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  8. Ante todo, ¿Qué es?

Santidad Biblica es el estudio del concepto wesleyano de la perfección cristiana o santidad práctica.  Considera el espíritu de la santidad, la santidad en la vida diaria y lo que enfrenta el creyente ahora que es santificado.  Contempla cómo integrar la "crisis de santidad" con llevar una vida santa a diaria delante de Dios. 

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Santidad en la Vida Diaria

Jorge Lyons

1

ANTE TODO, ¿QUÉ ES

LA SANTIDAD?

 

Algunas palabras acerca del término

INTRODUCCIÓN

En el pasado, las iglesias de santidad justificaban su existencia afirmando que Dios les había dado la misión de difundir “la santidad bíblica”. Hoy, muchas de esas denominaciones parecen estar más preocupadas por formar parte de la corriente evangélica principal que en recalcar la doctrina que las distingue. ¿Estaban en lo correcto nuestros predecesores del movimiento de santidad al definir nuestra identidad en forma tan estrecha, señalando la santidad como el tema esencial? Y, ¿tenían razón al decir que nuestro mensaje distintivo era la santidad “bíblica”?

Antes que intentemos discutir el tema de la santidad bíblica, es esencial que entendamos claramente cómo la Biblia utiliza el término. Esto requiere más que un estudio de palabras. No es suficiente enumerar como una concordancia las referencias bíblicas sobre la “santidad”. Debemos entender cómo determinamos los significados de las palabras y los conceptos que representan. Por lo tanto, la primera parte de este capítulo es un ejercicio relacionado con lo que los eruditos bíblicos llaman hermenéutica. “¿Herme...qué?”, preguntará usted.

La palabra griega de la que se deriva el término en español simplemente significa “interpretación”. Sin embargo, la utilizamos para referirnos al estudio de los principios y procedimientos involucrados en el proceso de comunicar e interpretar significados por medio de la palabra escrita o hablada. Es un intento de hacer explícitos los conceptos que motivan al intérprete cuando realiza la tarea de explicar el significado de la literatura, ya sea bíblica o de otro tipo. La hermenéutica se ocupa del proceso de ir, de un pasaje bíblico antiguo, a su significado y pertinencia para los lectores contemporáneos. Al comunicarnos, casi siempre lo hacemos combinando palabras. “Términos preciados”, como “santidad”, llegan a ser tan familiares que a veces no apreciamos cómo funcionan.

Las palabras son cosas extrañas. Es importante que nos demos cuenta de que el significado de las palabras es convencional y contextual. Permítame explicar esto con un ejemplo neutral. Después explicaré la pertinencia de usar un ejemplo totalmente ajeno al tema en nuestro estudio de la santidad.

Convencional

No hay una razón particular por la que al unir las letras p, e, r, r, y o debamos referirnos a un canino peludo. Es meramente la costum­bre o convención lo que dicta que la palabra “perro” identifique a tal criatura. En español tenemos diferentes palabras que se refieren al mismo animal. Bajo ciertas circunstancias nos referimos a un perro como “sabueso”, “cachorro”, “perrito”, “quiltro”, “chusco” o “cruzado”. Todos estos términos denotan esencialmente lo mismo. Sin embargo, sus connotaciones son diferentes. Es decir, todos son nom­bres de lo mismo, pero también comunican una variada información adicional. Por lo general pensamos en el “sabueso” como un perro de caza. Un “cachorro” o “perrito” es un perro joven. Usamos los términos “quiltro”, “chusco” y “cruzado” para los perros que consideramos inferiores y que probablemente no nos gustan. Los niños tal vez llamen a los perros “guaguas”. Las personas a veces utilizan los términos poodle, chihuahua, collie, doberman o pastor alemán para identificar cierta raza de perro. Dependiendo de nuestras experiencias pasadas, los nombres Rintintin, Lassie, Benji o Beethoven tal vez nos hagan pensar en “perro”.

Todo aquel que conoce otro idioma sabe que las palabras son sencillamente designaciones convencionales para las cosas. El término común para perro en francés es chien. En alemán es hund. No es coincidencia que esta palabra se parezca al término inglés “hound”. Los dos idiomas tienen cierta relación histórica. El significado de las palabras es convencional. No hay razón por la que la palabra para “perro” no hubiera podido ser “timrán”. Si todos nos pusiéramos de acuerdo en usar esa palabra con tal referencia, significaría precisamente eso. Si tomamos el vocablo “sala” e invertimos el orden de las letras, formamos la palabra “alas”. Pero esas dos palabras no son opuestas. La misma coincidencia al invertir las letras no se da en todas las palabras, ni en castellano ni en otros idiomas.

Cuando nuestro hijo estaba pequeño, no podía pronunciar la “r”. Muchas veces nos reíamos de las frases que decía. Lo que él deseaba comunicar era diferente de lo que entendíamos.

Muchas veces usamos las palabras en una forma que puede cau­sar confusión. Por ejemplo, en algunos países se utiliza la palabra “lata” para describir un automóvil viejo y dañado. Otros utilizan la palabra “coco” para referirse a la cabeza. En muchos países se utiliza la expresión “perro caliente” para referirse al pan con salchicha. En países al sur del continente americano lo llaman “pancho”. ¡Es extraño cómo cambia el lenguaje! Puesto que el significado de las palabras es convencional, los significados cambian con el tiempo.

Cambio

En los tiempos bíblicos, a los perros no se les consideraba mascotas como hoy. Los pastores los despreciaban como predadores y ani­males peligrosos, como los coyotes o las hienas. Para los hebreos, “perro” siempre tenía una connotación negativa. Llamar a alguien “perro” era un insulto o expresión peyorativa. Manifestaba el disgusto que una persona sentía por otra. En Deuteronomio 23:18, la palabra “perro” se refiere a hombres que se dedicaban a la prostitución en los templos paganos. En los tiempos del Nuevo Testamento, los judíos insultaban a los gentiles llamándolos “perros” (Mateo 15:21-28).

Por supuesto, la gente de la Biblia no utilizó la palabra “perro”, sino el equivalente en hebreo o griego. La palabra hebrea es keleb. Usted conoce esta palabra por el nombre del espía que, con Josué, presentó un informe optimista acerca de Canaán (Números 13—14).

No sabemos por qué sus padres le dieron ese extraño nombre: Caleb, “perro”. La palabra griega para perro es kynis. De ella se origina la expresión “caninos”, con la que nos referimos a toda la especie de animales que llamamos perros. Sin embargo, también es la raíz del término “cínico”.

Creo que hemos hablado lo suficiente acerca de perros. Quizá le haya convencido en cuanto a mi afirmación: Las palabras son cosas extrañas. Su significado lo determina la convención. Sin embargo, las palabras no son meramente arbitrarias. No podemos esperar que otros nos comprendan si usamos el término “alas” cuando queremos decir “sala”.

Conceptos

Obviamente es más fácil definir el significado de la palabra “perro” que el de la palabra “santidad”. Un perro es algo que reconocemos con nuestros cinco sentidos. La santidad, al igual que el amor o la belleza, es un concepto o una idea que concibe la mente. Es más difícil describir algo que no podemos tocar, ver, saborear, oler o escuchar. Algún bromista ha dicho que “el matrimonio basado en amor de cachorros [jóvenes sin experiencia] termina como una vida de perros”. Puesto que es difícil definir con precisión el amor romántico, algunos lo confunden con atracción física, capricho o aun simpatía. Sin embargo, la mayoría de las personas estarían de acuerdo en que hay ciertas características que distinguen al amor verdadero de estas falsificaciones. Pero usted tendrá que leer otro libro si está buscando ayuda sobre este tema.

Gusto

Muchos hemos escucha do decir que “la belleza está en los ojos del que mira”. La belleza es difícil de definir porque, hasta cierto punto, es asunto de gusto. Nunca pudimos entender cómo nuestra amiga Ana pensaba que los perros doberman eran hermosos. Feroces, sí; pero hermosos, muy poco. Por otro lado, no estábamos de acuerdo con su opinión de que era ridículo cómo cuidábamos de nuestros perros schnauzer miniaturas. Después de todo, habíamos tenido tres de estos perros y eso demostraba nuestro buen gusto en cuanto a perros. La belleza es a veces un asunto de opinión meramente sujetiva. Es imposible decir quién tiene la razón o quién está equivocado al respecto.

Valores

Existen diferentes opiniones en cuanto a la belleza porque también existen diferentes valores. Algunas personas consideran “bello” un automóvil basándose en el estilo. A otros les impresiona más el nombre del modelo, lo económico en cuanto a la gasolina, la aceleración, lo seguro que es, o lo confortable. Otros juzgan la belleza del auto por su precio. Lo mismo ocurre con la gente. A algunos les impresionan las características externas; a otros, el carácter interno. Lo que consideramos bello tal vez dé a conocer más cómo somos no­sotros que la persona o cosa a la que damos tal calificativo. Aun una mirada a los automóviles que conducen los cristianos le convencerá de que tienen diferentes opiniones en cuanto a qué hace que un carro sea hermoso. O, tal vez, que la belleza no fue un factor importante para escoger los autos. La elección de un modelo de automóvil evidentemente no es una decisión moral: entre lo bueno y lo malo. Y, puesto que la Biblia no menciona automóviles, no esperamos mucha ayuda de las Escrituras para hacer dicha decisión.

Moral

Aun los asuntos de gusto y valores personales pueden llegar a ser decisiones morales. Además, las palabras a veces nos desvían cuando juzgamos valores. La antigua palabra bíblica “fornicación” no significa lo mismo que la expresión neutral “relaciones sexuales prematrimoniales”. “Fornicación” denota lo anterior, entre otras cosas, pero su connotación indica claramente que la actividad descrita se evalúa como algo negativo. La fornicación se refiere a relaciones sexuales fuera del matrimonio e indica que son actos moralmente malos.

De la misma forma, “asesinar” no es lo mismo que “matar”. El asesinato es “el acto de quitar la vida con premeditación y alevosía” a otro ser humano. Nadie diría: “Ese asesinato fue justificado”. Nuestros valores morales influyen en las palabras que escogemos.

Por las Escrituras sabemos que es malo adquirir un auto robán­dolo. O, a sabiendas comprar un automóvil robado, aunque demos a las misiones el dinero que ahorramos en la transacción. Tal vez rehusemos comprar un automóvil excesivamente caro, para que ni el vehículo ni nosotros mismos lleguemos a ocupar el lugar de un ídolo. Pero, pocos asuntos morales son decisiones sencillas entre lo bueno y lo malo. Las decisiones difíciles de la vida a menudo nos llevan a diversos niveles intermedios. Si sostenemos los valores wesleyanos —ser trabajadores, gastar dinero sólo en lo indispensable y ser generosos—, tal vez decidamos no comprar un automóvil lujoso que realmente no necesitamos. Hay cosas que poseen mayor importancia eterna que conducir un automóvil deportivo de último modelo.

Juan Wesley a menudo exhortó a sus seguidores: Ganen todo lo que puedan, ahorren todo lo que puedan y den todo lo que puedan. El problema, por supuesto, es estar de acuerdo en lo que se considera derroche. No importa cuánto dinero tenga una persona, siempre encontrará a alguien cuyos recursos materiales le harán sentir relativamente “pobre”. Aun a algunos cristianos les es difícil admitir que tienen más recursos económicos que otros. Por tanto, modificamos la enseñanza de Wesley de la siguiente forma: Ganen todo lo que puedan, gasten todo lo que puedan, guarden todo lo que les quede y pro­téjanlo celosamente.

Autoridad

¿Y qué podemos decir de la santidad? Tal como ocurre con el amor romántico, ¿es posible confundirla a veces con falsificaciones? Al igual que los gustos sobre autos, ¿es sólo asunto de preferencia personal? ¿Hay criterios sociales y culturales por medio de los cuales se reconoce la santidad? La mayoría de los cristianos estarían de acuerdo en que las Escrituras, y no nuestros gustos personales o valores sociales, deben definir la vida de santidad. La dificultad está en que debemos interpretar las Escrituras.

Algunos cristianos sostienen que la Biblia es la única fuente de autoridad en la que basan su fe y práctica. Eso es lo que afirman, pero nosotros sabemos cuál es la realidad. Seamos honestos: Una gran variedad de factores influyen en la conducta y las creencias cristianas: nuestros padres, nuestra crianza, nuestra clase social, nuestro país de origen, nuestro tipo de personalidad, nuestro sexo, y otros.

Si usted ha hablado con cristianos de una denominación diferente a la suya, se habrá dado cuenta de que las convicciones doctrinales influyen en la forma en que comprenden la Biblia. Por supuesto, ¡nosotros nunca haríamos eso! ¿O tal vez sí? Los wesleyanos hemos estado más conscientes de las otras fuentes de autoridad que influyen en nuestra teología y juicios morales que la mayoría de los otros cristianos evangélicos. No es simplemente que nos hayamos resignado a lo inevitable. No es que admitamos: “Por supuesto, leo la Biblia a través de los lentes de la perspectiva wesleyana de la santidad. Sin embargo, no estoy más prejuiciado que los demás. Y, ¿quién puede decir que mis prejuicios son menos apropiados que los suyos?”

Los wesleyanos reconocemos que hay, que siempre ha habido, y que debe haber cuatro fuentes principales de autoridad a las que los cristianos podemos recurrir al definir nuestra fe y práctica. A estas cuatro fuentes se les ha llamado, con una expresión acuñada por el teólogo metodista Albert Outler, el “cuadrilátero wesleyano”. Estas son la Biblia, la tradición cristiana, la experiencia y la razón. Por supuesto, la Biblia es la fuente primaria. Sin embargo, insistimos en que es totalmente apropiado recurrir a esas otras fuentes para que nos asistan en la tarea esencial de interpretar las Escrituras. Lo hacemos, no porque no queramos oír lo que la Escritura enseña claramente, sino para mantenernos alejados de las innovaciones sin valor, la deshonestidad y la insensatez en nuestra interpretación.

Interpretación

Podemos suponer que el Dios único y verdadero, quien inspiró la Biblia, debe tener una idea precisa de lo que quiere decir con el tér­mino “santidad”. Sin embargo, debemos admitir que El no escogió definirla uniformemente y sin ambigüedad en la Biblia. Diferentes autores bíblicos parecen utilizar el término en formas ligeramente variadas. Tal vez sea porque santidad es un concepto abstracto. Quizá sea porque recalcaron diferentes aspectos de una realidad demasiado compleja como para entenderla desde una sola perspectiva. Tal vez sea porque vivieron en diferentes épocas, en diferentes lugares y en distintas situaciones sociales.

La Biblia no fue escrita en una sola sesión y por una sola perso­na. Surgió en el transcurso de cientos, aun miles de años, con la participación de muchos autores humanos. Un estudio profundo de la santidad requeriría que se examinara el uso del término a través de la historia y de toda la Biblia. Pocos eruditos han intentado realizar tal estudio a fondo. Pero, es mucho más de lo que este pequeño libro trata de lograr. Nuestro objetivo es más modesto: Ayudar a las per­sonas comunes y corrientes a entender lo suficiente sobre la santidad bíblica para que respondan apropiadamente al llamado de Dios a la santidad en la vida diaria.

Comunicación

Parece razonable suponer que los autores bíblicos escribieron para que se les entendiera, es decir, escribieron con el propósito de comunicar un mensaje inteligible. Si fue así, tuvieron que adoptar los significados convencionales de las palabras que utilizaron. No usarían la palabra “sala” cuando querían decir “alas”. Tampoco habrían inventado palabras que nadie hubiera usado antes. Para usar nuestro ejemplo anterior, ¿cómo habría sabido la gente que “timrán” significaba “perro” si los autores bíblicos simplemente hubieran acuñado el término para sus propósitos? Por lo tanto, deben haber utilizado la palabra “santidad” con una denotación y connotación que los lectores originales al menos entendían parcialmente.

Si los autores bíblicos escribieron para que les entendieran, ¿por qué tantos pasajes de la Biblia son difíciles de entender? Y, ¿por qué las personas interpretan la Biblia en formas diferentes? Hay razones entendibles: Al leer la Biblia, no tenemos todos los conceptos que tenían sus primeros lectores. Por otro lado, tenemos numerosos con­ceptos modernos que ellos no poseían. Los tiempos cambian y las culturas difieren aun en un mismo período. Los escritores y oradores siempre dan por sentado un sinnúmero de conceptos en lo que escriben o dicen. Una persona extraña que tratara de escuchar secretamente la conversación de una familia durante la cena, necesitaría alguna explicación para entender lo que dicen. Lo mismo ocurre cuando tratamos de “escuchar” la literatura escrita en otro tiempo y lugar, y con diferentes conceptos que los nuestros. Es incorrecto interpretar la Biblia sin tomar en cuenta esta dimensión tácita de la comunicación. El problema es: ¿Qué conceptos extrabíblicos podemos aplicar apropiadamente al leer la Biblia? Los desacuerdos al respecto causan la mayoría de las diferencias en la interpretación de pasajes bíblicos controversiales.

La mayoría de los hispanohablantes utilizan la palabra “piña” para referirse a una fruta. Sin embargo, las personas de la parte sur de Sudamérica llaman a la misma fruta “ananá”. En Argentina, la expresión “piña” se refiere a un golpe con el puño. Para un argenti­no, darle una piña a alguien, es darle una golpiza, mientras que para un colombiano sería darle la fruta.

Sin embargo, si un colombiano fuera a la Argentina y escuchara que un boxeador le “dio una tremenda piña” a su contrincante, no pensaría que, en medio de la pelea, un boxeador se detuvo para entregarle la fruta a su oponente. Esto se debe a que tenemos simila­res suposiciones para interpretar los términos.

Los problemas de entendimiento surgen cuando la comunicación se realiza a través de diferentes períodos históricos o culturas. Pero, también se interpreta erróneamente cuando los que escuchan no prestan atención adecuada al contexto de las palabras del orador.

Las palabras son cosas extrañas. Su significado no es meramente arbitrario. Sin embargo, para comunicar el significado, el contexto es un factor decisivo. Debemos aprender el significado de una palabra por el uso que se le dio en cierto tiempo en la historia y por su uso en un cuerpo particular de literatura.

Contexto

Aprendemos el significado de las palabras por el uso que se les da en contextos específicos. La interpretación se lleva a cabo por lo menos en dos contextos: histórico y literario.

Contexto histórico. Nuestra explicación acerca de la palabra “perro” demuestra que los significados y las connotaciones de las palabras cambian a través del tiempo. Las palabras se pueden utilizar literal o figurativamente. Al usarlas, las asociamos con conceptos culturales. Cuando los autores bíblicos utilizaron figurativamente la palabra “perro”, ésta no tenía la misma fuerza que nosotros le atribuimos. No es posible entender las palabras bíblicas sin conocer algo de la forma en que se utilizaron cuando se escribió la Biblia. Sería un error imponer nuestros sentimientos acerca del “mejor amigo del hombre” cuando leemos de los “perros” en la Biblia. De la misma forma, no podemos imponer nuestra teología de santidad sobre los autores bíblicos. Sería como dar por sentado que comemos “caninos recién cocidos” —usted sabe, ¡“hot dogs” o perros calientes! Puesto que hay de 2,000 a 4,000 años de separación entre los días de la Biblia y nosotros, la tarea de interpretación no es nada fácil.

Obviamente, conocer la cultura y la historia de los tiempos bíbli­cos nos ayudará a evitar malas interpretaciones. Sin embargo, ni los especialistas se ponen de acuerdo en cuanto al significado preciso de algunos pasajes. Los lectores originales de la Biblia no necesitaron consultar comentarios y diccionarios bíblicos para entenderla. Vivían en el mismo tiempo y cultura que el autor bíblico. Sabían de primera mano de qué había escrito. Su experiencia personal les proveyó el conocimiento inmediato del contexto histórico. Nuestro mundo es muy diferente del de ellos.

Los buenos intérpretes de la Biblia deben conocer lo suficiente sobre el mundo antiguo para evitar dos errores. Deben distinguir lo que la gente de los tiempos bíblicos daba por sentado y que nosotros no damos por sentado. Y, deben distinguir lo que nosotros damos por sentado y que la gente de entonces no daba por sentado, ni hubiera podido hacerlo. Sólo un lector sin información podría malentender la palabra “lecho” de Marcos 2:4 en la versión Reina-Valera 1960. ¿Quién supondría que los amigos del paralítico bajaron una cama—cabecera, armazón, colchón— por la abertura que hicieron en el techo? La Versión Popular y la Reina-Valera 1995 eliminan algo de la confusión al emplear el término “camilla”. A menudo comparar traducciones es suficiente para evitar malentendidos basados en diferencias históricas y culturales. Sin embargo, el abismo histórico y cultural entre aquella época y la actual no es la mayor dificultad al interpretar la Biblia.

Contexto literario. Supongamos que alguien que no habla nues­tro idioma señala el animal que llamamos “perro” y dice una palabra que no reconocemos. ¿Podemos suponer que está diciendo “perro” en su idioma? Tal vez. Pero, quizá esté comentando sobre el olor, el color o el carácter del perro. Tal vez esté mencionando el nombre del perro, su raza o el nombre de su dueño. Es difícil saberlo a menos que conozcamos otras palabras en su idioma.

Las palabras rara vez se utilizan en forma aislada. Las palabras que las anteceden y las que las siguen, proveen el contexto literario en el que se lleva a cabo la interpretación. Sabemos lo suficiente sobre los tiempos bíblicos para comprender que los autores bíblicos no utilizaron la palabra “perro” para referirse a un automóvil viejo. Pero, ¿cómo sabemos qué quisieron decir?

Por medio de la investigación histórica y cultural podemos apren­der cómo otros autores de la antigüedad utilizaron la palabra “perro”. Sin embargo, el contexto histórico nos puede decir sólo cuáles fueron los significados posibles (o imposibles) en cierto período o en cierta cultura. Solamente el uso de una palabra en un contexto literario par­ticular nos dice cuál significado posible es el más probable. La versión Reina-Valera 1995 presenta una traducción muy literal del hebreo en Deuteronomio 23:18: “No traerás la paga de una ramera ni el precio de un perro a la casa de Jehová, tu Dios”. El paralelismo obvio entre “ramera” y “perro” guió correctamente a los traductores de la Nueva Versión Internacional (NVI), quienes hicieron una traducción interpretativa: “Ningún hombre o mujer de Israel se dedicará a la prostitución ritual. No lleves a la casa del Señor tu Dios dineros ganados con estas prácticas” (23:17-18). Sin embargo, el lector promedio de la NVI no conocerá el lenguaje colorido que se encuentra en el original.

Sabemos que no es lo mismo “Montenegro” (apellido) que un “monte negro”. Asimismo, no es lo mismo hablar de un “alto digna­tario” que de un “dignatario alto”. No podemos tomar las palabras de la Biblia, ponerlas dentro de un gran sombrero, revolverlas y echarlas sobre una mesa, y esperar que comuniquen el mismo mensaje que tienen en su arreglo presente. El significado preciso de las palabras —su denotación y connotación— lo determina el contexto.

Etimología

Saber que “lata” es un envase de hojalata no nos ayuda a enten­der lo que quiere decir una persona al afirmar: “Hoy Roberto llevó su lata al trabajo otra vez”. Prestar atención al contexto de estas palabras nos ayudará a entender si Roberto llevó una lata de atún para su almuerzo o si utilizó un automóvil viejo para llegar a su trabajo. El significado de las palabras lo determinan el contexto y las convenciones o normas que comparten las personas, y no la etimología.

La etimología es el estudio del origen de las palabras. El origen del término “cínico”, derivado de la palabra griega para “perro”, casi no nos dice nada sobre su significado. El término “diente de león”, nom­bre de una mala hierba, es traducción del francés. Pero, dicha informa­ción no nos ayuda a entender el significado del término por completo.

Mi nombre, George, viene de una palabra griega que significa “granjero”. Pero, fue sólo coincidencia que me haya casado con una mujer llamada Terre, cuyo nombre en latín y en francés significa “tierra”. ¿O quizá no lo fue?

Se ha dicho a veces que el término griego para iglesia está compuesto de dos palabras que significan “llamados”. Sin embargo, esa información histórica es casi irrelevante para entender cómo se usó esa palabra en los tiempos bíblicos. Para la mayoría de los que habla­ban griego, simplemente significaba “asamblea” o “reunión de personas”. Pero, los judíos que hablaban griego, al traducir la Biblia comprendieron el término como “el verdadero pueblo de Dios”.

La mayoría de las palabras tienen una historia. Sin embargo, no debemos suponer que una palabra en una frase en particular signifi­ca todo lo que ha significado a través de la historia. No, el significado lo determina el uso convencional en un contexto particular en cuanto al tiempo y dentro de un cuerpo particular de literatura.

Entonces, ¿qué objetivo tiene toda esta discusión sobre caninos, latas, convención, conceptos, comunicación y contexto? Y, en particular, ¿cómo se relaciona esto con nuestro estudio de la santidad?

Santidad Bíblica

Los significados de “santidad” y de los términos relacionados que se usan en la Biblia son, como toda palabra, simplemente convencionales. El concepto bíblico de santidad es más categórico que cualquier otra palabra que se usa para describirla. El término en sí no es sagrado. Después de todo, los autores bíblicos utilizaron palabras en hebreo y griego que eran diferentes a nuestras palabras en español. Lo que importa no es la palabra sino su significado. Si la palabra "santidad” no nos comunica este significado, o no lo comunica a nuestros oyentes, debemos encontrar otros términos que describan más adecuadamente el significado del concepto bíblico.

Sin embargo, antes de abandonar una buena palabra, tenemos que entenderla nosotros y ser capaces de comunicar su significado a otros. El significado bíblico de santidad debemos descubrirlo por medio de un estudio cuidadoso de la Biblia misma. No olvidemos que los wesleyanos reconocemos cuatro fuentes principales de autoridad doctrinal: la Biblia, la tradición cristiana, la experiencia y la razón. No obstante, también insistimos en que lo que no se encuentra en la Escritura, no debemos convertirlo en artículo de fe. La Biblia tiene que ser el fundamento para toda doctrina bíblica de santidad. La teología bíblica distingue entre lo que enseña la Biblia y lo que depende de otras autoridades. No podemos empezar a desarrollar nuestra propia teología de santidad y luego recurrir a la Biblia en busca de textos que parezcan apoyar nuestras opiniones personales, y aún así, afirmar que predicamos la santidad bíblica. La doctrina bíblica de la santidad debe descubrirse en forma inductiva, no deductiva. Es decir, se debe basar en generalizaciones derivadas de una amplia variedad de pasajes bíblicos específicos. No es correcto comenzar con nuestras conclusio­nes doctrinales y buscar textos bíblicos que las validen.

Por medio de una cuidadosa selección y organización de los pasajes, es posible afirmar que existe base bíblica para casi cualquier opinión, no importa cuán verdadera o falsa sea. Las sectas han demostrado que es posible probar casi cualquier idea por medio de este método. No podemos imponer nuestras conclusiones teológicas acerca de la santidad bíblica y honestamente declarar que la Biblia es la fuente de nuestra fe y práctica. Lo que dice la Biblia no es la última palabra en nuestra teología; es la primera palabra. Lo que dice la Biblia debe interpretarse y aplicarse. La tradición, la experiencia y la razón inevitablemente contribuirán a nuestra teología, pero no deben pasar por alto las claras enseñanzas de la Escritura.

Terminología de Santidad

Para definir la “santidad bíblica” debemos comenzar con las palabras. Sin embargo, esto es sólo el principio. Para entender el significado preciso de las palabras, debemos estudiarlas en sus diversos contextos bíblicos. Las palabras “santidad” y “santo” provienen del latín. Las mismas palabras en inglés —holiness y holy— provienen de las raíces germánicas (anglosajonas) del idioma inglés. En el inglés antiguo esos términos comunicaban la idea de estar “sano” o “salu­dable”. “Santificar” y “santificación” provienen del latín. El verbo latín sanctificare significa “hacer sagrado algo”, es decir, “apartarlo para el servicio de los dioses”.

Las palabras hebreas y griegas básicas que se traducen en los términos mencionados, pertenecen a las mismas familias de palabras. En el Antiguo Testamento hebreo, el sustantivo abstracto qodesh por lo general se traduce “santidad”. Al usarlo en contraste con lo “profano” o “común”, sugiere que su naturaleza esencial es “aquello que pertenece a la esfera de lo sagrado”. Por lo tanto, hablar del “Santo” (utilizando el adjetivo qadosh como sustantivo) es referirse a Dios. El verbo hebreo qadash significa “hacer santo” o “santificar”.

Al templo se le llama miqdash, el “lugar santo” o “santuario”. Aunque parezca extraño, el término hebreo qadesh, de este mismo grupo de palabras, se refiere a prostitutos y prostitutas del templo.  Desde la perspectiva cananea, éstos eran sacerdotes y sacerdotisas apartados para la adoración del dios Baal y su madre-consorte, Asera, a quien ellos llamaban “Santidad”. Desde la perspectiva israelita, esos “hombres y mujeres santos” de las idólatras religiones de la fertilidad en Canaán, estaban muy lejos de la rectitud moral. Su “santidad” consistía exclusivamente en la devoción total a sus dioses perversos. Su moral corrupta era igual a la de las deidades que servían.

Dados los diferentes contextos literarios de estos términos hebreos, sería incorrecto traducirlos con las mismas palabras, a pesar de su origen común. En el Nuevo Testamento, la palabra “santidad” generalmente es la traducción de hagiasmos. Esta palabra se deriva del adjetivo hagios, que significa “santo”. Por lo tanto, santidad es la cali­dad o estado de ser santo. Ser santo es ser “apartado” o “único”.

“Santificación” es la traducción del término griego hagiosyne. El sustantivo, también derivado de hagios, se refiere al acto o proceso por el cual alguien es hecho santo o reconocido como tal. La forma plural del adjetivo hagios llega a ser el sustantivo hagioi, que por lo general se traduce “santos”. Obviamente se refiere al “pueblo santo”. Por lo tanto, el verbo hagiazo se traduce como “santifico” o “hago santo”.

La Escritura se refiere a Dios como “santo” por dos razones. Primero, por lo que los teólogos identifican como la trascendencia de Dios. Es decir, El es completamente distinto de su creación. Solo El es el Creador; todo lo demás que existe es su creación. El es único; sólo un Dios. Segundo, Dios es justo y amoroso de una forma sin igual al tratar con sus criaturas. Es decir, El es santo en su ser y conducta.

Solamente Dios es santo en forma tal que su santidad no deriva de otra fuente. Las personas pueden ser santas en sentido derivado, porque pertenecen a Dios, el Santo. “Yo soy Jehová que os santifico” (Éxodo 31:13; Levítico 22:32). “Yo soy Jehová, vuestro Dios. Vosotros por tanto os santificaréis y seréis santos, porque yo soy santo...Yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44-45; véase 19:2). “Santificaos, pues, y sed santos, porque yo, Jehová, soy vuestro Dios” (20:7). “Habéis, pues, de serme santos, porque yo, Jehová, soy santo, y os he apartado de entre los pueblos para que seáis míos” (v. 26). Se espera que el pueblo de Dios se conduzca de una forma que esté de acuerdo con el llamado especial a conocerlo a El y a darlo a conocer. “Así como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15-16).

Teología Bíblica

Debido al gran número de referencias bíblicas relacionadas con la santidad es imposible estudiarlas todas aquí. Por lo tanto, ¿cómo procederemos? ¿Cómo establecemos la base bíblica para la doctrina de santidad? A veces los que enseñamos esta doctrina la hemos puesto en ridículo por predicar la entera santificación con textos inadecuados. “La hemos predicado basándonos en pasajes donde no existe”. No es razonable esperar que cada pasaje que utiliza la palabra “santidad” o “santificación” enseñe todos los aspectos de la doctrina de santidad o se refiera a una segunda obra de gracia.

Consideremos Juan 17:19, por ejemplo. Jesús, en su oración sumo sacerdotal, dice: “Yo me santifico a mí mismo”. Nadie podría enten­der esto como una declaración de que El se limpia a sí mismo del pecado original o que se llena con el Espíritu Santo. No suponemos que la santificación de Jesús haya sido una segunda obra de gracia, subsecuente a su conversión de una vida de pecado. En este versícu­lo, la autosantificación de Jesús se refiere a la paradoja de estar en el mundo sin ser del mundo (vv. 11-14). En forma positiva, se refiere a su firme compromiso con la misión para la que el Padre lo envió al mundo (véase vv. 3, 8, 18, 23, 25, 26). Jesús no eludiría la tarea de dar a conocer plenamente el amor de Dios, aunque eso significara su muerte en la cruz. La oración de Jesús por la santificación de sus discípulos (y por los que creerían debido a ellos), en el versículo 17, debe entenderse de la misma manera. Por lo menos, la santidad debe invo­lucrar un compromiso incondicional con la costosa misión redentora de Dios —un compromiso que hacemos por la gente del mundo, pero sin transigir ante los valores del mundo.

Este pasaje no cubre completamente todo lo que la Biblia dice sobre la santidad, pero no podemos afirmar que predicamos la “santidad bíblica” a menos que incluyamos lo que se enseña aquí. Negarnos a predicar la santidad “en base a pasajes donde no se encuentra”, no implica restringirnos a aquellos pasajes en que aparece explícitamente la terminología de santidad. El contenido esencial de la santidad bíblica se puede encontrar en sustancia en pasajes en donde ninguno de estos términos aparece. Este no es simplemente el punto de vista de alguien que predica la santidad. Es evidente que los términos “santidad” y “santificación” están ausentes en la carta de Pablo a los Gálatas. Pero allí habla de la libertad de la esclavitud del pecado que resulta al caminar de acuerdo con el Espíritu Santo.

En un libro que publicó recientemente una editora de tradición reformada, William M. Ramsay escribe: “Gálatas no trata de ‘la justificación por la fe’, como Lutero y sus seguidores han creído a través de los siglos. Trata de la santificación por la fe. No enseña cómo alguien recibe el perdón de los pecados. Enseña cómo debe vivir uno cuando ha recibido ese perdón inicial”. Lo categórico no es la terminología, sino el significado de los términos. La santidad es una enseñanza bíblica fundamental. Sin embargo, “todo el tenor de la Escritura” proclama la santidad bíblica; no lo hace sólo un pasaje o una interpretación personal de la Escritura.

Transición

Si comenzáramos nuestro estudio de la santidad con la Biblia, no con la teología favorita de alguien —ni la nuestra ni la calvinista ni la carismática ¿cuál sería el resultado? Y, ¿en qué sección de la Biblia comenzaríamos?

Podríamos comenzar en Génesis y leer toda la Biblia hasta Apocalipsis. Sin embargo, una concordancia nos ahorraría tiempo, indicándonos dónde aparecen en la Biblia los términos “santidad”, “santificar”, “santificación” y otros términos relacionados. Esto nos permitiría ver cuántos de estos pasajes utilizan los términos en contexto. Sin embargo, un total de aproximadamente 900 referencias no hace sencilla la tarea. Una mirada rápida a través de la concordancia revela que, en el Nuevo Testamento, la mayoría de las referencias a la terminología de santidad están en 1 Tesalonicenses. Si la terminolo­gía prueba algo, este libro debe ser un documento esencial en cual­quier explicación sobre el concepto bíblico de la santidad.

La frecuente y explícita terminología de santidad en esta breve epístola es digna de notar. Hay más referencias a “santidad” por centímetro cuadrado aquí que en cualquier otra parte de la Biblia. Puesto que el tiempo nos permite el lujo de realizar un estudio a fondo, 1 Tesalonicenses parece un lugar apropiado para comenzar. Por lo tanto, sin más demora, iniciemos un breve estudio de la santidad en la Primera Epístola de Pablo a los Tesalonicenses.

Lyons, Jorge, Santidad en la vida diaria, Casa Nazarena de Publicaciones, wesley.nnu.edu, Usado con permiso.

 
1. Elemento Tiempo
2. Santificación del Yo
3. Vida Controlada
4. Guía del Espíritu
5. Orando en Espíritu
6. Unidad del Espíritu
7. Definición del Amor
8. Ante todo, ¿Qué es?
9. 1 Tesalonicenses
10. Amor de Dios
11. Santidad Contagiosa
12. Autoexamen
13. Amor En Su Vida
14. Entera Santificación
15. Cosas No Cambiadas
16. Más No Cambiadas
17. Lo Que Sucedió
18. Mantenimiento
 

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