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Seminario Reina Valera
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29. Paz Con Dios Evangelismo es el estudio de cómo testificar eficazmente y compartir el evangelio con audacia. Considera los elementos básicos del plan de salvación y su presentación con claridad. Enseña como superar la resistencia de diferentes tipos de mentalidades. Explica cómo hacer el seguimiento y presenta las verdades fundamentales que el obrero cristiano tiene que enseñarle al recién convertido. 5. Paz Con Dios Preguntas por W. E. Powell;
Respuestas por H. P. Barker
ES el feliz privilegio de cada verdadero
creyente en Cristo el gozar de paz con Dios. Esto no significa que
cada creyente goce de ella, pero sí que es posible para cada uno de
nosotros poseer una paz sólida y firme con Dios por lo que respecta
a nuestros pecados. ¿No es este pensamiento suficiente para hacer
que nuestros corazones ardan con fervor para poseer y gozar de esta
gran bendición? Que el Señor nos ayude en nuestra consideración
de esta cuestión. A veces oímos acerca de «paz
verdadera» y «paz falsa». ¿Qué significan estos términos? Es de temer que una gran cantidad de
personas en esta ciudad están pasando sus vidas en una falsa paz,
esto es, una paz que surge de la indiferencia. Habitan en el paraíso
de los insensatos, y viven sin pensar en sus almas y descuidados de
su terrible peligro. Adormecidos con el opio del diablo, pasan sus días
en medio de un sopor, absortos en sus negocios, sus deberes, sus
placeres, sus amigos, sus cuitas y sus pecados. La verdadera paz, la paz divina, la paz con
Dios, es algo muy diferente. Es el resultado no de la ignorancia o
de la indiferencia, sino de saber que uno está fuera de peligro.
Aquel que tiene paz con Dios ha afrontado su propia condición en
presencia de Dios. Ha contemplado la enormidad de sus pecados y se
ha reconocido como un rebelde culpable y merecedor del infierno. Ha
creído las gratas nuevas acerca de Cristo que murió por los
pecadores, y que resucitó de los muertos para su justificación. Si le preguntáis donde están sus pecados,
puede contestar: «Han desaparecido. Todos fueron echados sobre
Cristo, y Él hizo expiación por ellos con Su sangre. Hoy Él está
en la gloria. Aquel que llevó mis pecados sobre Sí mismo ya no los
lleva más. ¡Ha quedado libre de la carga que llevó en el Calvario,
y por cuanto Él está libre, yo también estoy libre!» ¿Puedes tú hablar de esta manera? Este es
el lenguaje de aquel que tiene la paz verdadera. ¿Es posible tener paz respecto a
algunas cosas, y no respecto a otras? Creo que sí. El otro día yo estaba
visitando a un hombre pobre que, por accidente, había perdido su
posición. Había quedado hundido en la miseria, y apenas si sabía
de dónde vendría la siguiente comida. Pero su confianza en la
bondad de Dios se había mantenido firme. «No me siento inquieto»,
me dijo: «Dejo mis problemas en manos de Dios. Él me ayudará.»
Este hombre podía, de esta manera, tener paz acerca de sus cuitas y
necesidades. Pero al continuar conversando, quedó claro
el hecho de que en cambio no tenía paz tocante a sus pecados y a su
estado delante de Dios. Aunque reconocía la bondad de Dios,
lamentaba su propia falta de bondad, y a veces temía que nunca
llegaría al cielo. No comprendía que su aceptación por parte de
Dios no dependía del estado de su corazón, por importante que esto
sea en su lugar, sino de la obra que Cristo llevó a cabo. De aquí
que desconociese la verdadera paz con Dios. Respecto a sus
problemas y cuitas, podía sentirse calmado y en paz, esperando que
Dios le ayudaría; pero por lo que se refería a sus pecados
y a su estado ante Dios, estaba lleno de ansiedad. El caso de este hombre no es en absoluto
infrecuente. Hay muchos que pueden pasar en paz por las tormentas de
la vida, con la conciencia en sus corazones de la bondad de Dios,
pero que nunca han llegado a aprender el secreto de la paz con
Dios, por medio de la muerte y de la resurrección de Cristo. ¿Es la «paz con Dios» lo mismo que
la certidumbre de la salvación? No. El hecho es que no se dice mucho en la
Biblia respecto a la «certidumbre de salvación», por la simple
razón de que en los tiempos de los apóstoles, cuando se predicaba
el evangelio en su sencillez y sin mixturas, aquellos que lo recibían
y que creían en Cristo eran salvos, y, naturalmente, lo sabían.
Pero en nuestros tiempos se da un estado de cosas muy diferente.
Debido a la forma distorsionada en la que con frecuencia se presenta
el evangelio, mezclado con la ley y con principios judaicos, existen
miles que en cierta medida confían en Cristo y edifican todas sus
esperanzas sobre Su preciosa sangre, pero que no pueden hablar con certidumbre
de su salvación. De ahí la necesidad en la actualidad de apremiar
la certidumbre, y de exponer como se obtiene, sencillamente
aceptando lo que Dios ha dicho. Tomemos, por ejemplo, el bien
conocido versículo de Hechos 13:39: «En Él es justificado todo
aquel que cree». ¡Qué arma tan eficaz es este pasaje para poner
en fuga toda duda y todo temor! Pero la paz con Dios va más allá de
mantener a raya las dudas y los temores mediante la ayuda de algún
precioso pasaje de las Escrituras. Es el resultado de conocer lo que
ha sido realizado mediante la muerte y resurrección de Cristo para
el creyente. Mediante aquella obra han sido quitados todos nuestros
pecados; hemos sido justificados de toda acusación. En otras
palabras, ha quedado eliminado el elemento perturbador,
y la bendita consecuencia es la paz con Dios. Permitidme que dé una ilustración para
mayor claridad. Hace algunos meses yo vivía en una casa rodeada de
pastos en los que había mucho ganado. El camino desde la casa al
pueblo vecino pasaba por estos pastos. No había otra forma de
llegar allí. Una tarde estaba yo dirigiéndome a pie al
pueblo con una señora que tenía mucho miedo a las vacas. Cuando
vio que nuestro camino pasaba directamente a través de una manada
de estos animales, se puso muy nerviosa, y quería volverse atrás.
Hice todo lo que pude para tranquilizarla. Le dije que había pasado
por este camino muchísimas veces, y que nunca había visto la menor
señal de ferocidad en las vacas; que eran totalmente inofensivas, y
que sería más probable que las vacas huyeran de ella que no que la
acometieran. Al final mi amiga se tranquilizó y emprendió la
marcha, no sin alguna inquietud al principio, pero con una creciente
confianza. Ella creyó mi palabra cuando le aseguré que no había
ningún peligro, y sus temores se desvanecieron totalmente cuando
vio que realmente no había ninguna causa para alarmarse. De esta
manera obtuvo la certidumbre. Al volver del pueblo, más tarde,
encontramos que todas las vacas habían sido conducidas a otra sección
de la finca. No quedaba una sola pezuña, ningún cuerno a la vista. El rostro de mi acompañante se iluminó
con una sonrisa, y exclamó: «¡Oh, las vacas han desaparecido!» «Sí,» contesté, «pero usted ahora no
tendría miedo de pasar por su lado, verdad?» «No,» dijo la señora; «Sé que no me
harían daño y que mis temores son insensatos y sin razón, pero
de todos modos me alegra que hayan desaparecido». Ahora bien, creo que esto ilustra la
diferencia entre la certidumbre de la salvación y la paz.
Tranquilizados y con la seguridad que nos da la propia Palabra de
Dios, podemos seguir nuestro camino sabiendo que los temores son
infundados y sin razón. Pero cuando vemos que todo aquello que temíamos
ha desaparecido, que nuestros pecados han sido quitados, que el
juicio que merecíamos ha sido soportado, y que las demandas de la
justicia divina han quedado plenamente satisfechas—entonces es
que tenemos una verdadera paz. La fuente de nuestro temor ha
quedado eliminada. Y esto es precisamente lo que Cristo ha cumplido
por nosotros. ¿Por qué no todos los creyentes
gozan de la paz con Dios? Hay multitudes que carecen de paz porque
son creyentes incrédulos. Cuando el Señor Jesús alcanzó a
los dos caminantes en el camino de Emaús, se encontró con que
ellos, aunque eran verdaderos discípulos, estaban llenos de
incredulidad. «¡Oh insensatos,» les dijo, «y tardos de
corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!» Muchos en la actualidad están precisamente
en la misma condición. Confían en el Señor Jesús como su
Salvador, y depositan todas sus esperanzas de gloria futura en Su
preciosa sangre, pero son lentos en creer lo que el evangelio les
asegura que es el resultado de Su muerte y resurrección. No ven que
como consecuencia de Su obra todos sus pecados han sido eternamente
quitados, y que son con toda justicia absueltos por Dios de toda
acusación. La mayoría de nosotros estamos
familiarizados con la historia de la victoria de David sobre Goliat.
Un israelita, al ver al valeroso joven avanzar hacia el arrogante
gigante, pudiera haber exclamado: «Confío en este joven. Sé que
es un hombre de Dios, y tengo toda la confianza de que por medio de
él Dios dará hoy la libertad a Israel.» El hombre que habla así es evidentemente
un creyente en David. Sus esperanzas de liberación descansan en la
capacidad de David para vencer a Goliat. Pero finalmente, cuando los clamores de
triunfo reverberan en el aire, y David vuelve al campamento con la
cabeza del gigante en sus manos, aquel mismo hombre está sentado en
su tienda con una mirada de ansiedad en su rostro. ¿Por qué no
comparte el gozo y no se une al cántico de gratitud? Porque no
conoce el significado de estas aclamaciones. No se ha dado cuenta de
que el gigante ha muerto. En el momento en que comprenda no solo que
David es un libertador digno de confianza, sino que realmente ha
cumplido la obra de liberación, y que el enemigo ha desaparecido,
la paz y el gozo serán su parte. Es así que muchos permanecen privados del
goce de la paz. Tienen fe en Cristo como Libertador digno de
confianza, pero no comprenden el pleno resultado de la obra que ha
cumplido. Quizá nunca les ha sido expuesto. Tan pronto como lleguen
a comprenderlo, el bendito resultado será la paz. La introspección es otra causa de agitación.
Una mentalidad mundana es también un gran obstáculo para el goce
de la paz. ¿Puede llegar a ser demasiado tarde
para que el pecador comience a hacer la paz con Dios? En cada caso es demasiado tarde—diecinueve siglos demasiado tarde. De hecho, es una
total imposibilidad absoluta que un pecador arregle su situación
con Dios. Pero no debe desesperar por ello, porque Cristo ha
realizado la obra necesaria, y la paz se debe conseguir, no con que
el pecador haga nada, sino pasando a gozar de los resultados de la
obra de Cristo. Cristo ha hecho la paz, una vez por todas,
mediante la sangre de Su cruz (Col. 1:20). Él ha echado los seguros
fundamentos de nuestra bendición. No tenemos parte ni suerte en la
realización de tal obra. Para obtener la «paz con Dios», entonces,
que el pecador deje de tratar de hacerla él, y que se apropie, por
la fe en Cristo, de los resultados de Su muerte y resurrección.
Nunca es demasiado tarde para esto, mientras haya vida. En el Salmo 119:165 leemos: «Mucha
paz tienen los que aman tu ley». ¿Qué significa esto? No es exactamente la «paz con Dios» lo
que se menciona aquí. La «ley» en este pasaje es algo mucho más
amplio que los Diez Mandamientos. Se trata de la revelación de los
caminos de Dios (hasta allí donde consideró oportuno en darlos a
conocer en aquellos días), e indicaba el camino de la sabiduría,
justicia y paz para el hombre. Aquellos cuyos corazones estaban
influidos por ella gozaban de la bendición inseparable del
conocimiento de Dios y de Sus caminos, por parcial que fuese
necesariamente aquel conocimiento. En nuestros días, el claro de estrellas de
los tiempos del Antiguo Testamento ha dado lugar a la gloriosa luz
de mediodía de la plena revelación de Dios. Dios se ha dado a
conocer, y ha dado Su Santo Espíritu para que guíe nuestros
corazones en las líneas de Su revelación. Si nos sujetamos a este
bendito Espíritu Santo, y le dejamos que Él dirija nuestros
corazones en lo que Dios ha revelado para nuestra bendición,
nuestra segura porción será una gran paz, así como era la
porción de los santos, en tiempos de David, que amaban las cosas de
Dios. Y por ello leemos, en Romanos 8:6, que «el
ocuparse del Espíritu es vida y paz». Pero esta paz no se debe confundir con la
paz de Romanos 5:1, que es el resultado de ser justificados. En este
caso se trata de una paz que es lo contrario a aquel estado de
morbosa insatisfacción con el yo que con frecuencia es resultado de
ensimismarnos con nuestra propia frialdad y pecaminosidad. ¿De qué depende la «paz con Dios»? Si nos volvemos a Romanos 4:25, y
relacionamos este pasaje con el primer versículo del siguiente capítulo,
tendremos una respuesta en las mismas palabras de la Escritura. «Jesús,
Señor nuestro,» leemos, «fue entregado por nuestras
transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo.» La paz con Dios sigue inmediatamente del
hecho de que somos justificados, y esto depende, como hemos visto,
de la muerte y resurrección de Cristo. De esta manera han quedado
satisfechas las demandas de la justicia divina, y por consiguiente
la paz es nuestra. ¿Cuál es la diferencia entre la «paz
con Dios» y la «paz de Dios» de la que leemos en Filipenses 4:7? La «paz con Dios» tiene que ver con
nuestros pecados y con nuestro estado de culpa ante Él, y es el
resultado de lo que Él nos da a conocer. La «paz de Dios» tiene que ver con las
circunstancias de la vida, con las dificultades y las pruebas, y es
el resultado de presentar nuestras peticiones ante Él. La ansiedad es algo que debilita el brillo de muchas vidas cristianas. El creyente
tiene la paz con Dios respecto a sus pecados, pero para poder pasar
por este mundo de pruebas y dolor, tiene que cultivar el hábito de
presentar todo a Dios en oración. El resultado será que su corazón y su
mente serán guardados en paz. La propia paz de Dios, que sobrepasa
a todo entendimiento, reinará en él. Entonces aceptará cada
circunstancia como ordenada por Aquel que hace que todo coopere para
nuestro bien, y en lugar de angustiarnos y de murmurar, gozará de
una serena confianza y paz. Esto es lo que significa el pasaje en
Filipenses 4. ¿Qué significaba el Señor Jesús
al decir que dejaba Su paz con Sus discípulos en Juan 14:27? El concepto es muy parecido al que acabamos
de exponer. Pero las pruebas y las aflicciones de la vida son
comunes a todos—las padecen tanto los inconversos como los
hijos de Dios, aunque solo los últimos tienen la «paz de Dios»
para guardar sus corazones en medio de todo ello. Pero hay ciertas cosas con las que solo
los cristianos tienen que enfrentarse, como la persecución por
causa de Cristo y el padecer pérdida por fidelidad a Él. Estas
cosas, el resultado del rechazo contra Cristo aquí y de Su ausencia,
fueron previstas por Él, y Él advirtió «a los Suyos», a los que
dejaba atrás, de que debían esperar sufrir oposición, injurias,
persecuciones y calumnias. Pero en medio de todo lo que deberían
sufrir por causa de Su nombre, gustarían de la dulzura de la paz
celestial, Su propia paz. Si la tierra iba a ser un lugar de rechazo
y dolor para ellos, se les iba a preparar un lugar en las «muchas
moradas» arriba. Si les iba a dejar un legado de sufrimiento, esto
iría acompañado de un precioso legado de paz. Se trata de una paz
que el mundo nunca podrá dar, de una paz que el mundo nunca podrá
arrebatar. Hemos hablado a menudo de cuatro clases
diferentes de paz. 1. La paz con Dios, que tiene que
ver con nuestros pecados y estado de culpa, el resultado de haber
sido justificados debido a la muerte y resurrección de Cristo (Ro.
5:1). 2. La paz interior, en contraste con
una morbosa insatisfacción con uno mismo, el resultado de «ocuparse
del Espíritu» (Ro. 8:6). Se trata de una paz que depende no tanto
de nuestra fe en Cristo como de nuestra cotidiana ocupación
con Cristo, por el Espíritu Santo. 3. La paz de Dios, que guarda los
corazones y las mentes de los que echan sus ansiedades sobre Él en
medio de las cotidianas cargas y perplejidades de la vida (Fil.
4:7). 4. La paz de Cristo, la preciosa
porción de aquellos que son dejados aquí para representarle en Su
ausencia, y que a menudo tienen que soportar el vituperio y la
persecución por causa de Su nombre. Doce Diálogos Bíblicos - Harold P. Barker y otros. Traducción del inglés: Santiago Escuain © Copyright 2005, SEDIN - todos los derechos reservados. SEDIN-Servicio Evangélico Apartado 126 17244 Cassà de la Selva (Girona) ESPAÑA Se puede reproducir en todo o en parte para usos no comerciales, a condición de que se cite la procedencia reproduciendo íntegramente lo anterior y esta nota. http://www.sedin.org/dialogues/d00cast.html |
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