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Formación Pastoral es un estudio de los múltiples aspectos del liderazgo exitoso, más reflexiones sobre casos reales del ministerio y cómo el pastor puede enfrentar estas eventualidades con ecuanimidad y sabiduría.   Enseña como pensar y actuar como miembro del clero. 

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Capítulo 6

El mundo quiere condicionar al líder - ¿La familia del líder debe ser perfecta?

 Ps. Fernando Alexis Jimenez

Por alguna extraña razón quienes asisten a las iglesias tienen la errada concepción de que los hijos del pastor o del líder, son los “niños-perfectos-que-nunca-fallan”. El estereotipo del chico o chica que han construido en sus mentes visten impecablemente, saludan a todos con un “Buenos días” al tiempo que muestran su mejor sonrisa; responden siempre “Si, señor. No, señor”; conocen al dedillo todos los coros y, por si fuera poco, cuando llegan a casa, suben a sus cuartos a tener interminables jornadas de oración.

¿Le ha ocurrido que alguien comente delante suyo: “Tan lindo el niño. De seguro será tan buen predicador como el papá”? Pues si a usted nunca le ocurrió, o felicito. A mi me pasó muchas veces y quien más sufría con aquellas palabras era yo. Lejos de ser los hijos perfectos que ellos creían, mis hijos eran adolescentes como cualquiera otro y tenían sus mismos gustos...

¿Un ejemplo? Le pondré no uno sino varios. Para comenzar, a ellos les gustaba la música y no propiamente  los temas espirituales de Marcos Witt, Marco Barrientos, Gonzalo Alvarado, Jesús Adrián Romero, Danilo Montero o Ingrid Rosario . ¡Por supuesto que no! Eran cantautores de melodías de salsa, propias de una ciudad carnavalesca como Santiago de Cali, en donde resido con mi familia. Ah, y les fascinaba oír los temas a todo volumen.

Nadie decía nada, pero por lo bajo comentaban: “Tan mundanos los hijos del pastor”.

¿Afiches? Sí, de todas las clases, desde muñecos de Disney hasta las últimas imágenes de Los Simpson. Había de todos los tamaños y ocupaban todos los espacios de sus habitaciones. Cierto día que invite a unos líderes a mi casa, murmuraron: “En esta casa hay que hacer unas cuantas liberaciones para que salgan todos  los espíritus que atraen esas imágenes”, descalificando así las aficiones de mis hijos, y de paso, satanizando toda caricatura que les pareciera sospechosa.

¿Impecables? En cuanto a vestir si, pero no en su cabello que preferían dejarlo crecer. Encontraban uno y mil pretextos para no recortárselo. ¿Y en el culto? Igual que los otros chicos de su edad: amaban la alabanza con ritmo, no entendían qué decían los coros de adoración, y se dormían cuando el sermón del pastor pasaba de los diez minutos, así quien estuviera en el púlpito fuera yo.

Fue un período de por lo menos cuatro años que resultó traumático para mi esposa y para mi. No imaginan cuántas personas se acercaron a pedirnos explicación por el comportamiento de nuestros hijos. Concebían que los adolescentes de los demás fueran terribles, menos los desatinos –por pequeños que fueran—provenientes de los “hijos del pastor”.

En casos así lo peor que podemos hacer es tratar de condicionar a nuestros niños, adolescentes o jóvenes a actuar de determinada manera. ¿Dejarlos hacer cuanto quieran? No, en lo absoluto, pero no caer en la trampa en que caímos quienes quisimos “alienar” a nuestra familia para que pensara, actuara, se riera e incluso vistiera como nosotros.

Un comportamiento así sólo traerá rebeldía en los hijos y antes que encontrar respuestas en la iglesia de Jesucristo, recibirán con aversión todo cuanto tenga un tinte eclesial.

No somos perfectos

Cuando volvemos las páginas de la Biblia nos encontramos con Isaac, el hijo de Abraham, quien si estuviera en nuestro tiempo, podría decirnos: “Entiendo lo que sienten cuando todos alrededor pretenden que su familia sea perfecta”.

Este hombre de Dios que marcó el sendero de toda una generación en Israel, enfrentó contrariedades por las actuaciones de sus hijos, Jacob y Esaú.

En las Escrituras leemos:”Y cuando Esaú era de cuarenta años, tomó por mujer a Judit hija de Beeri heteo, y a Basemat hija de Elón heteo; y fueron amargura de espíritu para Isaac y para Rebeca”(Génesis 26:34, 35).

Sin duda los chicos de Isaac no eran los santurrones del barrio. Jacob era tramposo, como veremos más adelante, mientras que Esaú, como cualquier chico de la modernidad, buscaba llevarle la contraria a sus padres en todo.

Curiosamente muchos de los pastores y líderes con los que he hablado sobre el particular, coinciden conmigo en que las congregaciones llegan a ser demasiado duras en su juzgamiento y olvidan que nuestras familias experimentan los mismos altibajos que otra. La diferencia estriba en que, en medio de la crisis, buscamos la ayuda del Señor Jesús para que nos ayude a resolver las dificultades.

Pero si de problemas se trata...

Un líder se forja en medio de las dificultades. Cuando atraviesa períodos difíciles, aflora su capacidad para sobreponerse. Buena parte puede fundamentarse en la experiencia y, otro buen porcentaje, en lo que aprende cuando está inmerso en superar los obstáculos.

Isaac, por ejemplo, tuvo que luchar con una niñez traumática. Cuando apreciamos las imágenes descoloridas de los tiempos idos, podemos apreciar que bien pudo convertirse en un rebelde o tal vez en un hombre incrédulo a raíz de los momentos difíciles que tuvo; pero dejó atrás todo aquello que amenazaba con afectar su presente y su mañana. Volvamos atrás en su historia.

En primera instancia su padre era un hombre entrado en años cuando él nació. Tenía cien calendarios encima (Génesis 2315). No era el tipo de progenitor con el que juegas al fútbol los domingos en la tarde, o con quien vas de pesca un día feriado. Es probable incluso que le atormentara la risa de los niños y que saliera furibundo, a la puerta de la tienda, cuando los chicos amenazaban con armar una gresca.

Al llegar a la adolescencia, cuando las imágenes quedan grabadas con una impronta imborrable para siempre, Dios le ordenó a su padre que lo sacrificara, tal como lo relata el capítulo 22 del libro del Génesis.

El muchacho percibió la situación. “Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, hijo mío. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; más ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban justos”(Génesis 22:7, 8).

Sin duda no era ningún traído de los cabellos; por el contrario, era bastante acucioso y entendió que él iba a ser la víctima.

Circunstancias como esa pueden llevar a un jovencito a pensar que su padre es inmisericorde, por encima de las costumbres culturales y religiosas que prevalecieran en la época, o bien a razonar que Dios era injusto porque iba a recibir honra con su vida que apenas comenzaba.

Desde esa perspectiva, valoramos que Isaac no permitió que lo embargaran el resentimiento ni los malos recuerdos. Por el contrario, en su juventud y como podemos leer en los capítulos desde el 23 hasta el 26 del libro del Génesis, reconoció al Señor en todos sus caminos...

¿Un líder vive del pasado?

Aquí cabe una pregunta: Usted como líder, ¿vive del pasado? Aspiro que no. Si tiene una carga enorme de recuerdos dolorosos de su infancia, adolescencia y etapa juvenil, es necesario que vuelva la mirada al Señor Jesús y le pida que trate con esas heridas del alma.

Un líder que obra gobernado por la rabia, el odio y la tristeza, no desarrollará a plenitud su ministerio y de paso corre el riesgo de contaminar a las personas que tiene a cargo. No, no le estoy hablando de contagio físico como si se tratara de un virus, sino de sembrar semillas negativas en aquellos a quienes estamos formando en la vida cristiana o secular.

En la Biblia leemos que Jesús es nuestro “Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos.” (Hebreos 4:14-16. Nueva Versión Internacional).

Nuestro amado Salvador comprende las crisis por las que atravesamos, muchas de ellas fruto de un pasado traumático, y es El y nadie más que El quien puede ayudarnos a borrar esos recuerdos que nos roban la tranquilidad.

Para un líder no todo es color de rosa

Tener una solidez económica como la que heredaba Isaac (Génesis 24:35) y un padre que se preocupaba de asuntos tan personales como conseguirle esposa (Génesis capítulo 24), no aseguran un liderazgo sólido, próspero  y promisorio.

Ser líder no es una condición que se hereda. Por el contrario y a diferencia de lo que opinan muchos, un líder no nace, se hace.

Este hecho reviste especial significación porque la otra cara de la moneda indica claramente que el hecho de ser hijo de alguien que jamás abanderó ninguna campaña, no determina que sea imposible el que desarrollemos un liderazgo. Es algo personal y no generacional.

En momentos difíciles, el líder deposita su confianza en Dios

En el trasegar hacia el crecimiento personal y como líder de una generación, Isaac se encontró con una realidad a la que no solo no podía escapar, sino que además era humanamente imposible de resolver. Su hermosa y joven esposa Rebeca era estéril. Algo traumático para un padre que anhelaba llevar sus hijos al caer la tarde de un sábado cualquiera a los juegos mecánicos o quizá a ver una buena película.

En su caso podría ser la pérdida de empleo; las dificultades para plantar una congregación; los tropiezos en las relaciones con las personas que están a cargo; dificultades financieros que impiden la concreción de sus sueños... en fin, las posibilidades son infinitas.

¿Qué hizo Isaac? Tomó la decisión que debe acompañar a quienes tropiezan con un enorme obstáculo en su camino: volvió su mirada a Dios y depositó en El la confianza plena de que obraría un milagro.

“Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer”(Génesis 25:21).

Fruto del clamor, vino la bendición. Rebeca concibió gemelos: Esaú y Jacob.

Se trata de una característica que debemos dimensionar en su verdadera proporción: si estamos sirviendo a Dios en la obra, por insignificante que parezca nuestro papel en el servicio, es al Señor a quien debemos ocurrir tan pronto advertimos que surge un problema.

Lograrlo amerita que mantengamos una estrecha relación con el Padre mediante la oración. Se supone que si somos sus siervos, de El debemos recibir instrucciones y a El es necesario que acudamos en los momentos difíciles.

Ese diálogo permanente con el Dueño de la obra, llevó a que Dios le pusiera en alerta cuando Isaac proyectaba ir a Gerar frente a la hambruna que golpeaba su país. “Y se le apareció Jehová, y le dijo: No desciendas a Egipto; habita en la tierra que yo te diré”(Génesis 26:2).

Como consecuencia de esa relación con Aquél que todo lo puede, el Todopoderoso le reafirmó siete promesas:

1.- Prometió apoyarlo y estar con él (Génesis 26:3).

2.- Prometió bendecirlo en sus caminos (Génesis 26:3).

3.- Prometió bendecir su descendencia (Génesis 26:3).

4.- Prometió confirmar todas las buenas noticias que había compartido a su padre Abraham (Génesis 26:3).

5.- Prometió multiplicar su descendencia (Génesis 26:4).

6.- Prometió otorgarle la tierra que anunció a Abraham (Génesis 26:4).

7.- Prometió que en él, Isaac, sería bendita toda la tierra que ocupara (Génesis 26:5). 

El líder no se detiene ante los obstáculos

¿Le ha ocurrido que justo cuando piensa que todo marcha bien, afloran cualquier cantidad de obstáculos? Situaciones así tienden a quitarnos la tranquilidad y hay quienes experimentan desánimo.

En Isaac se vio reflejada esa situación. Cuando iba tras el sendero que marcó su padre, en dirección a Gerar (Génesis 26:17),  encontró múltiples problemas en la tierra que aspiraba encontrar prosperidad a su ocupación como ganadero.

Si bien es cierto reabrió los pozos que construyó Abraham (Génesis 26:18), halló oposición entre quienes habitaban aquel territorio y reclamaban la propiedad de dichas cisternas (Génesis 26:19-21).

Pese a ello, Isaac no se dio por vencido. Asumió un principio que debe primar en todo líder: la perseverancia. Las Escrituras nos muestran que finalmente abrió un pozo sobre el que nadie hizo reclamos (Génesis 26:22). De no haber persistido, lo más seguro es que habría renunciado a sus metas y sin duda, tendría que enfrentar por años la frustración.

Tome un tiempo para revisar su vida. Usted fue llamado a vencer. El Señor Jesús ganó para usted la victoria en la cruz. No puede detenerse. Eso sería una verdadera locura. Es hora de que reemprenda el camino... Sin duda vencerá...

PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN 

1.  Un líder se forja en medio de las _____________________________.

2. ¿Qué debe hacer un líder cuando tiene un pasado duro?

3. ¿Quién es el que verdaderamente borra las heridas del pasado?

4. ¿Podemos heredar el liderazgo (no un cargo)?

5. Un líder no nace se _______________

6. ¿Cuándo un líder de Dios tropieza con obstáculos –pruebas, momentos difíciles-, hacia donde debe volver su mirada?

7. Mencione las 7 promesas que Dios le dio a Isaac como consecuencia de la relación con el Señor.

8. Isaac comprendió que en todo líder necesita tener __________________________________.

bulletJimenez, Fernando Alexis, Ser líder no es fácil... pero no imposible, Ministerio de Evangelismo y Misiones "Heraldos de Vida", Usado con permiso.
 
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