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Formación Pastoral es un estudio de los múltiples aspectos del liderazgo exitoso, más reflexiones sobre casos reales del ministerio y cómo el pastor puede enfrentar estas eventualidades con ecuanimidad y sabiduría.   Enseña como pensar y actuar como miembro del clero. 

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No quiero ser apóstol por Ricardo Gondim

La filosofía ministerial que ha surgido de la ambición por el poder y de la fascinación por los títulos, como el de apóstol, ha provocado una estampida en las iglesias para ver quién es mayor y quién está a la vanguardia de la revelación. A luz de la teología del verdadero apostolado, el autor rescata el valor del ministerio pastoral.

¡Ya lo tengo decidido! ¡Yo no quiero ser apóstol! Lo poco que conozco sobre mí mismo me lleva a reconocer, sin falsa humildad, que no tengo las condiciones espirituales para ser uno de ellos. Además, no quiero que mi ambición por cuestiones de éxito y de prestigio —lo cual es pecado— se transforme en motivo de burla.

El apostolado se encuentra entre los cinco ministerios que Pablo describe en Efesios 4.11. No se puede negar que los apóstoles fueron establecidos, en primer lugar por Dios, antes que los profetas, maestros, operadores de milagros y sanidades, los que socorren, los que presiden y aquellos que hablan variedad de lenguas. Pero yo me conformo con mi sencilla función de pastor, pues no todos son apóstoles, no todos son profetas, y no todos son maestros o sanadores, según lo que declara 1 Corintios 12.29. Parece no haber falta de mérito en el hecho de ser un simple obrero.

Mis escasos conocimientos de griego no me permiten grandes aventuras lexicales. Pero cualquier diccionario teológico nos ayuda a entender el sentido neotestamentario de los términos "apóstol" o "apostolado". Según la Enciclopedia histórico-teológica de la Iglesia Cristiana, el uso bíblico del término "apóstol" está casi enteramente limitado al Nuevo Testamento. Ocurre setenta y nueve veces en sus páginas: diez en los evangelios, veintiocho en Hechos, treinta y ocho en las epístolas y tres en Apocalipsis. Nuestra palabra española es una transliteración de la palabra griega "apostólos", que se deriva de apostellein, enviar.

Aunque en el Nuevo Testamento se usan otras palabras que indican despachar, enviar, mandar a otro lugar, la palabra apostellein pone énfasis en el elemento de comisión (encargo). Es decir, descansa sobre la autoridad de quien envía y la responsabilidad que se le ha dado al enviado. Si nos limitamos rigurosamente al término, se podría decir que un apóstol es alguien que es enviado con una misión específica, en la cual actúa con plena autoridad de quien lo envía y deberá rendirle cuentas a esa persona.

En Hebreos 3.1, Cristo es llamado apóstol. Él hablaba los oráculos de Dios. Los doce discípulos más cercanos a Jesús también recibieron ese título. Aparentemente el número de apóstoles era fijo, pues existía un paralelismo con las doce tribus de Israel. Jesús se refiere únicamente a doce tronos en la era venidera (Mt 19.28; Ap 21.14). Después de la traición de Judas, y para que se cumpliese la profecía, la iglesia se sintió obligada, en Hechos 1, a preservar el número. A pesar de esto, no tenemos conocimiento, al menos al estudiar la historia de la iglesia, de otros esfuerzos hechos para seleccionar nuevos apóstoles como sucesores de los que morían (Hch 12.2). Con el pasar del tiempo ya no se podían cumplir las exigencias para que alguien fuese calificado como apóstol, si usamos el criterio del texto de Hechos: "Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado junto con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho con nosotros testigo de su resurrección" (Hch 1.21 y 22). Por esta razón, algunos de los mejores exegetas del Nuevo Testamento concuerdan en que las listas ministeriales de 1 Corintios 12 y Efesios 4 se refieren exclusivamente a los primeros apóstoles y no a nuevos apóstoles.

Pero, ¿qué del apostolado de Pablo? La excepción confirma la regla. En la defensa de su apostolado, en 1 Corintios 15.9, él afirma que fue testigo de la resurrección (vio al Señor en el camino a Damasco), pero reconoce que era un abortivo (nacido fuera de tiempo): "Yo soy el más pequeño de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios." (1 Co 15.9). El testimonio de más de 2.000 años de historia es que los apóstoles fueron solamente aquellos doce hombres que anduvieron con Jesús y fueron comisionados por él para que se convirtiesen en columnas de la Iglesia, la comunidad espiritual de Dios.

Lo que preocupa en relación con estos apóstoles posmodernos es algo aún más grave. Es un elemento que está ligado con nuestra misma naturaleza, que ambiciona el poder, que está fascinado con los títulos y que hace de esto una filosofía ministerial. Ha provocado una estampida en las iglesias para ver quién es mayor, quién está a la vanguardia de la revelación del Espíritu Santo y quién posee la unción más eficaz. Tanto es el afán por el título de "apóstol" que son los líderes de ministerios de gran visibilidad quienes consiguen movilizar multitudes que corren tras ellos. Poseen un perfil tremendamente carismático, saben lidiar con las masas y, desafortunadamente, poseen abundantes bienes materiales.

No quiero ser un apóstol, porque no deseo estar en la vanguardia de la revelación. Deseo ser fiel a la corriente principal del cristianismo histórico. No quiero una nueva revelación que haya pasado inadvertida para Pablo, Pedro, Santiago o Judas. No quiero ser apóstol, porque no me quiero alejar de los pastores sencillos, de los misioneros sin glamour, de las mujeres que oran por nosotros en círculos de oración, ni de los santos hombres que me precedieron, que no conocieron las tentaciones de los mega eventos, del "culto-espectáculo" o de la vanagloria de la fama. No quiero ser apóstol, porque no creo que necesitemos de títulos académicos para hacer la obra de Dios, especialmente cuando estos nos confieren estatus. Por el contrario, estoy dispuesto incluso a renunciar a ser llamado "pastor" si esto representa una graduación y no una vocación al servicio.

No menosprecio a las personas. Más bien mi preocupación delata un profundo pesar al percibir que en el ambiente evangélico se conspira para que los hombres de Dios se sientan tan atraídos por ostentar títulos, cargos o posiciones. Embriagados por la exuberancia de sus propias palabras, creyentes que son especiales aceptan los aplausos que vienen de los hombres y dejan de lado el espíritu que caracterizó el ministerio de Jesús de Nazaret.

Jesús nos enseñó a no codiciar los títulos y también a no aceptar las lisonjas de los hombres. Cuando un joven rico lo saludó con un "Maestro bueno", él rechazó la interpelación preguntando: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo Dios" (Mr 10.17–18). La madre de Santiago y de Juan pidió un lugar especial para sus hijos. Jesús aprovechó el malestar causado por esto para enseñar: "Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre, que no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por todos." (Mt 20.25–28)

Los pastores se están olvidando de lo principal. No hemos sido llamados para tener ministerios exitosos, sino más bien para continuar el ministerio de Jesús, quien fue amigo de los pobres y se identificó con los dolores de las viudas y los huérfanos. Ser pastor no significa acumular conquistas académicas; no es codearse con políticos poderosos ni ser gerente de una gran empresa religiosa ni pretender las altas esferas de las jerarquías religiosas. Pastorear es conocer y vivir la intimidad de Dios en integridad. Pastorear es caminar al lado de la familia que acaba de enterrar un hijo prematuro, la cual necesita que se le consuele por medio del Espíritu Santo. Pastorear es ser fiel a todo el consejo de Dios: enseñar al pueblo a meditar en la Palabra de Dios. Ser pastor es amar a los perdidos con el mismo amor con que Dios nos ama.

Pastores: ¡no quieran ser apóstoles! Más bien busquen ser piadosos por medio de la oración. No ambicionen tener mega iglesias; más bien traten de ser hallados como dispensadores fieles de los misterios de Dios. No se encandilen con el brillo de este mundo; más bien busquen servir. No construyan sus ministerios sobre el afán por descubrir siempre algo nuevo; más bien busquen manejar con eficacia la Palabra de verdad, aquella misma que Timoteo recibió de Pablo y que debía trasmitir a hombres fieles e idóneos, los cuales a su vez, instruyeran también a otros. Pastores, no permitan que sus cultos se transformen en shows. No alimenten la naturaleza pecaminosa y terrena de las personas; prediquen el mensaje de la cruz.

Agustín de Hipona dijo: "El orgullo transforma a ángeles en demonios". Si queremos parecernos a Jesús sigamos el consejo de Pablo a los Filipenses: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." (Fil. 2.5–8)

El autor es pastor de la Asamblea de Dios Betesda, en Sao Paulo, Brasil, y es autor de varios libros entre ellos, el titulado Orgullo de ser evangélico - por qué continuar en la iglesia. Tomado de la revista Ultimato, edición marzo-abril de 2002. Usado con permiso. Traducido para Apuntes Pastorales por Pancho Martell. Apuntes Pastorales,Volumen XXI – Número 2.

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Cómo fui víctima de la "profecía" por Benjamín Patterson

Nunca se me ocurrió que alguna vez me involucraría en algo espiritualmente destructivo; sin embargo, eso es exactamente lo que había sucedido cuando alcancé el nivel espiritual más bajo en mi ministerio pastoral. ¿Cómo pude dejar que las cosas fueran tan lejos?

Nunca se me ocurrió que alguna vez me involucraría en algo espiritualmente destructivo; sin embargo, eso es exactamente lo que había sucedido cuando alcancé el nivel espiritual más bajo en mi ministerio pastoral. ¿Cómo pude dejar que las cosas fueran tan lejos?

Desde mi perspectiva, servir en la junta directiva de nuestra denominación siempre había sido un privilegio. Mi esposa y yo cultivamos amistades profundas con los demás líderes. Juntos viajamos a diversos países, plantamos iglesias y compartimos una visión para el ministerio. Guiados por un líder nacional respetado, nos consideramos ancianos de lo que rápidamente se estaba convirtiendo en una nueva denominación. Manteníamos un sentido unificado de misión y propósito mientras nos dedicábamos a lo que creíamos que Dios nos guiaba a hacer.

Una semana, durante una conferencia sobre liderazgo en el oeste de Estados Unidos, varios de nosotros recibimos una invitación para concurrir a una reunión privada. Nos iban a presentar a los «profetas», candidatos a tener un gran impacto sobre el futuro de nuestro movimiento. Dado que ya estábamos entusiasmados sobre el uso de los dones espirituales para mejorar la vida de la iglesia contemporánea, nuestra curiosidad nos movió a aceptar la invitación a esta reunión tan importante. Entramos a la sala, nos instalamos en nuestros asientos y nos preparamos para ver qué tenía el Señor para nosotros.

Los profetas nos informaron que, en los últimos días, el Señor estaba restaurando en la iglesia el ministerio constituido por: apóstoles, profetas, pastores, maestros y evangelistas. Se nos desafió a aceptar la llegada de apóstoles y profetas, dado que la iglesia de hoy ya contaba con numerosos maestros, pastores y evangelistas. Esta llegada conduciría al avivamiento final y más grande del mundo.

Los profetas nos revelaron que nosotros habíamos sido escogidos como las personas y el movimiento que conduciría a los cristianos a la última muestra de poder en los últimos días. Se nos informó que uno de tales profetas había sido comisionado por Dios para encontrar el liderazgo y el ministerio apostólico que, junto con el profético, proporcionaría la base para este nuevo impulso de unción en los últimos tiempos. Dios le había revelado al "profeta" que él y nuestra denominación eran los escogidos.

Todo sonaba embriagador. Después de luchar con las obligaciones cotidianas del ministerio y nuestros temores de incapacidad, esto era exactamente lo que queríamos escuchar. Que se nos dijera que nuestras luchas y nuestros sacrificios nos habían hecho especiales a los ojos de Dios era reconfortante. Nos asimos de la promesa de que cosas espectaculares seguirían al inicio de este nuevo paso de Dios.

Escuchamos con atención los halagos de nuestros nuevos amigos, los profetas. Nuestro escepticismo apenas asomó por encima de la superficie de nuestra conciencia y luego desapareció por completo en la reunión, cuando uno de ellos nos individualizó y procedió a revelar en detalle los secretos de nuestras vidas. Ahora ellos realmente tenían nuestra atención. ¿Cómo podían no ser de Dios? Una después de la otra, estas "palabras del Señor" tan certeras parecían ser la confirmación perfecta de todo lo que proponían. Quedamos completamente convencidos de la validez de esta unción profética. ¿De qué otra manera hubiéramos podido explicar su habilidad de "ver" nuestra niñez e historia personal mediante sus dones de profecía?

Regresamos a nuestras iglesias locales con las mentes bien abiertas a esta nueva etapa en el crecimiento de nuestro movimiento. Durante los meses que siguieron, muchos de nosotros recibimos una plétora de "profecías personales" prediciendo nuestros futuros roles, puestos y triunfos en el nuevo movimiento de Dios. Había palabras de profecía para nuestros ministerios, para sus ubicaciones y crecimiento, profecías acerca de la gran "restauración" venidera y nuestro importante papel en ella. Algunos "videntes" dirigían a la gente con regularidad a su «lugar de unción». Los receptores de tal consejo preparaban inmediatamente sus maletas y se marchaban en fe, confiados en que las predicciones de triunfo en el ministerio se harían realidad. Los profetas comenzaron a llamar por teléfono a los pastores comunicándoles palabras provenientes directamente de Dios, que indicaban cambios de personal y ajustes en políticas y prácticas de la iglesia. Ungieron a individuos para ministerios de sanidad y realizaron unciones apostólicas. Luego, en lugar de esperar que los profetas llamaran, los pastores comenzaron a llamar a los profetas para pedirles predicciones, instrucciones y consejos.

Se les prometió a los músicos y los laicos de la iglesia tener el nivel de estrellas si permanecían fieles al plano profético que se abría ante nuestro movimiento.

No obstante, algunos de los líderes comenzaron a manifestar preocupación e inquietud. Habían visto a varias personas desarraigar a sus familias y viajar grandes distancias a la "tierra de su unción", fracasar y luego culpar a Dios. Pastores adjuntos y otros líderes eran erróneamente despedidos, acusados y condenados por un sueño o una profecía que los culpaba de algún crimen espiritual. La fe como "azar" se hizo pronto más popular que seguir la clara voz de Dios en las Escrituras.

Algunos pastores comenzaron a expresar su preocupación en reuniones de la junta. Si bien estábamos intranquilos, acordamos nerviosamente que los dones espirituales no siempre operan en los seres humanos de manera perfecta. Pensamos que podríamos resolver el problema aplicando una de las filosofías más atractivas del movimiento: «No hay que podar el arbusto hasta que haya tenido oportunidad de crecer», lo que significa: "Esperemos y veamos que sale de esto". Pusimos de lado nuestras tijeras de podar y los profetas continuaron obrando con impunidad.

Después de sólo un par de años, los profetas parecían estar hablando a casi toda la congregación sobre casi cualquier cosa. Cientos de miembros de la Viña recibieron el "don" de profecía y comenzaron a ponerlo en práctica, tanto entre los líderes como con los feligreses. La gente comenzó a llevar pequeños anotadores repletos de predicciones que les habían dado los profetas y videntes. Acudían en masa a las conferencias sobre profecía que comenzaron a surgir por todas partes. Este grupo se movía con la esperanza de ser escogido para recibir más profecías que agregar a sus diarios.

Aquellos en quienes se identificaban ministerios de sanidad daban cursos sobre fórmulas y métodos para hacer oraciones de sanidad, tales como encontrar "puntos álgidos" en el cuerpo. La interpretación del significado de las sensaciones físicas o "sacudidas" en las personas por quienes se oraba se convirtió en una parte necesaria del "entrenamiento" para la sanidad.

Los sueños y sus interpretaciones pronto pasaron a ocupar el primer plano, a medida que las conferencias sobre profecía alentaban a sus devotos a tener lápiz y papel en sus mesas de noche para apuntar cada sueño cuando éste ocurría, interpretarlo y encontrar el mensaje de Dios que contenía. La gente vivía al borde de sus asientos, esperando el cumplimiento de las promesas grandiosas de las profecías. La mayoría esperó en vano.

No mucho tiempo después de que la "profecía del día" se convirtiera en la fuente principal de dirección, una larga hilera de creyentes devastados comenzó a formarse afuera de nuestras oficinas de aconsejamiento pastoral. Los jóvenes a quienes se les había prometido el éxito y el estrellato estaban recogiendo los pedazos de sus esperanzas rotas, porque Dios aparentemente había cambiado de opinión. Los líderes eran acosados por miembros furiosos que habían recibido profecías acerca de los grandes ministerios que podrían tener, pero que habían sido frustrados por los líderes de la iglesia local, quienes no reconocían sus «nuevas unciones».

Después de una dieta constante de profecías, la gente se estaba transformando rápidamente en analfabetos bíblicos, escogiendo un estilo de vida cristiana dependiente en lugar de estudiar la Palabra de Dios. Muchos vivían de una "solución" profética a la siguiente, siempre en peligro de perder la esperanza porque la voz de Dios era muy específica en su pronunciamiento pero elusiva en su cumplimiento. Tener el número de teléfono de un profeta era como tener una mina de guía preciosa. Los anotadores reemplazaron a las Biblias como material de lectura preferido durante los servicios de la iglesia.

Algunos comenzaron a imitar los síntomas de temblores y palpitaciones, que les habían dicho eran las señales de que el Espíritu Santo se posaba sobre ellos. Esperaban que el equipo ministerial las reconocería y correría a su lado, elevando las manos y orando: «¡Más, Señor!» Temblores, risa, llanto y movimientos de los ojos aseguraban que el feligrés atraería la atención inmediata de los líderes y de sus semejantes.

Un conferencista, al dirigirse a 8.000 personas, desalentó el uso de libros de referencia, comentarios y herramientas lingüísticas para la preparación de los sermones. En vez de ello, exhortó a los pastores a determinar sus mensajes dominicales escuchando las profecías durante largas caminatas con el Señor. Algo estaba tornándose peligrosamente malo en el movimiento.

Uno de los miembros de la junta de mi propia iglesia se negó a tomar cualquier decisión hasta que sus manos se «calentaran», indicando que su elección era sabia. Definitivamente, síntomas perturbadores estaban comenzando a manifestarse en mi propia congregación.

En mi jurisdicción denominacional las iglesias comenzaron a reducirse, debido a que el evangelismo había sido reemplazado por el misticismo. La gente comenzó a quejarse de que la concurrencia a la iglesia caía en forma significativa durante los períodos de las fiestas, debido a que los feligreses se sentían avergonzados de traer a sus familiares a visitar un ambiente tan extraño. Algo malo le estaba sucediendo a la congregación que habíamos plantado quince años atrás y comenzaba a darme cuenta de que era mi culpa. El "arbusto" estaba obviamente creciendo en forma incontrolada. Había alcanzado el punto más bajo en mi ministerio y estaba frente a frente con el fracaso.

Uno de mis primeros mentores pastorales me había enseñado: "Cuando no estés seguro de lo que Dios está diciendo, vuelve a lo que Dios ya ha dicho". La Biblia. ¡Qué concepto! Me había cansado de estudiar avivamientos del pasado, movimientos e historias de la iglesia, tratando vanamente de encontrar justificación para lo que estaba sucediendo en mi propia congregación. Parecía que, como pastor, había renunciado a lo que sabía con seguridad a cambio de lo que nunca podría saber con seguridad. Era tiempo de buscar la Palabra y volver a lo básico.

Después de años de capacitación pastoral, enseñanza y predicación, sabía que los cambios extraños que se habían producido en el seno de nuestra iglesia necesitaban evaluación y corrección bíblica si nuestro rebaño iba a sobrevivir. Se suponía que yo era el pastor, pero me había convertido en seguidor. Mi pasto corría el peligro de convertirse en desierto.

La mayoría de los pastores que conozco tienen ataques de inseguridad o de ansiedad al predicar, y períodos en que se sienten inseguros de que hayan tomado las decisiones correctas en el ministerio. Aun cuando la mayoría piensa que estos ataques de inseguridad emocional son poco comunes, ocurren cada semana del año, entre domingos. Sin embargo, uno de los mayores temores de un pastor debería ser la falta de diligencia en mantener a los lobos fuera del rebaño. La puerta de entrada más eficaz para cualquier enseñanza "nueva" es el pastor.

Recuerdo bien la primera vez que me hice a un lado y permití que ingresaran enseñanzas falsas a mi iglesia. Se me informó que habíamos "apagado al Espíritu Santo por mucho tiempo" y que ahora "era tiempo de devolver la iglesia al Espíritu Santo". Se me dijo que la penitencia por el delito eclesiástico de "apagar al Espíritu" era incluir un tiempo de «todo vale» durante cada reunión. Se debía poner de lado el orden e invitar al caos con oraciones tales como "¡Ven, Espíritu Santo!" Esta orden a la Deidad era típicamente seguida por un largo período de espera para ver qué haría el Espíritu Santo. Una creciente sensación de anticipación aumentaba, mientras esperábamos que aparecieran las "manifestaciones". Si había algo de ansiedad, ésta se disipaba mediante una aplicación libre de Mateo 7:9-11: "¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?"

Todo esto pareció muy reconfortante en su momento, pero siempre me pregunté cuán lejos se extendía el mágico "escudo contra Satán": ¿tenía un perímetro de 100 metros? ¿medio metro? ¿había un tiempo límite, tal como la medianoche, por ejemplo, antes de que los mensajeros de Satanás pudieran nuevamente retomar sus ataques regulares? ¿por cuánto tiempo la "criptonita" de pan y pescado excluiría la duplicación psíquica de la "voz" de Dios?

Algunos de nosotros éramos candidatos para este tipo de manipulación. Mis sentimientos de culpa eran evocados por sugerencias de que había ejercido demasiado liderazgo y control en la iglesia. Todos los demás líderes confesaron sus pecados de control y se desligaron de él, por lo que yo también lo hice.

A pesar del hecho de que las Escrituras no defienden en ninguna parte esta mala interpretación del capítulo siete de Mateo, y en realidad manda poner orden en la iglesia (1 Co. 14:17-19), el caos reinó en la mía porque llegué a creer que necesitaba ceder mi derecho para mantener el orden. Casi dejé de lado mi compromiso de presentar un mensaje claro del evangelio a los no creyentes que visitaban la iglesia y, en cambio, permití que reinara la subjetividad sobre el razonamiento de las Escrituras. Necesitaba arrepentirme y convertirme nuevamente en un verdadero pastor.

Mientras mi esposa y yo nos preparábamos para concurrir a lo que sería nuestra última reunión de directores de la junta de nuestra denominación, practicamos lo que diríamos: cómo necesitábamos eliminar el remolino de subjetividad que había ingresado en nuestra iglesia, volver a los principios básicos del evangelismo y discipulado cristiano, y restaurar el estudio bíblico en las vidas cotidianas de nuestros miembros.

No queríamos causar problemas. Habíamos entablado amistades profundas con estas personas, las amábamos y las considerábamos una parte importante de nuestras vidas, pero no podíamos seguir permaneciendo silenciosos en cuanto a la verdad.

Durante la serie de reuniones, surgieron diversas preocupaciones de liderazgo sobre el efecto que las influencias "proféticas" tenían sobre el centro de nuestra teología. Algunos de los líderes que se atrevieron a revelar sus dudas fueron rápidamente amonestados por el "profeta". Aquel, "cuyas palabras nunca caen en tierra", había escuchado nuestras conversaciones en forma sobrenatural y nos reportaría al líder nacional para que tomara acción disciplinaria. Puesto que "nuestro hermano mayor" nos estaba observando, se nos prohibió discutir estos temas con otros miembros de la junta.

Otros directores comenzaron a compartir "palabras" que Dios les había hablado en cuanto a la dirección de nuestro movimiento. Un director afirmó que Dios le había dicho que la iglesia pura era la iglesia celular y que debíamos abandonar por completo la enseñanza pública de la Biblia y el evangelismo, y dedicarnos a reuniones de grupos pequeños. Algunos presentaron la postura de que el verdadero evangelismo tiene lugar con "señales y maravillas", donde la gente es atraída al reino de Dios mediante "demostraciones" de poder. Otros menospreciaron la idea de cruzadas evangelísticas. Varios apoyaron el ministerio de los profetas; otros presentaron evidencia relacionada con los engaños y las manipulaciones usadas a menudo por éstos en sus reuniones.

Finalmente, después de una semana de debates a veces acalorados, oración y reuniones, todo se resumió con el sueño que alguien compartió la última noche. El sueño, que se relató como si proviniera de Dios mismo, nos instaba a no hacer nada, no tomar ninguna decisión, sino "esperar y ver".

Regresé frustrado a mi propia iglesia. Acababa de ser testigo de cómo amigos íntimos, colaboradores en Cristo, líderes cristianos legítimos, habían sido "arrastrados por todo viento de doctrina". Nuestro ministerio corporativo pareció una prueba de laboratorio que había salido mal. La adopción de la subjetividad como fuente principal de guía nos había reducido a una ineptitud total como pastores y líderes. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué estos hombres y mujeres cristianos "oían»"

Supe que era el momento de comenzar el proceso de llevar a lo básico a la iglesia que Dios me había dado para pastorear. En ese instante, la verdad se tornó más importante que las relaciones.

Mi esposa y yo hablamos con el resto de nuestra congregación. Sabíamos que si ellos se comprometían a volver a los principios básicos de la práctica cristiana, la Palabra de Dios garantizaba que el Señor obraría con más poder y en forma más legítima que nunca antes en nuestras vidas. La congregación estuvo de acuerdo.

Volví a enseñar la Biblia de la manera más básica que pude, versículo por versículo. Cuando anuncié que íbamos a estudiar el evangelio de Juan durante la mayor parte del año, la respuesta de algunos fue: «¿Por qué el libro de Juan? Lo leí cuando recién me convertí». Otros se horrorizaron de que desalentara los temblores y las sacudidas «en el Espíritu». Lo que había sido una iglesia de 4.400 miembros se redujo, a medida que las personas se alejaban para unirse al movimiento de la «risa santa». El correo negativo que recibí creció en grandes proporciones. Hasta el líder del movimiento me denunció públicamente, prediciendo que Dios me mataría por mi "pecado".

Dios fue fiel a su palabra en medio de la tormenta que nuestra congregación soportó durante lo que luego llamamos «el año de las calumnias». En unos pocos meses, varios cientos de personas alcanzaron un conocimiento salvador de Cristo. Los bautismos aumentaron, simplemente porque había nuevos conversos. Las vidas de las personas fueron cambiando en forma radical y la iglesia se tornó saludable nuevamente. La concurrencia aumentó casi del día a la noche. En el curso de un año, agregamos un tercer culto a nuestro programa dominical. Actualmente, nuestra congregación supera los 6.000 y nuestras luchas son con cuestiones ordinarias y normales de la vida cristiana. Todo esto gracias a que volvimos a los principios básicos. Es realmente así de simple (ver He. 4:12, 13; 2 R. 22:8-13; Jr. 15:16).

En los días del apóstol Pablo, los falsos profetas, herejes y legalistas que se resistían a su ministerio necesitaron poner considerable esfuerzo para inyectar el opio de las falsas doctrinas en la iglesia. Viajes largos a caballo o a pie, el calor, el polvo, meses lejos del hogar, métodos dolorosamente lentos de copiar documentos, todo contribuyó a dificultar la diseminación de doctrinas falsas.

No es así hoy: las maravillas del mundo moderno hacen que la diseminación de doctrinas falsas sea engañosamente completa y rápida. La urgencia de la corrección bíblica nunca ha sido más apremiante que ahora. En 1517, un gran contingente de la iglesia cayó en el engaño de un monje carnal llamado Johann Tetzel, quien persuadió a los creyentes a comprar indulgencias para garantizar el escape del purgatorio. Martín Lutero clavó furioso sus noventa y cinco tesis de disputa sobre la puerta de Wittenberg, desafiando la venta de la salvación mediante la explotación de las inseguridades espirituales y el analfabetismo de la gente. Tal vez hayamos vuelto a tal edad oscura con la sublevación de un avivamiento falso.

Yo lo sé, he pasado por ello y he salido a la luz, gracias a Dios.

Sólo en la medida en que la iglesia experimente la reforma verdadera vivirá un avivamiento verdadero.

Tom Stipe es pastor de la Iglesia Crossroads de Denver, Colorado. Este artículo fue tomado del prefacio del libro Counterfeit Revival de Hank Hanegraaff. Usado con permiso.

PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN 

1. ¿En qué escritura se encuentra el apostolado como don ministerial?

2. ¿Qué significa ‘apóstol’?

3. ¿Q    ué importancia tiene que prediquemos los principios básicos de la Biblia?

4. ¿Cuál es la principal ‘puerta’ por donde pueden penetrar enseñanzas extrañas en las congregaciones?

 
1. Imagen
2. Llamamiento
3. Transparencia
4. Tiempos
5. Pruebas
6. Familia
7. Integridad
8. Errores
9. Adversidad
10. Liderazgo
11. Misión
12. Limitaciones
13. Decisiones
14. Cumplimiento
15. Desconocido
16. Decepción
17. Sembrando
18. Éxito
19. Final
20. Servicio
21. Perseverancia
22. Motivación
23. Identidad
24. Respeto
25. Santidad
26. Educación
27. Crítica
28. Pruebas
29. Adulterio
30. Tentaciones
31. Peligros
32. Ética
33. Tangentes
34. Títulos
35. Evangelismo
36. Disciplulado
37. Colegas
38. Unidad
39. Despedida
 

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