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Seminario Reina Valera
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26. La Conversión Evangelismo es el estudio de cómo testificar eficazmente y compartir el evangelio con audacia. Considera los elementos básicos del plan de salvación y su presentación con claridad. Enseña como superar la resistencia de diferentes tipos de mentalidades. Explica cómo hacer el seguimiento y presenta las verdades fundamentales que el obrero cristiano tiene que enseñarle al recién convertido. 2.
La Conversión Preguntas por C. A. Miller; Respuestas por H. P.
Barker
CADA amo de casa de esta ciudad afirma su
derecho de decidir quién va a entrar en su casa y quien no. Ahora
bien, el derecho que demandamos para nosotros debemos seguramente
reconocérselo al Señor Jesucristo. En Mateo 18:3 Él nos dice
claramente que algunos no entrarán en Su reino. Excepto que uno se convierta,
es inútil que espere tal cosa. Leemos: «si no os convirtiereis, y
fuereis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos»
(SEV). Esto nos muestra la inmensa importancia de
la conversión. Haremos bien en dedicar una sesión esta noche a
este tema. Aparte de la conversión, no puede haber bendición, goce
verdadero ni cielo para nadie. ¿Puede explicarnos lo que se quiere
decir por Conversión? No podemos hacer nada mejor que acudir a la
Escritura para recibir la respuesta. Miremos primero en 1 Corintios
6. Después de mencionar muchos terribles vicios predominantes entre
los paganos, el apóstol dice, en el versículo 11: «Y esto
erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados». Esto es una
hermosa definición de la conversión. Pasemos ahora a Efesios 2:13:
«Ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais
lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.»
Esto es como el apóstol lo expone a los creyentes en Éfeso. Luego
miremos 1 Pedro 2:25: «Vosotros erais como ovejas
descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de
vuestras almas.» Todos estos pasajes muestran con mucha
claridad lo que es la conversión, pero no se de ninguno que lo
exprese de manera más hermosa que otro versículo en el mismo capítulo
en 1 Pedro, versículo 9, «os llamó de las tinieblas a su
luz admirable». Estos pasajes de las Escrituras dejan bien
claro que la conversión es un cambio vital y radical que afecta al
alma—un traslado desde las tinieblas, el peligro y la distancia a
la luz, la salvación y la proximidad con Dios. La otra noche tuve ocasión de ir a mi
dormitorio para cambiarme el abrigo. Era oscuro, pero como sabía
donde colgaba el otro abrigo, pude hacer el cambio sin necesidad de
luz. Así se logró realizar un cambio externo. Dejé el abrigo
viejo para ponerme el nuevo, ¡pero todo este tiempo permanecí
en las tinieblas! Algo parecido sucede a menudo en la historia
de los hombres. Reciben impresiones religiosas, abandonan sus malas
compañías, dejan hábitos pecaminosos y hacen esfuerzos por vivir
de mejor manera. En lugar de frecuentar la taberna asisten a un
lugar de culto, y se vuelven ciudadanos sobrios y respetables. Todo
esto y mucho más es verdad acerca de ellos, pero todo este tiempo permanecen
en tinieblas. No amanece en sus almas ninguna luz celestial que
revele a un Salvador lleno de amor y de poder. Ha tenido lugar un
cambio externo, deseable de todo punto, pero sus almas no han sido
llevadas del peligro a la seguridad, de las tinieblas a la luz. No
podemos dejar de insistir en que esta reforma no es conversión.
Pasar página no es lo mismo que ser llevado a Dios mediante la
sangre de Cristo. Los hay que creen que si han tenido sueños
notables o experiencias arrebatadas y sentimientos religiosos, que
se trata de la conversión. Pero la conversión es una realidad
mucho más profunda que ninguna de estas cosas; es nada menos que
pasar de muerte a vida (Juan 5:24). ¿Necesitan la conversión los que
han sido bautizados y que nunca han cometido ningún pecado grave? No hay pecado que no sea grave a los ojos
de Dios. Los hombres suelen considerar algunos pecados como
repulsivos y otros como triviales, pero cada pecado es aborrecible
para Dios. El pecado más insignificante cierra las puertas del
cielo de manera tan eficaz contra el que lo comete como el pecado de
asesinato, y demanda igual de clamorosamente la expiación mediante
la sangre de Cristo. Pero no es solo a causa de lo que hemos
hecho que la conversión es una necesidad tan grande, sino
debido a lo que somos. Y a este respecto no hay diferencia;
todos somos pecadores, todos debemos declararnos culpables, todos
estamos expuestos al juicio. La Escritura declara de la forma más
decidida que «no hay diferencia». La dama bautizada, educada,
refinada, amable y con inclinaciones religiosas necesita convertirse
si quiere ir al cielo, del mismo modo que el blasfemo, el borracho y
el ladrón. ¿Podemos convertirnos cuando nos
plazca? Dios nunca da al pecador la elección de la
ocasión; Su tiempo es siempre el presente. «He aquí ahora
el día de salvación», y, «Si oyereis hoy su voz, No
endurezcáis vuestros corazones». Si alguien posterga este asunto,
incurre en un terrible peligro. Puede que nunca tenga otra
posibilidad. No diré que no la vaya a tener, porque Dios tiene gran
longanimidad, y Su gracia se detiene sobre muchos; pero sería más
seguro jugar con el rayo que menospreciar Su misericordia o
los llamamientos de Su Espíritu. ¿Cuánto tiempo tarda uno en
convertirse? El viernes pasado leímos una nota de una
joven amiga que asiste aquí, que dice que en menos de un minuto
recibió la bendición que buscaba, siendo culpable pecadora. Muchos
podrían hacerse eco de su testimonio. ¿Cuánto tardó el ladrón
moribundo de la cruz en convertirse? ¿Cuánto tiempo le llevó a
Pablo, el acerbo perseguidor en el camino de Damasco, para caer
abatido y que el grito de «¡Señor!» brotase de sus labios? ¿Cuánto
tiempo fue necesario para que el corazón endurecido de aquel
carcelero de Filipos, que odiaba el evangelio, cuando fue despertado
por el terremoto, recibiera una respuesta a su pregunta—«¿Qué
debo hacer para ser salvo?» Sin duda que generalmente hay muchos
ejercicios del alma que acompañan a la conversión, y estos
ejercicios pueden extenderse semanas o años. Pero creo que hay un
momento concreto en que los ejercicios alcanzan su punto culminante,
cuando el alma pone de una vez por todas su confianza en el Salvador
y en Su preciosa sangre, y es perdonada y purificada. No es un
proceso largo, sino un acto instantáneo. Si alguna persona convertida cae en
pecado, ¿tiene que volverse a convertir? Esta es una pregunta que hacen miles de
personas, en una u otra forma. Pero me aventuraré a decir que esta
pregunta nunca surgiría si realmente comprendiésemos que cuando un
pecador se convierte queda también justificado de todas las cosas,
pasa a ser hijo de Dios, y por el don del Espíritu es hecho miembro
del cuerpo de Cristo. Si todo esto se tiene que repetir cada vez que
un creyente cae en pecado, ¡entonces tendría que repetirse veinte
veces al día en el caso de muchos! Pero un pasaje de la Escritura
disipará tal concepto. Leemos que «todo lo que Dios hace será
perpetuo» (Ec. 3:14). Cuando un alma se salva, es Dios quien la
salva, y esto «será perpetuo», para siempre. Cuando un pecador es
justificado por la fe en Cristo, «Dios es el que justifica»,
y «será perpetuo». Ningún padre terrenal puede romper la
relación que existe entre él mismo y su hijo. Así sucede con la
relación celestial y eterna que se forma entre Dios y el alma
creyente. Si uno de Sus hijos cae en pecado, Él podrá corregirlo y
someterlo a diversas formas de disciplina; pero ¿rechazarlo? ¡Jamás!
El tal necesita ser restaurado a la comunión y al camino
recto, pero no puede volver a ser convertido otra vez. Al decir esto no me olvido de Lucas 22:32.
Pedro era un hombre verdaderamente convertido desde la memorable
escena en la que se reconoció como pecador, pero se aferró a los
pies del Salvador, si no antes de ello. Pero cayó gravemente, y negó
a su Señor con maldiciones. El Señor, sin embargo, le dice que ha
orado por él, e incluso antes de su caída ya contempla su
restauración. «y tú, una vez vuelto,» dice, «confirma
a tus hermanos». Esto se traduciría mejor como: «una vez restaurado»,
porque se refiere no a la conversión de un pecador impío, sino a
la restauración de un santo recaído. Voy a presentar una ilustración que tomo
de un amigo. Un hombre se alista como soldado. Después de un cierto
tiempo se cansa de la vida de soldado, y, aprovechando una
oportunidad, huye. Ahora es un desertor, y vive con un temor
constante de ser descubierto. Al final resuelve volver al ejército.
Su regimiento ha sido enviado al frente, y él quiere volverse a
incorporar al mismo. ¿Cómo va a volver a las filas? No puede
volver a alistarse como si nunca hubiera vestido el uniforme del rey.
No puede volver como un recluta, sino como un desertor. Lo que debe
hacer es presentarse ante sus mandos, y someterse a cualquier pena
que consideren adecuado imponerle. Así es con un hijo de Dios que se haya
desviado. Es un desertor de las filas, y no puede volver a alistarse
como un recluta. Debe volver como uno que se ha ido errante, no para
buscar la absolución de un juez, sino el perdón de un Padre. Que
los tales recuerden que la gracia restauradora de Dios es tan
grande como Su gracia salvadora. Si se da la bienvenida al
pecador culpable, también se dará al hijo que se ha ido errante;
pero es como hijo que ha de volver, no como quien necesita
conversión, sino restauración, y la obtendrá de cierto mediante
la intercesión de Cristo. ¿Es la conversión todo lo necesario
para hacer a uno cristiano? Si lo fuera, no hubiera habido necesidad de
que Jesús descendiera del cielo y muriera en la cruz. Aquella magna
obra fue necesaria antes que nadie pudiera llegar a hacerse
cristiano. Pero quizá nuestro amigo está pensando en un concepto
extendido en ciertos medios de que nadie puede considerarse
cristiano hasta que, al final del curso de su vida, se prepara a
pasar de la tierra al cielo. Pregunta a alguien que crea esto, «¿Eres
cristiano?», y la respuesta será: «Lo estoy intentando.» Ahora bien, ninguna cantidad de intentos ha
transformado a nadie en cristiano. Nadie se hace soldado tratando de
comportarse como uno, sino alistándose. En el momento en que se
alista es tan soldado del rey como el comandante general. Aquel
nunca habrá puesto el pie en el campo de batalla, y éste puede ser
veterano de cien batallas, pero los dos son soldados del rey. ¿Cuáles son los rasgos de una
persona convertida? Los convertidos de Tesalónica manifestaban
cuatro rasgos muy evidentes. Los encontraremos en 1 Tesalonicenses
1:9, 10. (1) Se habían vuelto a Dios. Este
es el primer rasgo de una persona convertida. En lugar de tener
miedo de Dios, tiene paz con Dios; en lugar de esconderse de Él,
dice: «Tú eres mi refugio»; en lugar de considerar a Dios como un
duro explotador o un juez severo, lo conoce como su amante Padre. (2) Se habían vuelto de los ídolos.
Otros entre nosotros, además de los paganos que adoran a la madera
y a la piedra, tienen ídolos. Cualquier cosa que se permita que
tome el lugar de Dios en el alma es un ídolo; cualquier cosa del yo
en el que uno fundamente una esperanza de gloria futura es un ídolo.
¿Esperas el favor de Dios debido a tu forma moral de vivir, o por
sus oraciones o votos? Entonces estas cosas son tus ídolos. Se
levantan entre ti y la bendición de Dios. Un rasgo de una persona
convertida es que ha lanzado a los vientos todo aquello sobre lo que
antes edificaba sus esperanzas—sus propios esfuerzos y
resoluciones, cualquier cosa que se interpusiera entre él y Dios. (3) Ahora estaban sirviendo al Dios vivo
y verdadero. Un inconverso sirve al yo y a Satanás; una persona
convertida trata de servir a Dios en todos los detalles de su vida.
Todo lo que está bajo su control, por así decirlo, queda
convertido. Si es vendedor de tejidos, tiene cuidado en que cada
metro sea de cien centímetros; si es lechero, se preocupa de que la
leche sea leche, no leche y agua. Todo en él da testimonio de que
ahora es siervo de Dios. (4) Estaban esperando al Hijo de Dios
del cielo. La popularidad, la fama, el éxito, las riquezas, no
son objetos de ambición del que ha sido verdaderamente convertido.
Conoce a Jesús como su Libertador de la ira que ha de venir, y su
esperanza está fijada en aquel mundo resplandeciente en el que el
Hijo de Dios es el Centro de todo. Lo espera a Él, y su deseo más
querido quedará satisfecho cuando se encuentre en Su presencia para
siempre. ¡Oh, que estos rasgos fuesen más visibles en cada uno de
nosotros! ¿Puede cada persona convertida
recordar con exactitud la fecha de su conversión? Muchos pueden. Pueden señalar con el dedo
cierto día en el calendario y decir: «Este es mi cumpleaños
espiritual». Pero no todos pueden hacerlo, y no creo que nadie deba
inquietarse por ello. Si estás seguro de que estás convertido, de
que has sido trasladado de la tierra tenebrosa del pecado al
resplandor de la gracia y de la libertad, es suficiente. No hay
necesidad de sentir ansiedad por no poder señalar el momento
preciso de tu conversión. ¿Va la conversion siempre acompañada
de un profundo dolor del pecado? Tengo graves dudas acerca de cualquier
conversión en la que no haya una medida de juicio propio y de dolor
por el pecado. No es un espectáculo grato ver a alguien «recibir
la palabra con gozo», como sucedió con aquellos de los que leemos
en Lucas 8:13. Lo siguiente que se dice de ellos es que «no tienen
raíz», solo creen «por un tiempo» y pronto «se apartan». He
visto a personas profesar la conversión y de inmediato caer de
rodillas y orar por sus amigos, por los predicadores del evangelio,
por los soldados en la guerra, por los expuestos a los peligros del
mar, por los judíos, y no sé por qué más. Parece que no tienen
un sentido de la gravedad de sus pecados, que necesitaron de tal
sacrificio como el de Cristo para expiarlos. No hay una pasada
profunda del arado por sus conciencias, ningún dolor por su dureza
de corazón. Por mi parte, veo bueno que haya lágrimas de contrición
en las mejillas de un pecador arrepentido, y que se oiga el clamor
contrito del pródigo al volver al Padre. Creo que Dios también
lo valora. Dios
gusta de oír el clamor contrito, Pero es verdadero el dicho de que «las
aguas mansas son profundas». A menudo los que más sienten son los
más parcos en expresar sus sentimientos. Pero uno espera que haya
alguna indicación de un estado quebrantado y contrito del alma, y
alguna conciencia de la gravedad y maldad del pecado. ¿Por qué vemos tan pocas
conversiones hoy en día, en comparación con lo que leemos de
tiempos pasados? Esto puede atribuirse a más de una sola
causa. Quizá se deba no en poca medida a que en muchos sectores ya
no se considere que la conversión es necesaria. Se pronuncian
sermones sin mencionarla para nada. Se exhorta a la gente a «seguir
a Cristo» y a «andar en Sus pasos» sin decir que para ello les
es necesaria la conversión. Sin duda, otra causa es la lamentable
frialdad e indiferencia entre nosotros los cristianos evangélicos,
que sí creemos en la necesidad de la conversión. Cuando David se apartó del Señor, dejó
de ejercer influencia para bien sobre los demás. En el Salmo 51 le
vemos arrepentido. Escuchemos sus palabras. «Vuélveme el gozo de
tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a
los transgresores tus caminos, Y
los pecadores se convertirán a ti».
Mientras el corazón de David estuvo frío hubo escasez de
conversiones. La restauración de su gozo sería el medio de bendición
para otros además de para él mismo. Habría pecadores que se
convertirían. Hermanos, no tendríamos que lamentar la escasez de
conversiones si tan solo nuestros corazones fuesen más cálidos
y respondieran mejor al gran amor de Dios. Si alguien dice: «Quiero ser
convertido, pero no sé como lograrlo», ¿qué le aconsejaría? Lo dirigiría a Hechos
3:19: «Arrepentíos y convertíos». Le apremiaría a que se
volviera al Salvador con verdadero arrepentimiento. También le leería
Hechos 16:31: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo». Un
pecador arrepentido que verdaderamente cree en Jesús y confía en
Él para salvación, se ha convertido. Se ha vuelto de sus pecados
al Señor. Nuestro diálogo ha concluido. Ahora me
toca a mí hacer una pregunta, y quiero que cada uno aquí la
conteste honradamente, como en presencia de Dios. ¿Estás TÚ convertido? Mi
ferviente deseo es que busques una entrevista personal con el
Salvador. Reconoce tu culpa. No presentes excusas. No retengas nada.
Luego confíate a Él. Él te salvará y te bendecirá. Luego podrás
decir: «Gracias, Dios, estoy convertido». Doce Diálogos Bíblicos - Harold P. Barker y otros. Traducción del inglés: Santiago Escuain © Copyright 2005, SEDIN - todos los derechos reservados. SEDIN-Servicio Evangélico Apartado 126 17244 Cassà de la Selva (Girona) ESPAÑA Se puede reproducir en todo o en parte para usos no comerciales, a condición de que se cite la procedencia reproduciendo íntegramente lo anterior y esta nota. http://www.sedin.org/dialogues/d00cast.html |
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