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30. El Perdón Evangelismo es el estudio de cómo testificar eficazmente y compartir el evangelio con audacia. Considera los elementos básicos del plan de salvación y su presentación con claridad. Enseña como superar la resistencia de diferentes tipos de mentalidades. Explica cómo hacer el seguimiento y presenta las verdades fundamentales que el obrero cristiano tiene que enseñarle al recién convertido. 6. El Perdón de Los Pecados Preguntas por E. D. Kinkead; Respuestas por H. P.
Barker
COMO introducción al tema que nos ocupa,
leeré un versículo de las Escrituras: «En quien tenemos redención
por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su
gracia» (Efesios 1:7). Este pasaje muestra muy claramente que hay
algunos que podían decir, y a los que Pablo les alentaba a decir:
«tenemos el perdón de pecados». Sin duda alguna hay muchos que están
acostumbrados a repetir, domingo tras domingo, las palabras: «Creo
en el perdón de los pecados». Por la gracia de Dios, algunos de
nosotros podemos ir más allá y decir: «Creo en el perdón de mis
propios pecados.» ¿Puedes tú decir esto? Si no, te ruego que
prestes gran atención al tema que vamos a considerar. ¿Debe el pecador cargar todos sus
pecados sobre Jesús para poder ser perdonado? Ninguno de nosotros podría recordar todos
nuestros pecados. Cuando examinamos el panorama de nuestras vidas
pasadas, no cabe duda que hay algunos pecados que se levantan como
promontorios, y el recuerdo de los mismos permanecerá con nosotros
hasta nuestra última hora en la tierra. Pero multitudes de nuestros
pecados, pecados veniales según algunos los designarían, han
quedado olvidados. Sin embargo, cada uno de ellos exige la expiación,
se debe responder de cada uno de ellos. La obra de Cristo es
suficiente para responder por todos ellos, pero si, antes de
recibir el beneficio de aquella obra, tuviéramos que tomar nuestros
pecados y cargarlos sobre Jesús, estaríamos en un verdadero apuro.
El pensamiento de nuestros pecados olvidados estaría siempre acosándonos.
«¿Qué haremos acerca de ellos?» sería una pregunta que
nos privaría de nuestra paz. Pero hay otra razón por la que nunca podríamos
cargar nuestros pecados sobre Jesús, y es que Jesús está ahora
en la gloria. ¿Crees que Él puede cargar sobre Sí ningunos
pecados donde Él está? Nada que contamine entrará jamás allá.
¿Cómo pues puede un pecador cargar sus contaminantes pecados sobre
Jesús, el Señor exaltado y coronado en gloria? ¡Imposible! El tiempo para cargar los pecados fue
cuando Él estuvo clavado en la cruz. Y fíjate en esto: Si tus
pecados no fueron cargados entonces sobre Jesús, nunca lo
serán. Ahora bien, es cosa cierta que tú no hubieras podido cargar
tus pecados sobre Él en el Calvario. Tú no existías entonces. La
verdad es que Dios cargó sobre Él el pecado de todos
nosotros. «Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.» ¿Qué debe hacer el pecador para
demostrar que es digno de ser perdonado? Un pecador nunca podría hacer nada para
demostrar que es digno de ningún perdón. La base sobre la que Dios
perdona pecadores no es que ellos sean dignos de tal perdón, ni
nada que ellos puedan hacer o ser. Es totalmente por causa de
Cristo, y debido a lo que Él ha hecho. Esto se verá expresado
con toda claridad en Efesios 4:32: «Dios también os perdonó a
vosotros en Cristo». Igualmente en 1 Juan 2:12, «vuestros
pecados os han sido perdonados por su nombre». Supongamos que una persona con buena
disposición da un cheque a un pobre, y le dice que lo presente para
su pago en una determinada sucursal bancaria. Mientras se dirige
hacia allí comienza a sentir desconfianza acerca de si le darán el
dinero o no. Está vestido de harapos, su pobreza es evidente, y su
nombre es totalmente desconocido. Si embargo, haciendo acopio de
valor, acude al mostrador y presenta el cheque. El cajero lo toma y
mira atentamente—¿qué? ¿Mira acaso a los harapos del hombre?
No, sino que mira el nombre en el cheque. Es el de uno de los
mejores clientes del banco. Debido a este nombre el cajero
entrega el dinero sin hacer una sola pregunta al portador. Esto es lo que sucede con el pecador que
acude a Dios mediante el Señor Jesucristo. Dios no toma en cuenta
si el pecador es digno o indigno. No hace ninguna diferencia que el
solicitante de la bendición tenga una buena reputación de honradez
y respetabilidad, o que sea conocido como un malvado rechazado por
todos. Puede que su nombre esté inscrito en el registro de miembros
de una iglesia de renombre, o que esté en los ficheros de la policía
judicial. Dios no hace diferencias en Su trato al pecador que
regresa debido a circunstancias de esta clase. Lo que Él mira es el
nombre que el pecador trae como su único alegato. Si es el precioso
nombre de Jesús, no hay bendición tan grande que Dios no dé
a quien la busque. En el acto perdonará los pecados de toda una
vida por causa de este nombre. Cuando un pecador confía en Cristo,
¿recibe el perdón de todos sus pecados, o solo de sus
pecados pasados? Supongo que es solo natural para la gente
contemplar sus pecados como pasados, presentes y futuros, pero es
seguro que Dios no los divide así. Él ve nuestra vida, desde sus
primeros momentos hasta nuestra última hora en la tierra, extendida
delante de Él. Nuestros pecados, los olvidados ya de hace mucho
tiempo, y los no todavía cometidos—Él los ve como un todo, como
una serie de acciones, palabras y pensamientos de maldad. Más todavía: Él no solo ve
nuestros pecados así, como un todo, sino que los vio así
hace diecinueve siglos. Todos nuestros pecados eran futuros entonces,
pero Dios los vio todos, y los cargó todos sobre Cristo. Si hay un
solo pecado que hayas cometido o que puedas aun cometer, y que no
fue cargado sobre Cristo, este pecado debe quedar para siempre sin
expiación, y no puede haber cielo para ti. Gracias a Dios, el
creyente tiene razón para saber que cada pecado de su vida fue
cargado por su Salvador en el Calvario, y que como consecuencia
necesaria cada pecado de su vida, desde la cuna hasta la tumba,
quedó borrado cuando confió en Cristo. Como hijo de Dios,
puede que cometa pecados, y tendrá necesidad de recibir perdón de
su Padre por los mismos. Pero nunca más tendrá que acercarse a
Dios como quien necesita perdón como un criminal culpable bajo la
sentencia de condenación eterna. ¿Es correcto que alguien ore por el
perdón de los pecados? Entiendo que su pregunta no es si jamás fue
correcto, sino si es correcto en la actualidad que se ore por
perdón. Alguien ha dicho que las Escrituras son tan
elocuentes en aquello que omiten como en aquello que revelan. Desde
luego que debemos contar entre sus omisiones cualquier instrucción
para orar pidiendo perdón desde que la obra de expiación de Cristo
quedó cumplida. Encontramos muchas referencias que muestran que el
perdón de los pecados era cosa conocida por los primeros cristianos,
y que se había dado provisión en el caso de cristianos que pecasen,
pero buscamos en vano por cualquier exhortación a orar por esta
gran bendición. ¿Cómo podemos orar por algo que ya
tenemos? ¿No sería una oración así la oración de la
incredulidad? Si como cristianos pecamos, se nos da la seguridad del
perdón si confesamos nuestros pecados; no si oramos pidiendo
perdón. Hay una gran diferencia entre confesar nuestros pecados y
orar por el perdón, y hablaremos más de esto. Con respecto a los pecadores no salvos, la
cuestión es evidentemente diferente. Pero incluso a los tales nunca
se les instruye que oren pidiendo el perdón. Dios se revela como
Aquel que lo ofrece a todos gratuitamente por medio de Cristo (Hechos
13:38), y se exhorta a los pecadores a que lo reciban. Al decir que no se instruye a nadie que ore
por el perdón, no olvido que el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos
a orar «Perdona nuestras deudas»; pero esto fue antes que se
cumpliese la obra de la expiación. Aquellos a los que se enseñó
esta oración no estaban en la posición en que estamos nosotros,
que vivimos con posterioridad al cumplimiento de aquella magna obra.
Aunque ellos tuvieron el privilegio de acompañar al Señor Jesús
sobre la tierra, estaban en la posición de los creyentes del
Antiguo Testamento hasta que Él murió y resucitó, y el Espíritu
Santo acudió para tomar Su residencia aquí. Desde aquel
tiempo, no se enseña a nadie a orar en aquella forma que era
correcta y apropiada antes. ¿Necesitamos ser perdonados más de
una vez? Supongo que en esta pregunta se refiere
usted a los creyentes. Sí, necesitamos el perdón, tantas veces
como pecamos. Ya hemos visto que el perdón de los pecados que
acompaña a la salvación (véase Lucas 1:77) se recibe una vez por
todas. Esta es una bendición que poseemos para siempre. Pero si
nosotros, los hijos de Dios, cometemos pecado, nuestra comunión con
Él queda interrumpida, y se precisa del perdón, que lleva a la
restauración de esta comunión. ¡Y Dios, nuestro Padre, está muy
dispuesto a conceder este perdón! Si a nosotros se nos
exhorta perdonar a un hermano que haya pecado contra nosotros hasta
setenta veces siete, podemos estar seguros de que Él nunca
se cansará de perdonarnos hasta setenta mil veces siete. ¿Acaso el hecho de que Dios esté
tan dispuesto a perdonar no alentará a la negligencia respecto al
pecado? Si se comprende correctamente, tendrá el
efecto exactamente opuesto. Un versículo en el Salmo 130 da una
respuesta a esta pregunta: «En ti hay perdón, para que seas
reverenciado». Observemos bien estas palabras: «para que seas
reverenciado». La gracia perdonadora con la que siempre se
recibe la confesión contrita del que ha errado, produce en el alma
del perdonado un sentimiento tal de la bondad de Dios, y con ello
una conciencia tal de la gravedad del pecado, que teme volver
a contristar a un Dios tan amante, paciente y lleno de gracia. Este
temor no es el temor que tiene tormento. Es un temor piadoso y sano
a pecar. Sin duda que el temor al castigo actúa a menudo
como freno sobre los hombres. Pero, ¡qué mejor es cuando se
produce un temor al pecado! Y este es el resultado de la
gracia perdonadora de nuestro Dios. Hace que sea una delicia andar
en Su temor y buscar agradarle en palabra y obra. ¿Qué deberían hacer los cristianos
cuando pecan? Esta pregunta puede responderse con las
mismas palabras de las Escrituras: «Si confesamos nuestros pecados,
él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad» (1 Juan 1:9). Observemos que no dice: «Si pedimos perdón».
Es fácil decir, «Oh Dios, te ruego que me perdones por causa de
Jesús», pero confesar el pecado cometido es algo más profundo.
Significa que tenemos que derramar la historia de nuestro pecado a oídos
de Dios; que tenemos que decir: «Oh, mi Dios y Padre, te he
deshonrado mintiendo», o bien, «Oh, mi Dios y Padre, he vuelto a
dar paso a mi malvado mal temperamento». Sea cual fuere el pecado
en particular, tenemos que confesarlo en verdadero juicio propio.
Con ello, recibimos el perdón de Dios en gracia. Me permito ahora dar una palabra de consejo
a mis amados jóvenes hermanos en la fe. Mantened cuentas cortas
con Dios. No dejéis los pecados del día para incluirlos en una
confesión general por la noche, sino que, tan pronto como os
encontréis sorprendidos en una falta, confesadla. Si estás en un
lugar donde no puedas estar a solas para arrodillarte, solo eleva tu
corazón y di en silencio, «Padre, he pecado, he hecho esto y
aquello». El perdón es el resultado seguro. ¿De qué depende nuestro perdón,
como hijos de Dios? De la abogacía del Señor Jesús.
Naturalmente, Su obra expiatoria en la cruz es la base de toda
nuestra bendición y es el fundamento sobre el que se logra nuestro
perdón eterno. Pero Aquel que murió allí vive para siempre. Ya no
como el que lleva el pecado, sino como Abogado de Su pueblo, Él
vive en la gloria. Esto es lo que aprendemos de 1 Juan
2:1: «si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el
Padre, a Jesucristo el justo». Tan pronto como un creyente peca, pasa a
ser objeto de la especial preocupación de su bendito Abogado. Como
resultado, es inducido a juzgarse por su pecado y a acudir a su
Padre en humilde confesión. Como resultado adicional recibe el perdón,
y queda purificado de toda iniquidad. ¡Cuán agradecidos deberíamos estar por
los servicios de nuestro Abogado! Él es tan por nosotros en la
gloria hoy como lo era cuando padecía como nuestro Sustituto en el
Calvario, y Él nos mantiene en toda la eficacia permanente de Su
maravillosa obra expiatoria. En Él está siempre ante la
vista del Padre una base sobre la que Él puede perdonarnos, y
cuando confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para con
Cristo al perdonarlos. ¿Es lo mismo «purificar de toda
iniquidad» que el perdón de nuestros pecados? Creo que es algo adicional. Un padre dice a
su niño que no salga a jugar al jardín. El niño desobedece la
prohibición y sale, cae en el fango, y se mancha la ropa. Este niño
tiene ahora necesidad de dos cosas. Necesita perdón porque
ha sido desobediente, y necesita purificación porque está
sucio. Si de veras siente su desobediencia, y la
confiesa, su padre le perdona en el acto. Pero el proceso de
purificación toma más tiempo. Demanda la aplicación de jabón y
agua. Esto es precisamente lo que sucede con el
creyente. Cuando peca, no es solo desobediente, sino que queda
manchado. Al confesar, queda perdonado en el acto, pero antes que su
comunión con Dios pueda quedar plenamente restaurada, tiene que
quedar limpio de la contaminación que ha contraído. Esto es también
un resultado de la abogacía de Cristo. ¿Cómo se realiza esta purificación? Creo que en el Salmo 119:9 podemos ver los
medios que emplea Dios. «¿Con qué limpiará el joven su camino?
Con guardar tu palabra». La Palabra de Dios es lo que tiene
poder purificador para el creyente. Recordemos que ahora no estamos
hablando de aquella purificación que recibimos cuando acudimos a
Cristo como pecadores culpables. En aquella ocasión fuimos
purificados de una manera muy diferente, con la preciosa sangre de
Cristo. Pero como creyentes necesitamos el continuo lavamiento, no
con sangre, sino del «agua por la palabra» (Efesios 5:26). Alguna preciosa porción de la Palabra de
Dios se aplica con poder al alma, y una vez más podemos contemplar
con gozo el rostro de nuestro Padre. No se trata de que dudásemos
de Él; siempre sabíamos que Él es nuestro Padre, y que al
confesar nuestro pecado habíamos recibido Su perdón. Pero, con
todo, había una sensación de intranquilidad—una sensación de
distancia. La aplicación de la Palabra elimina esto, y la comunión
queda plenamente restaurada. ¿A qué se debe que tantos del amado
pueblo de Dios vivan sin la certidumbre de haber sido perdonados
para siempre? Supongo que se debe a que no ven que todos
sus pecados fueron cargados sobre Jesús, y que Dios es demasiado
justo para jamás cargar sobre ellos los pecados con los que
cargó al Sustituto de ellos. Y a que ellos no reposan con una
simple fe en las preciosas declaraciones de la Palabra de Dios como
las que ya hemos mencionado, como que «Dios … os perdonó a
vosotros en Cristo». Parece que muchos están convencidos de que
su perdón está de alguna manera relacionado con que ellos sean
dignos del mismo, y al encontrarse a sí mismos llenos de indignidad,
vacilan acerca de situarse entre los perdonados y salvados. Para los
tales, las benditas palabras del Señor Jesús están llenas de
consolación: «Tus pecados te son perdonados. … Tu
fe te ha salvado, ve en paz» (Lucas 7:48, 50). Si Jesús murió por todos, y
llevó los pecados de todos, ¿no sigue de ello que todos
han de ser perdonados y salvados? Cuando decimos que Jesús «murió por
todos», estamos usando las mismas palabras de la Biblia (véase 2 Corintios
5:15). Pero si decimos que Él llevó los pecados de todos, estamos
traspasando los límites de las Escrituras. Es una bendita verdad que Jesús murió por
todos. Él murió para abrir el camino al cielo para «todo el que
quiera». Su muerte ha proporcionado una base desde la que Dios
puede en justicia llamar a todos en gracia, y ofrecer la
salvación a todos. Pero no podemos decir a cada uno con quien
hablamos, «Cristo llevó tus pecados en la cruz». Aquellos cuyos
pecados Cristo llevó no tendrán que llevarlos ellos mismos, jamás.
Pero muchos llevarán sus propios pecados para siempre en el
infierno. La verdad es que en tanto que Cristo pagó
un precio infinito, suficiente y sobreabundante para todos,
Él fue solo el Sustituto de aquellos que creen. Podemos decir que
Él «llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero» (1 Pedro 2:24). Es desde luego un resultado necesario de
que Cristo llevase nuestros pecados que hemos sido perdonados y
salvados, pero esto es de aplicación solo a los que creen. ¡Quiera Dios conceder que todos aquí crean en el Señor Jesucristo y reciban la remisión de sus pecados! |
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