proporcione también los recursos necesarios para elegir bien. La responsabilidad es la habilidad para responder; se trata de la capacidad para decidir apropiadamente y con eficacia, es decir, dentro de los límites de las normas sociales y de las expectativas comúnmente aceptadas. Por otro lado, una respuesta se considera efectiva cuando permite al niño conseguir sus objetivos que reforzarán sus sentimientos de autoestima. La responsabilidad conlleva, en cierta forma, ser autosuficiente y saber defenderse. Estas son dotes propias de poder personal que, según Gloria Marsellach Umbert en su artículo "La autoestima en niños y adolescentes", significa tener seguridad y confianza en uno mismo y para ello es necesario ser responsable además de saber elegir, llegar a conocerse a uno mismo y adquirir y utilizar el poder en las propias relaciones y en la vida. Para un niño es normal tener cierto temor a los límites, temor que desaparece conforme el niño va comprobando que límites y consecuencias se integran en un sistema coherente. Padres y educadores pueden contribuir a conformar el sentido de los límites de diferentes maneras:
El niño que posea sentido de la responsabilidad cosechará éxitos cada vez con mayor frecuencia, y se beneficiará de las consecuencias positivas de esos éxitos.
En ocasiones las responsabilidades de los niños producirán cierta incomodidad a los adultos. Los niños necesitan que los adultos sean pacientes y tolerantes. El aprendizaje de la responsabilidad A los niños que no sean considerados responsables de sus actos les será más difícil aprender de sus experiencias. Enseñar a los niños a ser responsables no quiere decir enseñarles a sentirse culpables. Los que tengan sentido de la responsabilidad poseerán los medios, las actitudes y los recursos necesarios para valorar con eficacia las diferentes situaciones y decidir de forma consecuente para ellos y para los que se encuentran a su alrededor. Uno de los aspectos básicos de la enseñanza de responsabilidad a los niños es la cuestión: "¿Quién es el responsable de acordarse de las cosas?" Los niños pueden saber hacer las cosas y desear agradar a los padres pero si no han tomado sobre sí la responsabilidad de acordarse, no pueden ser responsables. Hay algunos artificios que estimulan al niño a recordar, tretas que pueden abandonarse conforme el niño crece y va siendo capaz de asumir mayores responsabilidades:
Una vez que a los niños se les ha asignado ciertas obligaciones, los padres no deben confundirles ni fomentar la irresponsabilidad volviéndose a hacer cargo de las tareas encomendadas. Los padres relevan a sus hijos de sus responsabilidades si...
¿Cómo enseñar a los niños a ser responsables? Para enseñar a los niños a ser responsables tiene que existir un programa claro de recompensas y alabanzas que ofrezca respuesta a su comportamiento (aspecto este al que hemos hecho referencia anteriormente). Por otro lado, el niño seguirá siendo irresponsable si la respuesta que obtiene es la crítica excesiva, la exposición al ridículo o a la vergüenza. Los niños a los que se recompensa por ser responsables van desarrollando gradualmente la conciencia de que la responsabilidad y los buenos sentimientos están relacionados; y, con el tiempo, disminuye su necesidad de recompensas externas. Las siguientes pautas nos pueden ayudar a responder la pregunta planteada en este apartado:
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