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  16. La Actitud y Los Gestos

Homilética es el arte y ciencia de predicar para comunicar el mensaje de la Palabra de Dios.  Se estudia cómo organizar el material, preparar el bosquejo y predicar efectivamente.  Presenta a través del estudio de sermones ejemplares un modelo útil para los que empiezan a lanzarse al dificil arte de la predicación, mostrándo cómo decir las cosas de un modo claro y concreto.

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La actitud y el gesto

Spurgeon dedica dos capítulos de su obra más popular sobre la predicación, al estudio y crítica del gesto en los predicadores. Pero creemos que no es necesario hacerlo con tanta extensión en este libro. Con decir que debe suprimirse todo gesto raro o ridículo y cultivar la naturalidad, está dicho todo lo esencial.

El gesto ridículo suele producirse por las siguien­tes causas:

1.a El temor. El predicador se siente objeto de todas las miradas y busca alivio en alguna acción, llevado por su nerviosismo.

2.a La dificultad para encontrar la palabra adecuada. Un predicador levantaba la cabeza e introducía dos dedos en el cuello de la camisa, paseán­dolos alrededor, cada vez que sentía dificultad para hallar una palabra. Otros practican la fea costumbre de rascarse la cabeza, dando la falsa sensación de hallarse atormentados por parásitos. A los más les sobreviene una tos seca, forzada, artificial, que, al ser repetida constantemente por un predicador que no padece catarro ni tuberculosis, denuncia a la vista de todos que el motivo está en la mente y no en los bronquios del orador.

3.a El simple hábito, sin razón determinante alguna, es muchas veces suficiente para crear y perpetuar un gesto ridículo en ciertos predicadores.

He aquí algunos de los principales:

GESTOS Y ACTITUDES IMPROPIAS

a) Balancear el cuerpo de un lado a otro del púlpito en un movimiento que Spurgeon llama de péndulo.

b) Levantar las hojas de una punta de la Biblia, rozándolas con el dedo, como si estuviera buscando el número de una página que no encuentra.

c) Romper la Biblia a puñetazos a cada pensamiento pronunciado con énfasis. Lutero tenía tal hábito de golpear el pulpito, que se muestra todavía en Eisenach una gruesa plancha de madera que rompió "golpeando un texto".

d) Ponerse una mano en el bolsillo y para aliviar la tensión nerviosa mover algún objeto escondido en el mismo, una llave, calderilla, etc. Lo más desastroso de este hábito es cuando el predicador produce ruido con dichos objetos, distrayendo la atención de los oyentes. Hace medio siglo había un pastor en Barcelona que era notable por esta perniciosa costumbre, que todos sus buenos miembros lamentaban, pues con ello distraía la atención y producía una impresión muy desagradable a los nuevos oyentes, como si quisiera hacer ostentación del dinero que llevaba en el bolsillo.

é) Colocar ambas manos en la cintura, en la actitud que en el lenguaje vulgar se denomina "en jarras", parece un gesto demasiado vulgar y excesivamente ridículo; sin embargo, algunos oradores han llegado a adoptarlo en ciertos momentos de nerviosismo.

f) Levantar la palma de la mano izquierda y mirarla fijamente como si en ella estuviese escrito el sermón, es un gesto ridículo en el que han incurrido varios predicadores. Spurgeon cuenta de uno que tenía además la costumbre de tocar el centro de la mano con el índice de la derecha como si tratara de horadarla.

g) Pasar el dedo meñique sobre las pestañas cuando falla la memoria ha sido costumbre de muchos predicadores importantes, pero debe evitarse si se convierte en hábito.

h) Levantar ambas manos a un tiempo es una actitud que no tiene nada de grotesco si no es exagerada. Rafael pintó a San Pablo en esta actitud, predicando en Atenas, pero puede resultar ridícula si se repite con exceso. Es más natural levantar una sola mano con el índice en alto y moverla al compás de la frase. Pero aun esta acción tan natural, si se repite constantemente y no sólo en los momentos adecuados, que son al pronunciar consideraciones sentenciosas, resulta petulante.

Este mismo gesto, tan común en los buenos predicadores y el más adecuado para muchos períodos del sermón, resulta empero inadecuado en una exhortación muy vehemente, para la cual es más propio levantar las dos manos.

i) Una acción no permisible en ningún caso, pero en la cual han caído algunos predicadores, es la de cerrar el puño o a veces ambos puños y levantarlos en alto como si amenazaran con ellos a la concurrencia.

j) Apoyarse sobre la Biblia, extendiendo el cuer­po hacia adelante como para lanzarse sobre los oyentes, era una actitud característica y común de Juan Knox, que resultaba natural y adecuada para el vehementísimo reformador (véase el último grabado sacado de un dibujo de la época), pero que de ningún modo conviene a un predicador moderno si no es en un momento de gran emoción, que no en todos los sermones ha de producirse.

LA RIGIDEZ

Hay muchos predicadores que por temor a caer en gestos ridículos apenas gesticulan al predicar, ateniéndose en una pose rígida, calculada y fría, que en nada ayuda a la comprensión del sermón, ni habla mucho en favor de la misma sinceridad del predicador. Se cuenta a este propósito de un predicador anglicano, el cual preguntó a un popular dramaturgo:

—¿Cómo es que diciéndoles la verdad de Dios el pueblo no acude a escucharme y concurre en masa oír a usted que sólo representa farsas imaginarias?

A lo que respondió, muy acertado, el actor teatral:

—Es muy sencillo: Usted habla de la verdad como si fuese mentira, y yo presento la mentira como si fuese verdad.

La gesticulación es muy útil en el sermón para dar énfasis y comprensión al mismo, siempre que se practica acertadamente y con moderación.

GESTOS INOPORTUNOS

Una de las peores calamidades gesticulatorias del predicador es el gesto inoportuno. Parece imposible, pero algunos predicadores han adolecido de este defecto. El gesto no corresponde con la frase o pensamiento en el mismo momento que se pronuncia.

Spurgeon refiere de un evangelista que pronunciaba las palabras "Venid a Mí todos los que estáis trabajados, etc." con el puño levantado, y ponía énfasis en la última frase del texto "yo os haré descansar", con una enérgica evolución del puño en alto. Es fácil comprender el efecto contraproducente de este gesto tan poco adecuado a la frase que pre­tendía subrayar.

El predicador debe estar alerta sobre sí mismo para desarraigar cualquier hábito impropio, tanto de fraseología como de acción. Como todos los hábitos, es muy fácil suprimir un gesto ridículo al principio, pero cuesta mucho si se hace viejo. Cada predicador debe tener advertidos a sus íntimos de que le avisen si observan en él algún hábito anormal, y pro­curar corregirlo inmediatamente.

Que ningún predicador se deje empero intimidar por el temor de incurrir en gestos inadecuados, que sea natural, que exprese las cosas como las siente, accionando según sea su costumbre en la conversación, excepto en frases de exhortación sentenciosa que raramente ocurren en la conversación vulgar.

El predicador es un servidor y un profeta de Dios y no un actor; por lo tanto, no debe, como éste, exagerar el gesto. Ningún gesto es malo si es suyo, es decir, algo natural de su persona en el hablar común. Solamente en el caso de un gesto muy desacertado, cuando corre el peligro de repetirlo para toda clase de frases convirtiéndose en hábito, es que debe mirar de corregirlo. Pero como esto ocurre a los predicadores con excesiva frecuencia, por esto son necesarios estas advertencias y el estudio del gesto en los seminarios y escuelas bíblicas.

COMO CORREGIR EL GESTO Y LA DICCIÓN

En ciertos colegios de predicadores se corrigen los defectos del orador sometiéndole a la crítica de sus compañeros, en la siguiente forma:

El profesor distribuye hojas que contienen una descripción de todos los juicios posibles que puede merecer el predicador a sus oyentes, y cada estudiante subraya de la lista lo que le parece aplicable al compañero predicador, el cual puede ver la impresión que ha causado a la mayoría de sus oyentes por medio de las hojas referidas.

Juicio crítico del predicador X.

Actitud general: ¿Descuidada? ¿Tiesa? ¿Cabeza atrás? ¿Inclinado adelante? ¿Manos en los bolsillos? De puntillas? ¿Movimiento oscilante del cuerpo?

Actitud con respecto a los oyentes: ¿Pretenciosa? De superioridad? ¿Indiferente? ¿Egoísta? ¿Absorbido en el sermón?

Expresión facial: ¿Dura? ¿De estatua? ¿Cruza el entrecejo? ¿Muecas con la boca? ¿Enseña los dientes?

Los ojos: ¿Fijos en el espacio? ¿Mira a menudo el techo? ¿Al suelo? ¿Los fija en alguna puerta, ventana u otro objeto del local?

Primeras palabras del sermón: ¿Demasiado altas de tono? ¿Demasiado fuertes? ¿Demasiado débiles? Demasiado rápidas? ¿Indistinguibles? ¿Con expresión de enfado? ¿De timidez?

Voz: ¿De garganta? ¿Nasal? ¿Chillona? ¿Monona? ¿Normal?

Alientos: ¿Respira poco? ¿Incluye demasiadas palabras entre respiración y respiración? ¿Queda sin aliento? ¿Rompe la frase para respirar?

Volumen: ¿Insuficiente para la sala? ¿Insuficiente al principio? ¿Excesivo al final? ¿Demasiado débil al final? ¿Baja la voz al final de párrafo?

Tono: ¿Demasiado alto al empezar? ¿Monótono? ¿Soporífico? ¿Olvida los cambios de tono?

Velocidad: ¿Demasiado aprisa al principio? ¿Demasiado despacio en general? ¿Poca variación de velocidad en el curso del sermón? ¿Poca variación entre discurso y discurso?

Fraseología: ¿Frases demasiado largas? ¿Ídem cortas? ¿Pausas impropias?

Pronunciación: ¿Correcta? ¿Erres demasiado fuer­tes? ¿Ídem débiles? ¿Con sonido de G? ¿Faltas entre B y V? ¿Vocales abiertas? ¿L demasiado pronun­ciadas con la lengua apretada al paladar? ¿Omite por provincialismo consonantes al final de palabras? (ejemplo: Madrí por Madrid). ¿Las sustituye por otra letra? (ejemplos: Madriz por Madrid; R por L, en curto por culto, arto por alto; J o X por Y, en cuyo, cayado, coyuntura (cuxo, caxado, cojuntura o coxuntura).

Énfasis: ¿Lo pone equivocadamente en palabras que no lo requieren? ¿Deja de ponerlo en palabras que lo necesitan? ¿Demasiado énfasis para ganar tiempo? ¿Demasiado poco, a estilo de recitación?

Gestos: ¿Poco movimiento? ¿Excesivo? ¿Empieza a gesticular demasiado pronto? ¿Demasiados gestos iguales? ¿Demasiado mover la mano de arriba a abajo? ¿Gestos espasmódicos impropios? ¿Demasiado índice doctoral? ¿Uso normal y correcto del índice? ¿Puño apretado? ¿Movimientos de charlatán con ambas manos?

El estudio de las observaciones de los oyentes sobre una lista semejante es muy útil al predicador, por lo que recomendamos a los que nunca han pasado por esta prueba en un Seminario se sometan a ella poniendo esta lista en manos de la esposa o de amigos íntimos, de percepción aguda y buena comprensión.

Sin embargo, queremos repetir con Spurgeon: «No se deje el lector intimidar por estos detalles temiendo a cada paso el ridículo. Corríjase de algún defecto grave si tiene de ello necesidad; pero olvide los juicios del público al dar el mensaje de Dios. "La vida es más que el alimento y el cuerpo más que el vestido", dice Jesús. Del mismo modo, la parte espiritual del mensaje es más que estos detalles. Predicadores correctos en sus maneras pueden ser muy pobres espiritualmente o en contenido del sermón, y predicadores cargados de defectos de expresión han sido grandes profetas de Dios. Pero si es posible alcanzar ambas cosas, mayor será nuestra eficacia y más alto el crédito de la gloriosa causa que defendemos. Tratemos de servir a nuestro adorable Señor con los mejores dotes que El mismo nos ha concedido y usémoslas del modo más adecuado y eficaz posible.

Manual de Homilética por Samuel Vila

 
1. El Tema
2. Textuales
3. Temáticos
4. Subdiviciones
5. Material
6. Expositivos
7. Ordenación
8. Introducción
9. Conclusión
10. Estudios
11. Ilustraciones
12. Predicación
13. Preparación
14. Retórica
15. Elocución
16. Gestos
17. Navidad 1
18. Navidad 2
19 Pascua 1
20 Pascua 2
21. Pascua 3
22. Matrimonio 1
23. Matrimonio 2
24. Retiro 1
25. Retiro 2
26. Vacaciones 1
27. Funeral 1
28. Funeral 2
29. Evangelismo 1
30. Evangelismo 2
31. Evangelismo 3
32. Devocional 1
 

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