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32. Aptos En Cristo Evangelismo es el estudio de cómo testificar eficazmente y compartir el evangelio con audacia. Considera los elementos básicos del plan de salvación y su presentación con claridad. Enseña como superar la resistencia de diferentes tipos de mentalidades. Explica cómo hacer el seguimiento y presenta las verdades fundamentales que el obrero cristiano tiene que enseñarle al recién convertido. 8. Aptitud Para El Cielo Preguntas por O. Lambert y
otros; Respuestas por H. P. Barker
NUESTRO tema es la «Aptitud para el cielo».
Es cosa maravillosa que personas como tú y yo, llenas de fracasos y
defectos, podemos ser hechos aptos para el cielo, y ello mientras
vivimos aquí en la tierra. Pero esto es lo que la gracia de Dios
puede hacer por nosotros. En Apocalipsis 21:27 leemos que
ninguna cosa impura puede entrar en la
Santa Ciudad. Entonces, ¿cómo podemos ser hechos aptos para
habitar allí? La eficacia de la preciosa sangre de Cristo
es tan grande que puede eliminar la impureza por entero. Puede
purificar los pecados de toda una vida en un momento, y lavar al
pecador dejándolo blanco como la nieve. Si alguien ha sentido que sus pecados eran
tan negros como el infierno mismo, y más en número que los granos
de arena de la playa, podríamos seguir señalándole la sangre que
purifica de todo pecado, que emblanquece y purifica al pecador
culpable e impuro, y lo hace apto para el resplandeciente y glorioso
hogar de Dios. ¿Sirve de ayuda para hacerse apto
para el cielo recurrir a los sacramentos, hacer penitencia, y
cumplir estrictamente todos los deberes religiosos? Si cosas como estas pueden ayudar en alguna
manera a hacer que nuestras almas sean aptas para el cielo, ¡es
extraño más allá de toda medida que la Biblia no nos lo diga! Al
contrario, encontramos que las «obras», aunque tienen su lugar en
relación con la vida del cristiano en la tierra, no tienen lugar en
absoluto en relación con su salvación, o para hacerlo apto para el
cielo. La salvación se describe claramente como «NO POR OBRAS,
para que nadie se gloríe» (Efesios 2:9); y Si Dios ha salvado
a Su pueblo, ello ha sido «NO POR OBRAS de justicia que nosotros
hubiéramos hecho, sino por su misericordia» (Tito 3:5). Los hay muchos, sin embargo, que rechazarían
enérgicamente y denunciarían la doctrina de la salvación por
obras, y que sin embargo abrigan la idea de que depende de ellos en
alguna manera u otra hacer aptas sus almas para el cielo. De modo
que cantan— «Un encargo yo tengo para guardar, un Dios al que glorificar, Es cierto que el Señor ha dado un encargo
a Su pueblo, pero este encargo no es desde luego que salven sus
propias almas y las preparen para el cielo. La obra que Él
consumó es lo único que puede conseguir tal cosa. Nada puede
de ningún modo añadir al valor de lo que Cristo ha hecho
por nosotros, ni hacer más perfecto aquel impecable manto de
justicia del que nos ha revestido la gracia de Dios. Ser hecho apto para el cielo, ¿es lo
mismo que tener derecho a ir allí? Naturalmente que no. Yo puedo recibir una
invitación para asistir a una recepción en el Palacio Real de
parte de Su Excelencia el Gobernador mismo. Esto me daría un claro derecho
a ir. Pero tal como estoy aquí ahora no soy apto para
asistir a una ocasión tan brillante como esta. No estoy vestido
para ello. Necesitaría un cambio completo de vestimenta antes que
se reconociera mi aptitud para la recepción ofrecida por el
Gobernador. En cambio, mi vestimenta pudiera ser apropiada en todos
sus aspectos, pero la misma no me daría derecho a acudir. En
un caso, tendría derecho, pero no aptitud. En el otro, tendría
aptitud, pero ningún derecho. Ahora bien, por la gracia de Dios hay
provisión tanto de un derecho al cielo como de una perfecta aptitud
para aquel santo lugar para todos los que confían en el Señor
Jesucristo. Su preciosa sangre nos hace perfectamente aptos para el
cielo, así como nuestros pecados nos habían hecho aptos para el
infierno. Pero nuestra aptitud no se limita meramente
a que nuestros pecados hayan sido lavados. Cristo mismo es la
medida de nuestra aptitud. Estamos de tal manera vinculados con Él
que Dios nos ve en Él, revestidos de toda Su hermosura, y hechos
aptos para la presencia de Dios así como Él lo es. Nuestro derecho,
también, aunque basado en la preciosa sangre de Cristo, reposa en
el hecho de que Él mismo ha entrado en el cielo por
nosotros. Tenemos derecho a estar allí porque Él, nuestro
Sustituto, nuestro Salvador, y nuestra exaltada Cabeza, está allí. Supongamos que fuese posible que un
pecador llegase al cielo en sus pecados, ¿cuál sería el resultado? Supongo que una persona así se sentiría
absolutamente desgraciada. Con una naturaleza totalmente inapropiada
para la presencia de Dios, y sin ser apto para un lugar de luz y de
santidad, le sería algo insoportable. Su grito sería: «¡Sacadme
de este lugar!» Oí hablar una vez de un jugador de
apuestas que se dirigía a alguna carrera de caballos y que, por
error, subió a bordo de un barco diferente. Se encontró entre
muchos cristianos que se dirigían a una conferencia. En el salón,
en cubierta, allí donde iba, había gente cantando himnos, o corros
enfrascados en conversaciones acerca de Cristo. Aquel hombre
se encontró totalmente fuera de lugar, y su incomodidad lo llevó a
ofrecer al capitán una gran suma de dinero para que se dirigiese al
puerto más cercano para dejarlo bajar. La gente habla con mucha facilidad acerca
de ir al cielo cuando mueran, pero se olvidan que excepto que hayan
sido hechos aptos para aquel lugar y hayan recibido una naturaleza
que pueda gozar de las cosas de Dios, se sentirían tan desgraciados
en el cielo como aquel jugador de apuestas se sintió entre los
cristianos en el barco. Si una hora en compañía de ellos le resultó
insoportable, ¿qué sería toda una eternidad en la misma
presencia de Dios para un pecador no regenerado? ¿Dónde en la Biblia leemos acerca
de ser hechos aptos para el cielo? En Colosenses 1:12-14. Leamos el pasaje: «dando
gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la
herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la
potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo,
en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados». ¿Deberíamos orar a Dios que nos
haga aptos para ser participes de la herencia celestial? Si examinamos el capítulo del que acabamos
de leer, veremos que desde el versículo nueve hasta el once leemos
de diversas cosas por las que como cristianos podemos ORAR.
Deberíamos orar con fervor, por ejemplo, para ser llenos del
conocimiento de la voluntad de Dios, y poder andar como es digno del
Señor, y para ser llenos de fruto en toda buena obra, etcétera.
Pero los versículos doce a catorce mencionan cosas por las que
podemos DAR GRACIAS. Ahora bien, la oración la
hacemos por aquellas cosas que deseamos, pero las gracias las
damos por lo que ya hemos recibido. Observaréis que la condición
de ser aptos para participar de la herencia en las alturas es una
de las cosas por las que debemos dar gracias, y no una de las cosas
por las que debemos orar. Esto queda muy claro en base al versículo
doce. Por la gracia de Dios, es algo que ya tenemos ahora. La otra noche estuvimos hablando de aquella
pequeña pero áurea palabra, «tiene». ¡Cuántos han podido
llegar a liberarse de todas sus dudas al ver que «tiene» implica
una posesión presente! Aquí tenemos la misma implicación con los
términos que se utilizan: «con gozo dando gracias al Padre que NOS
HIZO APTOS para participar de la herencia de los santos en luz». Es
una acción ya realizada. ¡Démosle gracias por este gran don! ¿Quiénes son aquellos a los que se
hace referencia con el «nos» en este pasaje? El cuarto versículo del capítulo dará
respuesta a esta pregunta. «… habiendo oído de vuestra fe en
Cristo Jesús.» Eran personas que habían acudido a Cristo y
que habían creído en Él como su Salvador. El apóstol no se está
refiriendo a incrédulos ni a meros profesantes. Los tales no
han sido hechos aptos para ser partícipes de la herencia de los
santos en luz. Esta gran bendición es la porción solo de los que
han confiado en Cristo. ¿Acaso los creyentes no son dejados
sobre la tierra con el propósito de que sean hechos más y más
aptos para el cielo por la gracia de Dios y la influencia del Espíritu
Santo? Esta pregunta se podría contestar con otra:
¿Acaso hay nada realizado en nuestras almas, o producido en
nuestras vidas por la gracia de Dios y por el Espíritu Santo, que
pueda añadir al valor de la preciosa sangre de Cristo? Desde luego
que no. Desde luego, Dios nos ha dejado en la
tierra con un propósito, pero este propósito no es que seamos
hechos más aptos para el cielo. Sé que alguna buena gente abriga el
pensamiento de que los cristianos están madurando gradualmente para
el cielo, del mismo modo que una naranja, bajo la influencia de los
rayos del sol, se vuelve dulce y tierna, y apta para ser arrancada y
comerla. Sea cual sea el otro aspecto de la bendición para el
cristiano que se pueda ilustrar con aquella naranja, desde luego no
expone cómo se le hace apto para el cielo. Lo cierto es que si desde el día de tu
conversión hasta el día en que te despidas de la tierra, pudieras
vivir una vida de celo santo y devoción en el servicio del Maestro;
si por oración continua y el estudio de Su Palabra llegases a ser
un gigante en el conocimiento espiritual, no serías más apto para
el cielo en tu último momento que cuando, como pobre pecador,
confiaste en Cristo al principio. Habría crecimiento, en muchos
respectos —en conocimiento, en experiencia, en devoción, en celo;
pero no habría ni podría haber crecimiento en la aptitud para
el cielo. ¿No hay acaso un lugar al que se envían
las almas después de la muerte, para ser hechas definitivamente
aptas para el cielo? Un lugar así existe solo en la imaginación
de las mentes de los hombres. La Biblia no solo guarda silencio
respecto a la existencia de un lugar así, sino que da un claro
testimonio en contra de la misma. Sé que muchos de los presentes aquí esta
noche están acostumbrados a oír hablar de aquello que se designa
como Purgatorio. Pero, ¿acaso alguien me dirá que ningún
sufrimiento por el que yo pudiera pasar puede conseguir lo que no
haya podido conseguir el sufrimiento por el que pasó mi Salvador
por mí? ¿Acaso mis sufrimientos serían más eficaces para hacer
mi alma apta para el cielo que los sufrimientos Suyos? ¡Imposible! ¡Oh, no!, gracias a Dios, mi Salvador ha
conseguido para mí, mediante Su obra consumada, no un lugar en el
Purgatorio, sino en la casa del Padre. Su obra fue todo lo necesario
para hacer apto para aquel lugar al pecador que cree, y solo estamos
esperando hasta que Él venga para ser llevados al lugar para el que
Él nos ha hecho aptos. Si somos llamados a morir, no será para
sufrir un proceso adicional mediante un fuego purificador del
Purgatorio, sino para «partir y estar con Cristo, lo cual es
muchísimo mejor» (Filipenses 1:23), Partir y estar con Cristo
es algo muy diferente a partir para estar en el Purgatorio, ¿no es
cierto? Había cristianos en Corinto que no
actuaban bien, y como consecuencia muchos dormían. ¿Qué hay
acerca de ellos? Este caso no invalida en absoluto la verdad
en la que estamos insistiendo. El mismo apóstol Pablo dijo a estos
mismos cristianos: «mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor
Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios». El lugar para el que no
eran aptos era Corinto. En lugar de estar viviendo para la gloria de
Dios y de ser testigos brillantes y luminosos para Cristo, su
reprobable conducta estaba causando deshonra a Su nombre y haciendo
del cristianismo un escarnio entre los paganos. Esta es la razón de
que Dios interviniese y los extrajese de la tierra mediante la
muerte. Hay toda la diferencia del mundo entre ser
«aptos para participar de la herencia de los santos en luz», por
una parte, y ser «útil al Señor» (2 Timoteo 2:21). Hay
muchos de los que son aptos para la gloria que distan mucho de ser
instrumentos útiles para el Señor aquí en la tierra. De modo que
Dios tiene que castigarlos y disciplinarlos, y a veces quitarlos
totalmente de la tierra. ¿Es el caso de aquellos creyentes de
Corinto un ejemplo del «pecado para muerte»? (1 Juan 5:16) Sí, me parece que sí. Si Dios se nos ha
dado a conocer en gracia, no debemos llegar a la conclusión de que
él deja de ser un Gobernante sabio y justo. Él no puede permitir
la persistencia del pecado sin trabas entre Su pueblo. Pero incluso
si el pecado llega a ser de tal naturaleza que Dios vea necesario
refrenarlo quitando a aquel que peca, sin embargo, el tal, si es un
creyente en Jesús, es quitado al cielo. Supongamos que un padre, sentado en su
casa, oye la voz de su hijo mezclada con las voces de algunos chicos
violentos y problemáticos en la calle. Se siente profundamente
disgustado al oír las palabras que salen de boca de su propio hijo.
Abriendo la ventana, llama: «Jorge, ¡sube aquí!» Jorge vuelve la
cabeza hacia él, y su padre continúa: «He visto lo mal que te has
estado comportando. No puedo confiar más en ti allá abajo. ¡Sube
en el acto!» Así, llama a su hijo quitándolo de la
calle, donde estaba deshonrando el nombre de su padre; pero, ¿adónde
llama al muchacho? Lo llama de vuelta al hogar. Esto es lo que Dios tiene que hacer a veces
con Sus hijos. El pecado de ellos es un pecado para muerte. Dios los
saca de la tierra (el lugar para el que no son aptos) y los lleva al
cielo (el lugar para el que, por la sangre de Jesús, sí que
son aptos). ¿Hay algún otro caso en la Biblia
que ilustre este mismo principio? Sí, el caso de Moisés. Fue desde luego un
maravilloso siervo de Dios, pero pecó al desobedecer las
instrucciones de Dios en una ocasión, y no mantuvo el honor de Dios
a los ojos del pueblo. Por esta razón, Dios le dijo: «Sube a este
monte de Abarim, … y muere en el monte al cual subes» (Deuteronomio
32:49, 50). A Moisés no le fue permitido conducir al pueblo de Dios
a la tierra prometida. Su servicio fue dado a Josué, y Dios lo llamó
fuera de la tierra. Si alguien pregunta: «Pero, ¿cómo sabe
que después de su fracaso Moisés fue al cielo?», respondo, «Porque
cuando el Señor Jesús fue transfigurado en el monte, Moisés fue
uno de Sus compañeros que apareció con Él en gloria» (Lc. 9:30,
31). La aptitud de Moisés para el cielo
no dependía de su fidelidad, o nunca hubiera llegado allí. Su
continuidad como siervo escogido de Dios en la tierra sí que dependía
de su fidelidad, y debido a que fracasó, fue llamado fuera de la
tierra. Y así es con nosotros. Si no somos fieles, no somos «útiles
al Señor», y Dios tendrá que tratar con nosotros como le parezca
adecuado. Pero nuestra aptitud para la gloria depende de algo cuyo
valor nunca podrá quedar menoscabado por ninguno de nuestros
fracasos, la preciosa sangre
de Cristo. Al hablar así, ¿no está usted
exponiendo una doctrina muy peligrosa? Para mí es suficiente con que esta sea la
doctrina de la Escritura. Pero, después de todo, ¿le parecen tan
malos sus efectos prácticos? ¿Es que aquellos que tienen la
seguridad de que la preciosa sangre de Cristo es todo lo que
necesitan para hacerlos aptos para el cielo son una gente tan
negligente y terrible? En realidad, es bien al revés, y en la vida
real se encuentra que la plena confianza en el poder de la sangre de
Cristo para purificar, y la certidumbre de que mediante la misma
hemos sido hechos aptos para la gloria, van de la mano con una forma
piadosa de vivir y con un interés en glorificar a Dios en la tierra. ¿Verdad que el caso del ladrón
muriendo en la cruz ilustra cómo un pecador es hecho apto para el
cielo sin ningunas obras de su parte? ¡Desde luego que sí! ¡Pobre hombre! Con
las manos clavadas en la cruz, ¿qué clase de obras podía hacer? Sólo
podía volverse al Señor tal como era, con toda su vileza e
impotencia. Y así lo hizo, y recibió en el acto la bendición de
esta promesa: «hoy estarás conmigo en el paraíso». Poco importa
lo que digan o piensen los hombres acerca de dónde estaba el «paraíso».
El argumento es que él estaba en aquella cruz, y que entonces fue
hecho apto para la compañía de Cristo, y que recibió la
certidumbre de que estaría con Él. ¿Para qué instituyó Cristo el
sacramento si, como usted dice, no nos ayuda a hacernos aptos para
el cielo? En modo alguno estoy implicando que la Cena
del Señor, o el sacramento, como usted lo llama, carezca de
importancia. Yo mismo lo tomo, cuando es posible, cada domingo. Pero
al hacer esto no tengo ni el más remoto pensamiento de que por ello
mismo yo sea hecho más apto para el cielo. Si usted desea saber por
qué el Señor Jesús instituyó la Cena, solo tiene que volverse a
las Escrituras para encontrar la razón. Esta razón se da con toda
claridad. Vea en Lucas 22:19. Él mismo lo dijo: «Haced esto en memoria
de Mí». Esto es algo muy diferente a decir: «Haced
esto para ser más aptos para el cielo». La verdad es que el pan y el vino nos han sido dados para que tengamos el recuerdo constante de nuestro ausente Señor, en Su muerte. Él desea que no le olvidemos como el copero se olvidó de José, y para ello instituyó la Cena como un sencillo medio de recuerdo. No hay ninguna indicación en ninguna parte de la Biblia de que sea un «medio de la gracia», ni de que tenga ninguna virtud en sí para ayudarnos a ser aptos para el cielo. Solo aquellos que saben que son salvos y que han sido hechos aptos para el cielo por la preciosa sangre de Cristo tienen derecho a tomar la Cena, porque solo ellos pueden recordarle como Sus amados, aquellos que deben toda su bendición a Su muerte. |
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